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miércoles, 21 de agosto de 2024

60 Amores

Puede que mi corazón no guarde tesoros de 60 amores, pero probablemente sí guarde bendiciones, cicatrices, recuerdos y huellas de 60 Formas de Amar.




60 Formas de Amar

¿Cuándo comenzamos a ser conscientes de que somos capaces de Amar?  Creo que la mayoría de nosotros primero toma consciencia de sentirse amado/a o por el contrario sentirse rechazado/a o abandonado/a emocionalmente.  Nuestra primera experiencia amando seguramente esté relacionada con esa primera memoria al recibir o sentir la ausencia de amor en nuestro entorno.

Tal como he contado en ‘A Solas’, del libro Cuentos Terapéuticos, la soledad fue la primera sensación consciente en los vínculos afectivos.  Imagino que a partir de ahí comenzó una búsqueda inconsciente por amar del modo que no era amada, creyendo que tarde o temprano alguien cubriría esos huecos vacíos.

Repaso en mi memoria buscando el primer recuerdo de amar profundamente, y lo primero que viene a mi mente es la sensación que experimentaba cada Semana Santa mientras mi familia veía programas de televisión relacionados con el Vía Crucis o películas de la vida de Jesús. Y el amor abrumador y la pena de estar reviviendo el calvario de Jesús me llevaban a encerrarme en mi habitación, rezar y llorar a mares sin poder evitarlo.  Esos recuerdos son de mis últimos años de escuela primaria, en mi pre adolescencia.

Las memorias de mi corazón me llevan luego al primer amor romántico cuando tenía 14 años, una forma de amar que me descubría envuelta en poemas y un mar de emociones que despertaban una joven  e ingenua mujer floreciendo a la vida.

La llegada de mis tres hijos fue, sin duda alguna, la experiencia más intensa y la forma de amar más profunda y vulnerable.




¿A quienes he amado verdaderamente además de Jesús, mis hijos y mi primer amor?  He amado a muchas personas, mis padres, algunos tíos/as, mis hermanos, una de mis abuelas, amistades, madres y abuelas postizas y con el tiempo, algún hombre en la vida adulta.

He sido capaz de muchas cosas ‘por amor’, de muchos sacrificios, de muchas renuncias, de muchas entregas y de un doloroso desgarramiento de mi corazón para ser mi mejor versión y lograr que esas personas se sintieran amadas. 

No siempre he amado con alegría, la mayoría de las veces amaba desde la tristeza, el dolor, las heridas, la carencia y el miedo a no ser amada, aceptada, valorada y celebrada.

Desde ese lugar, uno cree que ama, una cree que todo lo que hace es por amor al otro; pero en realidad, lo que hacemos es por el amor a lo que sentimos, por lo que nos hubiera gustado recibir en lugar del otro o por una sed inconsciente que nunca se calma.

¿Cómo podríamos ver realmente a la persona amada desde un corazón maltrecho, sangrante y habitado por el invierno de la vida?  Inevitablemente, lo que vemos en el otro (de forma inconsciente) es un reflejo de nuestros cristales rotos, de nuestro frío que busca cobijo y de nuestras heridas que nos pueblan de miedos y vacíos.




Cuando amamos demasiado y de forma tóxica (no sana), somos capaces de entregar lo más preciado, incluso nuestra vida para darle a nuestros seres amados, hasta nuestro último aliento.  ¿Qué nos queda cuando entregamos nuestra pulsión de vida? ¿No sería mejor acaso compartir nuestra vida manteniendo vivos nuestros tesoros sin renunciar a nada?

Cuando amamos desde nuestra carencia y nuestras heridas, creamos una avalancha de emociones, regalos, experiencias e incluso de palabras, para que esa persona amada sepa lo que sentimos.  Pero no nos detenemos a comprender qué es lo que esa persona en realidad necesita de nosotros; no podemos ver la intensidad de sus emociones o la sed de un agua que no surge en nuestra vertiente.

Damos desde lo que necesitamos.  Amamos desde nuestro abandono emocional. Abrazamos desde nuestro invierno interior. Besamos desde nuestra sed de bendiciones. Desbordamos el espacio ajeno desde los huecos que ansiamos llenar.  Velamos nuestra mirada desde un vidrio empañado de lágrimas y memorias dolorosas.

Amamos para ser amados y eso, no es realmente Amor. En ese amor desmedido buscamos algo a cambio, esperamos recibir lo que necesitamos o ser vistos como nos gustaría ser reconocidos; y cuando eso no llega, se acumula la amarga deuda pendiente que contamina los vínculos amorosos.

Inmolarse, sacrificarse, dejar de Ser, intentar ser lo que no somos, agobiarnos con expectativas impuestas, renunciar o incluso posponer nuestros sueños, no es un gesto de amor generoso y desinteresado.  Creo que es una actitud tremendamente egoísta que busca asegurarnos sentirnos amados, respetados, valorados y necesitados. 

Me he llevado más de medio siglo aprender a amarme, aceptarme, reconocerme, celebrarme y saberme hija amada de Dios. Desde ese aprendizaje comprendo que la fuente del agua bendita que calma nuestra sed emocional y espiritual está siempre en el centro de nuestro corazón.  Nadie puede calmar nuestra sed más que nosotros mismos, nadie puede dar verdaderamente aquello que no tiene y nadie puede saciar las necesidades de ninguna otra persona. Sólo cuando nos vemos como seres plenos y completos, podemos compartir nuestros dones y talentos, nuestra alegría de amar y nuestra capacidad de tejer vínculos sanos.




Sé que he hecho mucho daño en nombre del amor.  Desde mi hipersensibilidad y mi capacidad para sentir las emociones y energías de otras personas, esa certeza me llena a veces de impotencia y de una pena profunda que inunda los lugares más oscuros de mi corazón. 

No puedo cambiar el pasado, no puedo deshacer las heridas que causé, no puedo limpiar los corazones que guardan rastros oscuros de mi nombre.  Sólo puedo descubrir cada día nuevas formas de Amarme y Amar.  Sólo puedo desear que las personas que más amo puedan, a su tiempo, encontrar su propio camino de sanación, y en ese amarse puedan comprender y sentirse amados a pesar de los desencuentros.

Susie / #Unaniñade60

Susannah Lorenzo / #TejedoradePuentes

Soledad Lorena / #TejedoradePalabras

22 de septiembre 1964 / 22 de septiembre 2024

#60jardines #casi60 #60poemas #gracias #60soles 


Sólo cuando me amo como Jesús me ama, puedo Amar a otros en nombre de Jesús.



sábado, 8 de junio de 2024

Aprender a Recibir

 


Apertura del Divino Femenino

Sin importar cuánto necesitemos ser abrazadas, contenidas, sostenidas, acompañadas o apapachadas; si somos sobrevivientes de abuso, violencia o trauma sexual, sentiremos un miedo profundo y escondido a recibir.  Porque para recibir hay que abrirse, mostrarse vulnerable, dejar a un lado los escudos y desactivar los mecanismos de defensa.

Tenemos miedo de abrirnos (verdadera y profundamente), porque el recuerdo grabado en el cuerpo físico, es más fuerte que la memoria de la mente o incluso del corazón.  Ya sea que hayamos sido colonizadas, vejadas y mancilladas contra nuestra voluntad; o que nos hayamos abierto temprana e inocentemente a la persona equivocada y que se aprovechó de nuestro candor; las huellas y mecanismos de defensa (inconscientes) serán los mismos o similares.

Tenemos desconfianza de ser tocadas en nuestra fibra íntima, de que nos palpen las heridas, nos rocen el corazón o incluso lastimen aquello que nos ha costado tanto sanar y que ya no duela. Nos hemos fortalecido para evitar ser despojadas, burladas, engañadas o juzgadas.




Aunque ya no soy una víctima, sino una sobreviviente y han pasado más de 40 años del trauma inicial; con cada vuelta del espiral evolutivo descubro una nueva capa que aún queda por sanar: viejos patrones y bloqueos que aún afectan mi forma de relacionarme, manifestar mis sueños e interactuar con la abundancia del Universo.

Nos sentimos seguras y a salvo dando; dar nos permite ‘controlar’ el vínculo, pero por sobre todo no necesita de una apertura interior íntima o sensible.  Somos buenas para ‘dar’: amor, compasión, empatía, contención, ayuda y tiempo; damos todo aquello que no pudimos recibir y que sabemos que toda mujer necesita.  Somos solidarias con otras sobrevivientes y podemos detectar una víctima sin que diga una sola palabra.

Aunque llevemos años (y décadas también) sanando nuestro Divino Femenino, escondemos lo más sagrado de nosotras para protegernos, para resguardar los nuevos tesoros que han nacido en nosotras hasta que llegue la persona indicada.  Aprendemos a valernos por nosotras mismas y sin darnos cuenta, híper activamos nuestra energía masculina: la energía que hace, consigue, conquista, resuelve, protege, y nos arma de pies a cabeza como una guerrera sagrada de la vida.

 


 

Tarde o temprano nos sentimos abatidas, frustradas, con un cansancio que se acumula y que no siempre resulta en los éxitos que deseamos; porque estamos ancladas en nuestra energía masculina y porque de tanto defendernos y protegernos, hemos olvidado como recibir sin miedo, culpa o vergüenza.

Abrimos las manos, para dar, para recibir, para aferrarnos a lo que creemos nos pertenece, para amasar, para cocinar, para acariciar, para crear e incluso, logramos abrir las manos para sanar lo que duele y remendar lo que está roto.

Aprendemos a abrir el corazón nuevamente, para amar, para ser amadas, para calmar, para suavizar, para acompañar, para contener, para sentir, para dejarnos habitar por Dios, para rezar, para creer en una nueva vida.

Nos entrenamos para abrir nuestra mente a nuevas formas de pensar, estudiar, aprender, reconocer, comprender e incluso para dibujar infinitas salidas a laberintos que parecen nunca mostrar su verdadero acertijo.




Sin embargo, en un rincón secreto y guardado, nuestro útero (o su equivalente energético) se mantiene cerrado como un puño, guardando cicatrices físicas y emocionales de todo aquello que nos dañó en lo más profundo de nuestro ser. 

Podemos creer que nos hemos abierto, sexualmente hablando, desde la genitalidad, permitiendo incluso un placer físico que disimula cualquier dolor.  Podremos habernos abierto de piernas para permitir penetraciones que no terminan de saciarnos y que nos convencen por breves segundos de que somos amadas, necesitadas y deseadas.




¿Cómo saber si el útero está cerrado y es incapaz de recibir abierta y profundamente?

  • Sentimos que siempre somos la que ama más, la que ama demasiado, la que se ‘da’ completamente sin recibir lo mismo a cambio.
  • Nos sentimos mal amadas, no amadas, rechazadas, excluidas, y sedientas de recibir algo que nunca llega.
  • Estamos desconectadas de la energía de abundancia y prosperidad del Universo; corriendo siempre detrás de una zanahoria que nunca alcanzamos.
  • Cada vez que recibimos algo valioso (sentimental o económicamente hablando) nos sentimos ‘en deuda’, buscando inmediatamente compensar con la entrega de algo a cambio.
  • Nos embarcamos en relaciones tóxicas, convencidas de que salvaremos, transformaremos o le enseñaremos a amar a quien sólo busca satisfacer las necesidades de su ego.
  • Justificamos las ausencias de las otras personas, perdonamos sus promesas incumplidas, creemos en palabras vacías  e ignoramos las señales y conductas que amenazan nuestro bienestar e integridad emocional.
  • Nos quedamos esperando a que alguien (incluyendo Dios) se dé cuenta de lo que sentimos y necesitamos, sin que tengamos que pronunciarlo en voz alta.

 



Como mujer, estamos hechas para conectar, Ser, abrir, recibir, sentir y anidar.  Nacimos para ser sacerdotisas, para aquietar el movimiento y dulcificar nuestro corazón y el de otras personas.  Como tales, sostener el estado de apertura sin mecanismos de defensa,  sin estrategias de guerra, sin proyecciones ni planificaciones dignas de arqueros y cazadores.

Una mujer no puede sostener el Amor sólo en su corazón, no puede simplemente pretender que Dios habite en el centro de su pecho y desde allí todo se resuelva.  Una mujer necesita sostener el Amor en su cuenco sagrado, en la morada de la semilla creativa, allí donde el útero late como un segundo corazón.   Es entre los muros húmedos y oscuros de la caverna femenina donde Dios debe habitarnos para consagrar nuestra creatividad sagrada.

En lo personal, cada vez que pregunto cómo puedo activar la energía de abundancia y prosperidad en mi vida, la respuesta es la misma: más Amor.  ¿Cómo es posible que Dios y el Universo me pidan más Amor, si hago todo mi trabajo con Amor y desde el corazón?  La respuesta llegó en forma de inspiración para una nueva meditación y esta reflexión que estoy compartiendo.




En mi caso, no se trata de dar más o poner más Amor en lo que doy; mi aprendizaje es ‘recibir con Amor’, abrirme con Amor;  encontrar paz en el recibir sin permitir que mi mente sostenga deudas, culpas y  vergüenzas.

Querer controlar es un acto propio de la energía masculina, incluso si quiero controlar lo que recibo y cómo lo recibo.  Ese aspecto pudo ser útil en otras etapas de mi vida, pero no puedo encontrar la sanación desde el equilibrio, si no me adapto a las nuevas necesidades espirituales y energéticas de mis cuerpos (físico, mental, emocional, etérico).




Según el Dr. Alberto Villoldo, los traumas psicológicos y espirituales no resueltos, no sólo dejan huella en el cuerpo físico sino que dejan marcas en nuestros campos luminosos. Hasta que no limpiamos o sanamos esas marcas o cicatrices en el cuerpo energético, su equivalente será sostenido en el cuerpo físico.  Por el contrario, las experiencias positivas no dejan una marca en el cuerpo luminoso.  La paz y la serenidad que descubrimos a través de la práctica espiritual, se convierte en combustible para las capas más íntimas de nuestro campo energético luminoso, energizando así el alma y el espíritu.

Las huellas de trauma y enfermedad física están tallados en la membrana de la capa más externa del cuerpo luminoso energético,  cómo diseños que se cortan sobre el vidrio.  Lo que se sana a nivel energético, puede ser sanado a nivel físico.

Las huellas grabadas en la capa del cuerpo emocional y mental nos predisponen a vivir de cierta manera y a atraer a ciertas personas y relaciones en nuestra vida.  Es difícil cambiar nuestro estilo de vida o nuestros patrones de conducta si no limpiamos los rastros de trauma que quedan en las diferentes capas de nuestro cuerpo energético.

Puedes conocer más sobre este tema en mi libro ‘Espiritualidad y Salud’ o leer el libro ‘Chamán, Sanador, Sabio’ del Dr. Alberto Villoldo.




¿Cómo seguir?

Puedo dar testimonio que luego de recibir esta canalización y comprender finalmente el mensaje del amor, a través de la meditación, algunos bloqueos simplemente se disolvieron de forma parcial o total.  Las señales que llegaron fueron claras y precisas.

Horas después de la primera meditación llegaron los primeros trabajos prácticos: aprender a recibir lo que la vida está dispuesta a darme, sin intentar controlar el cómo, cuándo, dónde y a través de quién.

Por supuesto que un campo energético, un órgano o un sistema no se limpian ni se sanan de un día para otro.  Aprender a recibir es un proceso y requerirá de repetidas meditaciones y tomas de consciencia en el pensamiento y sentir cotidiano.

Reconocer, aceptar, tomar consciencia, escribir, y compartir el proceso es una manera de mostrar al Universo que estoy dispuesta, aquí y ahora.

Susannah Lorenzo© / Tejedora de Puentes


Para quienes prefieren escuchar mis reflexiones en vez de leer el Blog, he grabado ya la reflexión y aprendizaje sobre el Aprender a Recibir desde la Apertura del Divino Femenino, como un episodio del Podcast de Puentes.



martes, 18 de abril de 2023

No olvidamos

No olvidamos.

Apagamos el recuerdo, anestesiamos el dolor, simulamos haber arrancado algunas hojas del libro de nuestra vida.




Si has tenido alguna vez una lesión ósea, sabrás a qué me refiero.  No importa si ha sido un hueso fracturado o un esguince que afectó una articulación, luego de unos años, o incluso unos meses, nos sentimos mejor y olvidamos el incidente.  Hasta que con un cambio de clima repentino, quizá un invierno antes de tiempo o niveles de humedad desacostumbrados, sentimos un dolor en la zona o incluso dificultad para mover ese hueso o esa articulación que alguna vez sanó.  Incluso algunas personas, pueden sentir en sus huesos los cambios de clima antes de que sucedan.

Ahora bien, ¿realmente ese hueso o esa articulación sanaron?  Es decir, quizá dejaron de molestarnos, o logramos recuperar nuestra movilidad y nuestra vida normal, sin mayores consecuencias.  Pero el hueso o la articulación afectada jamás volvieron al punto cero de restauración como si nunca hubiera sucedido nada.  La huella del incidente queda impresa para siempre en el sistema óseo, puede ser un callo sobre una fractura soldada, puede ser una articulación que quedó levemente desplazada en un par de milímetros o incluso puede quedar una deformidad interna que a simple vista no observamos.

Lo que hace el cuerpo es compensar, restaurar para que siga funcionando, crear reparaciones para proteger la zona debilitada o incluso alterar nuestros movimientos (de forma inconsciente) para que no causemos dolor en la zona dañada.  No existe tecnología ni avance médico capaz de regenerar un hueso o una articulación al punto cero; en muchos casos se colocará una prótesis que funcione como si fuera nuestra pieza natural, pero nunca será aquella parte que cambió para siempre.




Sucede lo mismo con nuestras emociones, con los traumas que afectan de por vida nuestros patrones de conducta,  nuestra forma de pensar, vivir e incluso relacionarnos con otros.

Jugamos a olvidar, intentamos hacer borrón y cuenta nueva, creemos que hemos pasado página e incluso, logramos vivir años o décadas sin recordar aquel abuso, aquella experiencia traumática, aquellas emociones humillantes o aquel dolor insoportable que parecía no irse jamás.

Sin embargo, bastará una pesadilla para mostrarnos que nuestro subconsciente guarda más información de la que quisiéramos; alcanzará con una frase o una actitud de otra persona para disparar emociones que creíamos erradicadas de nuestro sistema.  A veces, será algo tan simple como una película en la que el personaje viva lo que nosotros vivimos alguna vez; otras veces, conectaremos desde la empatía con personas que llegan a nuestra vida mostrándonos facetas que nosotros ya superamos, o creímos haber superado.

Quisiéramos poder reformatear nuestro cerebro para no recordar aquello que cada tanto nos perturba.  Pero la memoria emocional no solo está guardada en nuestra mente, deja su huella en nuestros órganos, en nuestro cuerpo, en nuestra piel, en nuestros mecanismos de defensa, en nuestras cicatrices visibles e invisibles o incluso en posturas físicas que alguna vez adoptamos sin darnos cuenta.

Eliminar todo rastro de información crearía un vacío que nos despojaría del aprendizaje que nos ayudó a llegar al lugar donde estamos ahora y a transitar la vida desde una mirada de compasión y sabiduría.  Ya no somos las mismas personas que vivieron aquellos hechos aberrantes o dolorosos, pero  sí somos el resultado de las lecciones de vida y de los recursos que usamos para sobrevivir.




No olvidamos.  Aprendemos a vivir con las heridas, los traumas, las cicatrices, las secuelas y las emociones.  Así como aceptamos que nuestro tobillo dolerá cuando llueva, o el hueso que alguna vez se astilló, nos moleste en invierno; debemos entender que no hay forma de volver al punto cero y ser lo que éramos ‘antes de’.

Esforzarnos por olvidar y no recordar nada puede ser tremendamente peligroso para nuestra salud física, mental, emocional y energética.  Ya sea porque reprimimos las emociones o porque generamos ruido y ocupaciones mundanas para distraer la mente, terminaremos siendo adictos a aquello que nos aleja de una realidad que nunca elegimos conscientemente.  Nos volvemos entonces, adictos al trabajo, a la soledad, a las salidas tumultuosas, a los analgésicos, a las relaciones banales, a la victimización, a los miedos, a las excusas, a la depresión, a la frustración, a la negatividad, al dolor, a la música ensordecedora, a los dulces, al alcohol, a los chismes,  a las drogas, a las relaciones tóxicas, al silencio, al auto boicot, a posponer lo que nos sana, a los desvíos, a las puertas cerradas, a los desquites, a las venganzas, a la enfermedad, a los síntomas y a las historias de sufrimiento.




Retomando la analogía de los huesos, ¿por qué cada tanto el cuerpo nos recuerda que hubo una parte dañada?  Para que seamos precavidos, para que no exijamos a esa zona demasiado esfuerzo, o movimientos que no resistiría.  Es una parte nuestra que debemos tratar con respeto, amorosamente y con cuidado, porque no tiene la misma resistencia o fortaleza original.

Olvidar es negar.  Negar es condenar ese recuerdo a un lugar carente de amor y de luz en nuestra sombra (subconsciente).

Por supuesto, no se trata de victimizarnos una y otra vez, de cultivar el resentimiento, la venganza o la sed de castigo.  Lo que importa es reconocer y aceptar que esa parte vulnerable de nosotros jamás volverá a ser como era y tampoco es sano esperar que así sea.  ¿Cuál fue la bendición oculta?  ¿Qué fue lo que aprendimos?  ¿Qué decisiones tomamos o qué cambios hicimos en nuestra vida que nos llevaron a vivir situaciones bonitas o bendecidas, que de otro modo no hubiéramos experimentado?  ¿Cómo puedo amar y atender esa herida emocional?  ¿Cómo puedo aprender a vivir con ella?




Si yo soy consciente y hago visible en mi interior esa herida o esa cicatriz y la acepto como parte de quien soy ahora, sin rechazo, sin negación, sin vergüenza, sin impotencia y sin frustración; entonces lo que quiera que suceda fuera de mí no me afectará ni me causará dolor alguno que no pueda soportar o que no sepa cómo afrontar.

Olvidar es negar y desear que algo nunca hubiera sucedido.  Ese deseo nos mantiene esclavos, de algún modo, de una paradoja y de un pasado poblado de ‘hubiera sido mejor’ o ‘hubiera sido distinto’.  Esa negación desgasta nuestro esfuerzo y nuestra energía en imaginar escenarios diferentes para un tiempo, un espacio y una dimensión a la que ya no tenemos acceso.

El recuerdo sano y consciente, desde la paz de aceptar lo que sucedió y lo que nunca pudo ser, nos permite la libertad de sentir y vivir plenamente el momento presente; amando lo que aprendimos a ser, sanando lo que aún duele y liberando las expectativas de lo que no fuimos, no somos y no seremos.

Susie©

Se me ha metido el invierno en todos los rincones donde alguna vez me dañaron.

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes

18 de abril de 2023

Escritura Terapéutica




jueves, 30 de marzo de 2023

Brújula

Nos perdemos cuando nos ocupamos de complacer a otros o cumplir con las metas que otros proyectaron.

Nos perdemos cuando intentamos salvar a otros y en nuestro afán de ayudar a quien no quiere ayudarse, dejamos de ayudarnos a nosotros mismos.

Nos perdemos cuando la energía está puesta en el ‘deber’ auto impuesto o indicado por otros.

Nos perdemos cuando sacamos a Dios de la ecuación.

Nos perdemos cuando abandonamos nuestras prácticas espirituales.

Nos perdemos cuando dejamos de disfrutar.

Nos perdemos cuando creemos que alguien puede salvarnos.

Nos perdemos cuando buscamos la respuesta afuera de nosotros.

Nos perdemos cuando perdemos la calma.




He estado perdida durante casi un mes y me extraño, estoy a veces inquieta, otras veces molesta y otras veces desganada.

Cuando saqué una carta de Puentes para preguntar qué necesito, salió la carta de la Brújula.

 “Si la respuesta es que necesitamos una Brújula, es porque hemos perdido el Norte, es decir, no sabemos dónde estamos parados en nuestra vida.

 Es importante saber dónde estamos, y hacia dónde nos dirigimos (norte) para enfocar nuestras energías y nuestros esfuerzos en la dirección correcta. Probablemente ese Mapa que habíamos dibujado para nuestra vida, ya ha perdido sentido o ha quedado obsoleto, pues la única constante en la vida es el cambio. Muchas veces, debemos ‘corregir el curso’, como se dice en navegación, y adaptar el viaje a las tormentas reinantes, al comportamiento del océano y la dirección de los vientos.

Si necesitas una Brújula, haz silencio, ve dentro de ti, pide a Dios, a tu Ángel de la Guarda o a tus guías espirituales que te muestren el ‘Norte’, que te marquen las coordenadas para trazar el nuevo mapa de tu vida.”

Susannah Lorenzo©

Cartas de Puentes

Trailer 

Todo lo que necesitas saber sobre las Cartas de Puentes y cómo tenerlas en tu celular:


lunes, 9 de enero de 2023

Desencuentros del Amor

El amor es un baile de desencuentros,
hay quienes disfrutan ser amados pero no saben amar,
hay quienes disfrutan amando pero no saben dejarse amar,
hay quienes le temen al amor porque desconocen sus bondades,
hay quienes creen amar pero apenas si aman lo que el otro les da;
hay quienes aman como pueden, como aprendieron, como les permiten sus heridas y su visión limitada;
hay quienes aman desde lo poco que se aman y entonces su amor es solo un reclamo incesante de necesidades insatisfechas;
hay quienes se animan a amar desde la vulnerabilidad y la sensibilidad arriesgando su corazón y dejando sus puertas sin guardianes;
hay quienes aman en silencio, desde la trinchera de la distancia, dibujando cielos de colores para las alas amadas;
hay quienes aman a los gritos y con intensidad desmesurada, dejando huellas que todos vean, para que así sus palabras mantengan en la celda a su persona amada;
hay quienes aman como eligen amar porque desaprenden las herencias y crean nuevas formas de armar;
hay quienes aman espejismos y fantasías de los seres amados porque son incapaces de cruzar el puente de la verdad y verlos como realmente son;
hay quienes aman la idea del amor, la ilusión de un sentimiento que quisieran vivir;
hay quienes creen que el amor es apenas un trámite, una pérdida de tiempo o un pacto de comodidades;
hay quienes creen que el amor lo es todo y sin él están perdidos.

A lo largo de mi vida he amado de muchas y diferentes formas pero si algo he aprendido en el otoño de mí vida, es que no puede conocerse el buen amor hasta que no sanamos nuestras heridas, comenzamos a amarnos y aprendemos a mirarnos con los ojos que Dios nos mira.

Susannah Lorenzo ©
Tejedora de Puentes 

jueves, 17 de noviembre de 2022

La chica de los globos azules



En realidad, desde que era una niña pequeña, fui siempre la chica de los globos negros y grises.  Me sentía segura y a salvo con ellos porque era lo único que conocía y porque había aprendido que si tenía globos demasiado bonitos, me los podrían quitar.  Estaba convencida de que los globos de colores eran para otros niños, otras adolescentes, otras mujeres; así como esos globos que flotan en el aire y que yo nunca pude disfrutar.  Crecí creyendo que la magia de los cumpleaños y la magia de la navidad era algo que sucedía en las películas o en la vida de personas que jamás querían compartir conmigo.  ¿Quién quiere jugar con una niña triste que solo lleva globos grises y negros?



En inglés, la palabra azul (blue) simboliza tristeza y melancolía.


Alguna vez, en mi adolescencia, leí un poema sobre una rosa azul.  Era un texto precioso que alguien había dedicado a su hijo con capacidades diferentes, porque una rosa azul es algo tremendamente misterioso, bello  y único.  Yo me esforzaba por tener globos azules, amaba ese color, pero mi mano seguía aferrada siempre a los globos negros y grises y los defendía como si ellos fueran parte de mi identidad.

Aunque no lo creas, me llevó más de 50 años reconocer, aceptar y comprender, que nadie me regalaría los globos de colores; que yo debía comenzar a cambiar uno por uno mis globos sombríos, soltar cada globo, dejarlo ir y así poder sujetar un nuevo globo diferente a todo lo que había en mi corazón.




Te comprendo, me he sentido igual, casi toda mi vida.  Tienes miedo de soltar todos tus globos negros y grises de una sola vez.  Tienes miedo de quedarte con la mano vacía, adormecida de sujetar con tanta fuerza tus heridas, sombras y fantasmas.  Te dices una y otra vez, que los soltarás cuando tengas la certeza y la promesa garantida de que recibirás globos de colores que nadie te quitará, que no se pincharán y jamás perderán sus colores.  No existe tal garantía.  Los colores cambian, se destiñen, se manchan con la lluvia y el barro de las tormentas.  Algunos globos se desinflan cuando el calor del verano lo agobia.  Otros globos se pinchan cuando pasamos junto a alguien que se rodea de espinas para no ser dañado.  Nada es para siempre y menos aún un puñado de globos.  Y en eso radica la aventura y el asombro: disfrutar de los globos que hoy tenemos y soltarlos cuando es necesario para recibir otros nuevos, quizá algunos dorados y plateados, quizá algunos con estampas divertidas.

Por eso, si me ves ofreciéndote uno de mis globos de colores, es porque estoy abriendo mi corazón para ti, porque sé que puedes y necesitas conocer la alegría de contemplar un color nuevo en tu vida; porque sé que las heridas duelen y pesan, pero también sé que hace falta valentía y decisión para comenzar a sanar.

Si has pedido ayuda a Dios, quizá este globo que te ofrezco sea parte de Su respuesta.  Yo sé que esperas a que mágicamente tus globos amanezcan coloridos y tus ropas sean maravillosas y brillantes de un día para otro.  La vestimenta y los colores de tu corazón, cambiarán cuando seas capaz por fin de soltar tus globos sombríos y aprendas a inflar con tu aliento sagrado nuevos globos con colores jamás soñados.  Cuando lo haces, te lo aseguro, sientes tan liviano tu corazón, que puedes flotar junto con tus globos fantásticos por encima de turbulencias y limitaciones.




Tengo un globo de un color nunca visto.  ¿Lo aceptas?

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes

viernes, 21 de octubre de 2022

Ganas de curarse

¿Qué tantas ganas tengo de curarme?

Debo realmente tener muchas ganas de curarme y estar dispuesta a ello, porque acabo de prepararme una gran jarra con una tisana de ajenjo (artemisia amarga o hierba santa), salvia y diente de león (Taraxacum officinale o achicoria amarga).




En realidad lo que hice fue buscar en mi alacena lo que tenía disponible para lidiar con el hígado y la vesícula que colapsaron el lunes pasado y hoy me han mostrado una piel muy amarillenta en el espejo.    Como la heladera y la billetera están vacías, no está siquiera la opción del  té de limón o de comprar algún suplemento o medicina en la farmacia.

La tisana es tan amarga que luego no sientes más que ese sabor en tu boca.  Creo que el pote con ajenjo estaba ahí desde un episodio similar que tuve hace un par de años, esa es una de las hierbas que  más evito porque es solo para valientes.  ¿Acaso el dolor no es solo para valientes?

Imagino que los productos farmacéuticos nacieron no solo como una manera de simplificar la medicina natural (ahorrando tiempo para quien consume los medicamentos), sino como una manera de evitar sabores desagradables.  Es que te tomas una cápsula o una pastilla y ni siquiera sabes lo que estás tomando, porque solo tiene gusto a talco o plástico.

Los remedios más eficaces de la naturaleza son los más amargos, los que huelen más desagradable o los que tienen apariencia o textura que no te tientan a probarlos.  En la vida es así, aquello que nos cura y nos sana, no es lo más bonito, lo más dulce o lo más agradable.  Aquello que necesitamos para curarnos o ayudar a alguien a sanarse es terriblemente amargo, doloroso o desagradable.




¿Por qué tengo tantas ganas de curarme?

Porque mi salud viene desequilibrada desde el 23 de septiembre, primero fueron las vías respiratorias y después bajó  al hígado, la vesícula y los riñones; para alguien que convive con enfermedades crónicas y que ya tiene los órganos averiados, no es algo fácil de resolver o equilibrar.  Sentirme enferma no es algo que disfrute y menos aún cuando me impide crear, trabajar, aprender, estudiar o simplemente ver lo bonito de la vida.

Sería mucho más fácil y agradable correr a la farmacia del barrio y conseguir un par de medicamentos encapsulados.  Por alguna razón, que solo Dios sabe, no es posible en este momento, entonces, no queda más que usar La Botica de Susie, preparar tisanas, trabajar con afirmaciones y códigos sagrados.  Después de todo, si hubiera estado disponible la solución fácil, no estaría escribiendo esto.


Art: Sophie Gaiman


¿Cómo ayudamos a alguien a curarse o sanarse?

Siempre digo que el verdadero proceso de curación o sanación sucede cuando la persona padeciente es parte activa en el proceso y elige cambiar hábitos y hacer algo para sanar.

Lo he contado en mi canal, mi primer experiencia con un curandero real y sabio, fue cuando mi hijo llevaba tiempo sin superar el problema pulmonar que le había quedado como secuela luego de una encefalitis y neumonitis.  Los antibióticos y los tratamientos médicos solo destruían su sistema inmunológico y cada vez estaba más débil y respiraba peor.  Si yo retiraba los antibióticos, no había episodios de fiebre, por lo tanto estaba segura que su pulmón estaba lleno de residuos acumulados durante su internación de 21 días.  El curandero lo observó detenidamente y luego lo miró a los ojos y le dijo: si quieres curarte, tendrás que tomar cosas muy feas.  Mi hijo que solo tenía 4 años, dijo con mucha determinación que estaba dispuesto.  Acudíamos a su consulta dos veces a la semana para imposición de manos, pero cada día, mi hijo debía ingerir tinturas herbales cuyo olor apestaba y  debía beber litros de tisanas que no tenían mucho mejor sabor.  Pero mi hijo quería volver a jugar y respirar.  Durante 40 días, se levantaba muy temprano en los días de la consulta, pues yo debía llevarlo antes del amanecer, para poder llegar a tiempo al trabajo; y luego se tomaba todas las medicinas naturales que yo le dejaba indicadas en la guardería donde los cuidaban.  No solo empezó a recuperarse pronto, sino que su organismo comenzó a expulsar flemas de todos los colores y texturas.  Nunca se quejó, confió en que su mamá estaba eligiendo lo mejor para él en ese momento.  Luego de los 40 días, era otro niño, jugaba, corría y respiraba bien, y a los pocos meses una radiografía mostró que sus pulmones estaban limpios.

Sucede del mismo modo con la sanación emocional y espiritual, queremos un milagro que Dios active en nuestras vidas, sin tener que cambiar ningún hábito o hacer demasiado esfuerzo.  Nos encantaría que existiera una cápsula mágica para despertar nuevos y transformados con solo pedirlo.

Todos transitamos por un período de nuestra vida o nuestra evolución en que nos aferramos a la luz de otra persona, a la capacidad sanadora de otra persona, a la sabiduría de otra persona o a los dones de otra persona.  Lo hacemos responsable de nuestra evolución y de nuestra sanación, porque así, si no funciona, tendremos a quien culpar.  El tema es que de ese modo nunca funciona, porque a menos que estemos dispuestos  a beber la medicina amarga, no podremos recuperar la capacidad de disfrutar la dulzura en nuestra vida.




¿Cómo llegué a este nivel de ictericia, hígado y vesícula colapsados?

El domingo me invitaron a tomar una merienda especial, pedí un cappuccino con frutos rojos, porque parecía algo sabroso e interesante.  Se veía mucho mejor de lo que sabía y el exceso de crema para disfrazar un cappuccino de mala calidad, fue algo que mi vesícula dañada desde la adolescencia no pudo procesar.




El colapso fue tal que lunes y martes no pude levantarme de la cama y no tenía ganas de comer ninguna cosa. 

Ahora bien, el hígado es la sede de la rabia y las acciones primitivas; donde acumulamos la justificación de las críticas para auto engañarnos y sentirnos mal.  En realidad nos enojamos o nos frutamos con alguien, no lo expresamos y luego estamos enojados con nosotros mismos por habernos fallado y por estar molestos con algo que no podemos cambiar.  Es decir que en el hígado se acumula todo lo amargo.  ¿Me sigues?  Entonces, para curar el hígado tenemos que tomar tisanas de hierbas medicinales que son más amargas que la amargura que tenemos acumulada.  Es decir, no es posible curar un hígado enfermo con un té de miel o un chocolate caliente.  Y solo cuando nos enfrentemos a la total amargura y a los cuidados que necesitamos para expresar nuestras emociones, podremos recuperar la capacidad de disfrutar postres y delicias dulces, en nuestra dieta y en nuestra vida.




La misión de una Mujer Medicina

Comenzamos hablando de tisanas amargas y terminamos hablando de la misión de una Mujer Medicina, porque todo tiene que ver con todo y porque mi escritura es siempre circular. 

Una verdadera Mujer Medicina no te sana, te brinda los recursos o te muestra el camino, pero tú caminas y tú eliges si usar los recursos o cómo usarlos.

Una verdadera Mujer Medicina no te hace la vida más fácil, en realidad, te enseña a lidiar con las complicaciones de tu vida, para que luego todo se te haga más fácil.

Una verdadera Mujer Medicina no solo baila contigo bajo la luna, te apapacha en días difíciles o te susurra antiguas plegarias al oído;  una mujer medicina también te receta tisanas amargas, te muestra en el espejo lo que no quieres ver y te obliga a caminar sola cuando es necesario para tu aprendizaje.

Una Mujer Medicina no necesita justificarse, demostrar lo que sabe o persuadir con palabras del alcance de sus dones.  Una Mujer Medicina, te mira y desnuda tu alma de todos los velos, te escucha y tamiza tus palabras a la luz de las verdades que solo Dios conoce; toma tu mano un instante para mostrarte el camino de las estrellas y luego la suelta para que descubras tu propio cielo.  Una Mujer Medicina rasca tu espalda llena de callos, hasta que un día, bajo las cicatrices, comienzan a florecer tus alas y descubres que todo lo amargo era apenas la antesala de todo lo dulce que te quedaba por vivir.

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Palabras




jueves, 9 de junio de 2022

Lo que se aprende con el tiempo y la soledad

 


  • Nadie puede amarnos más de lo que nosotras nos amamos.
  • No alcanza con que una sola persona ame.
  • Quien solo pide disfrutar un momento, no merece nuestro tiempo ni nuestras caricias.
  • No vale la pena lanzarse al vacío por alguien que no puede sujetar tu mano cuando caminas por la calle.
  • No alcanza con amar; podemos lastimar si estamos lastimadas y no aprendimos a sanar.
  • El amor no puede inventarse, crearse, fabricarse o contagiarse.
  • El amor se sostiene, se cultiva, se honra, se celebra y se bendice.
  • No hay amores equivocados, hay amores desencontrados.
  • No existen amores imposibles.  El buen amor siempre es posible.
  • Nadie es responsable de lo que sentimos o dejamos de sentir.
  • El Alma sabe más que la razón.
  • Quien no puede besarte con la mirada, jamás podrá acariciar tu corazón.
  •  Lo que más nos asusta del verdadero amor es la imposibilidad de tener el control sobre nosotros y sobre el otro.
  • Las emociones no se controlan, las emociones se gestionan.
  • Cuando elegimos no amar, cerramos nuestro corazón a las bendiciones de la vida.
  • La voz que puede alterar tu latido es la voz que conoce el idioma de tu alma.
  • No es lo mismo amar a una persona con sus virtudes e imperfecciones, que amar lo que esa persona nos hace sentir.
  • Si no podemos vivir en plenitud cuando estamos solas, jamás podremos sentirnos plenas en compañía de otra persona.
  • Cuando recibimos señales confusas, es una clara señal de que no hay amor del bueno.
  • No puedes salvar a nadie, solo puedes amarlo.
  • No es nuestra misión rescatar a nadie de sus propios demonios y pesadillas.
  • La cercanía no se mide en kilómetros ni en desnudez. El buen amor te alcanza y te toca aunque estés al otro lado del océano.
  • La verdadera intimidad es un espacio invisible donde dos corazones se encuentran y desnudan su alma.
  • El buen amor no duele; lo que duele es la necesidad insatisfecha de que el otro nos de algo que no puede darnos; lo que duele es la lucha entre nuestra razón y nuestro corazón; lo que duele es no coincidir en tiempo y espacio.
  • Quien te trata como una opción, no merece ser tu prioridad.
  • Nos hacemos el tiempo para  lo que verdaderamente nos importa.
  • Prestar atención es un gesto de amor.
  • No siempre ‘escuchamos’ lo que nos dicen, muchas veces interpretamos lo que queremos oír.
  • No puedes amar a quien no está dispuesto a ser amado o elige no  sentirse amado.
  • El amor no se justifica, no se explica, no se mide, no se dosifica, no se cuestiona, no se condena, no se esconde, no se entierra, no se posterga.   



  • La única forma de encontrar el buen amor y reconocerlo, es Ser Amor.
  • Siempre que nos defendemos o nos protegemos (consciente o inconscientemente), creamos muros de espinas que lastiman a quien intenta acercarse.
  • El buen amor no se olvida, jugamos a dibujar nuevas realidades, pero el buen amor será siempre parte de lo que somos y bastará un desvío del destino para recordarnos los jardines olvidados.
  • El  enamoramiento y el amor son diferentes; la pasión y el amor pueden complementarse pero no son lo mismo; el erotismo y la sensualidad son formas del lenguaje del amor pero también pueden ser dialectos del ego; el apego y la comodidad no son lo mismo que el amor.
  • El amor no avisa, no te prepara, no te da tiempo a reaccionar, no admite estrategias ni manipulaciones; el amor te sorprende, te coloniza, te puede, te supera y te trasciende.
  • El amor no suplica, no mendiga, no humilla, no se vende y no se alquila. 
  • No tiene sentido esperar a quien no tiene apuro por llegar.
  • El Amor Es.
  • Los versos que un hombre enamorado escribe en nuestro corazón amante, jamás se borran.
  • Los susurros que nuestras Almas comparten cuando estamos distraídos amando, serán parte del eco que nos despierte cuando estamos dormidos.


Susannah Lorenzo©

Bella durmiente a los 57.

No espero, no busco, no ansío y sin embargo, bastaría un beso en la frente y la palabra correcta para arrebolar mi corazón.

Art: Chie Yoshii