sábado, 25 de febrero de 2017

Extranjera entre mi gente

Las redes (FB, blog) se han vuelto mi bitácora de viaje, mi antídoto contra la soledad, mi vacuna contra la locura.

Pueden pasar días, semanas enteras y hasta meses en que no hablo con nadie, a menos que sea lo estrictamente necesario si voy a comprar algo y tengo algún alumno particular.  Si estoy sin trabajo, entonces no hablo con nadie.

Cuando decidí volver a San Juan (mi ciudad natal) hace un año y medio ya, lo hice porque los alquileres estaban más baratos que en Malargüe (Mendoza), y porque pensé que en una ciudad grande habrían más posibilidades de conseguir trabajo.  En lo profundo de mi corazón, tenía la esperanza que con dos hijos aquí, gran parte de mi familia (primos y tíos) y algunas viejas amigas, todo podría ser más fácil.

Creo que me equivoqué en muchas cosas.  Nunca me he sentido tan sola.  Es esa soledad que te lastima porque en realidad mucha gente te conoce y dicen quererte bien y dicen desearte lo mejor.

En este momento, si pudiera, embalaría todo nuevamente y me mudaría a una ciudad donde pudiera ser una completa desconocida, entonces, no me dolería pasar semanas y meses en completo ostracismo.  Quizá debería mudarme a un pueblo pequeño, donde pudiera vivir de mis dones.

Por supuesto, que si tuviera dinero y buen trabajo, y aceptara invitaciones para tomar algo o salir a comer, y pudiera hacer vida social, entonces, toda esa gente estaría 'conectada' y 'presente'.

Cuando las cosas van muy mal, cuando no tienes trabajo, cuando no puedes pagar una salida, cuando no puedes frecuentar los sitios donde todos van, cuando no puedes invitar a nadie a comer, porque ni siquiera tú tienes para comer; te vuelves una persona que todos evitan.  Como si se tratara de una enfermedad contagiosa, todos se alejan y si te hablan, quieren evitar la respuesta cuando preguntan "¿Cómo estás?".

Entonces aprendes a fingir, a hacer como sí, a sonreir y a decir que estás bien.
De mis hijos, no espero nada de ellos, no creo que tengan la obligación de ayudarme o estar presentes, sino lo sienten o no lo necesitan.

Somos una familia rota, una familia que se rompió cuando yo ya no pude darles techo, ni estudio ni comida y las manipulaciones de personas sin corazón ganaron para separarnos.  Estamos rotos por dentro y ellos aún no están dispuestos a sanar eso.  La relación entre los hermanos está rota, nuestros vínculos madre/hijo están rotos y para ellos es menos doloroso aplicar una dosis intensa de distancia.  Me pregunto si los nietos/sobrinos heredarán memorias rotas de una familia que nunca encontró un momento para reencontrarse.

Susie ©
Desde el desierto
25 de febrero 2017