Suele pasar en esta época del año: de repente estoy desganada, desconectada de mi creatividad y con dificultades para enfocarme en mis bendiciones e ignorar las carencias. ¿Será el frio crudo de invierno? ¿Será la falta de ventas en la tienda? ¿Será la billetera y la heladera vacía? ¿Será el fin de semana largo extendido a cuatro días por feriados patrios?
La sensación
de no sentir nada empieza siempre igual, hasta que una publicación o una frase
activa las emociones reprimidas: una perdona pero no olvida; o en todo caso una
perdona pero no termina de aceptar. Es
domingo día del padre, debería sentirme bendecida por la salud de mi padre de
83 años, pero eso no me alcanza hoy.
Todo
comienza por comparación: hay muchas personas celebrando el día del padre y si
no lo están haciendo, disfrutan del fin de semana largo turístico paseando en
algún lugar. En realidad, creo que lo
que más le molesta a alguna parte de mi ego, es que el padre de mis hijos
celebra su día con alguna comida abundante, con saludos sin reclamos y con
reconocimientos injustos. ¿Qué
celebra? Quizá celebra la descendencia
que lleva de apellido, o el tener hijos sanos y criados que no le costaron
ningún esfuerzo. ¡Vaya una a saber cómo
funciona su cerebro!
Durante 16
años, al padre de mis hijos no le importó si ellos tenían lo necesario para
sobrevivir. No cumplió con sus obligaciones como padre. No le quitó el sueño si sus hijos tenían los
medicamentos necesarios o si los alimentos eran lo suficientemente nutritivos
para que pudieran ir a la escuela. No
pasó días y noches en salas de espera de
hospital, no visitó tantos pediatras como fuera necesario para encontrar una
solución, ni trabajó más horas de las que su cuerpo resistía para que ellos
tuvieran todo lo necesario.
Después de
16 años (17 si contamos el tiempo del primer embarazo), asumió su rol de padre
como un desafío, un desquite y un ajuste de cuentas, buscando evitar el pago de
sus obligaciones económicas escritas por ley.
Cualquier cosa que saliera mal a partir de ese momento, sería culpa de
mi ‘mala crianza’, o de mi incapacidad para sostener un techo para mis hijos,
enviarlos a la escuela o darles de comer cada día. Se valió de mentiras, manipulaciones y otros
ardides para declararse padre y salvador.
¿Qué pasó
con la deuda económica acumulada durante 16 años? -- Prescribió.
¿Qué pasó
con el abandono paternal? – Prescribió.
¿Qué pasó
con los daños y perjuicios causados por su irresponsabilidad y falta de
cumplimiento?—Prescribieron.
¿Qué pasó
con los daños y perjuicios causados por su violencia física, verbal, emocional
y sexual?—Prescribieron. Y lo que es
peor, nadie quiere hablar de ello y si lo hacen, pues bueno, era solo mi
problema y ‘mi responsabilidad’.
No le deseo
mal, ni tampoco me gustaría que mis hijos se llenaran de odio hacia él. Ellos descargan todo su resentimiento, sus
reclamos y su dolor contra mí, que fue la que siempre tomó las decisiones, la
que eligió lo menos malo, la que sacrificó su maternidad para que ellos
tuvieran todo lo necesario, la que hacía todo lo que necesitaba hacerse, la que
calló para evitar aún más conflictos y represalias. Sí, quien hace, se equivoca. Quien no hace nada, pues no tiene más error
que el no haber hecho nada; y para la memoria de un hijo herido, los errores
visibles (lo que se hizo mal y lo que no se hizo tan bien como debería haberse
hecho) pesa más que un solo error invisible.
Mientras
como una porción de arroz recalentado y medio waffle de harina integral,
escribo esta entrada del blog. Hay
silencio y paz; no solo porque el vecindario ha emigrado a celebrar en algún
otro lugar, sino porque vivo en paz, sin gritos, sin insultos, sin
humillaciones, sin controles, sin manipulaciones y sin coacción. Eso es una bendición.
Sin embargo,
una parte de mi ego, aún necesita justicia; pero no hablo de castigo, hablo de
justicia. Es decir: ¿qué pasa con todas
las madres solteras que criaron solas a sus hijos y debido a ello no pudieron
acomodar sus finanzas, perdieron su salud física e incluso demoraron en
recuperar su salud mental y emocional?
Por supuesto
que si la ley o la justicia de este país no lograron que él cumpliera con sus
obligaciones como padre cuando ellos eran pequeños, tampoco lograría que se
hiciera cargo de daños y perjuicios y las secuelas de su irresponsabilidad.
Pero sería
bonito, que antes de que la sociedad les permitiera celebrar su día, antes de
que se sacaran una selfie con sus hijos sonrientes, antes de que disfrutaran de
la descendencia de su apellido cuando ya están criados (sin haber pasado por la
etapa de pañales, biberones, pediatras, internaciones, cirugías y
supervivencia), que se pusieran al día con esas deudas que ya olvidaron.
Es decir,
sería bonito, recibir algo así como una pensión especial; una retribución por haber hecho todo el
trabajo solas; una compensación por los tormentos y carencias; un resarcimiento
por todo el tiempo que no pudimos compartir con nuestros hijos; una indemnización
por haber logrado que esos hijos que ellos disfrutan ahora, llegaran vivos,
sanos y educados a la adolescencia.
Una indemnización
o una pensión no devolverían el tiempo ni restauraría mágicamente la salud;
pero si me permitiría mejorar la calidad de vida, afrontar los gastos de
medicamentos; pasear y viajar para visitar a mis hijos y nietos y tener un
respiro de tener que correr siempre para conseguir el dinero necesario cada
mes. Creo que además, si existiera, los ‘listillos
y capullos’ que hacen su vida de solteros mientras las mujeres crían a los
hijos y después vuelven reclamando perdón y vendiendo espejitos de colores, se
la pensarían dos veces, porque de todos modos, en algún momento deberían pagar.
Energéticamente,
creo que también sería un equilibrio, una restauración del dar y recibir.
La ley en
Argentina, dice que por 3 hijos, un hombre debería aportar el 43% de su sueldo. Supongamos que recibe un sueldo docente promedio (porque
en realidad el padre de mis hijos terminó haciendo carrera en cargos directivos) de 95000 ARS a junio
de 2023. Entonces ARS 40850 sería el porcentaje de cuota. Si multiplico ese valor por 16 años de 12
meses cada uno, resulta en ARS 7843200.
Podría acomodar parte de mi vida, podría invertir en equipos para
trabajar; o podría simplemente vivir un poco más cómodamente.
No me sucede
todos los años, ni todos los junios, pero en junios especialmente difíciles,
con renovación de alquiler en puerta, inevitablemente hago matemáticas. No es venganza, no es resentimiento, es
justicia. Hay un sujeto que hoy está
celebrando su día sin ningún remordimiento ni reclamo y que me debe casi 8
millones de pesos argentinos.
Obviamente,
lo dejo en manos de Dios; iniciar un proceso legal sería tan costoso y
desgastante que no valdría la pena lo obtenido.
Revisar el
cálculo matemático me da paz, sobre todo ante reclamos, cuestionamientos y
condenas familiares. Soy consciente de
mis errores, soy consciente de que hice lo que mejor que pude y que no siempre
fue lo ideal; pero también soy consciente de que muchas de esas personas,
incluyendo mis hijos, que hoy cuestionan mis decisiones, no estuvieron ahí como
adultos para resolver y encontrar soluciones.
La realidad podría haber sido diferente si cada quien hubiera cumplido
su rol y sus obligaciones, eso solo Dios sabe.
Para la
sociedad y para la familia es fácil olvidar, callar, confundir perdón con
permisividad y alegar prescripción de responsabilidad para que muchos padres
puedan disfrutar de lo que ganaron con un simple esperma.
Parece una
contradicción, seguramente, ya que estoy escribiendo artículos y publicaciones sobre
Sanar el Divino Masculino y hablo de justicia y causas prescriptas. Pues tiene que ver y mucho. Es decir, Esos hombres, padres biológicos que
en la vida adulta reclaman y eligen ejercer su paternidad tardía, no reconocen
su abandono, no piden perdón, no honran ni respetan el trabajo hecho por las
madres; exigen perdón, benevolencia y cariño.
En muchos casos culpan a las madres de que ellos se mantuvieran alejados
o no cumplieran con sus obligaciones económicas y afectivas.
Energéticamente,
una madre que cría sola a sus hijos, crea un desequilibrio de energías en sí
misma, se masculiniza por así decirlo, para usar su energía masculina para
cubrir el rol del progenitor ausente. En
la mayoría de los casos, se desconecta de su energía divina femenina para poder
afrontar el desafío y mantener a sus hijos a salvo.
Por otro
lado, un hombre que no asume su madurez ni cultiva su divino masculino y vive
en los aspectos sombríos de su psique sin ocuparse de las necesidades de sus
hijos, no solo deja secuelas en la madre y en los hijos, sino que también crea
un modelo, un patrón de conducta a imitar y repetir.
Vamos a
hacer una analogía: imaginemos que una persona roba a un banco, logra escapar y
disfrutar del botín; se mantiene prófugo con pedido de captura por décadas y luego por ley o por mandato social, su
causa prescribe. Esa misma persona se
postula para gerente del banco y acredita idoneidad con un CV falsificado y
carente de sustento. ¿Tiene derecho a
ser el gerente del banco? ¿Está bien que
olvidemos todo el dinero que robó?
A causa de
mi inestabilidad económica tengo deudas, no me enorgullece, me quita el
sueño. Cada tanto hay rondas de agentes
intermediarios que han comprado las deudas, que como chacales me acosan con
correos y llamadas. Y aunque no
recibiera esas amenazas, a una parte de mí le encantaría saldar las deudas, me
daría paz.
Podría tomar
la misma conducta para cobrar lo que me corresponde. No serviría de nada. Primero, porque no haría mella alguna en su
conciencia, ni le quitaría el sueño.
Segundo, porque yo perdería paz y me subiría a una guerra a la que
renuncié el día que mi hija menor lloraba siendo bebé por no tener leche para
tomar y él sólo decía: “no se va a morir porque llore o porque no tenga leche”.
Renuncié a
esa guerra porque los juzgados, las denuncias, los asistentes sociales, la
burocracia legal de mi país, las audiencias y los reclamos sin resultado
alguno, me quitaban tiempo para trabajar y me quitaban la claridad mental
necesaria para resolver lo que nadie más haría; deterioraban mi salud física, mental y emocional.
Así es que
con casi 59 años, no comenzaría ninguna guerra ahora. Pero me gustaría creer que algún día la
sociedad será más justa. Me gusta pensar
que algún día la verdad pesará más que los silencios y las mentiras. Me anima
creer que se puedan cultivar relaciones más sanas en las generaciones por
venir.
Susie / Susannah Lorenzo
Domingo 18 de junio, Día del Padre
Aquí, aún quedan 2 días de feriado y yo aún guardo la esperanza de que las promociones y descuentos en las tiendas llamen la atención de alguien que divaga en su celular.
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