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domingo, 18 de junio de 2023

Paternidades que prescriben

Suele pasar en esta época del año: de repente estoy desganada, desconectada de mi creatividad y con dificultades para enfocarme en mis bendiciones e ignorar las carencias.  ¿Será el frio crudo de invierno?  ¿Será la falta de ventas en la tienda?  ¿Será la billetera y la heladera vacía?  ¿Será el fin de semana largo extendido a cuatro días por feriados patrios?

La sensación de no sentir nada empieza siempre igual, hasta que una publicación o una frase activa las emociones reprimidas: una perdona pero no olvida; o en todo caso una perdona pero no termina de aceptar.  Es domingo día del padre, debería sentirme bendecida por la salud de mi padre de 83 años, pero eso no me alcanza hoy.

Todo comienza por comparación: hay muchas personas celebrando el día del padre y si no lo están haciendo, disfrutan del fin de semana largo turístico paseando en algún lugar.  En realidad, creo que lo que más le molesta a alguna parte de mi ego, es que el padre de mis hijos celebra su día con alguna comida abundante, con saludos sin reclamos y con reconocimientos injustos.  ¿Qué celebra?  Quizá celebra la descendencia que lleva de apellido, o el tener hijos sanos y criados que no le costaron ningún esfuerzo.  ¡Vaya una a saber cómo funciona su cerebro!





Durante 16 años, al padre de mis hijos no le importó si ellos tenían lo necesario para sobrevivir. No cumplió con sus obligaciones como padre.  No le quitó el sueño si sus hijos tenían los medicamentos necesarios o si los alimentos eran lo suficientemente nutritivos para que pudieran ir a la escuela.  No pasó días  y noches en salas de espera de hospital, no visitó tantos pediatras como fuera necesario para encontrar una solución, ni trabajó más horas de las que su cuerpo resistía para que ellos tuvieran todo lo necesario.

Después de 16 años (17 si contamos el tiempo del primer embarazo), asumió su rol de padre como un desafío, un desquite y un ajuste de cuentas, buscando evitar el pago de sus obligaciones económicas escritas por ley.  Cualquier cosa que saliera mal a partir de ese momento, sería culpa de mi ‘mala crianza’, o de mi incapacidad para sostener un techo para mis hijos, enviarlos a la escuela o darles de comer cada día.  Se valió de mentiras, manipulaciones y otros ardides para declararse padre y salvador.

¿Qué pasó con la deuda económica acumulada durante 16 años?  -- Prescribió.

¿Qué pasó con el abandono paternal? – Prescribió.

¿Qué pasó con los daños y perjuicios causados por su irresponsabilidad y falta de cumplimiento?—Prescribieron.

¿Qué pasó con los daños y perjuicios causados por su violencia física, verbal, emocional y sexual?—Prescribieron.  Y lo que es peor, nadie quiere hablar de ello y si lo hacen, pues bueno, era solo mi problema y ‘mi responsabilidad’.




No le deseo mal, ni tampoco me gustaría que mis hijos se llenaran de odio hacia él.  Ellos descargan todo su resentimiento, sus reclamos y su dolor contra mí, que fue la que siempre tomó las decisiones, la que eligió lo menos malo, la que sacrificó su maternidad para que ellos tuvieran todo lo necesario, la que hacía todo lo que necesitaba hacerse, la que calló para evitar aún más conflictos y represalias.  Sí, quien hace, se equivoca.  Quien no hace nada, pues no tiene más error que el no haber hecho nada; y para la memoria de un hijo herido, los errores visibles (lo que se hizo mal y lo que no se hizo tan bien como debería haberse hecho) pesa más que un solo error invisible.




Mientras como una porción de arroz recalentado y medio waffle de harina integral, escribo esta entrada del blog.  Hay silencio y paz; no solo porque el vecindario ha emigrado a celebrar en algún otro lugar, sino porque vivo en paz, sin gritos, sin insultos, sin humillaciones, sin controles, sin manipulaciones y sin coacción.  Eso es una bendición.

Sin embargo, una parte de mi ego, aún necesita justicia; pero no hablo de castigo, hablo de justicia.  Es decir: ¿qué pasa con todas las madres solteras que criaron solas a sus hijos y debido a ello no pudieron acomodar sus finanzas, perdieron su salud física e incluso demoraron en recuperar su salud mental y emocional?

Por supuesto que si la ley o la justicia de este país no lograron que él cumpliera con sus obligaciones como padre cuando ellos eran pequeños, tampoco lograría que se hiciera cargo de daños y perjuicios y las secuelas de su irresponsabilidad.

Pero sería bonito, que antes de que la sociedad les permitiera celebrar su día, antes de que se sacaran una selfie con sus hijos sonrientes, antes de que disfrutaran de la descendencia de su apellido cuando ya están criados (sin haber pasado por la etapa de pañales, biberones, pediatras, internaciones, cirugías y supervivencia), que se pusieran al día con esas deudas que ya olvidaron.

Es decir, sería bonito, recibir algo así como una pensión especial;  una retribución por haber hecho todo el trabajo solas; una compensación por los tormentos y carencias; un resarcimiento por todo el tiempo que no pudimos compartir con nuestros hijos; una indemnización por haber logrado que esos hijos que ellos disfrutan ahora, llegaran vivos, sanos y educados a la adolescencia.

Una indemnización o una pensión no devolverían el tiempo ni restauraría mágicamente la salud; pero si me permitiría mejorar la calidad de vida, afrontar los gastos de medicamentos; pasear y viajar para visitar a mis hijos y nietos y tener un respiro de tener que correr siempre para conseguir el dinero necesario cada mes.  Creo que además, si existiera, los ‘listillos y capullos’ que hacen su vida de solteros mientras las mujeres crían a los hijos y después vuelven reclamando perdón y vendiendo espejitos de colores, se la pensarían dos veces, porque de todos modos, en algún momento deberían pagar.

Energéticamente, creo que también sería un equilibrio, una restauración del dar y recibir.




La ley en Argentina, dice que por 3 hijos, un hombre debería aportar el 43% de su sueldo.  Supongamos que recibe un sueldo docente promedio (porque en realidad el padre de mis hijos terminó haciendo carrera en cargos directivos) de 95000 ARS a junio de 2023. Entonces ARS 40850 sería el porcentaje de cuota.  Si multiplico ese valor por 16 años de 12 meses cada uno, resulta en ARS 7843200.  Podría acomodar parte de mi vida, podría invertir en equipos para trabajar; o podría simplemente vivir un poco más cómodamente.

No me sucede todos los años, ni todos los junios, pero en junios especialmente difíciles, con renovación de alquiler en puerta, inevitablemente hago matemáticas.  No es venganza, no es resentimiento, es justicia.  Hay un sujeto que hoy está celebrando su día sin ningún remordimiento ni reclamo y que me debe casi 8 millones de pesos argentinos.

Obviamente, lo dejo en manos de Dios; iniciar un proceso legal sería tan costoso y desgastante que no valdría la pena lo obtenido.

Revisar el cálculo matemático me da paz, sobre todo ante reclamos, cuestionamientos y condenas familiares.  Soy consciente de mis errores, soy consciente de que hice lo que mejor que pude y que no siempre fue lo ideal; pero también soy consciente de que muchas de esas personas, incluyendo mis hijos, que hoy cuestionan mis decisiones, no estuvieron ahí como adultos para resolver y encontrar soluciones.  La realidad podría haber sido diferente si cada quien hubiera cumplido su rol y sus obligaciones, eso solo Dios sabe.





Para la sociedad y para la familia es fácil olvidar, callar, confundir perdón con permisividad y alegar prescripción de responsabilidad para que muchos padres puedan disfrutar de lo que ganaron con un simple esperma.

Parece una contradicción, seguramente, ya que estoy escribiendo artículos y publicaciones sobre Sanar el Divino Masculino y hablo de justicia y causas prescriptas.  Pues tiene que ver y mucho.  Es decir, Esos hombres, padres biológicos que en la vida adulta reclaman y eligen ejercer su paternidad tardía, no reconocen su abandono, no piden perdón, no honran ni respetan el trabajo hecho por las madres; exigen perdón, benevolencia y cariño.  En muchos casos culpan a las madres de que ellos se mantuvieran alejados o no cumplieran con sus obligaciones económicas y afectivas.

Energéticamente, una madre que cría sola a sus hijos, crea un desequilibrio de energías en sí misma, se masculiniza por así decirlo, para usar su energía masculina para cubrir el rol del progenitor ausente.  En la mayoría de los casos, se desconecta de su energía divina femenina para poder afrontar el desafío y mantener a sus hijos a salvo.

Por otro lado, un hombre que no asume su madurez ni cultiva su divino masculino y vive en los aspectos sombríos de su psique sin ocuparse de las necesidades de sus hijos, no solo deja secuelas en la madre y en los hijos, sino que también crea un modelo, un patrón de conducta a imitar y repetir.

Vamos a hacer una analogía: imaginemos que una persona roba a un banco, logra escapar y disfrutar del botín; se mantiene prófugo con pedido de captura por décadas  y luego por ley o por mandato social, su causa prescribe.  Esa misma persona se postula para gerente del banco y acredita idoneidad con un CV falsificado y carente de sustento.  ¿Tiene derecho a ser el gerente del banco?  ¿Está bien que olvidemos todo el dinero que robó?




A causa de mi inestabilidad económica tengo deudas, no me enorgullece, me quita el sueño.  Cada tanto hay rondas de agentes intermediarios que han comprado las deudas, que como chacales me acosan con correos y llamadas.  Y aunque no recibiera esas amenazas, a una parte de mí le encantaría saldar las deudas, me daría paz.

Podría tomar la misma conducta para cobrar lo que me corresponde.  No serviría de nada.  Primero, porque no haría mella alguna en su conciencia, ni le quitaría el sueño.  Segundo, porque yo perdería paz y me subiría a una guerra a la que renuncié el día que mi hija menor lloraba siendo bebé por no tener leche para tomar y él sólo decía: “no se va a morir porque llore o porque no tenga leche”.

Renuncié a esa guerra porque los juzgados, las denuncias, los asistentes sociales, la burocracia legal de mi país, las audiencias y los reclamos sin resultado alguno, me quitaban tiempo para trabajar y me quitaban la claridad mental necesaria para resolver lo que nadie más haría; deterioraban mi salud física, mental y emocional.

Así es que con casi 59 años, no comenzaría ninguna guerra ahora.  Pero me gustaría creer que algún día la sociedad será más justa.  Me gusta pensar que algún día la verdad pesará más que los silencios y las mentiras. Me anima creer que se puedan cultivar relaciones más sanas en las generaciones por venir.

Susie / Susannah Lorenzo

Domingo 18 de junio, Día del Padre

Aquí, aún quedan 2 días de feriado y yo aún guardo la esperanza de que las promociones y descuentos en las tiendas llamen la atención de alguien que divaga en su celular.

miércoles, 20 de julio de 2022

Sobre enojos y puentes rotos

Uno de los errores más comunes de la vida espiritual y la práctica de la paz interior, es obligarnos a reprimir cualquier señal de enojo.  Nos acostumbramos a respirar hondo, eliminar cualquier manifestación de nuestro desagrado, mantener la calma y evitar los conflictos.



Sin embargo, somos seres humanos y cualquier invalidación de nuestros derechos, una injusticia o una falta de respeto severa puede enojarnos.  Las personas se acostumbran a que como somos seres pacíficos, debemos mantener siempre una línea de conducta de voz tenue, silencios y modales amables.  De cuando en cuando, algunas personas necesitan que pongamos límites, necesitan saber que la paz y la amabilidad no dan lugar al atropello y que el enfado bien canalizado y expresado sin insultos es una manera de ubicar a cada quien en su palmera, como dice alguien a quien quiero mucho.

Guardar los enojos, evitar siempre cualquier clase de conflicto, ceder constantemente en pos de la paz de las relaciones y guardar nuestro tono de voz severo pueden causar la acumulación tóxica y explosiva de cóleras no controladas, que como el fuego, tomarán medidas insospechadas y crecerán a la sombra de la falta de amor y atención.  Entonces un día, bastará una gota para rebalsar el vaso, una chispa para encender la hoguera y quemar el portón tras el cual permanecían ocultos nuestros disgustos.  Nos hallaremos de mal humor, intolerantes y no tendremos paciencia ni para nosotros mismos.  Apenas una chispa, recordará todas las chispas, todos los momentos, aún aquellos que sucedieron décadas atrás.

Si cedemos para ser aceptados o no ser rechazados, en realidad, no nos están aceptando tal como somos, simplemente están aceptando una proyección a medida de los otros.  Si callamos porque nuestra verdad ofende y mantenemos la paz a costa de nuestro silencio, en verdad, estamos siendo injustos e infieles a nosotros mismos.  Nadie más que nosotros defenderá nuestros derechos, nuestro espacio, nuestra voz, nuestro lugar en este mundo o nuestra forma auténtica de ser.



Solemos callar lo que sentimos para no cargar con la culpa de que las otras personas se sientan ofendidas, lastimadas o decepcionadas por manifestar nuestras emociones.  Les permitimos que disfruten de una relación anestesiada por la diplomacia, los disfraces y los eufemismos.  Nos desconectamos así, de las emociones que creemos negativas, y por lo tanto nos alejamos del verdadero equilibro de nuestra alma y nuestra personalidad.

Quienes somos sobrevivientes de situaciones de violencia (en todos sus niveles), desarrollamos una cierta alergia a los enfrentamientos, los conflictos y cualquier agresión verbal, mental o emocional.  Por eso, inmediatamente nos cerramos en nuestra ira, y deseamos que se disuelva como por arte de magia.

No creo que sea sabio actuar o hablar desde la amargura del enojo, cuando la explosión de todas las chispas está en pleno auge.  Creo que cuando eso sucede es tiempo de hacer silencio, todo el silencio posible, para poder escuchar a nuestra mente y todas las frustraciones guardadas.  Depende cuánto tiempo llevemos sin escucharnos, ese acto de introspección puede tardar una tarde o tal vez varios días.

Luego, debemos analizar cuántas veces callamos para no incomodar, para caer bien o para mantener una relación que no respeta nuestro espacio y nuestra identidad.

Se puede establecer límites, reclamar lo que nos pertenece y defender nuestros derechos sin agredir, insultar ni gritar; desde la paz interior y la seguridad absoluta de lo que merecemos sin culpa alguna.

Ahora bien, nuestra voz inevitablemente incomodará, ofenderá y enojará a quienes no están dispuestos de antemano a respetar lo que somos y lo que nos corresponde, y eso es algo con lo que debemos aprender a vivir.

Volvernos amargos como una ofrenda de sacrificio no es ningún mérito.  La gloria está en expresar nuestra voz desde el amor, la compasión y el respeto por lo que somos y lo que es cada persona.  Es importante aceptar que así como nadie es responsable de nuestro enojo, no somos responsables de la amargura que otros sienten por cómo somos, lo qué hacemos o lo que decimos.(Siempre y cuando actuemos desde el amor, la compasión, la empatía y el respeto.)



Cada quien está lidiando con sus propias luchas, conflictos, crisis e incoherencias.  Quien no honra nuestra presencia y nuestra palabra, encontrará siempre excusas para ignorarnos, faltarnos el respeto, invisibilizarnos o mostrarnos su hostilidad.  Probablemente, aquello que sentimos como algo que ‘nos hacen’, en realidad, es un mecanismo de defensa inconsciente, porque lo diferente en nosotros los asusta, los confunde o trae a la superficie sus conflictos emocionales.

El enojo es algo  que siempre me ha costado gestionar.  Suelo consumirme en llamas de frustración, impotencia y rabia mientras quienes cometieron su atropello continúan su vida sin darse cuenta o sin importarles el daño que causan.

El enojo, es al fin de cuentas, una suma de expectativas no cumplidas.  Es decir, esperamos que porque alguien reza a diario o va a misa cada domingo, vea la espiritualidad y la buena voluntad tal como la vemos nosotros. Proyectamos nuestra forma de actuar, nuestro nivel de compasión y respeto en la vida de otras personas, esperando que actúen en espejo o que se rijan por las mismas normas y valores que nosotros.  No funciona así, lamentablemente.  Proyectar y tener expectativas es una manera de juzgar, una manera de rotular a las personas.  Si me enoja más que una terapeuta holística no sea tan holística, o que un católico se olvide de Jesús en sus actos diarios; si me enoja eso más que un ser pedestre y común sin vida espiritual o consciencia expandida cometa el mismo atropello; entonces, estoy juzgando, estoy midiendo a los otros según mis expectativas y según los rótulos que cada quien exhibe.

Mi enojo, mi amargura, mi furia y mi frustración no harán que los otros cambien o tomen consciencia, quizá nunca lo hagan o cuando lo hagan, yo ya no lo necesite.

Una vez que todo el enfado ha tenido su espacio y su tiempo, llega el momento de respirar y perdonar, de aceptar, amar, iluminar y seguir adelante.

Quien me ‘ha ofendido’ merece la mejor versión de mi misma; si lo dejo con mis pequeñeces, mis sombras y mis propios miedos e inseguridades, solo aumentará la hostilidad y estaré alimentando su propia oscuridad.

No es que sea fácil, estoy aprendiendo.

En los últimos días pasaron muchas cosas desagradables, en realidad, creo que han sido varias semanas.  De repente, me di cuenta que había un patrón que se repetía: hostilidad, falta de respeto, atropello y desconsideración.  Fue así que me tomé el trabajo de recordar cada ocasión, cada lugar y todas y cada una de mis reacciones.  Mis reacciones habían sido siempre las mismas: enojo, frustración, rabia, impotencia, tormentas mentales, reclamos por justicia y un aceptado rol de víctima.  Entonces me dije: ¿Qué es lo que puedo hacer diferente? Puedo aprender a aceptar que cada quien tiene su nivel de consciencia y espiritualidad y ninguno es mejor que otro.  Puedo aprender a perdonar, liberándome de cualquier necesidad de revancha, recompensa o remediación.  Puedo aprender a mirar amorosamente a las personas en su imperfección, en sus egoísmos y en su limitada visión del otro.  Puedo aprender a quitar el foco de lo que está mal y solo ocuparme de Ser mi mejor versión, de brillar mi Luz y manifestar mi Alma, sin esperar la aprobación de otros.



Este ha resultado un escrito bastante desorganizado, sin la fluidez de otras veces; pero estoy agotada física, mental y energéticamente.  Las pruebas de las últimas semanas han sucedido en todos los niveles y en todas las dimensiones.

Este es un recordatorio para mí y una invitación para ti: no acumular enojos en el sótano sin nuestra atención y cuidado amoroso.

Paz en nuestros corazones.

Paz en nuestra mente.

Necesitamos mucha Paz.

Susannah Lorenzo

Tejedora de Puentes

(Con puentes bombardeados)

19/07/2022