domingo, 28 de abril de 2024

Abuelas ausentes



En uno de esos momentos en que me permito extrañar mi rol de abuela y el cariño de mis nietos, me di cuenta que vengo de una historia de abuelas ausentes, exiliadas o invisibles, por así decirlo.

La primera mudanza fuera de la provincia natal fue cuando yo tenía 4 años y desde ahí el rumbo de mi familia fue cambiando cada año o cada dos años, dependiendo de las obras viales que supervisaba mi padre.




Con mi abuela materna, el contacto dependía solamente de nuestras vacaciones en San Juan o de las temporadas en que nos tocaba vivir allí por un corto tiempo, hasta que aparecía un trabajo mejor.  Ella no salía de su casa por razones de salud y jamás nos visitó en nuestra casa, ni siquiera cuando vivíamos en la misma ciudad.  Cuando estábamos en otra provincia no había intercambio de cartas, tampoco había mucho diálogo con ella cuando la visitábamos o cuando nos tocaba quedarnos al cuidado de la familia materna cuando mis padres estaban de viaje.  Cuento la historia con ella en el libro La Herencia Silenciosa.




Con mi abuela paterna (mi abuela mágica), el contacto era más fluido.  Si bien no nos permitían (a mi hermano y a mí) quedarnos a dormir en su casa, nos escribíamos cartas cuando vivíamos lejos y mi padre pagaba cada año un viaje para que mis abuelos paternos conocieran el lugar donde vivíamos y pasaran tiempo con nosotros.  Aunque la relación no fue constante durante la infancia, la intensidad del vínculo y la energía amorosa de mi abuela paterna fueron mi sostén emocional durante mi adolescencia y una buena parte de mi juventud y vida como madre.  Cuento su historia en el Pack multimedia El Jardín de mi Abuela.

Cuando yo era niña y adolescente, no existía internet ni las redes sociales, los vínculos afectivos dependían exclusivamente de la energía invisible, ese puente que nos conecta a miles de kilómetros de distancia y nos permite sentir la presencia o la ausencia de una persona.  Las cartas (enviadas por correo postal) podían ayudar, pero tardaban tanto tiempo en llegar que las noticias recibidas podían quedar desactualizadas al momento de leerlas; no existía una inmediatez de contacto.  Las llamadas telefónicas (por línea telefónica) eran muy caras así es que sólo se reservaban para urgencias.

Ambas abuelas se resignaron a las elecciones de vida de sus hijos y a las limitaciones de contacto y posibilidades de compartir momentos que ellas añoraban.  Había una tristeza queda, esa que anida en el corazón por la privación de la alegría; es decir, una tristeza causada por la ausencia y por las ganas contenidas de compartir el amor con libertad absoluta.




Creo que sin importar las circunstancias de vida, todas las madres (con el nido vacío) y todas las abuelas compartimos una secreta esperanza de recibir un llamado, una visita o una invitación.

Están las madres, suegras y abuelas metiches, esas que interfieren y hostigan con sus exigencias y presencia forzada; pero estamos las madres y abuelas que nos hacemos invisibles, que callamos nuestras necesidades y cuidamos nuestras palabras para no  crear designios en las alas de nuestros hijos y nietos amados.

Las madres y abuelas invisibles nos resignamos, aceptamos y sobre todo, guardamos silencio, pero nuestro corazón sigue cultivando amor, bendiciones y plegarias que trascienden toda frontera geográfica o cualquier exilio familiar.




Mis hijos no fueron la excepción a la historia de abuelas ausentes en la familia.  Cuando eran muy pequeños y aún vivíamos en San Juan, su abuela materna vivía en otra provincia (Mendoza) y el contacto dependía de visitas esporádicas en ambos sentidos.  Con la abuela paterna, el vínculo sólo dependía de que yo los llevara de visita o los dejara a su cuidado eventualmente, ya que sus abuelos paternos jamás nos visitaban en nuestra casa.

Luego de nuestro éxodo a Mendoza, la abuela paterna quedó ausente para siempre: no hubo cartas, ni visitas por parte de ella.  Sólo quedó el vínculo con la abuela materna que vivía entonces en la misma ciudad.  Durante nuestra residencia en Mendoza, se sumó al corazón de mis hijos el vínculo amoroso con su bisabuela (mi abuela mágica).



Mi primera nieta y yo

Debo confesar que cuando supe que sería abuela a los 40 años, una parte mía se resistía, sentía que eso me avejentaba y pedí ser llamada Bubu o Abu Sue, porque la palabra abuela me parecía vocabulario de viejas. Sin embargo, cuando conocí a mi primera nieta, el vínculo fue tan poderoso y tan mágico que pasar tiempo con ella y saludar juntas a los árboles a nuestro paso, me parecía lo más bonito del mundo.

Cuando una trasciende las limitaciones de su propio ego y de su vanidad femenina, una se da cuenta que esos nietos son una prolongación de nuestra energía, de nuestra existencia en este planeta.  Es decir, esos seres luminosos no estarían aquí, si nosotras no hubiéramos engendrado a nuestros hijos.




Soy abuela (ausente y exiliada) de 12 nietos en total.

Mi hija mayor, tiene 7 hijos.  Con las 4 nietas mayores pude crear un vínculo desde el comienzo, un vínculo que a pesar de la distancia geográfica sostenemos a través de whatsapp.  Si bien he tenido la oportunidad de conocer a los 3 menores y compartir algunos momentos con ellos, el vínculo se sostiene más por la referencia que tienen de sus hermanas mayores y por los contactos telefónicos esporádicos.  La abuela paterna de 6 de ellos se parece bastante a la abuela paterna que tuvieron mis hijos, son de esas abuelas que sólo esperan ser visitadas pero no van de visita ni tampoco viajan.  Así es que en la ciudad donde viven desde hace un par de años, están huérfanos de abuelas, por así decirlo.  En cuanto al menor de los niños, su abuela paterna no ha estado nunca en el mapa de su vida.

Mi hijo del medio, tiene una pequeña niña (menor de un año) a la que no conozco en persona.  El vínculo con ella fue establecido por su Alma cuando aún estaba en gestación y se sostiene a través de sus visitas en sueños, intercambio de fotos, vídeos y audios.  Su alma me conoce, su persona aún no.  Su abuela materna falleció casi al mes de su nacimiento, así es que su vida también carece de la presencia (física) de sus abuelas.

Mi hija menor tiene 4 hijos.  Con los tres mayores tuve la oportunidad de compartir diferentes etapas de sus vidas, pero desde hace varios años, el exilio familiar ha impedido cualquier tipo de contacto (tangible, audible o visible).  A la niña más pequeña no la conozco, no hubo un puente disponible con su alma y tampoco la conozco físicamente.  La abuela paterna de los dos niños mayores estuvo presente en alguna etapa de sus vidas, pero ahora está exiliada (por razones diferentes a las mías pero también complicadas).  La abuela paterna de los dos niños menores ya no estaba en esta dimensión cuando ellos nacieron, había fallecido cuando el padre de los niños era aún un niño.

Sé que todos mis nietos tienen abuelas adoptivas, que siempre hay mujeres dispuestas a apapacharlos y mimarlos, tal como sucedió con mis hijos cuando eran pequeños y adolescentes.  La vida siempre compensa y cuando nos faltan vínculos familiares (genéticos) el universo nos regala seres que nos eligen desde su corazón.

Mi mente analítica de Virgo se pregunta: ¿por qué ha sucedido esto?  ¿Por qué corremos esta suerte las abuelas y nietos de mi familia?




No sé si hay una razón, al menos que yo pueda comprender ahora.  Seguramente es parte del camino evolutivo de la familia como árbol y de cada una de las almas en su individualidad.

Estoy segura que la energía invisible de las abuelas es una bendición que no todos reconocemos y aceptamos.

Justamente, hace unos días leía un libro de un escritor especialista en el mundo de los espíritus, que señala que pocos entendemos cómo funciona la energía eléctrica, internet, las microondas o incluso las comunicaciones de telefonía en la modernidad.  Sin embargo, estamos seguros de que nos permiten hacer la vida y el trabajo más cómodo y más efectivo.  Son energías invisibles, ondas con un comportamiento que están más allá del entendimiento racional de una persona promedio.  Salvo que sea un científico o una persona con capacidades intelectuales destacadas, la mayoría poco comprendemos de estas energías invisibles.  Entonces, según el escritor, ¿por qué dudamos de las energías invisibles del mundo espiritual?

Estamos todos en el mismo mar de energías, algunos somos conscientes de nuestra interacción, algunos estamos encarnados en un cuerpo físico y otras almas están simplemente flotando en su forma sutil.

En el árbol familiar, mi abuela paterna sigue presente con su energía amorosa para hijos, nietos, bisnietos y tataranietos.  La abuela paterna de mis hijos ha hecho algunas visitas (falleció cuando mis hijos eran pre-adolescentes) cuando la energía de ese grupo está complicada y afecta a mis hijos. Con la abuela materna de la bebé más pequeña hay un puente establecido desde el día que hizo su transición y a través del puente que tejió el alma de mi nieta.  Con su abuela materna formamos un equipo de abuelas que la custodian, protegen y guían.




No me considero una abuela ausente, me considero una abuela invisible físicamente en algunos casos y exiliada en otros casos.

Creo que en cualquier relación afectiva estamos ausentes cuando estamos enfocados en nuestras necesidades y carencias, cuando somos incapaces de ver al otro con su esencia, sus emociones y sus propias necesidades.

Creo también que somos considerados ausentes cuando una persona herida cierra las puertas de su corazón y elige sentirse no amado/a porque la forma en que amamos no alcanza, no llena sus vacíos ni cura sus heridas.

Me ha llevado tiempo aceptar las ausencias y distancias, el exilio, los malos entendidos y los caminos divergentes.

Estoy presente en Alma y en Espíritu, siempre, bendigo, amo y sostengo un Puente para quien quiera transitarlo.  Soy un faro en un océano de tempestades y procuro que mi Luz sea nítida y brillante para que si alguno de los barcos me busca, pueda encontrarme.  Cada vez que escribo, cada vez que creo vídeos, imagino que algún día, los nietos ausentes, los encuentran y con ellos comienzan su propio camino de sanación y descubrimiento.

Mientras tanto, estoy presente con mi voz para quienes así lo permiten, tejo abrazos cósmicos, bendigo con palabras y contemplo amorosamente en el silencio.  Puede que mi ausencia sea necesaria en sus vidas, sólo Dios sabe y en Él confío.

Abue Sue / Bubu

Otoño de 2024

Carta a mis hijos / nietos

De madres e hijos 

Nota: creo que quienes tuvimos la suerte (o tenemos) de contar con la presencia (aunque sea invisible) de una abuela mágica en nuestra vida, llevamos en nuestro corazón un tesoro que puede encender su luz cada vez que lo necesitamos.




viernes, 12 de abril de 2024

Confianza desmedida

Las memorias pueden registrarse en nuestro sistema en diferentes formas y colores; algunas se agrupan por aromas, otras por datos concretos como fechas y aniversarios y unas pocas se activan con un estado del clima, una sensación física de un momento casi idéntico en otro punto del calendario.

Como un hilo conductor invisible, hay un arroyo subterráneo que dormita en el olvido forzado, ese que nos permite disfrutar el presente a pesar de las incertidumbres y las tragedias.

Bastará una gota, un segundo, un parpadeo y el arroyo podrá desbordarse creando cascadas de emociones que pujan por tener su protagonismo.

Entonces, alcanza con un día de invierno anticipado en un otoño que aún jugaba a ser verano; un par de noches bajo mantas que no logran disimular las corrientes gélidas en las ventanas imperfectas;  la memoria intacta de tiempos inciertos y una vida comprimida en valijas y cajas.




Imprevistamente y sin aviso, los fracasos se multiplican en efecto dominó; son días en que las bendiciones parecen no bastar y una siente que todo el esfuerzo y el esmero no ha sido más que un pasatiempo sin huella aparente allí donde se cuecen los logros y méritos.

Las matemáticas se convierten en cálculos tiranos que tamizan todo con la inescrupulosa frialdad de cifras con más pena que gloria.

Hay un cuco que asoma en la puerta entreabierta de un ropero en desgracia, hay una pesadilla bajo la cama que acecha en las noches de insomnio; una juega a ser adulta y a vivir en positivo, pero el calendario anuncia sin piedad un vencimiento que se acerca con estos días de invierno.




Hace casi tres años, desde una actitud terriblemente derrotista, renunciaba a todo proyecto personal y profesional, asumiendo mis fracasos como única constante de una vida marcada por carencias, pérdidas y desaciertos.  El nuevo destino fue elegido desde un listado de ciudades liberadas de restricciones para la pandemia de turno.    Ya no tenía sueños ni esperanzas, no había planes fantásticos ni alegrías agazapadas a la vuelta de la esquina.

En una rara combinación de días grises y memorias grabadas en los huesos, todas las emociones se agolparon para dejarme abatida como entonces.  No soy la misma, eso creo, siento que he aprendido, sanado y transformado mucho dentro de mí.  Aún así,  no ha habido grandes mejoras en la vida tangible y cotidiana, no hay estabilidad económica y tampoco proyectos que florezcan anunciando tiempos mejores.

Aunque descosa mi mente y estruje mis ideas hasta trenzar lo imposible, no tengo respuestas ni certezas, no tengo recursos para planear ni siquiera mi vida durante el fin de semana.  He hecho todo lo que estaba a mi alcance y más en estos tres años, he sembrado con pasión, con amor y con dedicación; he cultivado mis dones y talentos y he creado contenidos en diferentes formatos y plataformas.




Estos días sin sol (aparente) me invitan a la comparación inevitable:

  •      la hostilidad que parecía expulsarme de los lugares hace tres años no es parte de mi vida ahora; a cambio hay una paz cotidiana, una calma que viene de la invisibilidad y la indiferencia, como si hubiera estado a salvo en una burbuja atemporal.
  •      En aquellos tiempos seguía buscando excusas para morir, razones para desvanecerme sin dejar rastro; hoy en cambio, busco razones para permanecer, disfrutar y vivir siendo quien Soy en verdad.
  •      Hay una confianza desmedida en Dios y en mi misma que me sostiene aún en los días más difíciles.


Según el diccionario de sinónimos:

Desmedida: desmesurada / enorme, gigantesco.




Siento que este año es una verdadera prueba de fe y de confianza, esa fe basada en la certeza de que Dios todo lo puede, aunque no haya una sola evidencia de que estaré a salvo dentro de dos meses.

Confío en ese Dios que llega con sus huestes en el último instante en que la daga parece caer sobre nuestra cabeza; creo en ese Dios que orquestó fuerzas mágicas para levantarme en vilo de la arena de los leones hace tres años atrás y me depositó en una coordenada diferente con la misma facilidad con que se desliza una pluma.

Confío en mi siembra, en cada una de las semillas, en todo el amor puesto en mi trabajo.  Creo en que tanta inspiración Divina no puede quedar adormecida en archivos que nadie consulta; confío en que todo es energía y en el momento propicio serán más lectores que libros y las semillas se multiplicarán en el don de la palabra leída.  Confío en que Dios me sostiene aquí en esta dimensión con un propósito que no alcanzo a comprender desde mi mente estrecha.




He dejado de responder preguntas, porque no tengo respuestas diferentes y porque ya no quiero justificarme como si estuviera fallada o fuera un fracaso andante.  He dejado de medirme con otras personas y de comparar mis logros en base a realidades diametralmente diferentes.

Puede que muchas personas hayan dejado de confiar en mí porque no puedo diagramar mi vida en una planilla de cálculos.  Esa es una  medida de confianza que cotiza demasiado en la bolsa de valores de la vida.

Creo que la verdadera confianza es esa que Dios sostiene cada día, cuando apuesta su Voluntad y Gracia Divina para encomendarme sus mandados y considerarme una digna mensajera de su palabra.

Creo que la verdadera confianza es esa que Dios me pide cada día, cuando me dicta renglones que nadie parece leer y me invita a disfrutar la gloria de sus cielos, aún cuando el sol parece esquivo.

Siento que la verdadera confianza es esa que hoy no tengo, porque las estadísticas de mis tiendas y mis plataformas de difusión no me permiten elegir cómo vivir mi vida; y sin embargo, sé que quizá mañana o dos días después, mi cielo interior se despeje y Dios me recuerde que siempre hay un milagro disponible para el corazón que cree.

Me he pasado la vida juzgándome y permitiendo que otros me juzguen; teniendo conversaciones mentales o reales para justificar mis errores y fracasos; intentado lograr aquello que me haría sentir aceptada y celebrada; buscando encajar en sitios donde nunca pertenecí; guardando silencio para no despertar demonios ajenos y ocultando mis colores para no ofender corazones grises.

Soy, por así decirlo, una aprendiz tardía que experimenta lo que significa vivir como una Hija de Dios.  Siento que mientras más me acerco a Él, más lejos estoy de otros seres humanos y eso a veces me entristece.  Con Dios puedo ser tal como soy, conoce mis miserias y mis bendiciones, mis defectos y mis virtudes, y aún así me ama incondicionalmente y me alienta a continuar sin disimular nada de mi esencia.




Una aprende a mantener distancia con las personas que ama, porque sabernos la causa de su decepción, su preocupación o su angustia, no hace más que multiplicar el desánimo y la desconfianza.  En el fondo, de eso se trata todo, el buen amor confía.  El buen amor confía en que la persona podrá superar todas las dificultades siendo así como es, con sus dones y talentos, con sus debilidades y fortalezas.  El buen amor confía en que Dios le dará a esa persona amada las oportunidades necesarias para encontrar Su propio camino sin necesidad de renunciar a la alegría de Ser.

En esta tarde gris, me doy permiso para sentirme abatida, abrumada, triste y llena de desesperanza.  Hoy me permito acumular ganas de todo eso que me gustaría hacer y no tengo recursos para llevarlo a cabo.  Llueve afuera, llueve aquí dentro en el corazón y hasta una mueca de sonrisa se convierte en un esbozo de lágrima.  Me encantaría que fuera una lluvia de milagros y bendiciones, de semillas florecidas y frutos cosechados, de placeres permitidos, de alivios inesperados y de almanaques sin vencimientos.

Pero hoy es hoy, aquí y ahora y tengo demasiadas razones para sentirme extenuada.  Sólo Dios sabe y con eso me basta. Hoy la incertidumbre me acosa y me vence con sólo insinuarse; pero aún así, he aprendido a confiar, de forma desmedida, en que una mañana, sin razón aparente sonreiré nuevamente y aún el milagro más pequeño creará cielos de colores.

Susannah Lorenzo /Tejedora destejida

12 de abril de 2024

 


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