En uno de
esos momentos en que me permito extrañar mi rol de abuela y el cariño de mis
nietos, me di cuenta que vengo de una historia de abuelas ausentes, exiliadas o
invisibles, por así decirlo.
La primera
mudanza fuera de la provincia natal fue cuando yo tenía 4 años y desde ahí el
rumbo de mi familia fue cambiando cada año o cada dos años, dependiendo de las
obras viales que supervisaba mi padre.
Con mi
abuela materna, el contacto dependía solamente de nuestras vacaciones en San
Juan o de las temporadas en que nos tocaba vivir allí por un corto tiempo,
hasta que aparecía un trabajo mejor.
Ella no salía de su casa por razones de salud y jamás nos visitó en
nuestra casa, ni siquiera cuando vivíamos en la misma ciudad. Cuando estábamos en otra provincia no había
intercambio de cartas, tampoco había mucho diálogo con ella cuando la
visitábamos o cuando nos tocaba quedarnos al cuidado de la familia materna
cuando mis padres estaban de viaje. Cuento
la historia con ella en el libro La Herencia Silenciosa.
Con mi
abuela paterna (mi abuela mágica), el
contacto era más fluido. Si bien no nos
permitían (a mi hermano y a mí)
quedarnos a dormir en su casa, nos escribíamos cartas cuando vivíamos lejos y
mi padre pagaba cada año un viaje para que mis abuelos paternos conocieran el
lugar donde vivíamos y pasaran tiempo con nosotros. Aunque la relación no fue constante durante
la infancia, la intensidad del vínculo y la energía amorosa de mi abuela paterna
fueron mi sostén emocional durante mi adolescencia y una buena parte de mi
juventud y vida como madre. Cuento su
historia en el Pack multimedia El Jardín de mi Abuela.
Cuando
yo era niña y adolescente, no existía internet ni las redes sociales, los
vínculos afectivos dependían exclusivamente de la energía invisible, ese puente
que nos conecta a miles de kilómetros de distancia y nos permite sentir la
presencia o la ausencia de una persona.
Las cartas (enviadas por correo
postal) podían ayudar, pero tardaban tanto tiempo en llegar que las
noticias recibidas podían quedar desactualizadas al momento de leerlas; no
existía una inmediatez de contacto. Las
llamadas telefónicas (por línea telefónica)
eran muy caras así es que sólo se reservaban para urgencias.
Ambas abuelas
se resignaron a las elecciones de vida de sus hijos y a las limitaciones de
contacto y posibilidades de compartir momentos que ellas añoraban. Había una tristeza queda, esa que anida en el
corazón por la privación de la alegría; es decir, una tristeza causada por la
ausencia y por las ganas contenidas de compartir el amor con libertad absoluta.
Creo que sin
importar las circunstancias de vida, todas las madres (con el nido vacío) y todas las abuelas compartimos una secreta
esperanza de recibir un llamado, una visita o una invitación.
Están las
madres, suegras y abuelas metiches, esas que interfieren y hostigan con sus
exigencias y presencia forzada; pero estamos las madres y abuelas que nos
hacemos invisibles, que callamos nuestras necesidades y cuidamos nuestras
palabras para no crear designios en las
alas de nuestros hijos y nietos amados.
Las madres y abuelas invisibles nos resignamos, aceptamos y sobre todo, guardamos silencio, pero nuestro corazón sigue cultivando amor, bendiciones y plegarias que trascienden toda frontera geográfica o cualquier exilio familiar.
Mis hijos no
fueron la excepción a la historia de abuelas ausentes en la familia. Cuando eran muy pequeños y aún vivíamos en
San Juan, su abuela materna vivía en otra provincia (Mendoza) y el contacto
dependía de visitas esporádicas en ambos sentidos. Con la abuela paterna, el vínculo sólo
dependía de que yo los llevara de visita o los dejara a su cuidado eventualmente,
ya que sus abuelos paternos jamás nos visitaban en nuestra casa.
Luego de
nuestro éxodo a Mendoza, la abuela paterna quedó ausente para siempre: no hubo
cartas, ni visitas por parte de ella.
Sólo quedó el vínculo con la abuela materna que vivía entonces en la
misma ciudad. Durante nuestra residencia
en Mendoza, se sumó al corazón de mis hijos el vínculo amoroso con su bisabuela
(mi abuela mágica).
Debo
confesar que cuando supe que sería abuela a los 40 años, una parte mía se
resistía, sentía que eso me avejentaba y pedí ser llamada Bubu o Abu Sue,
porque la palabra abuela me parecía vocabulario de viejas. Sin embargo, cuando
conocí a mi primera nieta, el vínculo fue tan poderoso y tan mágico que pasar
tiempo con ella y saludar juntas a los árboles a nuestro paso, me parecía lo
más bonito del mundo.
Cuando una trasciende las limitaciones de su propio ego y de su vanidad femenina, una se da cuenta que esos nietos son una prolongación de nuestra energía, de nuestra existencia en este planeta. Es decir, esos seres luminosos no estarían aquí, si nosotras no hubiéramos engendrado a nuestros hijos.
Soy abuela
(ausente y exiliada) de 12 nietos en total.
Mi hija
mayor, tiene 7 hijos. Con las 4 nietas
mayores pude crear un vínculo desde el comienzo, un vínculo que a pesar de la
distancia geográfica sostenemos a través de whatsapp. Si bien he tenido la oportunidad de conocer a
los 3 menores y compartir algunos momentos con ellos, el vínculo se sostiene
más por la referencia que tienen de sus hermanas mayores y por los contactos
telefónicos esporádicos. La abuela paterna
de 6 de ellos se parece bastante a la abuela paterna que tuvieron mis hijos, son
de esas abuelas que sólo esperan ser visitadas pero no van de visita ni tampoco
viajan. Así es que en la ciudad donde
viven desde hace un par de años, están huérfanos de abuelas, por así
decirlo. En cuanto al menor de los
niños, su abuela paterna no ha estado nunca en el mapa de su vida.
Mi hijo del
medio, tiene una pequeña niña (menor de un año) a la que no conozco en
persona. El vínculo con ella fue
establecido por su Alma cuando aún estaba en gestación y se sostiene a través
de sus visitas en sueños, intercambio de fotos, vídeos y audios. Su alma me conoce, su persona aún no. Su abuela materna falleció casi al mes de su
nacimiento, así es que su vida también carece de la presencia (física) de sus
abuelas.
Mi hija
menor tiene 4 hijos. Con los tres
mayores tuve la oportunidad de compartir diferentes etapas de sus vidas, pero
desde hace varios años, el exilio familiar ha impedido cualquier tipo de
contacto (tangible, audible o visible). A la niña más pequeña no la conozco, no hubo
un puente disponible con su alma y tampoco la conozco físicamente. La abuela paterna de los dos niños mayores
estuvo presente en alguna etapa de sus vidas, pero ahora está exiliada (por razones diferentes a las mías pero también
complicadas). La abuela paterna de
los dos niños menores ya no estaba en esta dimensión cuando ellos nacieron,
había fallecido cuando el padre de los niños era aún un niño.
Sé que todos
mis nietos tienen abuelas adoptivas, que siempre hay mujeres dispuestas a
apapacharlos y mimarlos, tal como sucedió con mis hijos cuando eran pequeños y
adolescentes. La vida siempre compensa y
cuando nos faltan vínculos familiares (genéticos) el universo nos regala seres que
nos eligen desde su corazón.
Mi mente analítica
de Virgo se pregunta: ¿por qué ha
sucedido esto? ¿Por qué corremos esta
suerte las abuelas y nietos de mi familia?
No sé si hay
una razón, al menos que yo pueda comprender ahora. Seguramente es parte del camino evolutivo de
la familia como árbol y de cada una de las almas en su individualidad.
Estoy segura
que la energía invisible de las abuelas es una bendición que no todos
reconocemos y aceptamos.
Justamente,
hace unos días leía un libro de un escritor especialista en el mundo de los
espíritus, que señala que pocos entendemos
cómo funciona la energía eléctrica, internet, las microondas o incluso las
comunicaciones de telefonía en la modernidad. Sin embargo, estamos seguros de que nos
permiten hacer la vida y el trabajo más cómodo y más efectivo. Son energías invisibles, ondas con un
comportamiento que están más allá del entendimiento racional de una persona
promedio. Salvo que sea un científico o
una persona con capacidades intelectuales destacadas, la mayoría poco
comprendemos de estas energías invisibles.
Entonces, según el escritor, ¿por
qué dudamos de las energías invisibles del mundo espiritual?
Estamos todos en el mismo mar de energías, algunos somos conscientes de nuestra interacción, algunos estamos encarnados en un cuerpo físico y otras almas están simplemente flotando en su forma sutil.
En el árbol
familiar, mi abuela paterna sigue presente con su energía amorosa para hijos,
nietos, bisnietos y tataranietos. La
abuela paterna de mis hijos ha hecho algunas visitas (falleció cuando mis hijos eran pre-adolescentes) cuando la energía
de ese grupo está complicada y afecta a mis hijos. Con la abuela materna de la bebé
más pequeña hay un puente establecido desde el día que hizo su transición y a
través del puente que tejió el alma de mi nieta. Con su abuela materna formamos un equipo de
abuelas que la custodian, protegen y guían.
No me considero una abuela ausente,
me considero una abuela invisible físicamente en algunos casos y exiliada en
otros casos.
Creo que en
cualquier relación afectiva estamos ausentes cuando estamos enfocados en nuestras
necesidades y carencias, cuando somos incapaces de ver al otro con su esencia,
sus emociones y sus propias necesidades.
Creo también
que somos considerados ausentes cuando una persona herida cierra las puertas de
su corazón y elige sentirse no amado/a porque la forma en que amamos no
alcanza, no llena sus vacíos ni cura sus heridas.
Me ha
llevado tiempo aceptar las ausencias y distancias, el exilio, los malos
entendidos y los caminos divergentes.
Estoy presente en Alma y en Espíritu, siempre, bendigo, amo y sostengo un Puente para quien quiera transitarlo. Soy un faro en un océano de tempestades y procuro que mi Luz sea nítida y brillante para que si alguno de los barcos me busca, pueda encontrarme. Cada vez que escribo, cada vez que creo vídeos, imagino que algún día, los nietos ausentes, los encuentran y con ellos comienzan su propio camino de sanación y descubrimiento.
Mientras
tanto, estoy presente con mi voz para quienes así lo permiten, tejo abrazos
cósmicos, bendigo con palabras y contemplo amorosamente en el silencio. Puede que mi ausencia sea necesaria en sus
vidas, sólo Dios sabe y en Él confío.
Abue Sue / Bubu
Otoño de 2024
Nota: creo que quienes tuvimos la suerte (o tenemos) de contar con la presencia (aunque sea invisible) de una abuela mágica en nuestra vida, llevamos en nuestro corazón un tesoro que puede encender su luz cada vez que lo necesitamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario