lunes, 22 de agosto de 2022

Invisibles

Hay personas que nos hemos pasado la vida, sintiéndonos invisibles, mínimos, pequeños y sin valor para nuestro entorno.

Llegamos a la vida adulta buscando desesperadamente ser vistos, ser aceptados, ser reconocidos y ser valorados.

Intentamos diferentes estrategias; nos adaptamos, nos amoldamos, nos disfrazamos, actuamos desde nuestra carencia afectiva y una sed insaciable que nada ni nadie calma.

Se nos olvida, que esa invisibilidad que tanto nos duele, es parte de un mecanismo de defensa inconsciente que adoptamos tempranamente en nuestra infancia.

Tristemente, en algún punto de nuestra niñez, comenzamos a invisibilizar nuestros dones, nuestras características que molestaban o asustaban, nuestros colores inapropiados para mentes en blanco y negro, nuestra luz que encandilaba o nuestra magia no permitida.

Creímos inocentemente que si callábamos nuestra voz, que si guardábamos nuestra magia y opacábamos nuestra luz, eso nos haría sentir amados, aceptados, honrados y celebrados.


Pero cuando nosotros nos alejamos de nosotros mismos, cuando nosotros aprendemos a rechazar y exiliar nuestra esencia, nuestros colores y nuestra voz, entonces, no habrá amor ni aceptación que alcance; porque nosotros anulamos aquello que nos trajo a este mundo y nos hace sentir vivos.

Dios crea cada ser humano a su imagen y semejanza; eso quiere decir que la Divinidad nos habita y somos parte de Dios. Somos sagradamente y perfectamente imperfectos en lo que Dios ha creado en nosotros y con nosotros.

Cada uno de nuestros aspectos, colores, características y matices es parte del diseño y del plan Divino. Negar o rechazar alguno de ellos es negar y rechazar la presencia de Dios en nuestra vida.

No puedo sentirme amada, si no amo quien soy y cómo soy.

No puedo sentirme valorada y aceptada, si no valoro y acepto lo que soy.

Solo cuando me veo con los ojos de Dios y veo a Dios en mí, es cuando me siento plena, completa y en paz.

Con los años he aprendido que no he nacido para agradar a padres, hijos o hermanos; tampoco estoy aquí para agradar a vecinos, compañeros de trabajo o clientes.

Estoy aquí para ser feliz y vivir en paz; y eso solo es posible si me permito Ser quien realmente soy y acepto cada don y cada centímetro de mí persona que Dios puso en mí.

A los casi 58 años, me atrevo a ser visible, a bailar en el centro del escenario, a encender todas mis luces y desplegar todos mis colores. Seguramente están quienes se sienten incómodos en mí presencia y aquellos que se sienten en paz. No depende de mí. Es parte de la naturaleza de cada ser buscar un entorno que lo haga sentir a salvo.


Nadie puede amarme lo suficiente si yo no lo hago primero. Hoy estoy aprendiendo a amarme como Dios me ama y eso ya me da una paz que nunca antes había sentido.

🌷 Susannah Lorenzo ©
Tejedora de Puentes
Tejedora de Abrazos
Tejedora de Cielos
Tejedora de Magia 

domingo, 14 de agosto de 2022

Perder la cuenta

Llega un momento en que una pierde la cuenta, se enfoca en el presente y en sembrar las semillas para el futuro.  No es que una olvide totalmente, simplemente intenta no darle prioridad a los números para no dejar que la mente derrape en las curvas de un laberinto que se ha convertido en domicilio.

Sin embargo, basta un comentario, un hecho cotidiano, una coincidencia o una gota que rebalsa el vaso, para comprender que el río subterráneo guarda demasiada información codificada.

Inevitablemente, una cae en la cuenta de las restas que se convierten en números negativos, de los casilleros nulos que no permiten que las sumas se multipliquen y del balance que arroja noticias nefastas en el calendario de una mujer que se acerca a los 60.  Basta hurgar un poco en la memoria para rescatar algún valor impreciso pero contundente.




¿Cuándo fue la última temporada de independencia económica y vida digna?  Hace más de 2 años.

¿Cuándo fue la última vez que no tuve que elegir entre comer, pagar los servicios o comprar los medicamentos? Hace más de 2 años.

¿Cuándo fue la última vez que compartí la mesa con un ser querido? Hace más de 8 meses.

¿Cuándo fue la última vez que alguien me invitó a salir, pasear o disfrutar? Creo que hace más de 3 años.

¿Cuándo fue la última vez que recibí un abrazo y me sentí protegida, contenida y amada? Me está costando rescatar esa fecha, pero estoy segura que hace muchos años.

¿Cuándo fue la última vez que tuve una cita romántica? Creo que hace varias décadas.




La relevancia de un número o un evento depende desde la perspectiva de visión pero también de cómo nos afecta.

Dos, parece un numero pequeño, pero dos años son 730 días, y eso aumenta si lo multiplicamos por momentos o minutos.

Creo que la fe y la esperanza se apoyan sobre el cero o sobre el valor del infinito, en el asombro que nos produce creer que algo totalmente diferente e inesperado cambie la realidad de los números que han creado nuestra vida hasta ahora.

No siempre se puede sostener la visión del infinito.  Hay días en que el peso de los números rojos y los intentos fallidos puede más que cualquier aprendizaje espiritual.

Después de todo, somos seres espirituales teniendo una experiencia humana, en una selva cruel de humanos que no recuerdan su espiritualidad.

Susannah Lorenzo©

Con Puentes que parecen no llevar a ningún sitio.




viernes, 12 de agosto de 2022

Una pausa para Ser

 Nos agota física y mentalmente: perseguir, conseguir, cumplir, resolver, razonar, entender, aferrarnos, defendernos, demostrar, justificar, negociar, persuadir y cambiar; aunque muchas veces, solo nos quedemos en el intento.

Buscamos insistentemente la aprobación de nuestros fantasmas, de nuestra familia, de nuestros amigos; de clientes, compañeros o seguidores en las redes sociales.




Comenzamos a confundir lo que hacemos por agradar a otros, con lo que realmente disfrutamos hacer.

Dejamos de mirarnos en el espejo y a cambio, nos vemos a través de los ojos de otras personas.

Nos refugiamos en las palabras de otros, para no escuchar nuestra alma en el silencio.

Como si el elogio, la aprobación o la celebración de los demás, nos devolviera la pertenencia que nunca pudimos sentir.

Sin embargo, la agitación constante por llamar la atención, por hacer escuchar nuestra voz, porque nuestros colores sean vistos y reconocidos, nos aleja de lo que realmente somos; nos quita paz y nos convierte en exiliados de la morada sagrada de nuestra alma.

Confundimos la entrega desmedida con el servicio; como si la sacrificada vocación de existir por los otros, le diera valor y sentido a nuestra vida.




No creo que sea posible servir a Dios y en ese servicio bendecir a otras personas, si renunciamos a nuestra paz interior o medimos nuestra luz por la cantidad de sombras que desvanecen a nuestro alrededor.

El servicio puede a veces convertirse en un espejismo del ego; en la carencia de la niña solitaria que nunca se sintió celebrada por sus dones.

Tanta mente racional nos aleja de la esencia y la verdadera sabiduría.

Contemplar la naturaleza nos recuerda que hay más servicio y entrega generosa en la belleza de un árbol o la fragilidad de una flor.

Perdemos tanto tiempo analizando, cuestionando o midiendo resultados… Creemos que así, aceleramos los procesos o precipitamos el cambio.

Crear el vacío y el espacio necesario para Ser en el silencio de una tarde, puede convertirse en todo el servicio que Dios necesita de nosotros.  Porque en la quietud desprovista de dispositivos y redes sociales, aprendemos del ave que nos canta desde un árbol cercano y comenzamos a recordar que en el modesto discurrir de las estaciones, se encuentra el verdadero secreto de la vida.

Susannah Lorenzo©

Escribiendo, mate mediante, desde las escaleras, después de una caminata sin dispositivo alguno.

Atardecer en San Luis, cielo despejado, pájaros en vuelo; árboles y sierras imperturbables, ajenos a relojes, agendas y estadísticas.

12.08.2022

18:30