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viernes, 12 de abril de 2024

Confianza desmedida

Las memorias pueden registrarse en nuestro sistema en diferentes formas y colores; algunas se agrupan por aromas, otras por datos concretos como fechas y aniversarios y unas pocas se activan con un estado del clima, una sensación física de un momento casi idéntico en otro punto del calendario.

Como un hilo conductor invisible, hay un arroyo subterráneo que dormita en el olvido forzado, ese que nos permite disfrutar el presente a pesar de las incertidumbres y las tragedias.

Bastará una gota, un segundo, un parpadeo y el arroyo podrá desbordarse creando cascadas de emociones que pujan por tener su protagonismo.

Entonces, alcanza con un día de invierno anticipado en un otoño que aún jugaba a ser verano; un par de noches bajo mantas que no logran disimular las corrientes gélidas en las ventanas imperfectas;  la memoria intacta de tiempos inciertos y una vida comprimida en valijas y cajas.




Imprevistamente y sin aviso, los fracasos se multiplican en efecto dominó; son días en que las bendiciones parecen no bastar y una siente que todo el esfuerzo y el esmero no ha sido más que un pasatiempo sin huella aparente allí donde se cuecen los logros y méritos.

Las matemáticas se convierten en cálculos tiranos que tamizan todo con la inescrupulosa frialdad de cifras con más pena que gloria.

Hay un cuco que asoma en la puerta entreabierta de un ropero en desgracia, hay una pesadilla bajo la cama que acecha en las noches de insomnio; una juega a ser adulta y a vivir en positivo, pero el calendario anuncia sin piedad un vencimiento que se acerca con estos días de invierno.




Hace casi tres años, desde una actitud terriblemente derrotista, renunciaba a todo proyecto personal y profesional, asumiendo mis fracasos como única constante de una vida marcada por carencias, pérdidas y desaciertos.  El nuevo destino fue elegido desde un listado de ciudades liberadas de restricciones para la pandemia de turno.    Ya no tenía sueños ni esperanzas, no había planes fantásticos ni alegrías agazapadas a la vuelta de la esquina.

En una rara combinación de días grises y memorias grabadas en los huesos, todas las emociones se agolparon para dejarme abatida como entonces.  No soy la misma, eso creo, siento que he aprendido, sanado y transformado mucho dentro de mí.  Aún así,  no ha habido grandes mejoras en la vida tangible y cotidiana, no hay estabilidad económica y tampoco proyectos que florezcan anunciando tiempos mejores.

Aunque descosa mi mente y estruje mis ideas hasta trenzar lo imposible, no tengo respuestas ni certezas, no tengo recursos para planear ni siquiera mi vida durante el fin de semana.  He hecho todo lo que estaba a mi alcance y más en estos tres años, he sembrado con pasión, con amor y con dedicación; he cultivado mis dones y talentos y he creado contenidos en diferentes formatos y plataformas.




Estos días sin sol (aparente) me invitan a la comparación inevitable:

  •      la hostilidad que parecía expulsarme de los lugares hace tres años no es parte de mi vida ahora; a cambio hay una paz cotidiana, una calma que viene de la invisibilidad y la indiferencia, como si hubiera estado a salvo en una burbuja atemporal.
  •      En aquellos tiempos seguía buscando excusas para morir, razones para desvanecerme sin dejar rastro; hoy en cambio, busco razones para permanecer, disfrutar y vivir siendo quien Soy en verdad.
  •      Hay una confianza desmedida en Dios y en mi misma que me sostiene aún en los días más difíciles.


Según el diccionario de sinónimos:

Desmedida: desmesurada / enorme, gigantesco.




Siento que este año es una verdadera prueba de fe y de confianza, esa fe basada en la certeza de que Dios todo lo puede, aunque no haya una sola evidencia de que estaré a salvo dentro de dos meses.

Confío en ese Dios que llega con sus huestes en el último instante en que la daga parece caer sobre nuestra cabeza; creo en ese Dios que orquestó fuerzas mágicas para levantarme en vilo de la arena de los leones hace tres años atrás y me depositó en una coordenada diferente con la misma facilidad con que se desliza una pluma.

Confío en mi siembra, en cada una de las semillas, en todo el amor puesto en mi trabajo.  Creo en que tanta inspiración Divina no puede quedar adormecida en archivos que nadie consulta; confío en que todo es energía y en el momento propicio serán más lectores que libros y las semillas se multiplicarán en el don de la palabra leída.  Confío en que Dios me sostiene aquí en esta dimensión con un propósito que no alcanzo a comprender desde mi mente estrecha.




He dejado de responder preguntas, porque no tengo respuestas diferentes y porque ya no quiero justificarme como si estuviera fallada o fuera un fracaso andante.  He dejado de medirme con otras personas y de comparar mis logros en base a realidades diametralmente diferentes.

Puede que muchas personas hayan dejado de confiar en mí porque no puedo diagramar mi vida en una planilla de cálculos.  Esa es una  medida de confianza que cotiza demasiado en la bolsa de valores de la vida.

Creo que la verdadera confianza es esa que Dios sostiene cada día, cuando apuesta su Voluntad y Gracia Divina para encomendarme sus mandados y considerarme una digna mensajera de su palabra.

Creo que la verdadera confianza es esa que Dios me pide cada día, cuando me dicta renglones que nadie parece leer y me invita a disfrutar la gloria de sus cielos, aún cuando el sol parece esquivo.

Siento que la verdadera confianza es esa que hoy no tengo, porque las estadísticas de mis tiendas y mis plataformas de difusión no me permiten elegir cómo vivir mi vida; y sin embargo, sé que quizá mañana o dos días después, mi cielo interior se despeje y Dios me recuerde que siempre hay un milagro disponible para el corazón que cree.

Me he pasado la vida juzgándome y permitiendo que otros me juzguen; teniendo conversaciones mentales o reales para justificar mis errores y fracasos; intentado lograr aquello que me haría sentir aceptada y celebrada; buscando encajar en sitios donde nunca pertenecí; guardando silencio para no despertar demonios ajenos y ocultando mis colores para no ofender corazones grises.

Soy, por así decirlo, una aprendiz tardía que experimenta lo que significa vivir como una Hija de Dios.  Siento que mientras más me acerco a Él, más lejos estoy de otros seres humanos y eso a veces me entristece.  Con Dios puedo ser tal como soy, conoce mis miserias y mis bendiciones, mis defectos y mis virtudes, y aún así me ama incondicionalmente y me alienta a continuar sin disimular nada de mi esencia.




Una aprende a mantener distancia con las personas que ama, porque sabernos la causa de su decepción, su preocupación o su angustia, no hace más que multiplicar el desánimo y la desconfianza.  En el fondo, de eso se trata todo, el buen amor confía.  El buen amor confía en que la persona podrá superar todas las dificultades siendo así como es, con sus dones y talentos, con sus debilidades y fortalezas.  El buen amor confía en que Dios le dará a esa persona amada las oportunidades necesarias para encontrar Su propio camino sin necesidad de renunciar a la alegría de Ser.

En esta tarde gris, me doy permiso para sentirme abatida, abrumada, triste y llena de desesperanza.  Hoy me permito acumular ganas de todo eso que me gustaría hacer y no tengo recursos para llevarlo a cabo.  Llueve afuera, llueve aquí dentro en el corazón y hasta una mueca de sonrisa se convierte en un esbozo de lágrima.  Me encantaría que fuera una lluvia de milagros y bendiciones, de semillas florecidas y frutos cosechados, de placeres permitidos, de alivios inesperados y de almanaques sin vencimientos.

Pero hoy es hoy, aquí y ahora y tengo demasiadas razones para sentirme extenuada.  Sólo Dios sabe y con eso me basta. Hoy la incertidumbre me acosa y me vence con sólo insinuarse; pero aún así, he aprendido a confiar, de forma desmedida, en que una mañana, sin razón aparente sonreiré nuevamente y aún el milagro más pequeño creará cielos de colores.

Susannah Lorenzo /Tejedora destejida

12 de abril de 2024

 


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domingo, 14 de agosto de 2022

Perder la cuenta

Llega un momento en que una pierde la cuenta, se enfoca en el presente y en sembrar las semillas para el futuro.  No es que una olvide totalmente, simplemente intenta no darle prioridad a los números para no dejar que la mente derrape en las curvas de un laberinto que se ha convertido en domicilio.

Sin embargo, basta un comentario, un hecho cotidiano, una coincidencia o una gota que rebalsa el vaso, para comprender que el río subterráneo guarda demasiada información codificada.

Inevitablemente, una cae en la cuenta de las restas que se convierten en números negativos, de los casilleros nulos que no permiten que las sumas se multipliquen y del balance que arroja noticias nefastas en el calendario de una mujer que se acerca a los 60.  Basta hurgar un poco en la memoria para rescatar algún valor impreciso pero contundente.




¿Cuándo fue la última temporada de independencia económica y vida digna?  Hace más de 2 años.

¿Cuándo fue la última vez que no tuve que elegir entre comer, pagar los servicios o comprar los medicamentos? Hace más de 2 años.

¿Cuándo fue la última vez que compartí la mesa con un ser querido? Hace más de 8 meses.

¿Cuándo fue la última vez que alguien me invitó a salir, pasear o disfrutar? Creo que hace más de 3 años.

¿Cuándo fue la última vez que recibí un abrazo y me sentí protegida, contenida y amada? Me está costando rescatar esa fecha, pero estoy segura que hace muchos años.

¿Cuándo fue la última vez que tuve una cita romántica? Creo que hace varias décadas.




La relevancia de un número o un evento depende desde la perspectiva de visión pero también de cómo nos afecta.

Dos, parece un numero pequeño, pero dos años son 730 días, y eso aumenta si lo multiplicamos por momentos o minutos.

Creo que la fe y la esperanza se apoyan sobre el cero o sobre el valor del infinito, en el asombro que nos produce creer que algo totalmente diferente e inesperado cambie la realidad de los números que han creado nuestra vida hasta ahora.

No siempre se puede sostener la visión del infinito.  Hay días en que el peso de los números rojos y los intentos fallidos puede más que cualquier aprendizaje espiritual.

Después de todo, somos seres espirituales teniendo una experiencia humana, en una selva cruel de humanos que no recuerdan su espiritualidad.

Susannah Lorenzo©

Con Puentes que parecen no llevar a ningún sitio.




lunes, 4 de octubre de 2021

El Sueldo de Dios

 Mientras caminaba un rato y disfrutaba de las sierras tan cerca y los jardines fragantes y floridos de las casas del vecindario, tuve la claridad de que todo este tiempo había estado pensando del modo equivocado.

Si bien ya hace un par de años que trabajo para Jefecito, acepto sus indicaciones de destino y actividades por realizar, todo el tiempo estoy pensando en cómo conseguir dinero, comprar lo que necesito y pagar las cuentas.  Eso genera una cuota interesante de estrés, ansiedad, preocupación y una vibración negativa que para nada ayuda a manifestar lo que necesito y deseo.

He obviado un pensamiento lógico: si Dios es mi Jefe, decide mi agenda, mis contactos y mis actividades; entonces, Él es quien paga mi sueldo.  No soy yo quien debe conseguir el dinero, sino que debo ocuparme de cumplir con las tareas asignadas, trabajar en la larga lista de pendientes y disfrutar de lo mucho que me gusta mi trabajo.



Si lo comparo con un empleo ‘normal’ en una empresa, uno, como empleado no está pensando cada día cómo el jefe o la oficina de recursos humanos pagará nuestro sueldo; uno simplemente confía, hace su trabajo lo mejor posible, se enfoca en el rendimiento y la calidad del resultado y confía que a fin de mes, el sueldo que corresponde estará depositado.

Sin embargo, cuando el Jefe es invisible y aceptamos el Puente entre Dios y nuestro trabajo y le entregamos todos nuestros dones y talentos para Servir a quien lo necesite, nos cuesta creer que Dios en verdad proveerá y se ocupará de todo lo necesario.  De algún modo, tenemos fe, confiamos y entregamos una parte del control; pero mientras tanto, nuestra mente sigue con media docena de hámsteres dando vueltas alocadamente en ruedas sin aceitar.



Tal como dice una de mis frases, nuestras crisis de fe, generalmente se producen cuando intentamos convencer a otros, cuando queremos que otros crean en ese Puente invisible  que no deja de sembrar señales en nuestro Sendero.

Creo haber entendido el desafío: trabajar con alegría y en la Gracia Divina, con la certeza de que Dios, hará todo lo necesario para que yo pueda vivir en prosperidad y abundancia.


Y mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.

Filipenses 4:19


Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y {sin embargo,} vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?

Mateo 6:26

Susie en manos de Dios

Hágase tu voluntad y que tu Gracia me habite.



miércoles, 5 de mayo de 2021

Entre la nada y el todo

Lunes 03 de mayo

En viaje en colectivo (omnibus) desde San Juan a San Luis

Argentina – Planeta Tierra

Universo




Hay un punto en la ruta donde no hay ciudades a la vista, no hay carteles ni señales, tampoco hay servicio de telefonía celular. Es solo el vehículo, el cielo, el paisaje y la ruta. Un origen y un destino y entre medio, una cápsula de tiempo y espacio donde lo único que se puede hacer es avanzar.

Desde el domingo a la noche, cuando ya había entregado el departamento vacío en San Juan, Blackie dormía con su nueva mamá y yo, pasaba la noche en un hotel; mientras todos mis muebles y recursos de trabajo llegaban a otra ciudad, otra provincia, en un refugio temporal; tenía esa sensación de no estar en ningún lugar, me sentía suspendida en el aire. De algúm modo, me sentía llena de incertidumbres, como cuando escribí el 01 de mayo.

Es verdad, no tengo certezas; no tengo domicilio propio, no tengo fechas, no tengo números, no tengo elementos tangibles que convenzan a quienes aún no salen de su asombro.




Tengo proyectos, tengo sueños, tengo ganas, tengo dones, tengo talentos, tengo mensajes que Dios dicta, tengo coordenadas que marca mi Alma.

Sin siquiera juntar los tacones de mis zapatos rojos (como Dorothy en el Mago de Oz), Dios me levantó en el aire con un torbellino de energías, plegarias, señales de las runas y tribus mágicas bailando con palabras alrededor de una hoguera amorosa.


05 de mayo

15:00

Ciudad de San Luis, Argentina

Desde que llegué el lunes a la noche he alternado reposo para mi cuerpo con movimiento de cajas, bultos, muebles y electrodomésticos para acomodar estratégicamente todo en un pequeño espacio en casa de una amiga y su familia.

Recién en esta tarde nublada, me he podido sentar tranquila con la pequeña netbook, una taza de té, mi agenda y las notas que tomé durante el viaje.

De a poco, voy volviendo a mí, se asienta el polvo después del huracán y siguen lloviendo milagros y señales para mostrarme que estoy en el camino correcto.

Susannah Lorenzo

Tejedora de Puentes


Nota: para quienes aún no entienden cómo sucedió todo esto, yo tampoco. Solo confié en Dios. Cuando escribí en mi Blog el 1º de mayo, no tenía idea que esto pasaria. Incluso el sábado al medio día, estaba convencida de que terminaría en la calle, con un par de valijas y una manta enrollada. Todo lo que sucedió entre el sábado a la tarde y mi aterrizaje final el día lunes en San Luis, será parte de una entrada de Blog que hablará de las señales que ignoramos y cómo mi Alma había dejado guijarros blancos que yo había elegido no seguir.