jueves, 3 de septiembre de 2020

El cuerpo siempre sabe

Nuestro cuerpo recuerda lo que nuestra mente se empecina en olvidar.

Nuestro cuerpo registra las agresiones verbales como si fueran físicas.

Nuestro cuerpo absorbe las energías de otras personas, ya sea involuntariamente o a través de procesos de curación energética.

Nuestro cuerpo guarda memorias de traumas, heridas emocionales, situaciones de carencia extrema, humillaciones, vejaciones, abusos, burlas y crisis paralizantes de miedo.

Del mismo modo, guarda los recuerdos placenteros, los besos, los abrazos, las caricias, los aromas, las texturas, la música, los estímulos visuales y sensoriales que dejaron un sendero luminoso en nuestro corazón.



La mente tiene sus propios mecanismos de defensa: amnesias forzadas, temporales o permanentes; eliminación de datos, nombres, fechas y cualquier información que pueda llevarnos a recordar algo muy doloroso; olvidos y actos fallidos; para ayudarnos a ignorar, desterrar o minimizar cualquier suceso que mantenga vivo el dolor o el sufrimiento.

En esos juegos mentales, trabajamos como un analista de sistemas, reformateando el disco de nuestra computadora, creando nuevos archivos, borrando los que ya no sirven, desfragmentando el disco e instalando un sistema guardián de protección de nuestra salud mental.  Porque, según las exigencias de la sociedad en que vivimos, salud mental es sinónimo de felicidad, dicha, satisfacción, éxito, optimismo, actitud proactiva, insensibilidad, carencia de empatía y un individualismo que raya la crueldad.

Sentir, ser sensible, ser empático, llorar, estar triste, conectar genuinamente con las emociones, gritar, desbordarse, decir lo que se siente, expresar la verdad interior, ser coherente con lo que nuestra Alma necesita manifestar y demostrar algún signo de debilidad, son considerados señales de alguna enfermedad mental, de un desequilibrio que necesita medicación que suprima lo que somos y lo que sentimos para volvernos ‘más normales’, más funcionales y más parecidos a la masa de zombis automatizados.

Hace algunos siglos atrás, una persona de más de 50, era casi un anciano, era una edad común para morir.  En este siglo, los 50 son la juventud de la edad madura y las personas pueden aspirar a vivir fácilmente cien años.  Sin embargo, el aumento de enfermedades autoinmunes, enfermedades derivadas de los alimentos que ingerimos, crisis de estrés, aumento de diferentes tipos de cáncer y un sinfín de virus, aerosoles, químicos, ruidos, humos y tejidos sintéticos provocan alergias y enfermedades incurables e innombrables.



Estamos tan empeñados en ser ‘sanos mentalmente’, que nos desconectamos de nuestras emociones, reprimimos sentimientos, callamos palabras, dejamos que nuestros ríos internos se sequen y petrificamos las zonas heridas de nuestro corazón.  Imaginamos que nuestro cuerpo es apenas una masa de músculos, huesos, órganos y piel que solo nos sirve para funciones fisiológicas y para mantenernos vivos.

El cuerpo es el templo donde el alma habita y como tal tiene la función de indicarnos el camino, de mostrarnos lo que es bueno o malo para nosotros.  El cuerpo nos habla: a través de reacciones, sensaciones, escalofríos, nudos en el estómago, migrañas, temblores, estados de ansiedad, gripe, resfrío, irritabilidad y otras tantas formas de mostrarnos lo que nos perturba, es tóxico para nosotros o simplemente se ha quedado estancado en alguna parte de nuestro sistema.

La intuición está conectada directamente con el cuerpo.  Quienes hacemos prácticas de curanderismo, muchas veces sentimos en nuestro cuerpo los dolores o síntomas de la persona a quien estamos ayudando.  Luego, a través de un proceso de limpieza y meditación, logramos que esas dolencias sigan su camino y solamente pasen a través de nosotros, descargándolas en la Madre Tierra.  Cuando conocemos a una persona, la intuición activa sensaciones y comportamientos reflejos en el cuerpo: rigidez, temblor, intranquilidad, rechazo, ganas de salir corriendo o necesidad de abrazar al otro.  Quienes somos empáticos y sensibles, podemos sentir las emociones de la persona que está frente a nosotros o al otro lado del teléfono. Solemos ignorar las reacciones físicas porque las consideramos primitivas, porque pensamos que una persona inteligente actúa solamente desde una mente clara y ordenada.

Las mujeres que somos madres, incluso, podemos sentir en nuestro cuerpo, cuando algo malo les pasa a nuestros hijos, sin importar donde vivan o qué edad tengan; puede ser en forma de dolor en el pecho, falta de aire, palpitaciones, sudoración profusa o un dolor punzante en la boca del estómago.  El cuerpo nos muestra lo que nuestra percepción e intuición recibe antes de que la mente lo pueda razonar, procesar y expresar de manera coherente.



Tal como explica la Maestra Louise Hay en su libro ‘Sana tu cuerpo’:

“Para sanar y hacernos íntegros hemos de equilibrar cuerpo, mente y espíritu. Necesitamos cuidar muy bien nuestro cuerpo. Necesitamos tener una actitud mental positiva hacia nosotros mismos y hacia la vida. Necesitamos además una fuerte conexión espiritual. Cuando están equilibradas estas tres cosas, sentimos alegría de vivir. Ningún médico, ningún terapeuta nos puede dar esto si no nos decidimos a participar en nuestro proceso de curación.”

En ese libro encontramos una tabla de correspondencia entre los síntomas y malestares y sus causas emocionales, junto con Afirmaciones para reprogramar nuestra mente. Y hasta ahora, cada vez que he consultado su tabla, siempre ha sido más que acertada.

Generalmente, optamos por la forma rápida de ‘solucionar el problema’: una pastilla, un jarabe, una cirugía o incluso los pases mágicos de un curandero.  Queremos que el malestar desaparezca y nos deje trabajar y vivir ‘tranquilamente’Sin embargo, si no nos ocupamos de las emociones, de las heridas olvidadas o ignoradas, si no atendemos y escuchamos los mensajes de nuestro cuerpo, haremos desaparecer esa enfermedad o malestar por un tiempo, pero luego regresará o se manifestará en otro órgano o en otra parte del sistema.

Justamente hoy, antes de escribir esta publicación, me desperté triste y abatida, con mucho dolor físico.  Como el dolor me impedía siquiera moverme o levantarme de la cama, tomé un analgésico, apliqué aceites esenciales y me permití un par de siestas pues tenía necesidad de dormir mucho.  Si bien, los síntomas físicos más graves desaparecieron, el abatimiento y la tristeza no se iban, hasta que cerca de las cinco de la tarde, recordé que es el cumpleaños de una de mis nietas, que hace un par de años no tengo permiso para ver, y a quien guardo en un lugar muy especial de mi corazón.  Una vez que se hizo consciente lo que mi cuerpo estaba exteriorizando desde temprano, un mar de llanto se apoderó de mí.

¿Era yo consciente de tanto llanto y tristeza reprimida? No, aparentemente no.  En mi decisión de no interferir para que ella no sufra, y de dejar todo en manos de Dios, muchas veces hago como sí ya no me afectara.  Mi cuerpo sin embargo, no olvida, guarda registro y memoria de cada sentimiento, sensación, recuerdo y siente la distancia infinita que nos separa ahora y la tristeza que ella a veces, también siente.



Dicen, que cuando tenemos patrones de conducta que no podemos cambiar o nuevos hábitos que nos cuesta adoptar, es porque nuestro niño interior se resiste a acompañarnos en ciertos cambios.  Puede que en la memoria celular hayan quedado recuerdos de castigos, inseguridades, rechazos o consecuencias negativas por realizar determinadas acciones.  Es decir, si fuimos convencidos desde niños que cualquier persona rica es mala y que si hacemos algo diferente al resto del clan familiar somos desleales, es probable que nuestro niño interior boicotee cada uno de nuestros intentos por cambiar nuestra realidad, porque aún anida en nuestro cuerpo el miedo a ser rechazado o no amado por ser ‘mala’ persona o ser desleal al clan familiar, ejerciendo una prosperidad y una felicidad que ellos no tuvieron o no tienen en la actualidad.

La medicina moderna occidental no busca aumentar la cantidad de personas sanas.  Si así fuera, si el 90% de la población estuviera totalmente sano, entonces se acabaría el negocio de las farmacéuticas, laboratorios y la industria relacionada con la medicina.  Para el sistema, es necesario mantener el número de personas dependientes de tratamientos médicos para justificar una mega organización que mueve más dinero que la industria de los armamentos.  He trabajado en instituciones médicas, he visto a médicos recetar medicamentos, sólo para aumentar los ceros en el cheque que recibían a fin de mes, como reconocimiento del laboratorio o acceder a un Congreso internacional con todo pago en un país con playa y hoteles de lujo. He visto pacientes salir abatidos del consultorio porque el profesional le había recetado una gran cantidad de estudios complejos que apenas si podía pagar; pero ese número de estudios complejos era parte del trato que la institución tenía con Laboratorios de Análisis Clínicos y Centros de Imágenes; cada médico debía cumplir con cierta cantidad de estudios por mes, para mantener la comisión activa y cumplir con el porcentaje pactado. No digo que todos los médicos y profesionales trabajen de la misma manera, pero la gran mayoría sí.



Desde que empecé a escribir este blog en mi viaje personal con la endometriosis, asumí que estaba dispuesta a cuidar mi calidad de vida y no la cantidad de años que vivo.  No quiero ser un ‘paciente’ que en forma pasiva le da el poder al sistema para decidir cómo debo vivir y morir.  El camino de las Terapias Holísticas y la Medicina Natural o Alternativa, es lento, porque debemos trabajar desde adentro hacia afuera, porque trabajar con las emociones no es tarea fácil y no es algo que nos hayan enseñado desde niños. Se necesita determinación, constancia, voluntad, amor propio, respeto por nuestro cuerpo; conocer nuestro cuerpo, escucharlo, celebrarlo, honrarlo y dejar de resistirnos a Ser lo que somos y Vivir el camino que nuestra Alma necesita para manifestarse en esta vida.



Les dejo unos fragmentos del libro  “La enfermedad como camino”  de THORWALD DETHLEFSEN y RÜDIGER DAHLKE, al final de esta publicación.

Meditación guíada para sanar nuestro cuerpo femenino en el canal de YouTube.

Susie

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes

Derechos Reservados


“Si prestamos atención al animado debate que se mantiene en el mundo de la medicina, observamos que, generalmente, se discute de los métodos y de su funcionamiento y que, hasta ahora, se ha hablado muy poco de la teoría o filosofía de la medicina. Si bien es cierto que la medicina se sirve en gran medida de operaciones concretas y prácticas, en cada una de ellas se expresa —deliberada o inconscientemente— la filosofía determinante. La medicina moderna no falla por falta de posibilidades de actuación sino por el concepto sobre el que —a menudo implícita e irreflexivamente— basa su actuación. La medicina falla por su filosofía o, más exactamente, por su falta de filosofía. Hasta ahora, la actuación de la medicina responde sólo a criterios de funcionalidad y eficacia; la falta de un fondo le ha valido el calificativo de «inhumana». Si bien esta inhumanidad se manifiesta en muchas situaciones concretas y externas, no es un defecto que pueda remediarse con simples modificaciones funcionales. Muchos síntomas indican que la medicina está enferma. Y tampoco esta «paciente» puede curarse a base de tratar los síntomas. Sin embargo, la mayoría de críticos de la medicina académica y propagandistas de formas de curación alternativas asumen automáticamente el criterio de la medicina académica y concentran todas sus energías en la modificación de las formas (métodos).”


“El cuerpo nunca está enfermo ni sano ya que en él sólo se manifiestan las informaciones de la mente. El cuerpo no hace nada por sí mismo. Para comprobarlo, basta ver un cadáver. El cuerpo de una persona viva debe su funcionamiento precisamente a estas dos instancias inmateriales que solemos llamar conciencia (alma) y vida (espíritu). La conciencia emite la información que se manifiesta y se hace visible en el cuerpo. La conciencia es al cuerpo lo que un programa de radio al receptor. Dado que la conciencia representa una cualidad inmaterial y propia, naturalmente, no es producto del cuerpo ni depende de la existencia de éste.”


“Enfermedad significa, pues, la pérdida de una armonía o, también, el trastorno de un orden hasta ahora equilibrado (después veremos que, en realidad, contemplada desde otro punto de vista, la enfermedad es la instauración de un equilibrio). Ahora bien, la pérdida de armonía se produce en la conciencia, en el plano de la información, y en el cuerpo sólo se muestra. Por consiguiente, el cuerpo es vehículo de la manifestación o realización de todos los procesos y cambios que se producen en la conciencia. Así, si todo el mundo material no es sino el escenario en el que se plasma el juego de los arquetipos, con lo que se convierte en alegoría, también el cuerpo material es el escenario en el que se manifiestan las imágenes de la conciencia. Por lo tanto, si una persona sufre un desequilibrio en su conciencia, ello se manifestará en su cuerpo en forma de síntoma. Por lo tanto, es un error afirmar que el cuerpo está enfermo —enfermo sólo puede estarlo el ser humano—, por más que el estado de enfermedad se manifieste en el cuerpo como síntoma.”


“Cuando en el cuerpo de una persona se manifiesta un síntoma, éste (más o menos) llama la atención interrumpiendo, con frecuencia bruscamente, la continuidad de la vida diaria. Un síntoma es una señal que atrae atención, interés y energía y, por lo tanto, impide la vida normal. Un síntoma nos reclama atención, lo queramos o no. Esta interrupción que nos parece llegar de fuera nos produce una molestia y desde ese momento no tenemos más que un objetivo: eliminar la molestia. El ser humano no quiere ser molestado, y ello hace que empiece la lucha contra el síntoma. La lucha exige atención y dedicación: el síntoma siempre consigue que estemos pendientes de él. (…)Lo que debemos eliminar no es el síntoma, sino la causa. Por consiguiente, si queremos descubrir qué es lo que nos señala el síntoma, tenemos que apartar la mirada de él y buscar más allá.”

“La enfermedad como camino”  - THORWALD DETHLEFSEN y RÜDIGER DAHLKE


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