Hoy he despertado convencida de que era viernes; he debido revisar varias veces el calendario para comprobar que es viernes, en verdad.
Hoy he despertado varias veces, como cada día desde que pasé
la barrera de los 50; buscando la sensación de descanso que me permita
sobrellevar el día, con una cuota mínima de dolor crónica.
Mis despertares, son a veces como un sacudón abrupto después
de una teletransportación; demorando la consciencia de los sentidos para
recordar dónde vive realmente mi cuerpo físico.
La última vez que desperté esta mañana, fue una transición brusca, inesperada y repentina, entre un encuentro amoroso con el hombre del otro lado y la realidad tangible de mis huesos y músculos adoloridos, en el silencio de un departamento que aún permanece en quietud.
Del otro lado vive un hombre amable, gentil, cariñoso y
enamorado que me busca cuando menos lo espero.
Me ha besado ya un par de veces y cada vez, he regresado a mi vida
mundana con el sabor de sus labios y el aroma de su amor en mi corazón.
En esta ocasión, ha sido diferente, porque he visto su
rostro y he escuchado su voz. Si tuviera
la habilidad para dibujar personas, podría traducir la imagen fotográfica en mi
mente a un retrato de cuerpo completo, plasmado en el papel.
Lleva el pelo con bastantes canas, es más alto que yo y de
contextura robusta. Tiene la sonrisa
amable y la mirada transparente y chispeante.
El primer beso, de este encuentro, me lo ha robado, inclinándose
sobre mí, al encontrarme sentada junto a otras personas, en una suerte de sala
de espera frente a un gran ventanal. Con
una sonrisa y un ademán me ha pedido sentarse sobre mis piernas, y yo he
accedido gustosa.
Sentado frente a mí, me ha abrazado con amor y ternura, en
una celebración de un esperado encuentro.
Luego, ha vuelto a besarme varias veces, lento y sabroso, con besos
macerados en el tiempo que sabe de cosechas.
Después, cada uno ha continuado con sus tareas, mandados y
situaciones que acomodar en el mundo invisible.
Al regresar a buscarlo, lo he encontrado detrás de la casa
de mi abuela materna, sentado en una galería con plantas, leyendo un periódico.
Esta vez, yo me he sentado sobre sus piernas y lo he besado
con la sed de quien bebe maná de los labios del amado.
Entonces, él me ha dicho: Debo estar escuchando música,
porque has dejado de correr de un lado a otro, te has aquietado y me besas
mientras no estás ocupada en otros asuntos.
Nos hemos besado tan dulce, que, al despertar, mis labios
permanecían húmedos y sensibles.
No hubo despedida ni promesas; mi cuerpo físico simplemente
ha reclamado mi alma y me ha hecho aterrizar con prisa. Me pregunto si el hombre del otro lado vive
también en este plano. Bastaría una sola
mirada y la proximidad de un abrazo para reconocerlo.
Susannah©
18 de septiembre de 2025
Te invito a escuchar mi confesión de doble vida (Entre Mundos), en un Short del canal de Una niña de 60.
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