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miércoles, 10 de enero de 2024

El reconocimiento profesional y su precio


Una charla profunda y extensa


Quienes no hemos sanado nuestras heridas emocionales de la infancia y adolescencia, buscamos el reconocimiento profesional del mismo modo que buscábamos llegar a casa con las mejores notas en la libreta de la escuela. 

En lo personal, era siempre la mejor del curso, la alumna aplicada y respetuosa, la que destacaba y era elogiada por profesores.  Es cierto que con mi nivel de inteligencia racional (matemática y lingüística) se me daba fácil tener buenas notas, terminar un examen en la mitad del tiempo que el resto y aprender con sólo hacer un resumen.  Pero también es cierto que el rendimiento escolar excelente era lo único que me permitía ser vista, reconocida y celebrada en el entorno familiar.

Probablemente haya también una influencia astral en mi rendimiento escolar y profesional: soy Virgo y como tal disfruto hacer bien las cosas, y cuando digo bien, digo perfecto.  Creo siempre que todo es mejorable, perfectible y posible y que si no se hace bien, no tiene sentido hacerlo.

Ese perfeccionismo y esa sed desmedida por el reconocimiento profesional, me ha llevado muchas veces a pasar por alto la falta de reconocimiento económico y a descuidar mi equilibrio de salud física, mental y emocional.

Como sostén de un hogar monoparental (madre soltera de 3, sin asistencia del estado ni cuota alimentaria), me acostumbré a negociar condiciones de trabajo poco favorables y en detrimento siempre de mi maternidad y de la cantidad de tiempo disponible para mis hijos.  En los 80 y 90, conseguir un trabajo siendo madre soltera, era un desafío que activaba todos los procesos discriminatorios de un mundo laboral diseñado desde lo masculino y desde la anulación de los derechos femeninos.  Significaba prometer que trabajaría como si no tuviera hijos, sin pedir permiso para reuniones o actos escolares o gastar más de la mitad del sueldo en guarderías, niñeras y empleadas que pudieran estar cuando yo no estaba.

Aún así, estrenando el milenio, el sistema laboral, el patriarcado y las injusticias pudieron más que cualquier determinación, voluntad o sacrificio: perdí mis hijos en una batalla silenciosa que me dejó como única culpable ante los ojos del clan familiar e incluso la misma comunidad.



Escuela primaria de mis hijos en Godoy Cruz, Mendoza

Fue así que llegué a un pueblo remoto de la provincia de Mendoza, buscando alejarme de todo lo conocido, destruida emocionalmente y en un estado de abatimiento y derrota que me impedía hacerme cargo del bagaje de heridas que me acompañaban desde la niñez.

En ese pueblo remoto encontré la paz que necesitaba, el paisaje que me permitía conectar con la belleza de la vida y la oportunidad de volver a ser ‘la mejor’.  No había profesionales con mi talento ni con mi experiencia, era la mejor profesora de inglés y la mejor intérprete y traductora.  Lo era también antes, en cualquier otra ciudad, pero allí, mis cualidades y mi rendimiento resaltaban notablemente.  Eso sirvió para acomodar mi ego en un lugar que necesitaba.

Dediqué 13 años de mi vida a ese pueblo con aires de ciudad.  Trabajé en radios del estado y en radios privadas.  Cada vez que hacía falta una traductora o una intérprete de inglés, era la persona que buscaban desde el gobierno para atender funcionarios, académicos y empresarios extranjeros.  Contratarme era siempre garantía de un servicio excelente e impecable y de relaciones internacionales fructíferas.  También cubrí algunas suplencias y algún cargo docente temporal en  un secundario para adultos y en un instituto terciario, y fui docente de la academia municipal de inglés durante algún tiempo.

En mis programas de radio buscaba siempre difundir y educar en todo lo que tuviera que ver con la cultura y crear consciencia y fomentar el discernimiento entre los oyentes.  Eso fue motivo de censura, persecuciones, acoso, amenazas y condicionamiento laboral.  Además de eso, pasé a formar parte de una ‘lista negra’ del gobierno municipal que alentaba a los funcionarios a no autorizar mi contratación como empleada. Es decir que cada vez que realizaba algún trabajo o brindaba un servicio para gobierno municipal, yo debía facturar (incluso cuando era docente de su academia de inglés) como Monotributista y perseguir pagos que en muchos casos podían demorar más de 60 días en cancelarse.


producción de fotos para el noticiero de FM Eólica

Durante esos 13 años, guardé la esperanza de que algún funcionario del gobierno municipal, se diera cuenta de la importancia que representaba para las relaciones internacionales activas del pueblo, contratar como empleada a una profesional, que no solo era eficiente como traductora, sino que además contaba con múltiples talentos y habilidades relacionadas a gestión, protocolo, administración, informática, diseño de contenido audiovisual y otras tantas.

Bajo la bandera de ciertos partidos políticos, solo se contrata (al menos en Argentina) a personas que son leales a la causa partidaria, que no ejercen la libertad de expresión en medios gráficos o radiales y sobre todo que solo establecen relaciones profesionales y personales con gente del mismo partido.  Quizá, algún día, Argentina aprenda a vivir en democracia, y los funcionarios y empleados estatales sean elegidos y contratados por su eficiencia y su desempeño.  Mientras tanto, todo lo que aprendí en derecho cívico se queda en mis libros de secundaria.


¿Qué hago a las 3:30 am escribiendo sobre mi experiencia profesional en un pueblo perdido entre volcanes y montañas nevadas?

Han pasado casi 10 años desde que me fui de aquel lugar.  Me fui sin muchos anuncios, en medio de un desalojo, de una situación de supervivencia que complicaba mi salud y mi estado anímico.  Estaba ahí para brillar y dejar bien parado al municipio cada vez que lo necesitaban, pero el resto del tiempo era invisible y apenas si podía pagar mis gastos básicos.  ¿Cómo llegué a ese punto?  Cuando hay una situación de explotación laboral encubierta, hay un explotador, pero también hay una persona que se victimiza y se permite ser explotada en pos de un reconocimiento hecho de palabras vacías y de promesas que nunca se cumplen.  Es curioso, aún hoy, todavía hay personas que siguen viviendo en ese lugar que no saben que me fui o que si lo saben, no terminan de entender porque lo hice.

Una serie de sueños recurrentes con ese pueblo y su gente y los lugares donde trabajé junto con la aparición en mi vida de una persona de aquella época, activaron algunas tormentas en mi subconsciente y me mostraron una perspectiva no vista a tiempo.



premio Destacado Cultural por mi programa Tardes de Mate y Radio en LV19


A Malargüe le di no sólo 13 años de mi vida, le dediqué pasión, entusiasmo, tiempo y profesionalismo.  Creía en la gestión que había construido un Centro de Convenciones apto para eventos internacionales, y había generado las relaciones internacionales para que un Observatorio Internacional de Rayos Cósmicos se instalara en ese lugar remoto de nuestro país.  Creía en los planes estratégicos y en las bondades del lugar.  Aunque fuera apartidaría y a pesar de nunca ser una empleada con recibo de sueldo, obra social, vacaciones pagas y aguinaldo, yo defendía ese lugar y sus relaciones internacionales con la camiseta puesta de Argentina y de Mendoza y Malargüe.

El único trabajo que rescato de esos años como un logro, fue un contrato con la MTU (Universidad tecnológica de Michigan).  Ese contrato equiparó reconocimiento profesional con reconocimiento económico, con condiciones de respeto y dignidad y con una libertad de gestión en la que ellos se sentían afortunados de tenerme como su Coordinadora de Proyecto en Argentina.  Ese proyecto no pudo prosperar debido a gestiones políticas locales inadecuadas y mezquinas que iban en contra de los fundamentos y lineamientos del proyecto del país del norte.



construyendo la planta potabilizadora en Bardas Blancas - proyecto PAVLIS - MTU


Si hago un balance crudo y honesto, salí de ese pueblo con dos accidentes graves y una limitación física.  Las secuelas de esos 3 problemas a nivel salud, aún me acompañan y dejaron huellas en mi cuerpo y en mi rutina diaria.

Seguramente, era la forma que mi alma y mi cuerpo tenían de alertarme de que estaba sobrepasando las exigencias físicas y de que debía ponerme yo en primer lugar y respetarme como nadie lo hacía.  No supe ver que no se trataba de trabajar 12 horas en condiciones desfavorables y menos aún de suprimir necesidades físicas para competir con un rendimiento masculino.  Se trataba, en todo caso de ponerme yo misma en valor y de no aceptar trabajos mal pagos con la esperanza de que algún día el reconocimiento llegara.  Si algo he aprendido después de los 50 (un poco tarde por cierto), es que quien no valora profesionalmente a una persona, o no reconoce el talento y la eficiencia, no lo hará a partir de una entrega sacrificada, de una abnegación martirizada o de una ponencia que explique el valor de aquello que ellos ignoran deliberadamente.

Muchas de las personas que me conocieron en esa época o que eran parte de mi vida, solo recuerdan las fotos en los diarios junto a ministros o autoridades internacionales, los actos públicos transmitidos a todas partes del mundo o las recomendaciones internacionales que aún figuran en mi perfil de Linkedin o en mis redes sociales.

Esas personas son las que se preguntan porque ‘abandoné’ esa vida, sin estruendo ni anuncios. 



visita de los alumnos de PAVLIS-MTU al gobernador de Mendoza, Celso Jaque


Trabajo desde que tengo 16 años cuando comencé a dar clases particulares de inglés y hacer trabajos de mecanografía. (Escritos, monografías y tesis en máquina de escribir)

Trabajé siempre mucho, digamos un promedio de 12 horas por día y cuando era necesario pasaba días sin dormir para terminar una traducción a tiempo sin descuidar mi empleo o mis hijos.  Consumía medicamentos para regular mi ciclo menstrual desde la adolescencia (por indicación médica) y ese consumo se extendió durante casi toda mi vida adulta.  Como el nivel de estrés y el ritmo de trabajo y falta de descanso, deterioraban mi salud, se sumaron medicamentos para la hipertensión, el corazón, la gastritis, el dolor crónico e incluso la endometriosis.  (El consumo de muchos de esos medicamentos ha dañado mi funcionamiento renal y hepático de manera irreversible.)

En las jornadas como traductora e intérprete, la exigencia física se triplicaba: significaba muchas veces usar el baño antes de salir de casa y luego al regresar; no tomar suficiente agua para poder contener la necesidad de orinar; no comer adecuadamente y además usar calzado y ropa dictada por protocolo pero en contra de la comodidad.  En más de un acto o cena protocolar, algún funcionario o académico extranjero ha pedido en voz alta que me dejen respirar o comer.  Es que para los funcionarios argentinos, al traductor/intérprete hay que exprimirle cada minuto de su tiempo, porque los honorarios son caros y porque siempre hay alguien que necesita hablar (incluso mientras se come) para figurar, rellenar el silencio o gestionar sus objetivos. 

Las condiciones laborales, aún en este milenio, no están pensadas para necesidades femeninas diferentes a las masculinas.  Nuestros ciclos menstruales son parte de las necesidades de salud física básica y un baño disponible en condiciones adecuadas debería ser parte del contrato de trabajo, aún en expediciones por la extensa geografía con comitivas internacionales.  El gobierno es capaz de montar una tienda de campaña en medio de la nada, con cocina gourmet, vinos premiados y un chivito a la llama para convencer a científicos asiáticos de instalar una antena en ese lugar. Sin embargo, jamás gastarían un peso en transportar un baño químico bajo estándares internacionales; ¿por qué hacerlo si los hombres pueden darse un paseo por los arbustos para solucionar sus necesidades de orinar?

No es ciencia ficción, ni una exageración.  Lo he vivido incontables veces.  He sido la intérprete y guía de comitivas extranjeras, con científicos, funcionarios de gobierno, diplomáticos o académicos de universidades internacionales.  Si hay algo que le gusta al argentino promedio es presumir de las bellezas geográficas de nuestro extenso territorio.  Sin embargo, los estados de rutas y accesos son deplorables; las distancias entre un sitio y otro sin inmensas y en muchos casos sin cobertura de telefonía y muchos de los lugares turísticos ni siquiera tienen la infraestructura de servicios necesaria para recibir a visitantes extranjeros. Durante 13 años me cansé de traducir el mismo discurso de promesas de una infraestructura que nunca llegó y de excusas que perduraron y perduran en el tiempo.

En una ocasión, recorrimos la vasta geografía de Malargüe, en zonas alejadas de la civilización, para ofrecer a científicos e ingenieros de la agencia espacial china la mejor ubicación para una antena espacial.  Viajamos en un utilitario no apto para travesías de rutas inhóspitas, en la comitiva había una sola mujer (científica) que no tenía permitido hablar mucho.  A cada lugar que llegábamos, los hombres del grupo, incluyendo el chofer, se daban su paseo por los arbustos y nosotras nos quedábamos esperando para continuar con negociaciones y ponencias.  En una de las paradas, ella no bajó; cuando subí al vehículo y vi su rostro, supe lo que le sucedía: estaba con su periodo menstrual y necesitaba un baño urgentemente.  Respetuosamente hablé con ella y le dije que la única opción que teníamos sería alguna letrina en un puesto de campo.  Estaba sufriendo tanto que accedió.  Entonces, le pedí al chofer que nos desviáramos de la ruta y buscáramos un puesto.  Las dos encontramos alivio en una letrina de campo con un agujero en el suelo, pero al menos, tenía la privacidad de cuatro paredes de adobe.

Podría contar también la nefasta experiencia con una comitiva de Malasia en Laguna de Llancanelo, donde quedamos varados todo un día, sin agua, sin señal telefónica, sin alimentos y sin baño y un chofer del complejo Las Leñas apuntando su arma a las aves del lugar.  Además de la insolación y la deshidratación, una partícula de arcilla se incrustó en uno de mis ojos cuando intentaba ayudar a sacar una de las camionetas del pantano. Los diplomáticos fueron los primeros en ser evacuados y la intérprete fue abandonada en el lugar con una serie de empleados incompetentes.



trabajando como intérprete en el Planetario Malargüe


¿Por qué cuento algunas experiencias ahora?

Una se acostumbra a callar, hay una especie de acuerdo implícito y silencioso para poder continuar trabajando, para no ‘entorpecer’ las relaciones profesionales y no ‘perder’ oportunidades de conseguir futuros contratos.

Hasta que un accidente, una enfermedad o una complicación física nos muestra que ninguna de esas relaciones vendrá al rescate, que no hay obra social, ni estabilidad económica, ni reconocimiento, ni compensación.

Hay un momento en que el cuerpo colapsa, se agota de enviar señales y comienza a ‘pasar factura’ de todos los descuidos, abusos, y exigencias que deterioraron el funcionamiento de órganos y el equilibrio del sistema

El primer accidente grave en Malargüe,  fue una caída que ocasionó un doble esguince en mi tobillo izquierdo y tendinitis.  Quizá no hubiera sido tan grave con el tratamiento adecuado, pero  la atención en el hospital era paupérrima y me tocó seguir trabajando en la radio estatal (porque facturaba y no tenía sueldo) en pleno invierno nevado con muletas y sin hacer reposo.  La recuperación parcial fue posible gracias a mis conocimientos de terapias holísticas y a los consejos de un alumno que era profesor de educación física.  Meses después viajé a la ciudad de Mendoza para que acomodaran un hueso que había quedado fuera de lugar, pero había pasado demasiado tiempo y el tobillo quedó con algunos callos y debilidades.  El empleador que más trabajo en negro genera en nuestro país, es el estado en sus diferentes ámbitos: contrata empleados encubiertos que deben presentar factura cada mes pero que no disfrutan de ninguno derecho básico.



acto  en el Centro de Convenciones Thesaurus


El segundo evento, fue en los últimos años en el pueblo, otra caída, causada por una puerta de vidrio pesada, una alfombra colocada en una entrada contra toda regla de seguridad, un viento intenso y un cuerpo sobrecargado en espaldas y brazos con mochila, computadora, diccionarios y libros.  Fue en un edificio público del municipio.  Mi cara dio de lleno y rebotó contra el hormigón y una rejilla de metal.  Sufrí traumatismo cerebral, golpes masivos en todo mi rostro y estuve a punto de perder mi dentadura. Me recuperé gracias a mi hija mayor que vivía en el mismo lugar en ese momento y a una dentista que me atendió desde la empatía y la compasión.  Me quedaron las cicatrices de los cortes en la boca y en la frente, algunos dientes rotos y otros fuera de lugar y un bulto deforme en mi frente.  Durante semanas, apenas si podía caminar, porque todo retumbaba dentro de mí, los dolores eran insoportables y los mareos generaban inestabilidad física.  Tuve que ingerir alimentos líquidos y blandos durante casi un año.  La sensibilidad y molestias aún me impiden morder una manzana sin haberla picado y ni pensar en comer un turrón o comer algo crocante.  Durante mis semanas y meses de recuperación, la única preocupación real y tangible del gobierno local era que terminara una traducción en la que estaba trabajando.


trabajando como intérprete en el Planetario de Malargüe


Creo que las caídas, los accidentes y las enfermedades crónicas son señales que nuestro cuerpo nos da de que debemos detenernos, bajar la velocidad, cambiar nuestros hábitos, ponernos en valor, respetarnos y hacernos respetar y sobre todo, mirar en perspectiva y objetivamente todo aquello que nos perturba en nuestra vida.

Yo no supe escuchar, no supe ver ni mirar.  Una vez que mi cara dejó de ser el rostro desfigurado de un boxeador y pude subirme a mi bicicleta para ir de un trabajo a otro, retomé mis jornadas de trabajo de 12 horas, incluso fines de semana y feriados.  Volví a exigirle a mi cuerpo que se adaptara a condiciones laborales insalubres, a pesar de que yo ya tenía más de 45 años.  Creía que con disciplina, determinación, voluntad y esfuerzo podría lograr esa estabilidad económica que siempre se me escapaba y sobre todo, que en algún momento, alguno de esos funcionarios decidiría compensarme por tanto esfuerzo y sacrificio.


inauguración de la antena espacial de espacio profundo - ESA


A punto de cumplir los 50, mi vida se llenó de crisis personales y familiares; yo seguía luchando por transformar y mejorar todo lo que me rodeaba, en convencer a otras personas de lo que era correcto y sobre todo, seguí buscando un reconocimiento que sólo llegaba con palabras huecas y frases diplomáticamente correctas.

Mi suelo pélvico se derrumbó, así como mi vida, y de un día para otro me descubrí con prolapso de mis tres órganos pélvicos, sobre todo vejiga y recto.  Ya no había posibilidad de realizar esfuerzo físico, pasar horas dando clase frente a un curso o subirme a mi bicicleta cargando todo lo posible. Todas las necesidades físicas que había reprimido o ignorado, todos los descuidos en mis hábitos, el exceso de horas de trabajo y la falta de descanso adecuado, el uso de ropa ajustada e incómoda y los años de tacones altos mostraron su efecto residual acumulado.

Me encontré incapaz de cubrir mis necesidades básicas incluyendo el alquiler, avergonzada de explicar mis condiciones físicas a personas que se incomodaban de saber y frustrada de no poder cumplir con las expectativas que familia y amigos seguían teniendo conmigo.

Me sentía invisible como se sienten todas las personas con enfermedades crónicas invisibles. Me sentía invisible cuando pasaba semanas o meses sin comer.  Me sentía invisible cuando nadie ofrecía su ayuda o hacía una compra por mí cuando el dolor me impedía levantarme de la cama.   Me sentía invisible cuando mis alumnos particulares tenían siempre excusas para olvidar pagarme o demorarse en hacerlo. Será por eso que cuando me mudé en 2015, imaginé que todos me olvidarían fácilmente.

Sin embargo aún hoy, todavía hay personas que me recuerdan, me buscan en las redes sociales o le piden información a algún contacto en común.  Yo me pregunto ¿qué es lo que recuerdan?  ¿Recuerdan esa Susana que estaba siempre disponible y daba lo mejor de sí misma siempre sin pedir mucho a cambio? ¿Se acuerdan de esa profesional que era siempre eficiente aunque muchas veces le pagaran menos que al personal de maestranza?



Taller de Scrabble en la Academia Municipal de Inglés


A esta altura de mi vida, con 59 años, ya no hago ‘como si nada’, ya no callo por cortesía, ya no guardo las apariencias, ni tampoco regalo mi trabajo por monedas.

Durante los primeros años en San Juan, extrañé ese ‘reconocimiento profesional’, añoré ser la mejor; pero sobre todo, hablaba todo el tiempo de mis épocas doradas como traductora e intérprete o de mis contratos internacionales bien pagos.  Seguía buscando ‘afuera’ el trabajo perfecto, el empleo estable, el reconocimiento económico y una seguridad de sueldo, vacaciones y aguinaldo.

La salud del cuerpo fue la forma en que Dios o el Universo y mi alma encontraron para sentarme a trabajar en aquello que siempre había pospuesto y así nació Puentes, de la crisis profunda y de las circunstancias adversas.  El mes que viene, Puentes cumplirá 7 años.

Convivo con un par de enfermedades crónicas, algunas limitaciones físicas, un tobillo que ya no tolera tacos altos y se resiente con una mala pisada o duele con el cambio de clima; una dentadura maltrecha que nunca pude arreglar; y una necesidad de cuidar el equilibro de dieta y movimientos de forma precisa para que mi metabolismo funcione correctamente.

Aún estoy aprendiendo a creer y confiar en mí, a ponerme en valor  y a reconocer mis dones y talentos. 

Ahora sólo trabajo en mis términos y con mis condiciones.  Ya no realizo trabajo mal pago para sostener una red de oportunidades que sólo busca bueno, bonito y barato, para aumentar sus ganancias y reducir sus costos.


San Luis, Argentina

Hay una desagradable costumbre en este país y en muchos países latinos de ‘tirarle unas monedas’ a quien está sin trabajo para recibir a cambio un servicio profesional.  Esa ‘caridad encubierta’ en la que las personas intentan ayudar a quien está pasando por momentos difíciles, es una falta de respeto y una falsa empatía que no crea vínculos sanos.  Esa misma persona que ofrece caritativamente unas monedas por un trabajo que vale mucho más, luego hace su viaje de vacaciones a un lugar turístico o sale a comer con amigos y familia sin el mayor remordimiento.

‘Regalar’ nuestro trabajo o aceptar tratos desfavorables para nosotros, puede mantener ciertas relaciones profesionales o personales, bajo una fachada que sólo se sostiene de falsos intereses y necesidades mezquinas.  Puede que esas pocas monedas, cubran alguna necesidad durante un par de días o incluso el financiamiento de un pago nos prometa un ingreso regular que no siempre llega.  El valor agregado silencioso es que esa desvalorización que nosotros permitimos de nuestro trabajo nos llena de amargura y resentimiento.  Nos quedamos esperando que el otro se dé cuenta, que él otro reconozca y valore, que el otro nos compense.

He terminado el 2023 y he comenzado el 2024, aprendiendo a elegir incomodidad en vez de amargura.  Poner límites, expresar respetuosamente mi verdad, darle el valor que merece mi trabajo, puede resultar incómodo con algunas personas; sobre todo aquellas malacostumbradas a abusar de nuestra ‘buenura’.  Seguramente muchas personas ya no me buscarán y eso está bien.  Será el vacío necesario para que las personas correctas lleguen.

Los sueños recurrentes con personas y lugares del pasado me muestran todos esos rincones donde la amargura y el resentimiento hicieron nido, todo lo que aún no ha sanado y todo lo que me hubiera gustado que fuera diferente.

La amargura, el resentimiento y la frustración son una forma de mezquindad disfrazada; porque se gestan a partir de expectativas o deseos que no supimos expresar o de proyecciones irreales sobre otras personas.  Nuestro ego mezquino quería algo que no supimos darle y por ello culpamos a las personas que no nos dieron lo que esperábamos.

Entre bultos, equipaje y recuerdos que me traje de Malargüe, arrastré conmigo una buena dosis de amargura y resentimiento, de sueños frustrados y de reconocimientos que nunca llegaron.

Reconocerlo y escribir sobre eso, es un gran paso para sanar y despejar el camino en este nuevo año.

Susannah Lorenzo© / Tejedora de Puentes

Si quieres saber quién soy y qué hago ahora, puedes descargar un PDF con mi Hoja de Ruta y mis publicaciones y contenidos disponibles.

Nota: Algunas personas tienen la suerte de tener la vida prolija y ordenada, otras no.  Se supone que con las leyes vigentes de los últimos años podría haber solicitado la jubilación anticipada, pero por la cantidad de años de aportes faltantes, mi trámite fue rechazado.  Es curioso, el mismo Estado que te da trabajo 'en negro', luego te quita el derecho a lo que otros ciudadanos tienen porque no cumples con las 'reglas'.



Mi base de operaciones está en ciudad de San Luis, aunque bien podría estar en cualquier otro sitio.
Llegué aquí por los azares de la pandemia en 2021 y disfruto el paisaje, 
el clima y el servicio de internet gratuito.  
Por lo demás, soy totalmente anónima e invisible en este lugar.
Nadie sabe quién soy cuando salgo a la calle, nadie me visita ni nadie me llama; sin embargo, 
cuando hay rachas difíciles, la pobreza o las enfermedades duelen menos, 
porque una sabe que no hay nadie conocido.
La invisibilidad que duele es la indiferencia de las personas que nos conocen,
que viven en una misma ciudad y eligen mirar a otro lado.
Aquí estoy totalmente sola, no hay abrazos, ni charlas, ni visitas.
Mi mundo es virtual y mi trabajo social se vuelca en la
A veces se extraña el contacto humano, ese que es sincero y crea vínculos
donde somos reconocidos, respetados y celebrados por lo que somos.


jueves, 3 de septiembre de 2020

El cuerpo siempre sabe

Nuestro cuerpo recuerda lo que nuestra mente se empecina en olvidar.

Nuestro cuerpo registra las agresiones verbales como si fueran físicas.

Nuestro cuerpo absorbe las energías de otras personas, ya sea involuntariamente o a través de procesos de curación energética.

Nuestro cuerpo guarda memorias de traumas, heridas emocionales, situaciones de carencia extrema, humillaciones, vejaciones, abusos, burlas y crisis paralizantes de miedo.

Del mismo modo, guarda los recuerdos placenteros, los besos, los abrazos, las caricias, los aromas, las texturas, la música, los estímulos visuales y sensoriales que dejaron un sendero luminoso en nuestro corazón.



La mente tiene sus propios mecanismos de defensa: amnesias forzadas, temporales o permanentes; eliminación de datos, nombres, fechas y cualquier información que pueda llevarnos a recordar algo muy doloroso; olvidos y actos fallidos; para ayudarnos a ignorar, desterrar o minimizar cualquier suceso que mantenga vivo el dolor o el sufrimiento.

En esos juegos mentales, trabajamos como un analista de sistemas, reformateando el disco de nuestra computadora, creando nuevos archivos, borrando los que ya no sirven, desfragmentando el disco e instalando un sistema guardián de protección de nuestra salud mental.  Porque, según las exigencias de la sociedad en que vivimos, salud mental es sinónimo de felicidad, dicha, satisfacción, éxito, optimismo, actitud proactiva, insensibilidad, carencia de empatía y un individualismo que raya la crueldad.

Sentir, ser sensible, ser empático, llorar, estar triste, conectar genuinamente con las emociones, gritar, desbordarse, decir lo que se siente, expresar la verdad interior, ser coherente con lo que nuestra Alma necesita manifestar y demostrar algún signo de debilidad, son considerados señales de alguna enfermedad mental, de un desequilibrio que necesita medicación que suprima lo que somos y lo que sentimos para volvernos ‘más normales’, más funcionales y más parecidos a la masa de zombis automatizados.

Hace algunos siglos atrás, una persona de más de 50, era casi un anciano, era una edad común para morir.  En este siglo, los 50 son la juventud de la edad madura y las personas pueden aspirar a vivir fácilmente cien años.  Sin embargo, el aumento de enfermedades autoinmunes, enfermedades derivadas de los alimentos que ingerimos, crisis de estrés, aumento de diferentes tipos de cáncer y un sinfín de virus, aerosoles, químicos, ruidos, humos y tejidos sintéticos provocan alergias y enfermedades incurables e innombrables.



Estamos tan empeñados en ser ‘sanos mentalmente’, que nos desconectamos de nuestras emociones, reprimimos sentimientos, callamos palabras, dejamos que nuestros ríos internos se sequen y petrificamos las zonas heridas de nuestro corazón.  Imaginamos que nuestro cuerpo es apenas una masa de músculos, huesos, órganos y piel que solo nos sirve para funciones fisiológicas y para mantenernos vivos.

El cuerpo es el templo donde el alma habita y como tal tiene la función de indicarnos el camino, de mostrarnos lo que es bueno o malo para nosotros.  El cuerpo nos habla: a través de reacciones, sensaciones, escalofríos, nudos en el estómago, migrañas, temblores, estados de ansiedad, gripe, resfrío, irritabilidad y otras tantas formas de mostrarnos lo que nos perturba, es tóxico para nosotros o simplemente se ha quedado estancado en alguna parte de nuestro sistema.

La intuición está conectada directamente con el cuerpo.  Quienes hacemos prácticas de curanderismo, muchas veces sentimos en nuestro cuerpo los dolores o síntomas de la persona a quien estamos ayudando.  Luego, a través de un proceso de limpieza y meditación, logramos que esas dolencias sigan su camino y solamente pasen a través de nosotros, descargándolas en la Madre Tierra.  Cuando conocemos a una persona, la intuición activa sensaciones y comportamientos reflejos en el cuerpo: rigidez, temblor, intranquilidad, rechazo, ganas de salir corriendo o necesidad de abrazar al otro.  Quienes somos empáticos y sensibles, podemos sentir las emociones de la persona que está frente a nosotros o al otro lado del teléfono. Solemos ignorar las reacciones físicas porque las consideramos primitivas, porque pensamos que una persona inteligente actúa solamente desde una mente clara y ordenada.

Las mujeres que somos madres, incluso, podemos sentir en nuestro cuerpo, cuando algo malo les pasa a nuestros hijos, sin importar donde vivan o qué edad tengan; puede ser en forma de dolor en el pecho, falta de aire, palpitaciones, sudoración profusa o un dolor punzante en la boca del estómago.  El cuerpo nos muestra lo que nuestra percepción e intuición recibe antes de que la mente lo pueda razonar, procesar y expresar de manera coherente.



Tal como explica la Maestra Louise Hay en su libro ‘Sana tu cuerpo’:

“Para sanar y hacernos íntegros hemos de equilibrar cuerpo, mente y espíritu. Necesitamos cuidar muy bien nuestro cuerpo. Necesitamos tener una actitud mental positiva hacia nosotros mismos y hacia la vida. Necesitamos además una fuerte conexión espiritual. Cuando están equilibradas estas tres cosas, sentimos alegría de vivir. Ningún médico, ningún terapeuta nos puede dar esto si no nos decidimos a participar en nuestro proceso de curación.”

En ese libro encontramos una tabla de correspondencia entre los síntomas y malestares y sus causas emocionales, junto con Afirmaciones para reprogramar nuestra mente. Y hasta ahora, cada vez que he consultado su tabla, siempre ha sido más que acertada.

Generalmente, optamos por la forma rápida de ‘solucionar el problema’: una pastilla, un jarabe, una cirugía o incluso los pases mágicos de un curandero.  Queremos que el malestar desaparezca y nos deje trabajar y vivir ‘tranquilamente’Sin embargo, si no nos ocupamos de las emociones, de las heridas olvidadas o ignoradas, si no atendemos y escuchamos los mensajes de nuestro cuerpo, haremos desaparecer esa enfermedad o malestar por un tiempo, pero luego regresará o se manifestará en otro órgano o en otra parte del sistema.

Justamente hoy, antes de escribir esta publicación, me desperté triste y abatida, con mucho dolor físico.  Como el dolor me impedía siquiera moverme o levantarme de la cama, tomé un analgésico, apliqué aceites esenciales y me permití un par de siestas pues tenía necesidad de dormir mucho.  Si bien, los síntomas físicos más graves desaparecieron, el abatimiento y la tristeza no se iban, hasta que cerca de las cinco de la tarde, recordé que es el cumpleaños de una de mis nietas, que hace un par de años no tengo permiso para ver, y a quien guardo en un lugar muy especial de mi corazón.  Una vez que se hizo consciente lo que mi cuerpo estaba exteriorizando desde temprano, un mar de llanto se apoderó de mí.

¿Era yo consciente de tanto llanto y tristeza reprimida? No, aparentemente no.  En mi decisión de no interferir para que ella no sufra, y de dejar todo en manos de Dios, muchas veces hago como sí ya no me afectara.  Mi cuerpo sin embargo, no olvida, guarda registro y memoria de cada sentimiento, sensación, recuerdo y siente la distancia infinita que nos separa ahora y la tristeza que ella a veces, también siente.



Dicen, que cuando tenemos patrones de conducta que no podemos cambiar o nuevos hábitos que nos cuesta adoptar, es porque nuestro niño interior se resiste a acompañarnos en ciertos cambios.  Puede que en la memoria celular hayan quedado recuerdos de castigos, inseguridades, rechazos o consecuencias negativas por realizar determinadas acciones.  Es decir, si fuimos convencidos desde niños que cualquier persona rica es mala y que si hacemos algo diferente al resto del clan familiar somos desleales, es probable que nuestro niño interior boicotee cada uno de nuestros intentos por cambiar nuestra realidad, porque aún anida en nuestro cuerpo el miedo a ser rechazado o no amado por ser ‘mala’ persona o ser desleal al clan familiar, ejerciendo una prosperidad y una felicidad que ellos no tuvieron o no tienen en la actualidad.

La medicina moderna occidental no busca aumentar la cantidad de personas sanas.  Si así fuera, si el 90% de la población estuviera totalmente sano, entonces se acabaría el negocio de las farmacéuticas, laboratorios y la industria relacionada con la medicina.  Para el sistema, es necesario mantener el número de personas dependientes de tratamientos médicos para justificar una mega organización que mueve más dinero que la industria de los armamentos.  He trabajado en instituciones médicas, he visto a médicos recetar medicamentos, sólo para aumentar los ceros en el cheque que recibían a fin de mes, como reconocimiento del laboratorio o acceder a un Congreso internacional con todo pago en un país con playa y hoteles de lujo. He visto pacientes salir abatidos del consultorio porque el profesional le había recetado una gran cantidad de estudios complejos que apenas si podía pagar; pero ese número de estudios complejos era parte del trato que la institución tenía con Laboratorios de Análisis Clínicos y Centros de Imágenes; cada médico debía cumplir con cierta cantidad de estudios por mes, para mantener la comisión activa y cumplir con el porcentaje pactado. No digo que todos los médicos y profesionales trabajen de la misma manera, pero la gran mayoría sí.



Desde que empecé a escribir este blog en mi viaje personal con la endometriosis, asumí que estaba dispuesta a cuidar mi calidad de vida y no la cantidad de años que vivo.  No quiero ser un ‘paciente’ que en forma pasiva le da el poder al sistema para decidir cómo debo vivir y morir.  El camino de las Terapias Holísticas y la Medicina Natural o Alternativa, es lento, porque debemos trabajar desde adentro hacia afuera, porque trabajar con las emociones no es tarea fácil y no es algo que nos hayan enseñado desde niños. Se necesita determinación, constancia, voluntad, amor propio, respeto por nuestro cuerpo; conocer nuestro cuerpo, escucharlo, celebrarlo, honrarlo y dejar de resistirnos a Ser lo que somos y Vivir el camino que nuestra Alma necesita para manifestarse en esta vida.



Les dejo unos fragmentos del libro  “La enfermedad como camino”  de THORWALD DETHLEFSEN y RÜDIGER DAHLKE, al final de esta publicación.

Meditación guíada para sanar nuestro cuerpo femenino en el canal de YouTube.

Susie

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes

Derechos Reservados


“Si prestamos atención al animado debate que se mantiene en el mundo de la medicina, observamos que, generalmente, se discute de los métodos y de su funcionamiento y que, hasta ahora, se ha hablado muy poco de la teoría o filosofía de la medicina. Si bien es cierto que la medicina se sirve en gran medida de operaciones concretas y prácticas, en cada una de ellas se expresa —deliberada o inconscientemente— la filosofía determinante. La medicina moderna no falla por falta de posibilidades de actuación sino por el concepto sobre el que —a menudo implícita e irreflexivamente— basa su actuación. La medicina falla por su filosofía o, más exactamente, por su falta de filosofía. Hasta ahora, la actuación de la medicina responde sólo a criterios de funcionalidad y eficacia; la falta de un fondo le ha valido el calificativo de «inhumana». Si bien esta inhumanidad se manifiesta en muchas situaciones concretas y externas, no es un defecto que pueda remediarse con simples modificaciones funcionales. Muchos síntomas indican que la medicina está enferma. Y tampoco esta «paciente» puede curarse a base de tratar los síntomas. Sin embargo, la mayoría de críticos de la medicina académica y propagandistas de formas de curación alternativas asumen automáticamente el criterio de la medicina académica y concentran todas sus energías en la modificación de las formas (métodos).”


“El cuerpo nunca está enfermo ni sano ya que en él sólo se manifiestan las informaciones de la mente. El cuerpo no hace nada por sí mismo. Para comprobarlo, basta ver un cadáver. El cuerpo de una persona viva debe su funcionamiento precisamente a estas dos instancias inmateriales que solemos llamar conciencia (alma) y vida (espíritu). La conciencia emite la información que se manifiesta y se hace visible en el cuerpo. La conciencia es al cuerpo lo que un programa de radio al receptor. Dado que la conciencia representa una cualidad inmaterial y propia, naturalmente, no es producto del cuerpo ni depende de la existencia de éste.”


“Enfermedad significa, pues, la pérdida de una armonía o, también, el trastorno de un orden hasta ahora equilibrado (después veremos que, en realidad, contemplada desde otro punto de vista, la enfermedad es la instauración de un equilibrio). Ahora bien, la pérdida de armonía se produce en la conciencia, en el plano de la información, y en el cuerpo sólo se muestra. Por consiguiente, el cuerpo es vehículo de la manifestación o realización de todos los procesos y cambios que se producen en la conciencia. Así, si todo el mundo material no es sino el escenario en el que se plasma el juego de los arquetipos, con lo que se convierte en alegoría, también el cuerpo material es el escenario en el que se manifiestan las imágenes de la conciencia. Por lo tanto, si una persona sufre un desequilibrio en su conciencia, ello se manifestará en su cuerpo en forma de síntoma. Por lo tanto, es un error afirmar que el cuerpo está enfermo —enfermo sólo puede estarlo el ser humano—, por más que el estado de enfermedad se manifieste en el cuerpo como síntoma.”


“Cuando en el cuerpo de una persona se manifiesta un síntoma, éste (más o menos) llama la atención interrumpiendo, con frecuencia bruscamente, la continuidad de la vida diaria. Un síntoma es una señal que atrae atención, interés y energía y, por lo tanto, impide la vida normal. Un síntoma nos reclama atención, lo queramos o no. Esta interrupción que nos parece llegar de fuera nos produce una molestia y desde ese momento no tenemos más que un objetivo: eliminar la molestia. El ser humano no quiere ser molestado, y ello hace que empiece la lucha contra el síntoma. La lucha exige atención y dedicación: el síntoma siempre consigue que estemos pendientes de él. (…)Lo que debemos eliminar no es el síntoma, sino la causa. Por consiguiente, si queremos descubrir qué es lo que nos señala el síntoma, tenemos que apartar la mirada de él y buscar más allá.”

“La enfermedad como camino”  - THORWALD DETHLEFSEN y RÜDIGER DAHLKE


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viernes, 3 de enero de 2020

Sobre tormentas y desamores

Tormenta solar de emociones
29 de diciembre

Tantos años dormida bajo mantos de hielo, bajo eones de tiempo; escondida bajo kilos de obesidad, entretenida en aprendizajes y meditaciones.

Y de repente, despertar así, con la persona equivocada...

Yo, qué tanto le pedí a Dios que después de la castidad y  la autosanación, sólo llegara el buen amor.

Yo, que creí que nunca volvería a llorar por un hombre.

Yo, que creí que estaba tan evolucionada, tan instalada en mi paz, que nadie podría quitarme el aliento ni embravecer mi mar.

Aquí estoy, llorando a mares, intentando dilucidar este mar de emociones que se activa con el gesto más mínimo, con la señal, más tenue y con un puente de energía que inevitablemente reúne nuestras almas en el espacio invisible.

Te lo dije, Dios, tenía que ser un hombre de buen corazón, dispuesto a amar y ser amado.

No sé qué imaginaba, quizá una atracción magnética instantánea, un amor a primera vista o un deslumbramiento.

No imaginaba una construcción lenta y pausada de una ternura que me puede, un puente inimaginable entre dos seres tan distantes y tan ajenos.

Coincidir en el tiempo, en los instantes, en los sueños, en la anticipación, en la alegría y sentir mis mariposas dar saltitos cuando está por llegar...

Estar aquí de este lado del puente con 55 años y más de 90 kilos, sintiendo cómo mi energía se enreda con la de un hombre mucho menor, parece un chiste de mal gusto, una ironía del destino, un examen espiritual con golpes bajos.


Yo sé que es necesario, que es bueno estar viva, que mi Shakti necesita activarse y que todo esto es parte del desbloqueo de mis chakras.

Pero, ¿podemos dejar el aprendizaje y la maestría de lado?

No sé qué me da más bronca o me enoja más:

¿Que coincidamos en tiempo y espacio y su alma salga a mi encuentro?
¿Que su corazón y su mente se hagan los distraídos?
¿Que mi cuerpo esté averiado, gordo y enfermo no apto para seducir y vivir esta pasión que se arremolina en su nombre?

Como dice el poema, su mirada me puebla el insomnio y puedo sentir su energía en cada rincón de mi ser. (Puedes leer el poema en el blog Pétalos del Corazón, Poema Irreverente)

¿Y quiero hacer como siempre, sepultar y anestesiar y dejar de sentir todo esto?

Me encanta todo lo que siento, aunque me lleve del llanto a la euforia.  Pero, ¿por qué no puede ser con la persona correcta?

¿Qué es lo que quiere de mí, Dios, ahora?

Los miedos que me habitan quieren escribir mil conjuros para que desaparezca de mi mapa y no vuelva a cruzarse en mi camino.

Y la mujer del río profundo quiere que escriba un solo mensaje, se fabrique una invitación o me toque el corazón con una palabra.

Mientras escribo, escucho: Entra en mi vida – Sin Bandera


Susie en desvarío





Escritura post tormenta solar

Manifiesto de Amor (Blog Pétalos del Corazón)

01 de Enero de 2020

Pensé que me amaba a mi misma y por eso no necesitaba a nadie para ser feliz.  Entonces, pensé que podría vivir sola y tranquila.

Pero eso no es, en verdad, amor propio o autoestima, es sólo un escudo para sentirme a salvo.  Si te amas lo suficiente a ti misma, puedes amar a alguien más y no tener miedo de ser rechazada por tus defectos.

Darme cuenta que me estaba enamorando de alguien y que mi Shakti estaba nuevamente despierta, produjo diferentes tipos de emociones, tormentas solares y océanos bravíos.  Pero principalmente me mostró que Yo creo que mi cuerpo no es apto para seducir al hombre que ha despertado mi corazón.  A pesar de la hermosa energía y atracción de almas, eso, dentro mí no era suficiente porque en algún punto, él vería solamente lo que yo veo en el espejo: una mujer de 55 con sobre peso y prolapso.

Antes de que llegara este corazón distraído a despertarme, sabía que mi sobrepeso era la perfecta vacuna contra la seducción.

Así, me dejé arrastrar en una espiral descendente de lástima por no ser 'apta' para él y dejando que se llenara de sombras este hermoso sentimiento de amor, ternura, cuidado y magia de almas.

Pasé varios días de mi retiro y desintoxicación de las redes cultivando una conversación negativa en mi mente, llenándome de expectativas dramáticas y nefastas y sintiéndome avergonzada porque amaba a alguien más joven que yo.  Y el problema real es que en verdad no me amo lo suficiente.

Como siempre, el problema no está allí afuera, en quien nos quiere, quien nos cuida o quien nos deja de amar.

El problema es que tenemos más expectativas y exigencias sobre nosotros mismos que lo que las demás personas pueden tener.

La culpa y el remordimiento sólo entran allí donde la inseguridad nos llena de sombras y miedos; allí donde el amor que podemos sentir por los demás, no nos abraza con ternura, sabiéndonos poderosas, bellas, sensuales y dichosas.

Cuida quien te quiere, cuida quien te cuida.

Susie despierta



Playlist para el hombre distraído que despertó mi corazón.

sábado, 31 de agosto de 2019

De enfermedades crónicas y madres solteras


De enfermedades crónicas y madres solteras (o mal acompañadas)


Cada vez que mis hijos, familia o 'amigos' cuestionan o cuestionaron mis decisiones mientras criaba sola a mis hijos, respondo lo mismo: Tomar decisiones en hogares uniparentales es como tomar una decisión con un arma en la cabeza.  La mujer que cría sola a sus hijos hace de madre, padre, empleada, ama de casa y trata como puede de orquestar su vida y la de sus niños sin perjudicar la trayectoria profesional.
La mayoría de las mujeres que hemos criado o crían solas a sus hijos, sufren de alguna o varias enfermedades crónicas, que generalmente comienzan en la juventud.
La carga horaria, las culpas, los mandatos familiares y de la sociedad; la falta de descanso, el estrés constante, la sobre-exigencia física, la angustia, la soledad, las frustraciones y la impotencia permanente por no poder hacer lo que realmente una desea, nos enferman por dentro y por fuera.  Terminamos elegiendo hacer lo menos malo y no aquello que nos gustaría hacer para nosotras y nuestros hijos.
En realidad, creo que terminamos siendo madres solteras (o mal acompañadas) porque nos queremos y valoramos poco, porque deambulamos en laberintos emocionales que nos llevan a enredarnos en relaciones tóxicas, que no son buenas para nosotras ni para nuestros hijos.



Valores del día

Sábado 31 de agosto de 2019

Hora de inicio real de actividades: 16:30

Rendimiento físico: -10% 
(Estoy pensando seriamente si estoy en condiciones de caminar hasta la otra cuadra para sacar la basura.)

Rendimiento mental: 2%
(No sé si es un corto circuito eléctrico o un colapso general del sistema.)

Nivel de malestar físico: 9/10
Nivel de dolor: 6/10

(En realidad, los valores de malestar y dolor son relativos; para una persona 'normal', sin una enfermedad crónica sería el equivalente a 10/10  o 12/10.  Una se acostumbra a convivir y los umbrales se modifican con el paso del tiempo, se aprende a considerar valores normales aquello que para otros sería una pesadilla.)

Agenda: turnos cancelados, desenredar estos pensamientos que dan vueltas, hacer nada, volver a descansar.






De madres solteras y enfermedades crónicas

Cuando somos jóvenes no hacemos más que exigir a nuestro cuerpo: demandar que adelgace, que se mantenga activo y despierto, que trabaje doce horas o más por día.   


Cargamos niños, bolsos, valijas y bolsas del supermercado; movemos muebles, hacemos mudanzas en un día; arreglamos el lavarropas, el auto e instalamos el calefactor.  Nos subimos a escaleras, muebles, sillas y banquetas para cambiar focos, conectar un aparato o colgar un tendedero.  Además de trabajar fuera de casa, lavamos, planchamos, limpiamos, baldeamos, pintamos paredes, armamos muebles, hacemos las compras y hacemos largas colas en hospitales y bancos. Dormimos poco y mal.  Nos esforzamos por parecer mujeres superadas y lucir como la mujer maravilla para que en el trabajo nos consideren como una empleada eficiente.  


Reprimimos emociones, batallamos con nuestros miedos, nos tragamos los gritos, disfrazamos la tristeza, anestesiamos dolores físicos y del alma, abusamos de medicación para rendir física y mentalmente en el trabajo, nos prohibimos las siestas, nos culpamos por no poder hacer más y mejor, nos levantamos de las cenizas una y cien veces, nos reconstruimos desde las esquirlas y damos más de lo que recibimos. No respetamos jamás los tiempo de recuperación y convalescencia después de cirugías, partos y enfermedades graves.  No tenemos tiempo o dinero (o ninguna de las dos cosas) para realizar tratamientos, terapias o cuidar nuestra salud.


Comenzar a lidiar con mis emociones, sombras, heridas desantendias y patrones de conducta negativos después de los 40 no ha sido tarea fácil.  Muchos de los procesos personales de autosanación y conocimiento han sido plasmados en mis blogs, pero por sobre todo en la Colección de Cuentos Terapéuticos.


Es cierto, es 'más fácil' y más rápido en el corto plazo someterse a medicación, cirugías y demás tratamientos que maquillen o eliminen los síntomas físicos.  Muchas mujeres comienzan una serie interminable de cirugías y complicaciones que jamás acaba, porque cuando 'solucionan' o 'extirpan' o 'seccionan' lo que ya no funciona bien, algo nuevo aparece dentro o fuera del cuerpo y la odisea comienza otra vez.  


A pesar de toda esta experiencia, de todas estas vivencias, suelo tener semanas en las que abuso del bienestar, de la buena salud y la disponibilidad de mi cuerpo.  Entonces, me ocupo por cumplir plazos externos, por abarcar más actividades de las que puedo hacer, por reunir el dinero que necesito para pagar las cuentas y evitar que los demás juzguen mis horarios de descanso o a qué hora estoy disponible para atender a clientes y alumnos.


De las enfermedades crónicas ya no se regresa, el cuerpo difícilmente pueda volver a estar en condiciiones óptimas, así como ya no podemos volver a tener 20 o 30 años.   


Podemos, sí, mejorar y cuidar la calidad de vida.  Pero cuando abuso de mi cuerpo, quito descanso y sobre todo descuido mi armonía energética y espiritual, las señales se presentan rápida y claramente: dolores de cabeza, dolores musculares, agotamiento físico y energético y falta de claridad mental.  Entonces, un día, justo como hoy, apenas si puedo preparar una taza de té y volver a la cama; los dolores, los músculos afiebrados, los malestares físicos en diferentes órganos y sistemas, la fatiga crónica y la debilidad ganan la batalla.  Lo intento nuevamente al medio día, pero apenas si preparo un sandwich y me tomo el agua de pepino y limón que quedó de la noche anterior para volver a la cama y caer en sueño profundo.


Después de haber cancelado los turnos de hoy y poder comenzar tímidamente a moverme después de las cuatro de la tarde, es probable que la culpa y el prejuicio cultural (que funciona como pájaro carpintero en mi mente) se encarguen de destruir mi ánimo y hacerme sentir una miseria humana.


Generalmente, las personas que sufrimos de enfermedades crónicas invisibles, no sólo lidiamos  con días malos, no tan malos y otros buenos; contamos cuantas cucharas de energía tenemos al comenzar el día (Spoon Theory) como para saber qué podremos hacer y qué actividad es mejor evitar y además tenemos que justificar todo lo que no podemos hacer o por qué no comenzamos a las 7.00 de la mañana como cualquier personal 'normal'.


Antes dejaba que la culpa me deprimiera y que se combinará con mi añoranza del cuerpo sano para amargarme el día.  Ahora, me doy cuenta a tiempo, detecto esos mecanismos de defensa que se activan aunque nadie se cruce en mi día, me siento a escribir o hago algo que me recomforte y me cambie el ánimo. Después de todo, esas personas que cada tanto juzgan mis horarios o mis descansos extendidos, no me ayudan a pagar las cuentas, ni están aquí conmigo para lidiar con los síntomas, las limitaciones físicas y ni siquiera ayudan para que mi vida sea más fácil, más cómoda o más linda.


Aprender a honrar, celebrar, cuidar, mimar, amar y respetar nuestro cuerpo es el primer paso y el más importante para transitar cualquier camino de sanación o de convivencia con lo que haya quedado después del Tsunami de nuestras vidas.


Antes me jactaba de ser la Mujer Maravilla y no necesitar a nadie en mi vida, de poder hacer todo sola y perfectamente bien (como una buena Virgo) y mejor que muchos.  Hoy, sin embargo, en días como éste, me encantaría sólo descansar, que alguien se ocupara de preparar mi cena (y lavar los platos), me hiciera masajes y simplemente se ocupara de que todo esté bien para que yo regresara a mis tareas sólo cuando estuviera totalmente recuperada.


Las personas hipersensibles (niños esponja), los terapéutas holísticos y quienes de algún modo detectamos y recibimos las energías de seres vivos y no tanto, necesitamos cuidar además del cuerpo físico y emocional, de nuestro cuerpo etérico, nuestras energías y nuestro sistema de defensa y reciclado de energías.


En el camino de evolución espiritual muchas veces caemos en otros vicios y rigores: creemos o nos hacen creer que debemos estar siempre en paz, armonía y totalmente equilibrados emocionalmente.  Somos seres humanos aprendiendo a vivir como almas, somos almas que no siempre pueden fluir libremente en este cuerpo que habitamos, en este pequeño mundo donde nos toca respirar.


A punto de cumplir los 55 en septiembre, quiero una vida bonita que me permita disfrutar y vivir con alegría.  Siempre dije que no podría vivir sin trabajar, porque me gusta lo que hago; pero no tengo ni ganas ni salud de sólo vivir para pagar las cuentas y luego volver a comenzar cada mes.


Así es que aquí va la lista de nuevas realidades que mi sistema y mi metabolismo necesitan:

  • Un asistente que se ocupe de trámites, logística, mandados, compras, proveedores, impuestos y otros detalles que puedo delegar de mi emprendimiento.
  • Un asistente virtual que colabore con mi trabajo de redes sociales (actualmente entre mis páginas y páginas de terceros invierto un mínimo de tres horas por día para actualizar contenidos y atender consultas).
  • Una persona que se encargue de la limpieza de la casa y del espacio de trabajo, de planchar la ropa y hacer las compras básicas de cada día, que cocine rico y mantenga limpia y ordenada mi cocina.
  • Un vehículo para poder trasladarme fácilmente, rápidamente y sin dolores y así expandir mis actividades y salir a buscar nuevas oportunidades y contactos.
  • Un ingreso económico que me permita vivir y disfrutar de la vida.  El universo bien podría compensarme por tantos años de sacrificio y esfuerzo personal; después de todo, debería existir una pensión o asignación de por vida para las madres que criamos sin ayuda a nuestros hijos, cuando no existía la asignación universal por hijio.
  • Un compañero de vida con quien amar, compartir y disfrutar la vida, crecer espiritualmente y viajar por el mundo.
  • Tiempo para escribir y ocuparme de mis libros.
  • Tiempo y salud para seguir tejiendo Puentes con mis cartas de Tarot.


¿Para quién escribo?

Para mí, para verme en el espejo del teclado y leerme con respeto, compasión y atención.


Para quienes aún juegan a ser la mujer maravilla, para quienes son madres solas o mal acompañadas, para quienes sufren de enfermedades crónicas invisibles, para quienes no encuentran la salida del laberinto, para quienes creen que sólo una medicación las salva, para quienes se dejan extirpar y manipular sus órganos y luego se ahogan en su tristeza; para quienes criaron a sus hijos pero ya no saben qué hacer consigo mismas.


¿Para qué escribo?


Para aliviar mis penas y respirar a través de las palabras.


Para encontrarme, reconocerme, descubrirme y dejar que el río profundo fluya.


Para que te encuentres, te reconozcas, te descubras y te mires en el espejo de mis palabras.


Para que busques una hoja, una lapicera o un lápiz y comiences a escribir: primero escribe todo lo que te atormenta y te abruma; luego escribe nuevas vidas, nuevas historias y dibuja salidas del laberinto.


Te leo.
Nos leemos.
Susannah Lorenzo
Tejedora de Puentes

Nota importante:
Después de escribir esta nota, estoy meciendo el cuerpo al ritmo de la música que suena en el reproductor, estoy sonriéndo y mi cuerpo se siente más liviano. No sólo la escritura ha ayudado, Blackie (mi gato), ha estado cerca de mi, durmiendo y lidiando con mis energías durante más de tres horas.

Para emociones muy guardadas:
Esos días en que una se despierta con ganas de llorar sin saber por qué, es bueno recurrir a la carpeta de música (Crying mood) que guarda esos temas que nos hacen llorar cuando estamos sensibles, deprimidas o meláncolicas.  Entonces, una sube el volumen y se llora la vida hasta que los ojos están rojos y la sal del tiempo ya nos duele en las venas.







Cronología de un cuerpo enfermo

  • A los 11 años comenzó mi tormentosa relación con la menstruación y mis hormonas femeninas: hemorragias, cólicos, fiebre.  Creo que probablemente la endometriosis ya había hecho nido en mi cuerpo y no lo sabía o los médicos no tenían la capacidad de detectarla.
  • A los 13 años comenzó el tormento de dietas, sobrepeso emocional, metabolismo con desórdenes cíclicos y depresiones manifiestas (acunadas desde la infancia). La ingesta de analgésicos era algo común para lidiar con los cólicos menstruales y poder cumplir con las actividades escolares.  Desde entonces y hasta que comenzó la menopausia, la única forma de hacer una vida 'normal' durante los días o semanas que duraran los períodos menstruales era con una buena dosis de anlagésicos y antiinflamatorios.  Además, ya tomaba pastillas anticonceptivas recetadas por el médico para regular el ciclo menstrual.
  • A los 14 años tuve un ataque de vesícula que pude revertir sólo con una dieta estricta (blanca) durante un año.
  • A los 20 años quedé embarazada por primera vez y en menos de 4 años ya tenía en mi historial: 3 hijos, 12 transfusiones, 2 legrados (postparto), dos partos normales y una cesarea, una infección generalizada causada por un DIU, desórdenes emocionales y mentales producto de violencia doméstica (y otra vez la falta de autoestima acumulada desde la infancia); complicaciones hormonales y físicas derivadas del exceso de estrés, esfuerzo físico y trabajo y mala alimentación y los primerios episodios de hipertensión con el último embarazo.
  • A los 28 años trabajaba más de 12 horas por día, dormía 4 horas, tomaba jarras de café y fumaba para mantenerme alerta y despierta, hacía aerobics al menos dos veces a la semana para estar en forma y cuidar la silueta.  Comencé con principio de úlcera y luego con episodios de hipertensión que me obligaron a cambiar la dieta.  
  • A los 30 años el cardiólogo que me atendía consideraba que debía trabajar menos, tomarme vacaciones una vez al año y hacer actividades que me relajaran en mi tiempo libre. Yo seguía siendo una madre soltera con tres hijos, sin ayuda económica de ninguna clase y trabajando 12 horas por día o más y usando el tiempo libre para hacer tareas de madre y ama de casa o agregar trabajo independiente desde casa para cubrir todos los gastos.
  • A los 31 años la hipertensión se volvió crónica y según los médicos debería haber tomado ansiolítos por el resto de mi vida.  Desde entonces la medicación para la hipertensión ha aumentado, cambiado y mutado para regular el funcionamiento del corazón.
  • A los 37 años la endometriosis se manifestó activamente y se expandió por varios órganos y la fibromialgia comenzó a jugar con mis umbrales de dolor.  Sufrí episodios de amnesia y una anemia aguda, después de un cuadro severo de neumonía, me dejó sin defensas.  Una serie de hechos que me dejaron desvastada emocionalmente me sumieron en una profunda depresión que duraría varios años.  Comencé con episodios severos de alergía asmática.
  • A los 40 años comencé un proceso lento y pausado de autosanación emocional, usando terapias alternativas y la literatura como proceso de canalización de emociones.  Sin embargo, la depresión era mi compañera sigilosa y las relaciones tóxicas seguían siendo una constante en mi vida.
  • A los 45 años comencé a investigar y tomé las riendas de mi propio tratamiento holístico con la endometriosis y la fibromialgia, después de haber sufrido meses de hemorragias y dolores abdominales y pélvicos.  Abandoné la ingesta de pastillas anticonceptivas que había tomado durante toda la vida, comencé a cuidar mi dieta eligiendo lo saludable y aquello que mis órganos y metabolismo podían asimilar.  (La Endometriosis tiene su propia lista de alimentos que se deben evitar.)  Seguía concurriendo al gimnasio al menos dos veces a la semana, haciendo aerobox o tae-bo y andaba en bicicleta todos los días.  Aún no había aprendido a amarme y a deshacerme de relaciones tóxicas.
  • A los 48 años logré deshacerme de relaciones tóxicas. En un acto profundo de amor propio, compré por primera vez un sommier para mí sola y decidí que no volvería a tener relaciones ocasionales y que sólo volvería  a estar con alguien cuando fuera la persona indicada para mí.  Entendí que durante muchos años había profanado y dejado profanar el templo más sagrado que toda mujer tiene y que los intercambios de energía sexual con las personas equivocadas, habían contribuido a muchas de las enfermedades.
  • A los 49 ya había logrado detener la endometriosis y regular mi metabolismo (en realidad un par de años antes), pero una serie de sobreexigencias físicas y emocionales (sumado al descuido y falta de educación sobre los cuidados preventivos de nuestro suelo pélvico) me llevaron a un desgarro muscular  interno que devino en prolapso de los tres órganos pélvicos (útero, vejiga y recto).  Los médicos dijeron que era una condición que sólo se daba en mujeres de más de 70 años y que debía considerar conseguirme un hombre proveedor que me mantuviera en vez de trabajar tanto.  Dijeron que no había ninguna solución médica posible y que en el caso de una cirugía nada garantizaba los resultados. En ese año se acabaron los días de bicicleta, las horas de gimnasio y el cuerpo comenzó a mandar sobre mis actividades diarias.


Estado actual

Alergia Asmática:  Nivel de incidencia: Eventual 1% - Medicación: ninguna salvo episodios esporádicos (una vez al año y algunos años sin episodios).

Endometriosis: Nivel de incidencia 2% - Medicación: nada – Alimentación: cuidada

Fibromialgia: Nivel de incidencia 70% (según el día) – Medicación: nada – Alimentación: cuidada

Hipertensión: Nivel de incidencia 10% (según la época) – Medicación: 3 fármacos diferentes – Alimentación: baja en sodio – Tratamientos alternativos: fitoterapia, meditación, musicoterapia, ejercicio leve.

Prolapso (POP): Nivel de incidencia 80% (según las actividades) – Medicación: eventual – Alimentación: cuidada – Tratamientos alternativos: respiración ovárica, reposo frecuente, meditación, ejercicio leve, masajes abdominales, aplicaciones de aceite de coco, suplementos dietarios.


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