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martes, 18 de abril de 2023

No olvidamos

No olvidamos.

Apagamos el recuerdo, anestesiamos el dolor, simulamos haber arrancado algunas hojas del libro de nuestra vida.




Si has tenido alguna vez una lesión ósea, sabrás a qué me refiero.  No importa si ha sido un hueso fracturado o un esguince que afectó una articulación, luego de unos años, o incluso unos meses, nos sentimos mejor y olvidamos el incidente.  Hasta que con un cambio de clima repentino, quizá un invierno antes de tiempo o niveles de humedad desacostumbrados, sentimos un dolor en la zona o incluso dificultad para mover ese hueso o esa articulación que alguna vez sanó.  Incluso algunas personas, pueden sentir en sus huesos los cambios de clima antes de que sucedan.

Ahora bien, ¿realmente ese hueso o esa articulación sanaron?  Es decir, quizá dejaron de molestarnos, o logramos recuperar nuestra movilidad y nuestra vida normal, sin mayores consecuencias.  Pero el hueso o la articulación afectada jamás volvieron al punto cero de restauración como si nunca hubiera sucedido nada.  La huella del incidente queda impresa para siempre en el sistema óseo, puede ser un callo sobre una fractura soldada, puede ser una articulación que quedó levemente desplazada en un par de milímetros o incluso puede quedar una deformidad interna que a simple vista no observamos.

Lo que hace el cuerpo es compensar, restaurar para que siga funcionando, crear reparaciones para proteger la zona debilitada o incluso alterar nuestros movimientos (de forma inconsciente) para que no causemos dolor en la zona dañada.  No existe tecnología ni avance médico capaz de regenerar un hueso o una articulación al punto cero; en muchos casos se colocará una prótesis que funcione como si fuera nuestra pieza natural, pero nunca será aquella parte que cambió para siempre.




Sucede lo mismo con nuestras emociones, con los traumas que afectan de por vida nuestros patrones de conducta,  nuestra forma de pensar, vivir e incluso relacionarnos con otros.

Jugamos a olvidar, intentamos hacer borrón y cuenta nueva, creemos que hemos pasado página e incluso, logramos vivir años o décadas sin recordar aquel abuso, aquella experiencia traumática, aquellas emociones humillantes o aquel dolor insoportable que parecía no irse jamás.

Sin embargo, bastará una pesadilla para mostrarnos que nuestro subconsciente guarda más información de la que quisiéramos; alcanzará con una frase o una actitud de otra persona para disparar emociones que creíamos erradicadas de nuestro sistema.  A veces, será algo tan simple como una película en la que el personaje viva lo que nosotros vivimos alguna vez; otras veces, conectaremos desde la empatía con personas que llegan a nuestra vida mostrándonos facetas que nosotros ya superamos, o creímos haber superado.

Quisiéramos poder reformatear nuestro cerebro para no recordar aquello que cada tanto nos perturba.  Pero la memoria emocional no solo está guardada en nuestra mente, deja su huella en nuestros órganos, en nuestro cuerpo, en nuestra piel, en nuestros mecanismos de defensa, en nuestras cicatrices visibles e invisibles o incluso en posturas físicas que alguna vez adoptamos sin darnos cuenta.

Eliminar todo rastro de información crearía un vacío que nos despojaría del aprendizaje que nos ayudó a llegar al lugar donde estamos ahora y a transitar la vida desde una mirada de compasión y sabiduría.  Ya no somos las mismas personas que vivieron aquellos hechos aberrantes o dolorosos, pero  sí somos el resultado de las lecciones de vida y de los recursos que usamos para sobrevivir.




No olvidamos.  Aprendemos a vivir con las heridas, los traumas, las cicatrices, las secuelas y las emociones.  Así como aceptamos que nuestro tobillo dolerá cuando llueva, o el hueso que alguna vez se astilló, nos moleste en invierno; debemos entender que no hay forma de volver al punto cero y ser lo que éramos ‘antes de’.

Esforzarnos por olvidar y no recordar nada puede ser tremendamente peligroso para nuestra salud física, mental, emocional y energética.  Ya sea porque reprimimos las emociones o porque generamos ruido y ocupaciones mundanas para distraer la mente, terminaremos siendo adictos a aquello que nos aleja de una realidad que nunca elegimos conscientemente.  Nos volvemos entonces, adictos al trabajo, a la soledad, a las salidas tumultuosas, a los analgésicos, a las relaciones banales, a la victimización, a los miedos, a las excusas, a la depresión, a la frustración, a la negatividad, al dolor, a la música ensordecedora, a los dulces, al alcohol, a los chismes,  a las drogas, a las relaciones tóxicas, al silencio, al auto boicot, a posponer lo que nos sana, a los desvíos, a las puertas cerradas, a los desquites, a las venganzas, a la enfermedad, a los síntomas y a las historias de sufrimiento.




Retomando la analogía de los huesos, ¿por qué cada tanto el cuerpo nos recuerda que hubo una parte dañada?  Para que seamos precavidos, para que no exijamos a esa zona demasiado esfuerzo, o movimientos que no resistiría.  Es una parte nuestra que debemos tratar con respeto, amorosamente y con cuidado, porque no tiene la misma resistencia o fortaleza original.

Olvidar es negar.  Negar es condenar ese recuerdo a un lugar carente de amor y de luz en nuestra sombra (subconsciente).

Por supuesto, no se trata de victimizarnos una y otra vez, de cultivar el resentimiento, la venganza o la sed de castigo.  Lo que importa es reconocer y aceptar que esa parte vulnerable de nosotros jamás volverá a ser como era y tampoco es sano esperar que así sea.  ¿Cuál fue la bendición oculta?  ¿Qué fue lo que aprendimos?  ¿Qué decisiones tomamos o qué cambios hicimos en nuestra vida que nos llevaron a vivir situaciones bonitas o bendecidas, que de otro modo no hubiéramos experimentado?  ¿Cómo puedo amar y atender esa herida emocional?  ¿Cómo puedo aprender a vivir con ella?




Si yo soy consciente y hago visible en mi interior esa herida o esa cicatriz y la acepto como parte de quien soy ahora, sin rechazo, sin negación, sin vergüenza, sin impotencia y sin frustración; entonces lo que quiera que suceda fuera de mí no me afectará ni me causará dolor alguno que no pueda soportar o que no sepa cómo afrontar.

Olvidar es negar y desear que algo nunca hubiera sucedido.  Ese deseo nos mantiene esclavos, de algún modo, de una paradoja y de un pasado poblado de ‘hubiera sido mejor’ o ‘hubiera sido distinto’.  Esa negación desgasta nuestro esfuerzo y nuestra energía en imaginar escenarios diferentes para un tiempo, un espacio y una dimensión a la que ya no tenemos acceso.

El recuerdo sano y consciente, desde la paz de aceptar lo que sucedió y lo que nunca pudo ser, nos permite la libertad de sentir y vivir plenamente el momento presente; amando lo que aprendimos a ser, sanando lo que aún duele y liberando las expectativas de lo que no fuimos, no somos y no seremos.

Susie©

Se me ha metido el invierno en todos los rincones donde alguna vez me dañaron.

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes

18 de abril de 2023

Escritura Terapéutica




domingo, 6 de febrero de 2022

Este cuerpo mío

Me gusta habitar este cuerpo mío.  No siempre fue así.  Hubo un tiempo en que estaba tan molesta con algunas partes de mi cuerpo (las defectuosas o las extremadamente llamativas), que era incapaz de disfrutar lo que tanto me gusta de mi cuerpo.




Está cubierto por una piel suave, sedosa y extremadamente sensible; una piel que ha seducido a más de un caballero; una piel que ha calmado a mis hijos y nietos (su aroma, su tacto e incluso su sabor); una piel que está compuesta por millones de circuitos que registran vibraciones, sonidos, partículas en el aire o la humedad de las nubes; una piel que es recuerdo de los pétalos sagrados del loto de mi Alma que florece.  Mi piel siempre me ha gustado.

Respiro y siento los músculos doloridos de mi espalda, mi cadera e incluso mis piernas.  Algunos son dolores nuevos, causados por haber lidiado con un lavarropas que ya no funciona y por haber limpiado los pisos en esta tarde de domingo.  Pero también hay un dolor asentado que es parte del cansancio causado por demasiadas horas de trabajo y pocas horas de descanso; un cansancio acumulado por décadas, fruto de un esfuerzo físico desbordado, jugando siempre a ser la Mujer Maravilla.  Nunca me gustaron los dolores de mi cuerpo ni de mis órganos.  He convivido con dolor crónico (de diferentes colores y especies) desde que tenía 11 años.  Sin embargo, hoy puedo honrar y respetar esos dolores y comprender que hay belleza en la señal que mi cuerpo emite para decirme: “hasta aquí, basta por hoy”, o para revelar una tormenta emocional que he ignorado o una herida que he enterrado bajo lápidas de silencio.  Hoy puedo amar cada dolor, cada tensión y cada desorden físico, porque durante demasiado tiempo, mi cuerpo ha sido mi esclavo y no he sabido honrarlo como templo donde mi Alma y la Divinidad se manifiestan físicamente.




Cierro los ojos y puedo saber con certeza qué órganos están funcionando correctamente y cuáles están buscando la forma de compensar carencias o desequilibrios en mis hábitos diarios.  Respiro y dejo que en el silencio la Luz que me habita sea parte de los fluidos que recorren cada curva y cada profundidad invisible a mi ojo humano.

Me gusta la forma en que mi cuerpo responde, se acomoda, se calma, se relaja y se sutiliza, cuando me ocupo de mis chakras, mis meridianos, mis Puentes internos, mis emociones, mi energía sagrada y le doy permiso para establecer horarios, rutinas y descansos.

Juego a ser niña, una niña muy pequeña que se maravilla cuando sus manos dibujan formas en el aire o cuando la palma ahuecada activa espirales de luz y energía; una niña curiosa que observa cómo se pliegan sus piernas o como su cabeza hace movimientos involuntarios frente al espejo de la vida.




Disfruto hablar con mi cuerpo.  Desperdicié muchos años ignorándolo, acallándolo, disfrazando sus síntomas con fármacos, creyendo que la Divinidad habitaba en una iglesia y que mi cuerpo poco tenía de sagrado.  Hablar con mi cuerpo es la manera más simple de hablar con Dios, porque el aliento Divino ha creado cada célula, cada partícula invisible y microscópica de este cuerpo mío que es apenas uno de los tantos templos que Dios usa para que su verbo cree, su pensamiento inspire, su aliento respire y sus pasos caminen sobre este planeta.

Cuando cumplí 50 años me sentí frustrada, estafada y decepcionada por todas las limitaciones que mi cuerpo repentinamente imponía a mi vida tan libre y tan perfecta.

Ahora, con 57 años celebro cada una de esas limitaciones que resultaron en el desvío necesario para que mi ego obstinado se corriera del medio del camino donde mi Alma debía transitar libremente.  Ahora, abrazo y contemplo amorosamente este cuerpo mío que ha sobrevivido tanto, que ha superado tanto, que ha transmutado tanto, que se ha adaptado a tanto, que ha creado tanto, que ha resistido tanto y que se ha convertido en mi Maestro de vida.

Susannah Lorenzo©

Susie leyendo El Camino hacia el Oro Interior



Ejercicio de Escritura Terapéutica inspirada en el Ejercicio 1: Desidentificación con el Cuerpo

Ejercicio libre de escritura y meditación

“Quita la atención de la mente, de su normal fijación en el flujo asociativo de pensamientos pasajeros y en el diálogo interno, y colócala estrictamente en las actividades motoras del cuerpo.

(…)

¿Dónde reposa la tensión cuando el cuerpo está en reposo?”

El Camino hacia el Oro Interior

Manual Práctico de Sutilización

Qué Bueno Saber de Vos

Tienda Holística Artesanal


martes, 9 de febrero de 2021

¿Recuperar o reconocer?

 


Nos obsesionamos con recuperar nuestro peso ideal, nuestra salud perdida o las formas de nuestro cuerpo.

Dejamos de habitar nuestro cuerpo presente para añorar lo que éramos ‘antes de’ o ‘después de’ algún hecho que marcó nuestra vida y por ende, nuestro metabolismo.

Mis piernas, con rastros de herencia familiar, embarazos y mucho trabajo.


Nos divorciamos de la imagen exterior y nos miramos con desdén, como un aparato fallado que no funciona o no luce como quisiéramos.

Ponemos en pausa la ropa que nos gusta, las actividades que quisiéramos hacer o nos castigamos de algún modo por haber fracasado en nuestros objetivos y expectativas.

‘Recuperar’ es poner el foco en la pérdida, en algo que fue de otra manera, en un momento que ya no existe.

Quizá el cambio más saludable sea descubrir esta nueva salud, este nuevo cuerpo, esta nueva etapa de nuestra vida y como en un renacer, descubrir lo que podemos hacer y lo que no, amorosa y respetuosamente, con ternura y con asombro.

Entonces cada día, celebro y me asombro de los pequeños logros:

Mira, ¡qué bonito eso!, has levantado las piernas por encima de ese artefacto y no te han dolido las rodillas.

¿Necesitas descansar más? No me enojo, ni siento culpa.  Tantas veces te he pedido y exigido, ignorando tus señales, que mereces marcar el ritmo.

Hemos recorrido 5km en la bicicleta fija y las piernas están más livianas que ayer.

Cuando suena una música bonita, las ganas de movernos son más fuertes y meneamos las caderas con gusto.

Me hecho unas pequeñas trenzas, mi cabello por fin ha crecido y puedo conectar con mi energía femenina.  No importa si luego, recojo esas trenzas a los costados; puedo ensayar diferentes peinados.

Después de muchos años, pude dejar crecer mi pelo.


¿Y tú? ¿Qué tienes para celebrar hoy con tu cuerpo?

Susie

Susana Lorenzo©



Algunos días llevo maquillaje y me siento linda por dentro y por fuera,
otros días, apenas si puedo con el clima y las hormonas;
muchos días simplemente disfruto de lo que soy y hago.


jueves, 3 de septiembre de 2020

El cuerpo siempre sabe

Nuestro cuerpo recuerda lo que nuestra mente se empecina en olvidar.

Nuestro cuerpo registra las agresiones verbales como si fueran físicas.

Nuestro cuerpo absorbe las energías de otras personas, ya sea involuntariamente o a través de procesos de curación energética.

Nuestro cuerpo guarda memorias de traumas, heridas emocionales, situaciones de carencia extrema, humillaciones, vejaciones, abusos, burlas y crisis paralizantes de miedo.

Del mismo modo, guarda los recuerdos placenteros, los besos, los abrazos, las caricias, los aromas, las texturas, la música, los estímulos visuales y sensoriales que dejaron un sendero luminoso en nuestro corazón.



La mente tiene sus propios mecanismos de defensa: amnesias forzadas, temporales o permanentes; eliminación de datos, nombres, fechas y cualquier información que pueda llevarnos a recordar algo muy doloroso; olvidos y actos fallidos; para ayudarnos a ignorar, desterrar o minimizar cualquier suceso que mantenga vivo el dolor o el sufrimiento.

En esos juegos mentales, trabajamos como un analista de sistemas, reformateando el disco de nuestra computadora, creando nuevos archivos, borrando los que ya no sirven, desfragmentando el disco e instalando un sistema guardián de protección de nuestra salud mental.  Porque, según las exigencias de la sociedad en que vivimos, salud mental es sinónimo de felicidad, dicha, satisfacción, éxito, optimismo, actitud proactiva, insensibilidad, carencia de empatía y un individualismo que raya la crueldad.

Sentir, ser sensible, ser empático, llorar, estar triste, conectar genuinamente con las emociones, gritar, desbordarse, decir lo que se siente, expresar la verdad interior, ser coherente con lo que nuestra Alma necesita manifestar y demostrar algún signo de debilidad, son considerados señales de alguna enfermedad mental, de un desequilibrio que necesita medicación que suprima lo que somos y lo que sentimos para volvernos ‘más normales’, más funcionales y más parecidos a la masa de zombis automatizados.

Hace algunos siglos atrás, una persona de más de 50, era casi un anciano, era una edad común para morir.  En este siglo, los 50 son la juventud de la edad madura y las personas pueden aspirar a vivir fácilmente cien años.  Sin embargo, el aumento de enfermedades autoinmunes, enfermedades derivadas de los alimentos que ingerimos, crisis de estrés, aumento de diferentes tipos de cáncer y un sinfín de virus, aerosoles, químicos, ruidos, humos y tejidos sintéticos provocan alergias y enfermedades incurables e innombrables.



Estamos tan empeñados en ser ‘sanos mentalmente’, que nos desconectamos de nuestras emociones, reprimimos sentimientos, callamos palabras, dejamos que nuestros ríos internos se sequen y petrificamos las zonas heridas de nuestro corazón.  Imaginamos que nuestro cuerpo es apenas una masa de músculos, huesos, órganos y piel que solo nos sirve para funciones fisiológicas y para mantenernos vivos.

El cuerpo es el templo donde el alma habita y como tal tiene la función de indicarnos el camino, de mostrarnos lo que es bueno o malo para nosotros.  El cuerpo nos habla: a través de reacciones, sensaciones, escalofríos, nudos en el estómago, migrañas, temblores, estados de ansiedad, gripe, resfrío, irritabilidad y otras tantas formas de mostrarnos lo que nos perturba, es tóxico para nosotros o simplemente se ha quedado estancado en alguna parte de nuestro sistema.

La intuición está conectada directamente con el cuerpo.  Quienes hacemos prácticas de curanderismo, muchas veces sentimos en nuestro cuerpo los dolores o síntomas de la persona a quien estamos ayudando.  Luego, a través de un proceso de limpieza y meditación, logramos que esas dolencias sigan su camino y solamente pasen a través de nosotros, descargándolas en la Madre Tierra.  Cuando conocemos a una persona, la intuición activa sensaciones y comportamientos reflejos en el cuerpo: rigidez, temblor, intranquilidad, rechazo, ganas de salir corriendo o necesidad de abrazar al otro.  Quienes somos empáticos y sensibles, podemos sentir las emociones de la persona que está frente a nosotros o al otro lado del teléfono. Solemos ignorar las reacciones físicas porque las consideramos primitivas, porque pensamos que una persona inteligente actúa solamente desde una mente clara y ordenada.

Las mujeres que somos madres, incluso, podemos sentir en nuestro cuerpo, cuando algo malo les pasa a nuestros hijos, sin importar donde vivan o qué edad tengan; puede ser en forma de dolor en el pecho, falta de aire, palpitaciones, sudoración profusa o un dolor punzante en la boca del estómago.  El cuerpo nos muestra lo que nuestra percepción e intuición recibe antes de que la mente lo pueda razonar, procesar y expresar de manera coherente.



Tal como explica la Maestra Louise Hay en su libro ‘Sana tu cuerpo’:

“Para sanar y hacernos íntegros hemos de equilibrar cuerpo, mente y espíritu. Necesitamos cuidar muy bien nuestro cuerpo. Necesitamos tener una actitud mental positiva hacia nosotros mismos y hacia la vida. Necesitamos además una fuerte conexión espiritual. Cuando están equilibradas estas tres cosas, sentimos alegría de vivir. Ningún médico, ningún terapeuta nos puede dar esto si no nos decidimos a participar en nuestro proceso de curación.”

En ese libro encontramos una tabla de correspondencia entre los síntomas y malestares y sus causas emocionales, junto con Afirmaciones para reprogramar nuestra mente. Y hasta ahora, cada vez que he consultado su tabla, siempre ha sido más que acertada.

Generalmente, optamos por la forma rápida de ‘solucionar el problema’: una pastilla, un jarabe, una cirugía o incluso los pases mágicos de un curandero.  Queremos que el malestar desaparezca y nos deje trabajar y vivir ‘tranquilamente’Sin embargo, si no nos ocupamos de las emociones, de las heridas olvidadas o ignoradas, si no atendemos y escuchamos los mensajes de nuestro cuerpo, haremos desaparecer esa enfermedad o malestar por un tiempo, pero luego regresará o se manifestará en otro órgano o en otra parte del sistema.

Justamente hoy, antes de escribir esta publicación, me desperté triste y abatida, con mucho dolor físico.  Como el dolor me impedía siquiera moverme o levantarme de la cama, tomé un analgésico, apliqué aceites esenciales y me permití un par de siestas pues tenía necesidad de dormir mucho.  Si bien, los síntomas físicos más graves desaparecieron, el abatimiento y la tristeza no se iban, hasta que cerca de las cinco de la tarde, recordé que es el cumpleaños de una de mis nietas, que hace un par de años no tengo permiso para ver, y a quien guardo en un lugar muy especial de mi corazón.  Una vez que se hizo consciente lo que mi cuerpo estaba exteriorizando desde temprano, un mar de llanto se apoderó de mí.

¿Era yo consciente de tanto llanto y tristeza reprimida? No, aparentemente no.  En mi decisión de no interferir para que ella no sufra, y de dejar todo en manos de Dios, muchas veces hago como sí ya no me afectara.  Mi cuerpo sin embargo, no olvida, guarda registro y memoria de cada sentimiento, sensación, recuerdo y siente la distancia infinita que nos separa ahora y la tristeza que ella a veces, también siente.



Dicen, que cuando tenemos patrones de conducta que no podemos cambiar o nuevos hábitos que nos cuesta adoptar, es porque nuestro niño interior se resiste a acompañarnos en ciertos cambios.  Puede que en la memoria celular hayan quedado recuerdos de castigos, inseguridades, rechazos o consecuencias negativas por realizar determinadas acciones.  Es decir, si fuimos convencidos desde niños que cualquier persona rica es mala y que si hacemos algo diferente al resto del clan familiar somos desleales, es probable que nuestro niño interior boicotee cada uno de nuestros intentos por cambiar nuestra realidad, porque aún anida en nuestro cuerpo el miedo a ser rechazado o no amado por ser ‘mala’ persona o ser desleal al clan familiar, ejerciendo una prosperidad y una felicidad que ellos no tuvieron o no tienen en la actualidad.

La medicina moderna occidental no busca aumentar la cantidad de personas sanas.  Si así fuera, si el 90% de la población estuviera totalmente sano, entonces se acabaría el negocio de las farmacéuticas, laboratorios y la industria relacionada con la medicina.  Para el sistema, es necesario mantener el número de personas dependientes de tratamientos médicos para justificar una mega organización que mueve más dinero que la industria de los armamentos.  He trabajado en instituciones médicas, he visto a médicos recetar medicamentos, sólo para aumentar los ceros en el cheque que recibían a fin de mes, como reconocimiento del laboratorio o acceder a un Congreso internacional con todo pago en un país con playa y hoteles de lujo. He visto pacientes salir abatidos del consultorio porque el profesional le había recetado una gran cantidad de estudios complejos que apenas si podía pagar; pero ese número de estudios complejos era parte del trato que la institución tenía con Laboratorios de Análisis Clínicos y Centros de Imágenes; cada médico debía cumplir con cierta cantidad de estudios por mes, para mantener la comisión activa y cumplir con el porcentaje pactado. No digo que todos los médicos y profesionales trabajen de la misma manera, pero la gran mayoría sí.



Desde que empecé a escribir este blog en mi viaje personal con la endometriosis, asumí que estaba dispuesta a cuidar mi calidad de vida y no la cantidad de años que vivo.  No quiero ser un ‘paciente’ que en forma pasiva le da el poder al sistema para decidir cómo debo vivir y morir.  El camino de las Terapias Holísticas y la Medicina Natural o Alternativa, es lento, porque debemos trabajar desde adentro hacia afuera, porque trabajar con las emociones no es tarea fácil y no es algo que nos hayan enseñado desde niños. Se necesita determinación, constancia, voluntad, amor propio, respeto por nuestro cuerpo; conocer nuestro cuerpo, escucharlo, celebrarlo, honrarlo y dejar de resistirnos a Ser lo que somos y Vivir el camino que nuestra Alma necesita para manifestarse en esta vida.



Les dejo unos fragmentos del libro  “La enfermedad como camino”  de THORWALD DETHLEFSEN y RÜDIGER DAHLKE, al final de esta publicación.

Meditación guíada para sanar nuestro cuerpo femenino en el canal de YouTube.

Susie

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes

Derechos Reservados


“Si prestamos atención al animado debate que se mantiene en el mundo de la medicina, observamos que, generalmente, se discute de los métodos y de su funcionamiento y que, hasta ahora, se ha hablado muy poco de la teoría o filosofía de la medicina. Si bien es cierto que la medicina se sirve en gran medida de operaciones concretas y prácticas, en cada una de ellas se expresa —deliberada o inconscientemente— la filosofía determinante. La medicina moderna no falla por falta de posibilidades de actuación sino por el concepto sobre el que —a menudo implícita e irreflexivamente— basa su actuación. La medicina falla por su filosofía o, más exactamente, por su falta de filosofía. Hasta ahora, la actuación de la medicina responde sólo a criterios de funcionalidad y eficacia; la falta de un fondo le ha valido el calificativo de «inhumana». Si bien esta inhumanidad se manifiesta en muchas situaciones concretas y externas, no es un defecto que pueda remediarse con simples modificaciones funcionales. Muchos síntomas indican que la medicina está enferma. Y tampoco esta «paciente» puede curarse a base de tratar los síntomas. Sin embargo, la mayoría de críticos de la medicina académica y propagandistas de formas de curación alternativas asumen automáticamente el criterio de la medicina académica y concentran todas sus energías en la modificación de las formas (métodos).”


“El cuerpo nunca está enfermo ni sano ya que en él sólo se manifiestan las informaciones de la mente. El cuerpo no hace nada por sí mismo. Para comprobarlo, basta ver un cadáver. El cuerpo de una persona viva debe su funcionamiento precisamente a estas dos instancias inmateriales que solemos llamar conciencia (alma) y vida (espíritu). La conciencia emite la información que se manifiesta y se hace visible en el cuerpo. La conciencia es al cuerpo lo que un programa de radio al receptor. Dado que la conciencia representa una cualidad inmaterial y propia, naturalmente, no es producto del cuerpo ni depende de la existencia de éste.”


“Enfermedad significa, pues, la pérdida de una armonía o, también, el trastorno de un orden hasta ahora equilibrado (después veremos que, en realidad, contemplada desde otro punto de vista, la enfermedad es la instauración de un equilibrio). Ahora bien, la pérdida de armonía se produce en la conciencia, en el plano de la información, y en el cuerpo sólo se muestra. Por consiguiente, el cuerpo es vehículo de la manifestación o realización de todos los procesos y cambios que se producen en la conciencia. Así, si todo el mundo material no es sino el escenario en el que se plasma el juego de los arquetipos, con lo que se convierte en alegoría, también el cuerpo material es el escenario en el que se manifiestan las imágenes de la conciencia. Por lo tanto, si una persona sufre un desequilibrio en su conciencia, ello se manifestará en su cuerpo en forma de síntoma. Por lo tanto, es un error afirmar que el cuerpo está enfermo —enfermo sólo puede estarlo el ser humano—, por más que el estado de enfermedad se manifieste en el cuerpo como síntoma.”


“Cuando en el cuerpo de una persona se manifiesta un síntoma, éste (más o menos) llama la atención interrumpiendo, con frecuencia bruscamente, la continuidad de la vida diaria. Un síntoma es una señal que atrae atención, interés y energía y, por lo tanto, impide la vida normal. Un síntoma nos reclama atención, lo queramos o no. Esta interrupción que nos parece llegar de fuera nos produce una molestia y desde ese momento no tenemos más que un objetivo: eliminar la molestia. El ser humano no quiere ser molestado, y ello hace que empiece la lucha contra el síntoma. La lucha exige atención y dedicación: el síntoma siempre consigue que estemos pendientes de él. (…)Lo que debemos eliminar no es el síntoma, sino la causa. Por consiguiente, si queremos descubrir qué es lo que nos señala el síntoma, tenemos que apartar la mirada de él y buscar más allá.”

“La enfermedad como camino”  - THORWALD DETHLEFSEN y RÜDIGER DAHLKE


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miércoles, 15 de enero de 2014