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martes, 18 de abril de 2023

No olvidamos

No olvidamos.

Apagamos el recuerdo, anestesiamos el dolor, simulamos haber arrancado algunas hojas del libro de nuestra vida.




Si has tenido alguna vez una lesión ósea, sabrás a qué me refiero.  No importa si ha sido un hueso fracturado o un esguince que afectó una articulación, luego de unos años, o incluso unos meses, nos sentimos mejor y olvidamos el incidente.  Hasta que con un cambio de clima repentino, quizá un invierno antes de tiempo o niveles de humedad desacostumbrados, sentimos un dolor en la zona o incluso dificultad para mover ese hueso o esa articulación que alguna vez sanó.  Incluso algunas personas, pueden sentir en sus huesos los cambios de clima antes de que sucedan.

Ahora bien, ¿realmente ese hueso o esa articulación sanaron?  Es decir, quizá dejaron de molestarnos, o logramos recuperar nuestra movilidad y nuestra vida normal, sin mayores consecuencias.  Pero el hueso o la articulación afectada jamás volvieron al punto cero de restauración como si nunca hubiera sucedido nada.  La huella del incidente queda impresa para siempre en el sistema óseo, puede ser un callo sobre una fractura soldada, puede ser una articulación que quedó levemente desplazada en un par de milímetros o incluso puede quedar una deformidad interna que a simple vista no observamos.

Lo que hace el cuerpo es compensar, restaurar para que siga funcionando, crear reparaciones para proteger la zona debilitada o incluso alterar nuestros movimientos (de forma inconsciente) para que no causemos dolor en la zona dañada.  No existe tecnología ni avance médico capaz de regenerar un hueso o una articulación al punto cero; en muchos casos se colocará una prótesis que funcione como si fuera nuestra pieza natural, pero nunca será aquella parte que cambió para siempre.




Sucede lo mismo con nuestras emociones, con los traumas que afectan de por vida nuestros patrones de conducta,  nuestra forma de pensar, vivir e incluso relacionarnos con otros.

Jugamos a olvidar, intentamos hacer borrón y cuenta nueva, creemos que hemos pasado página e incluso, logramos vivir años o décadas sin recordar aquel abuso, aquella experiencia traumática, aquellas emociones humillantes o aquel dolor insoportable que parecía no irse jamás.

Sin embargo, bastará una pesadilla para mostrarnos que nuestro subconsciente guarda más información de la que quisiéramos; alcanzará con una frase o una actitud de otra persona para disparar emociones que creíamos erradicadas de nuestro sistema.  A veces, será algo tan simple como una película en la que el personaje viva lo que nosotros vivimos alguna vez; otras veces, conectaremos desde la empatía con personas que llegan a nuestra vida mostrándonos facetas que nosotros ya superamos, o creímos haber superado.

Quisiéramos poder reformatear nuestro cerebro para no recordar aquello que cada tanto nos perturba.  Pero la memoria emocional no solo está guardada en nuestra mente, deja su huella en nuestros órganos, en nuestro cuerpo, en nuestra piel, en nuestros mecanismos de defensa, en nuestras cicatrices visibles e invisibles o incluso en posturas físicas que alguna vez adoptamos sin darnos cuenta.

Eliminar todo rastro de información crearía un vacío que nos despojaría del aprendizaje que nos ayudó a llegar al lugar donde estamos ahora y a transitar la vida desde una mirada de compasión y sabiduría.  Ya no somos las mismas personas que vivieron aquellos hechos aberrantes o dolorosos, pero  sí somos el resultado de las lecciones de vida y de los recursos que usamos para sobrevivir.




No olvidamos.  Aprendemos a vivir con las heridas, los traumas, las cicatrices, las secuelas y las emociones.  Así como aceptamos que nuestro tobillo dolerá cuando llueva, o el hueso que alguna vez se astilló, nos moleste en invierno; debemos entender que no hay forma de volver al punto cero y ser lo que éramos ‘antes de’.

Esforzarnos por olvidar y no recordar nada puede ser tremendamente peligroso para nuestra salud física, mental, emocional y energética.  Ya sea porque reprimimos las emociones o porque generamos ruido y ocupaciones mundanas para distraer la mente, terminaremos siendo adictos a aquello que nos aleja de una realidad que nunca elegimos conscientemente.  Nos volvemos entonces, adictos al trabajo, a la soledad, a las salidas tumultuosas, a los analgésicos, a las relaciones banales, a la victimización, a los miedos, a las excusas, a la depresión, a la frustración, a la negatividad, al dolor, a la música ensordecedora, a los dulces, al alcohol, a los chismes,  a las drogas, a las relaciones tóxicas, al silencio, al auto boicot, a posponer lo que nos sana, a los desvíos, a las puertas cerradas, a los desquites, a las venganzas, a la enfermedad, a los síntomas y a las historias de sufrimiento.




Retomando la analogía de los huesos, ¿por qué cada tanto el cuerpo nos recuerda que hubo una parte dañada?  Para que seamos precavidos, para que no exijamos a esa zona demasiado esfuerzo, o movimientos que no resistiría.  Es una parte nuestra que debemos tratar con respeto, amorosamente y con cuidado, porque no tiene la misma resistencia o fortaleza original.

Olvidar es negar.  Negar es condenar ese recuerdo a un lugar carente de amor y de luz en nuestra sombra (subconsciente).

Por supuesto, no se trata de victimizarnos una y otra vez, de cultivar el resentimiento, la venganza o la sed de castigo.  Lo que importa es reconocer y aceptar que esa parte vulnerable de nosotros jamás volverá a ser como era y tampoco es sano esperar que así sea.  ¿Cuál fue la bendición oculta?  ¿Qué fue lo que aprendimos?  ¿Qué decisiones tomamos o qué cambios hicimos en nuestra vida que nos llevaron a vivir situaciones bonitas o bendecidas, que de otro modo no hubiéramos experimentado?  ¿Cómo puedo amar y atender esa herida emocional?  ¿Cómo puedo aprender a vivir con ella?




Si yo soy consciente y hago visible en mi interior esa herida o esa cicatriz y la acepto como parte de quien soy ahora, sin rechazo, sin negación, sin vergüenza, sin impotencia y sin frustración; entonces lo que quiera que suceda fuera de mí no me afectará ni me causará dolor alguno que no pueda soportar o que no sepa cómo afrontar.

Olvidar es negar y desear que algo nunca hubiera sucedido.  Ese deseo nos mantiene esclavos, de algún modo, de una paradoja y de un pasado poblado de ‘hubiera sido mejor’ o ‘hubiera sido distinto’.  Esa negación desgasta nuestro esfuerzo y nuestra energía en imaginar escenarios diferentes para un tiempo, un espacio y una dimensión a la que ya no tenemos acceso.

El recuerdo sano y consciente, desde la paz de aceptar lo que sucedió y lo que nunca pudo ser, nos permite la libertad de sentir y vivir plenamente el momento presente; amando lo que aprendimos a ser, sanando lo que aún duele y liberando las expectativas de lo que no fuimos, no somos y no seremos.

Susie©

Se me ha metido el invierno en todos los rincones donde alguna vez me dañaron.

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes

18 de abril de 2023

Escritura Terapéutica




jueves, 9 de junio de 2022

Emociones huérfanas

 

Cuando negamos o ignoramos algo en nuestro interior, se convierte en un huérfano huraño, combativo y distante, incapaz de conectar con el mundo que lo rodea.

Solo la mirada atenta y amorosa de nuestro corazón, puede transmutar el barro en loto y la oscuridad en luz.

Artist: Chie Yoshii


Tarde o temprano, nos tropezaremos con los restos óseos de aquellas masacres que cometimos o permitimos.

Podrá ser por la realidad que nos rodea y no logramos transformar, quizá sea a causa de un malestar físico que se ha vuelto crónico o tal vez un día comencemos a llorar sin saber por qué. 

Entonces, habrá que sentarse, como La Huesera, cantar una canción amorosa sobre los huesos y cenizas, dejar que las lágrimas germinen los fósiles apagados y permitir que finalmente una loba nueva crezca su pelaje y corra aullando por bosques perdidos de la memoria.

Susannah

09 de junio de 2022




martes, 9 de noviembre de 2021

Anestesia

La anestesia es peligrosa.
Una se desconecta de las emociones para no sentir dolor.
Cierra el corazón, hace 'como si'...

La mente sale airosa: olvida, ignora fechas especiales, anula necesidades, ejercita el desapego.

El cuerpo, sin embargo, jamás olvida, guarda huellas y cicatrices, almacena sensaciones y procesa lo que nuestra sombra calladamente archiva.

Entonces un día, el agobio nos gana, una rara tristeza nos despierta en la mañana, un desgano se apodera de nuestra agenda y nada parece brillar en nuestro cielo.

Hoy es 9 de noviembre y un recordatorio digital me ha sacudido en la cara que mañana es 10 de noviembre, un día que durante gran parte de mi vida, fue celebración de milagros.

Mañana se cumplirán 34 años de tu decisión inquieta de llegar anticipadamente a este mundo.

Sigo celebrando el milagro de tu vida.
Sigo bendiciendo tus dones, tu risa, tu corazón y cada uno de tus gestos.
Celebro en la distancia, saberte viva.
Rezo en la distancia porque la Paz un día te habite, las tormentas se disipen y tus guerras ya no te gobiernen.

Cuando un hijo nos declara muertos en vida; a veces, nos dejamos morir un poco. Dejamos de ejercer, de sentir, de necesitar, de pedir, de añorar. Nos corremos, nos hacemos invisibles, hacemos silencio, y de algún modo, nuestro corazón deja de latir como lo hacía. 

Debería alcanzarme con que estés llena de vida y salud.

No me alcanza.

Una parte mía te sabe llena de odios y furias.
Una parte mía te siente llena de esquirlas.
Una parte mía sabe que en el abrazo que rechazas y en el nombre que niegas, hay un dolor tan grande que solo Dios puede enseñarte a sanar.

(Darme cuenta que había olvidado mentalmente una fecha tan importante, de algún modo me asusta. Hay algo mucho más terrible que el dolor extremo: no sentir absolutamente nada.)


domingo, 20 de enero de 2013

Recuerdos fragmentados



Cuando vi la película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”, recordé que a mí no me hace falta tecnología, ni inyecciones, ni drogas.  Soy capaz de borrar de un plumazo un mes, un año, diez años de mi vida, una etapa completa, sin dejar rastro alguno.  “Shots de anestesia” como le llamo yo, que me permiten seguir adelante y deshacerme del dolor.







Cargo así, con unas cuantas lápidas con nombre y apellido, algunas tumbas anónimas y algunas cajas con archivos clasificados duermen en un desván al que no sé cómo acceder.

Puede suceder que alguien me vea y me recuerde y yo ni siquiera sepa su nombre o encuentre un vestigio en mi memoria, si esa persona transitó en una de esas etapas borradas.


Peor aún, puede un viento intenso soplar en Navidad y desde un onírico mensaje mostrarme que bajó algunas lápidas aún laten sentimientos que jamás murieron.  Me doy cuenta que quisiera no haber borrado, no haber quemado cada centímetro de evidencia para poder aferrarme ahora a algo tangible.  Sólo aparecen fragmentos, algunas frases sueltas, sensaciones aisladas sin fecha ni lugar.


Alguien dijo que escribir sobre esa historia guardada, redimiría, sería como un ejercicio de catarsis y sanación.  Sin embargo, ¿Cómo adentrarse en los laberintos de mi desván si sólo hay retazos, fragmentos y cenizas.


Acaso, como dice Clarissa Pinkola Estess, debería comenzar a cantar sobre los huesos, las cenizas y las esquirlas.


No puedo evitar que mi vida sea tan intensa,  que recorra tantas dimensiones y tanto tiempo en tan pocos meses.


Aún me sorprende reencontrarme con gente de mi edad que sigue viviendo donde mismo, padeciendo la misma vida desde hace 20 o 30 años, sin altibajos, sin pasiones, sólo rutina.  Ellos jamás podrían entender por qué uno no recuerda, algún lugar, algunas gentes.

Soledad Lorena

25 de Noviembre


Es Navidad y he despertado contigo en mi sueño, después de  más de 20 años.  Estabas ahí, hablándome con tanta seguridad, con toda tu presencia, con todo lo que siempre me enamoró de vos.  Ese fue mi regalo de Navidad, aunque duela a mares, aunque haya llorado todo un río.