La anestesia es peligrosa.
Una se desconecta de las emociones para no sentir dolor.
Cierra el corazón, hace 'como si'...
La mente sale airosa: olvida, ignora fechas especiales, anula necesidades, ejercita el desapego.
El cuerpo, sin embargo, jamás olvida, guarda huellas y cicatrices, almacena sensaciones y procesa lo que nuestra sombra calladamente archiva.
Entonces un día, el agobio nos gana, una rara tristeza nos despierta en la mañana, un desgano se apodera de nuestra agenda y nada parece brillar en nuestro cielo.
Hoy es 9 de noviembre y un recordatorio digital me ha sacudido en la cara que mañana es 10 de noviembre, un día que durante gran parte de mi vida, fue celebración de milagros.
Mañana se cumplirán 34 años de tu decisión inquieta de llegar anticipadamente a este mundo.
Sigo celebrando el milagro de tu vida.
Sigo bendiciendo tus dones, tu risa, tu corazón y cada uno de tus gestos.
Celebro en la distancia, saberte viva.
Rezo en la distancia porque la Paz un día te habite, las tormentas se disipen y tus guerras ya no te gobiernen.
Cuando un hijo nos declara muertos en vida; a veces, nos dejamos morir un poco. Dejamos de ejercer, de sentir, de necesitar, de pedir, de añorar. Nos corremos, nos hacemos invisibles, hacemos silencio, y de algún modo, nuestro corazón deja de latir como lo hacía.
Debería alcanzarme con que estés llena de vida y salud.
No me alcanza.
Una parte mía te sabe llena de odios y furias.
Una parte mía te siente llena de esquirlas.
Una parte mía sabe que en el abrazo que rechazas y en el nombre que niegas, hay un dolor tan grande que solo Dios puede enseñarte a sanar.
(Darme cuenta que había olvidado mentalmente una fecha tan importante, de algún modo me asusta. Hay algo mucho más terrible que el dolor extremo: no sentir absolutamente nada.)
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