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viernes, 12 de agosto de 2022

Una pausa para Ser

 Nos agota física y mentalmente: perseguir, conseguir, cumplir, resolver, razonar, entender, aferrarnos, defendernos, demostrar, justificar, negociar, persuadir y cambiar; aunque muchas veces, solo nos quedemos en el intento.

Buscamos insistentemente la aprobación de nuestros fantasmas, de nuestra familia, de nuestros amigos; de clientes, compañeros o seguidores en las redes sociales.




Comenzamos a confundir lo que hacemos por agradar a otros, con lo que realmente disfrutamos hacer.

Dejamos de mirarnos en el espejo y a cambio, nos vemos a través de los ojos de otras personas.

Nos refugiamos en las palabras de otros, para no escuchar nuestra alma en el silencio.

Como si el elogio, la aprobación o la celebración de los demás, nos devolviera la pertenencia que nunca pudimos sentir.

Sin embargo, la agitación constante por llamar la atención, por hacer escuchar nuestra voz, porque nuestros colores sean vistos y reconocidos, nos aleja de lo que realmente somos; nos quita paz y nos convierte en exiliados de la morada sagrada de nuestra alma.

Confundimos la entrega desmedida con el servicio; como si la sacrificada vocación de existir por los otros, le diera valor y sentido a nuestra vida.




No creo que sea posible servir a Dios y en ese servicio bendecir a otras personas, si renunciamos a nuestra paz interior o medimos nuestra luz por la cantidad de sombras que desvanecen a nuestro alrededor.

El servicio puede a veces convertirse en un espejismo del ego; en la carencia de la niña solitaria que nunca se sintió celebrada por sus dones.

Tanta mente racional nos aleja de la esencia y la verdadera sabiduría.

Contemplar la naturaleza nos recuerda que hay más servicio y entrega generosa en la belleza de un árbol o la fragilidad de una flor.

Perdemos tanto tiempo analizando, cuestionando o midiendo resultados… Creemos que así, aceleramos los procesos o precipitamos el cambio.

Crear el vacío y el espacio necesario para Ser en el silencio de una tarde, puede convertirse en todo el servicio que Dios necesita de nosotros.  Porque en la quietud desprovista de dispositivos y redes sociales, aprendemos del ave que nos canta desde un árbol cercano y comenzamos a recordar que en el modesto discurrir de las estaciones, se encuentra el verdadero secreto de la vida.

Susannah Lorenzo©

Escribiendo, mate mediante, desde las escaleras, después de una caminata sin dispositivo alguno.

Atardecer en San Luis, cielo despejado, pájaros en vuelo; árboles y sierras imperturbables, ajenos a relojes, agendas y estadísticas.

12.08.2022

18:30




sábado, 8 de agosto de 2020

De Lobas y Piropos

 No importa si un hombre te está diciendo un piropo, una guarangada o si se está burlando de ti, se supone que una buena mujer debe sonreír siempre, dar las gracias y sumisamente aceptar la denominación, valoración o desvalorización que el macho que te habla, haya elegido darte.  En el patriarcado familiar o la sociedad machista, la mujer que se rebela, duda, reclama y no acepta con una sonrisa, es considerada gruñona, mal gestada, idiota, exigente, impaciente y por supuesto, está condenada a estar sola por el resto de su vida (según ellos).

Las mujeres que trabajamos de forma independiente y usamos las redes y obviamente el celular para trabajar, publicamos nuestra información y nuestros datos de contacto en todos los muros, portales y sitios digitales posibles para hacer conocer y posicionar nuestra marca/nombre.  Eso, nos expone y da lugar a que más de un cavernícola en celo suponga que estamos en la vidriera buscando algún sujeto que “nos haga el service” (sobre todo si estamos divorciadas, solteras o separadas)  y nos quite la sonrisa que ya esbozamos para la foto.



Si vamos por la calle y un hombre o más nos dicen algo como ‘sos tan linda’, ¡qué linda que sos!, o simplemente 'linda’, nosotros  distinguimos el tono de voz, la baba que corre por sus comisuras y  la mirada que trasluce que su única neurona se ha mudado al sótano y tiene forma de glande.  Nos da asco de solo escucharlo porque sus intenciones son tan obvias como su estado primitivo de consciencia.  Sin embargo, si algún sujeto nos escribe un mensaje, usando las mismas frases, queremos creer que de verdad nos está elogiando, aunque hayamos publicado una foto  con ruleros en la cabeza. De algún modo sospechamos, pero algún pájaro carpintero nos recuerda que ahuyentamos siempre a los hombres con nuestra desconfianza y con nuestra poca jovialidad para aceptar un verdadero elogio.  Tarde o temprano, los mensajes de texto, whatsapp o Messenger, se vuelven una postal del sujeto que intenta cautelosamente encerrar a la presa.

De algún modo, los mandatos machistas de la familia y de la sociedad, nos acostumbran a dormir nuestros instintos y nuestra intuición, a desconfiar de ella.  

Es fácil distinguir al cazador/depredador evidente que baja de la colina con sus binoculares y una escopeta al hombro.  La mayoría de los depredadores están encubiertos, visten buena ropa, son galantes y aparentemente educados, sonríen todo el tiempo y te endulzan el oído con aquello que saben que necesitas escuchar.

Las mujeres, como las lobas (según el libro de la escritora Clarissa Pínkola Estés), cuando estamos sanas psicológicamente, pensamos y sentimos desde el instinto y la intuición y nuestra sabiduría no viene de los conocimientos mundanos, sino del  río subterráneo y de herencias ancestrales.


Una loba sana puede oler las trampas de coyotes, detecta el rastro del cazador furtivo;  hay algo en el comportamiento del depredador que se acerca, que nos recuerda a algún otro amante o una mala experiencia. Tiene algo, en su voz, en su andar, en sus gustos, en sus palabras, en su forma de relacionarse que nos parece  familiar.  Pero como racionalmente no alcanzamos a saber qué es, entramos en el juego con precaución, porque nuestra mente nos dice que a lo mejor, esta vez, es un buen hombre y sus palabras son sinceras.  Buscamos aliados que confirmen nuestras sospechas o nos animen a avanzar: consultamos el I Ching, las runas, el libro del zodíaco y hasta hablamos con una amiga que nos dice que somos unas perseguidas.  Pero el zodíaco, las runas y el oráculo de turno, parecen estar de acuerdo con el instinto y aun así  decidimos esperar, darnos 24 o 48 horas para disfrutar de la ilusión y el espejismo.  Y si por alguna razón, dudamos, cuestionamos o intentamos desnudar las intenciones del admirador galante, éste nos tratará de hurañas, amargas y nos acusará de confundirlo con la persona equivocada.

A veces, los depredadores encubiertos tienen antecedentes, relaciones, entorno y contactos  que sostienen su fachada.  Suelen usar fotos con hijos, sobrinos o nietos para vender la imagen del hombre amoroso ocupado de su familia.  Intentan provocar ternura y que las mujeres conecten desde su instinto maternal con los ojos del o los niños de la foto y no con la mirada ambivalente del hombre que los abraza.

Si aceptáramos nuestra intuición y dejáramos que nuestro instinto de loba nos guiara, dejaríamos de perder el tiempo y nos ahorraríamos más de un dolor de cabeza y una temporada de corazón roto.


He conocido el amor a la distancia y he tenido amantes virtuales (mucho antes de que existiera Facebook e internet fuera accesible para todas las personas).  Tengo aún amigas y familia cósmica repartida por el mundo, con quienes jamás nos hemos reunido en persona y no sé si alguna vez pueda darles un abrazo real.  Son personas que están cerca de mi corazón, que están pendientes, con las que hemos compartido celebraciones y penas.  Nos hemos ayudado, acompañado, bendecido y encontrado a través de Puentes energéticos y afectivos.  Pero con todas esas personas hubo un denominador común, conectamos a través del corazón y el alma, conociéndonos desde adentro hacia afuera.  Tejíamos relaciones cuando los amigos epistolares (pen friends) sólo podían compartir una foto a través del correo postal.  Nos acercaba la poesía, la literatura, las redes de luz, las terapias holísticas o la buena voluntad.

Me encanta que me halaguen, después de todo soy una mujer terrestre.  Me encantaría compartir mi vida y mi camino con alguien con quien amemos sabiamente, respetuosamente y honremos y celebremos nuestra energía sagrada.  No busco a esa persona.  De algún modo, silenciosa y apaciblemente lo espero.  Sé que después de muchos años de soledad y después de tejer muchos puentes internos de sanación, mi corazón está listo para amar y ser amado, para vivir el buen amor y disfrutarlo. He dejado ese deseo en manos de Dios y sólo él me indicará cuando sea la persona indicada.

Pero ese buen amor, ese compañero, no golpeará a mi puerta o me enviará un mensaje para decirme lo linda que soy, será transparente en su mirada y en sus intenciones y será coherente con lo que dice, siente y piensa.

Por cierto, si un hombre, en verdad admira, celebra y disfruta relacionarse con una mujer inteligente, buscará la forma de seducir su inteligencia, de compartir actividades, intereses o pasiones, y por supuesto, encontrará el camino para susurrar y acariciar su corazón.

 

Susie

Susannah Lorenzo

08 de agosto de 2020