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viernes, 21 de octubre de 2022

Ganas de curarse

¿Qué tantas ganas tengo de curarme?

Debo realmente tener muchas ganas de curarme y estar dispuesta a ello, porque acabo de prepararme una gran jarra con una tisana de ajenjo (artemisia amarga o hierba santa), salvia y diente de león (Taraxacum officinale o achicoria amarga).




En realidad lo que hice fue buscar en mi alacena lo que tenía disponible para lidiar con el hígado y la vesícula que colapsaron el lunes pasado y hoy me han mostrado una piel muy amarillenta en el espejo.    Como la heladera y la billetera están vacías, no está siquiera la opción del  té de limón o de comprar algún suplemento o medicina en la farmacia.

La tisana es tan amarga que luego no sientes más que ese sabor en tu boca.  Creo que el pote con ajenjo estaba ahí desde un episodio similar que tuve hace un par de años, esa es una de las hierbas que  más evito porque es solo para valientes.  ¿Acaso el dolor no es solo para valientes?

Imagino que los productos farmacéuticos nacieron no solo como una manera de simplificar la medicina natural (ahorrando tiempo para quien consume los medicamentos), sino como una manera de evitar sabores desagradables.  Es que te tomas una cápsula o una pastilla y ni siquiera sabes lo que estás tomando, porque solo tiene gusto a talco o plástico.

Los remedios más eficaces de la naturaleza son los más amargos, los que huelen más desagradable o los que tienen apariencia o textura que no te tientan a probarlos.  En la vida es así, aquello que nos cura y nos sana, no es lo más bonito, lo más dulce o lo más agradable.  Aquello que necesitamos para curarnos o ayudar a alguien a sanarse es terriblemente amargo, doloroso o desagradable.




¿Por qué tengo tantas ganas de curarme?

Porque mi salud viene desequilibrada desde el 23 de septiembre, primero fueron las vías respiratorias y después bajó  al hígado, la vesícula y los riñones; para alguien que convive con enfermedades crónicas y que ya tiene los órganos averiados, no es algo fácil de resolver o equilibrar.  Sentirme enferma no es algo que disfrute y menos aún cuando me impide crear, trabajar, aprender, estudiar o simplemente ver lo bonito de la vida.

Sería mucho más fácil y agradable correr a la farmacia del barrio y conseguir un par de medicamentos encapsulados.  Por alguna razón, que solo Dios sabe, no es posible en este momento, entonces, no queda más que usar La Botica de Susie, preparar tisanas, trabajar con afirmaciones y códigos sagrados.  Después de todo, si hubiera estado disponible la solución fácil, no estaría escribiendo esto.


Art: Sophie Gaiman


¿Cómo ayudamos a alguien a curarse o sanarse?

Siempre digo que el verdadero proceso de curación o sanación sucede cuando la persona padeciente es parte activa en el proceso y elige cambiar hábitos y hacer algo para sanar.

Lo he contado en mi canal, mi primer experiencia con un curandero real y sabio, fue cuando mi hijo llevaba tiempo sin superar el problema pulmonar que le había quedado como secuela luego de una encefalitis y neumonitis.  Los antibióticos y los tratamientos médicos solo destruían su sistema inmunológico y cada vez estaba más débil y respiraba peor.  Si yo retiraba los antibióticos, no había episodios de fiebre, por lo tanto estaba segura que su pulmón estaba lleno de residuos acumulados durante su internación de 21 días.  El curandero lo observó detenidamente y luego lo miró a los ojos y le dijo: si quieres curarte, tendrás que tomar cosas muy feas.  Mi hijo que solo tenía 4 años, dijo con mucha determinación que estaba dispuesto.  Acudíamos a su consulta dos veces a la semana para imposición de manos, pero cada día, mi hijo debía ingerir tinturas herbales cuyo olor apestaba y  debía beber litros de tisanas que no tenían mucho mejor sabor.  Pero mi hijo quería volver a jugar y respirar.  Durante 40 días, se levantaba muy temprano en los días de la consulta, pues yo debía llevarlo antes del amanecer, para poder llegar a tiempo al trabajo; y luego se tomaba todas las medicinas naturales que yo le dejaba indicadas en la guardería donde los cuidaban.  No solo empezó a recuperarse pronto, sino que su organismo comenzó a expulsar flemas de todos los colores y texturas.  Nunca se quejó, confió en que su mamá estaba eligiendo lo mejor para él en ese momento.  Luego de los 40 días, era otro niño, jugaba, corría y respiraba bien, y a los pocos meses una radiografía mostró que sus pulmones estaban limpios.

Sucede del mismo modo con la sanación emocional y espiritual, queremos un milagro que Dios active en nuestras vidas, sin tener que cambiar ningún hábito o hacer demasiado esfuerzo.  Nos encantaría que existiera una cápsula mágica para despertar nuevos y transformados con solo pedirlo.

Todos transitamos por un período de nuestra vida o nuestra evolución en que nos aferramos a la luz de otra persona, a la capacidad sanadora de otra persona, a la sabiduría de otra persona o a los dones de otra persona.  Lo hacemos responsable de nuestra evolución y de nuestra sanación, porque así, si no funciona, tendremos a quien culpar.  El tema es que de ese modo nunca funciona, porque a menos que estemos dispuestos  a beber la medicina amarga, no podremos recuperar la capacidad de disfrutar la dulzura en nuestra vida.




¿Cómo llegué a este nivel de ictericia, hígado y vesícula colapsados?

El domingo me invitaron a tomar una merienda especial, pedí un cappuccino con frutos rojos, porque parecía algo sabroso e interesante.  Se veía mucho mejor de lo que sabía y el exceso de crema para disfrazar un cappuccino de mala calidad, fue algo que mi vesícula dañada desde la adolescencia no pudo procesar.




El colapso fue tal que lunes y martes no pude levantarme de la cama y no tenía ganas de comer ninguna cosa. 

Ahora bien, el hígado es la sede de la rabia y las acciones primitivas; donde acumulamos la justificación de las críticas para auto engañarnos y sentirnos mal.  En realidad nos enojamos o nos frutamos con alguien, no lo expresamos y luego estamos enojados con nosotros mismos por habernos fallado y por estar molestos con algo que no podemos cambiar.  Es decir que en el hígado se acumula todo lo amargo.  ¿Me sigues?  Entonces, para curar el hígado tenemos que tomar tisanas de hierbas medicinales que son más amargas que la amargura que tenemos acumulada.  Es decir, no es posible curar un hígado enfermo con un té de miel o un chocolate caliente.  Y solo cuando nos enfrentemos a la total amargura y a los cuidados que necesitamos para expresar nuestras emociones, podremos recuperar la capacidad de disfrutar postres y delicias dulces, en nuestra dieta y en nuestra vida.




La misión de una Mujer Medicina

Comenzamos hablando de tisanas amargas y terminamos hablando de la misión de una Mujer Medicina, porque todo tiene que ver con todo y porque mi escritura es siempre circular. 

Una verdadera Mujer Medicina no te sana, te brinda los recursos o te muestra el camino, pero tú caminas y tú eliges si usar los recursos o cómo usarlos.

Una verdadera Mujer Medicina no te hace la vida más fácil, en realidad, te enseña a lidiar con las complicaciones de tu vida, para que luego todo se te haga más fácil.

Una verdadera Mujer Medicina no solo baila contigo bajo la luna, te apapacha en días difíciles o te susurra antiguas plegarias al oído;  una mujer medicina también te receta tisanas amargas, te muestra en el espejo lo que no quieres ver y te obliga a caminar sola cuando es necesario para tu aprendizaje.

Una Mujer Medicina no necesita justificarse, demostrar lo que sabe o persuadir con palabras del alcance de sus dones.  Una Mujer Medicina, te mira y desnuda tu alma de todos los velos, te escucha y tamiza tus palabras a la luz de las verdades que solo Dios conoce; toma tu mano un instante para mostrarte el camino de las estrellas y luego la suelta para que descubras tu propio cielo.  Una Mujer Medicina rasca tu espalda llena de callos, hasta que un día, bajo las cicatrices, comienzan a florecer tus alas y descubres que todo lo amargo era apenas la antesala de todo lo dulce que te quedaba por vivir.

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Palabras




miércoles, 20 de julio de 2022

Sobre enojos y puentes rotos

Uno de los errores más comunes de la vida espiritual y la práctica de la paz interior, es obligarnos a reprimir cualquier señal de enojo.  Nos acostumbramos a respirar hondo, eliminar cualquier manifestación de nuestro desagrado, mantener la calma y evitar los conflictos.



Sin embargo, somos seres humanos y cualquier invalidación de nuestros derechos, una injusticia o una falta de respeto severa puede enojarnos.  Las personas se acostumbran a que como somos seres pacíficos, debemos mantener siempre una línea de conducta de voz tenue, silencios y modales amables.  De cuando en cuando, algunas personas necesitan que pongamos límites, necesitan saber que la paz y la amabilidad no dan lugar al atropello y que el enfado bien canalizado y expresado sin insultos es una manera de ubicar a cada quien en su palmera, como dice alguien a quien quiero mucho.

Guardar los enojos, evitar siempre cualquier clase de conflicto, ceder constantemente en pos de la paz de las relaciones y guardar nuestro tono de voz severo pueden causar la acumulación tóxica y explosiva de cóleras no controladas, que como el fuego, tomarán medidas insospechadas y crecerán a la sombra de la falta de amor y atención.  Entonces un día, bastará una gota para rebalsar el vaso, una chispa para encender la hoguera y quemar el portón tras el cual permanecían ocultos nuestros disgustos.  Nos hallaremos de mal humor, intolerantes y no tendremos paciencia ni para nosotros mismos.  Apenas una chispa, recordará todas las chispas, todos los momentos, aún aquellos que sucedieron décadas atrás.

Si cedemos para ser aceptados o no ser rechazados, en realidad, no nos están aceptando tal como somos, simplemente están aceptando una proyección a medida de los otros.  Si callamos porque nuestra verdad ofende y mantenemos la paz a costa de nuestro silencio, en verdad, estamos siendo injustos e infieles a nosotros mismos.  Nadie más que nosotros defenderá nuestros derechos, nuestro espacio, nuestra voz, nuestro lugar en este mundo o nuestra forma auténtica de ser.



Solemos callar lo que sentimos para no cargar con la culpa de que las otras personas se sientan ofendidas, lastimadas o decepcionadas por manifestar nuestras emociones.  Les permitimos que disfruten de una relación anestesiada por la diplomacia, los disfraces y los eufemismos.  Nos desconectamos así, de las emociones que creemos negativas, y por lo tanto nos alejamos del verdadero equilibro de nuestra alma y nuestra personalidad.

Quienes somos sobrevivientes de situaciones de violencia (en todos sus niveles), desarrollamos una cierta alergia a los enfrentamientos, los conflictos y cualquier agresión verbal, mental o emocional.  Por eso, inmediatamente nos cerramos en nuestra ira, y deseamos que se disuelva como por arte de magia.

No creo que sea sabio actuar o hablar desde la amargura del enojo, cuando la explosión de todas las chispas está en pleno auge.  Creo que cuando eso sucede es tiempo de hacer silencio, todo el silencio posible, para poder escuchar a nuestra mente y todas las frustraciones guardadas.  Depende cuánto tiempo llevemos sin escucharnos, ese acto de introspección puede tardar una tarde o tal vez varios días.

Luego, debemos analizar cuántas veces callamos para no incomodar, para caer bien o para mantener una relación que no respeta nuestro espacio y nuestra identidad.

Se puede establecer límites, reclamar lo que nos pertenece y defender nuestros derechos sin agredir, insultar ni gritar; desde la paz interior y la seguridad absoluta de lo que merecemos sin culpa alguna.

Ahora bien, nuestra voz inevitablemente incomodará, ofenderá y enojará a quienes no están dispuestos de antemano a respetar lo que somos y lo que nos corresponde, y eso es algo con lo que debemos aprender a vivir.

Volvernos amargos como una ofrenda de sacrificio no es ningún mérito.  La gloria está en expresar nuestra voz desde el amor, la compasión y el respeto por lo que somos y lo que es cada persona.  Es importante aceptar que así como nadie es responsable de nuestro enojo, no somos responsables de la amargura que otros sienten por cómo somos, lo qué hacemos o lo que decimos.(Siempre y cuando actuemos desde el amor, la compasión, la empatía y el respeto.)



Cada quien está lidiando con sus propias luchas, conflictos, crisis e incoherencias.  Quien no honra nuestra presencia y nuestra palabra, encontrará siempre excusas para ignorarnos, faltarnos el respeto, invisibilizarnos o mostrarnos su hostilidad.  Probablemente, aquello que sentimos como algo que ‘nos hacen’, en realidad, es un mecanismo de defensa inconsciente, porque lo diferente en nosotros los asusta, los confunde o trae a la superficie sus conflictos emocionales.

El enojo es algo  que siempre me ha costado gestionar.  Suelo consumirme en llamas de frustración, impotencia y rabia mientras quienes cometieron su atropello continúan su vida sin darse cuenta o sin importarles el daño que causan.

El enojo, es al fin de cuentas, una suma de expectativas no cumplidas.  Es decir, esperamos que porque alguien reza a diario o va a misa cada domingo, vea la espiritualidad y la buena voluntad tal como la vemos nosotros. Proyectamos nuestra forma de actuar, nuestro nivel de compasión y respeto en la vida de otras personas, esperando que actúen en espejo o que se rijan por las mismas normas y valores que nosotros.  No funciona así, lamentablemente.  Proyectar y tener expectativas es una manera de juzgar, una manera de rotular a las personas.  Si me enoja más que una terapeuta holística no sea tan holística, o que un católico se olvide de Jesús en sus actos diarios; si me enoja eso más que un ser pedestre y común sin vida espiritual o consciencia expandida cometa el mismo atropello; entonces, estoy juzgando, estoy midiendo a los otros según mis expectativas y según los rótulos que cada quien exhibe.

Mi enojo, mi amargura, mi furia y mi frustración no harán que los otros cambien o tomen consciencia, quizá nunca lo hagan o cuando lo hagan, yo ya no lo necesite.

Una vez que todo el enfado ha tenido su espacio y su tiempo, llega el momento de respirar y perdonar, de aceptar, amar, iluminar y seguir adelante.

Quien me ‘ha ofendido’ merece la mejor versión de mi misma; si lo dejo con mis pequeñeces, mis sombras y mis propios miedos e inseguridades, solo aumentará la hostilidad y estaré alimentando su propia oscuridad.

No es que sea fácil, estoy aprendiendo.

En los últimos días pasaron muchas cosas desagradables, en realidad, creo que han sido varias semanas.  De repente, me di cuenta que había un patrón que se repetía: hostilidad, falta de respeto, atropello y desconsideración.  Fue así que me tomé el trabajo de recordar cada ocasión, cada lugar y todas y cada una de mis reacciones.  Mis reacciones habían sido siempre las mismas: enojo, frustración, rabia, impotencia, tormentas mentales, reclamos por justicia y un aceptado rol de víctima.  Entonces me dije: ¿Qué es lo que puedo hacer diferente? Puedo aprender a aceptar que cada quien tiene su nivel de consciencia y espiritualidad y ninguno es mejor que otro.  Puedo aprender a perdonar, liberándome de cualquier necesidad de revancha, recompensa o remediación.  Puedo aprender a mirar amorosamente a las personas en su imperfección, en sus egoísmos y en su limitada visión del otro.  Puedo aprender a quitar el foco de lo que está mal y solo ocuparme de Ser mi mejor versión, de brillar mi Luz y manifestar mi Alma, sin esperar la aprobación de otros.



Este ha resultado un escrito bastante desorganizado, sin la fluidez de otras veces; pero estoy agotada física, mental y energéticamente.  Las pruebas de las últimas semanas han sucedido en todos los niveles y en todas las dimensiones.

Este es un recordatorio para mí y una invitación para ti: no acumular enojos en el sótano sin nuestra atención y cuidado amoroso.

Paz en nuestros corazones.

Paz en nuestra mente.

Necesitamos mucha Paz.

Susannah Lorenzo

Tejedora de Puentes

(Con puentes bombardeados)

19/07/2022

 


miércoles, 17 de marzo de 2021

Adagio en dolor sostenido

 


Nos endurecemos

nos enquistamos

nos enfadamos

nos amargamos

nos apagamos

y nos agotamos,

aferrados al dolor

de la injusticia

que creemos no merecer.

 

Nos paraliza el miedo

de lo que no se controla

de lo que no se anticipa

y lo que no se conoce,

de lo incierto

y de lo efímero.

 

Dejamos de reír y bailar,

perdemos la ternura

nos quedamos sin dulzura

olvidamos el placer

y nos clavamos cruces

en el pecho

para perpetuar la agonía

de lo que no llega,

lo que se fue,

lo que no está,

lo que nunca será

o lo que fue arrebatado.

 

Nos cargamos de culpas

ajenas y propias,

de juicios y prejuicios

de turbaciones y deudas,

de delirios y espejismos.

 

Mientras tanto,

la vida se deshace

como arena entre las manos,

burbujas de jabón

de una niña dormida en el desván,

palabras que callamos,

gritos que guardamos,

lágrimas que ahogamos,

sal que nos convierte en desiertos,

silencios donde naufragan los sueños,

ataduras que nos laceran el alma,

heridas que pueblan el horizonte

y enceguecen la visión.

 

Mientras tanto,

alguien se duerme sin nuestros besos,

alguien espera una caricia,

alguien aguarda el amor que perdimos,

alguien nos mira sin ser visto,

alguien respeta nuestra distancia,

alguien confunde nuestro enojo,

alguien desconoce nuestro silencio,

alguien se pierde de nuestros colores,

alguien se priva de nuestra ternura,

alguien suspira mientras la música

dormita y el tiempo se acaba.

 

Soledad Lorena©

Tejedora de Palabras

Susannah Lorenzo

Tejedora de Puentes

 

17 de marzo de 2021

01:13 de la madrugada

Mozart Effect en mis auriculares para calmar el estrés, una neuralgia de tres días y bajar la hipertensión que azota mi cabeza.

Blackie descansa muy cerca, lleva días con los ojos tristes; hace tiempo que no le dedico un momento para mimos o juegos.  El apenas si me mira paciente y espera.

¿Será que podremos disfrutar cuando todo se solucione?

¿O será que tenemos que disfrutar para que todo mejore?

Llevo tanto tiempo tratando de estar bien, que las pocas lágrimas que la música logra liberar, duelen y queman en mis ojos como un río de sal.

Susie asustada y abatida

(Tanto que resolver, tantos intentos fallidos; no saber dónde podemos habitar y crear desequilibra todas las emociones.)