Puede que mi corazón no guarde tesoros de 60 amores, pero probablemente sí guarde bendiciones, cicatrices, recuerdos y huellas de 60 Formas de Amar.
60 Formas de Amar
¿Cuándo
comenzamos a ser conscientes de que somos capaces de Amar? Creo que la mayoría de nosotros primero toma
consciencia de sentirse amado/a o por el contrario sentirse rechazado/a o
abandonado/a emocionalmente. Nuestra
primera experiencia amando seguramente esté relacionada con esa primera memoria
al recibir o sentir la ausencia de amor en nuestro entorno.
Tal como he contado en ‘A Solas’, del libro Cuentos
Terapéuticos, la soledad fue la primera sensación consciente en los
vínculos afectivos. Imagino que a partir
de ahí comenzó una búsqueda inconsciente por amar del modo que no era amada,
creyendo que tarde o temprano alguien cubriría esos huecos vacíos.
Repaso en mi memoria buscando el primer recuerdo
de amar profundamente, y lo primero que viene a mi mente es la sensación que
experimentaba cada Semana Santa mientras mi familia veía programas de
televisión relacionados con el Vía Crucis o películas de la vida de Jesús. Y el
amor abrumador y la pena de estar reviviendo el calvario de Jesús me llevaban a
encerrarme en mi habitación, rezar y llorar a mares sin poder evitarlo. Esos recuerdos son de mis últimos años de
escuela primaria, en mi pre adolescencia.
Las memorias de mi corazón me llevan luego al
primer amor romántico cuando tenía 14 años, una forma de amar que me descubría
envuelta en poemas y un mar de emociones que despertaban una joven e ingenua mujer floreciendo a la vida.
La llegada de mis tres hijos fue, sin duda
alguna, la experiencia más intensa y la forma de amar más profunda y
vulnerable.
¿A quienes he amado verdaderamente además de Jesús, mis hijos y mi primer amor? He amado a muchas personas, mis padres, algunos tíos/as, mis hermanos, una de mis abuelas, amistades, madres y abuelas postizas y con el tiempo, algún hombre en la vida adulta.
He sido capaz de muchas cosas ‘por amor’, de
muchos sacrificios, de muchas renuncias, de muchas entregas y de un doloroso
desgarramiento de mi corazón para ser mi mejor versión y lograr que esas
personas se sintieran amadas.
No siempre he amado con alegría, la mayoría de
las veces amaba desde la tristeza, el dolor, las heridas, la carencia y el
miedo a no ser amada, aceptada, valorada y celebrada.
Desde ese lugar, uno cree que ama, una cree que
todo lo que hace es por amor al otro; pero en realidad, lo que hacemos es por
el amor a lo que sentimos, por lo que nos hubiera gustado recibir en lugar del
otro o por una sed inconsciente que nunca se calma.
¿Cómo
podríamos ver realmente a la persona amada desde un corazón maltrecho,
sangrante y habitado por el invierno de la vida? Inevitablemente, lo que vemos en el otro (de forma inconsciente) es un reflejo de
nuestros cristales rotos, de nuestro frío que busca cobijo y de nuestras
heridas que nos pueblan de miedos y vacíos.
Cuando amamos demasiado y de forma tóxica (no sana), somos capaces de entregar lo
más preciado, incluso nuestra vida para darle a nuestros seres amados, hasta
nuestro último aliento. ¿Qué nos queda cuando entregamos nuestra
pulsión de vida? ¿No sería mejor acaso compartir nuestra vida manteniendo vivos
nuestros tesoros sin renunciar a nada?
Cuando amamos desde nuestra carencia y nuestras heridas,
creamos una avalancha de emociones, regalos, experiencias e incluso de
palabras, para que esa persona amada sepa lo que sentimos. Pero no nos detenemos a comprender qué es lo
que esa persona en realidad necesita de nosotros; no podemos ver la intensidad
de sus emociones o la sed de un agua que no surge en nuestra vertiente.
Damos desde lo que necesitamos. Amamos desde nuestro abandono emocional.
Abrazamos desde nuestro invierno interior. Besamos desde nuestra sed de
bendiciones. Desbordamos el espacio ajeno desde los huecos que ansiamos llenar. Velamos nuestra mirada desde un vidrio
empañado de lágrimas y memorias dolorosas.
Amamos para ser amados y eso, no es realmente
Amor. En ese amor desmedido buscamos algo a cambio, esperamos recibir lo que necesitamos
o ser vistos como nos gustaría ser reconocidos; y cuando eso no llega, se
acumula la amarga deuda pendiente que contamina los vínculos amorosos.
Inmolarse, sacrificarse, dejar de Ser, intentar
ser lo que no somos, agobiarnos con expectativas impuestas, renunciar o incluso
posponer nuestros sueños, no es un gesto de amor generoso y desinteresado. Creo que es una actitud tremendamente egoísta
que busca asegurarnos sentirnos amados, respetados, valorados y
necesitados.
Me he llevado más de medio siglo aprender a
amarme, aceptarme, reconocerme, celebrarme y saberme hija amada de Dios. Desde
ese aprendizaje comprendo que la fuente del agua bendita que calma nuestra sed
emocional y espiritual está siempre en el centro de nuestro corazón. Nadie puede calmar nuestra sed más que
nosotros mismos, nadie puede dar verdaderamente aquello que no tiene y nadie
puede saciar las necesidades de ninguna otra persona. Sólo cuando nos vemos
como seres plenos y completos, podemos compartir nuestros dones y talentos,
nuestra alegría de amar y nuestra capacidad de tejer vínculos sanos.
Sé que he hecho mucho daño en nombre del
amor. Desde mi hipersensibilidad y mi
capacidad para sentir las emociones y energías de otras personas, esa certeza
me llena a veces de impotencia y de una pena profunda que inunda los lugares
más oscuros de mi corazón.
No puedo cambiar el pasado, no puedo deshacer
las heridas que causé, no puedo limpiar los corazones que guardan rastros
oscuros de mi nombre. Sólo puedo
descubrir cada día nuevas formas de Amarme y Amar. Sólo puedo desear que las personas que más
amo puedan, a su tiempo, encontrar su propio camino de sanación, y en ese
amarse puedan comprender y sentirse amados a pesar de los desencuentros.
Susie / #Unaniñade60
Susannah Lorenzo /
#TejedoradePuentes
Soledad Lorena / #TejedoradePalabras
22 de
septiembre 1964 / 22 de septiembre 2024
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