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miércoles, 21 de agosto de 2024

60 Amores

Puede que mi corazón no guarde tesoros de 60 amores, pero probablemente sí guarde bendiciones, cicatrices, recuerdos y huellas de 60 Formas de Amar.




60 Formas de Amar

¿Cuándo comenzamos a ser conscientes de que somos capaces de Amar?  Creo que la mayoría de nosotros primero toma consciencia de sentirse amado/a o por el contrario sentirse rechazado/a o abandonado/a emocionalmente.  Nuestra primera experiencia amando seguramente esté relacionada con esa primera memoria al recibir o sentir la ausencia de amor en nuestro entorno.

Tal como he contado en ‘A Solas’, del libro Cuentos Terapéuticos, la soledad fue la primera sensación consciente en los vínculos afectivos.  Imagino que a partir de ahí comenzó una búsqueda inconsciente por amar del modo que no era amada, creyendo que tarde o temprano alguien cubriría esos huecos vacíos.

Repaso en mi memoria buscando el primer recuerdo de amar profundamente, y lo primero que viene a mi mente es la sensación que experimentaba cada Semana Santa mientras mi familia veía programas de televisión relacionados con el Vía Crucis o películas de la vida de Jesús. Y el amor abrumador y la pena de estar reviviendo el calvario de Jesús me llevaban a encerrarme en mi habitación, rezar y llorar a mares sin poder evitarlo.  Esos recuerdos son de mis últimos años de escuela primaria, en mi pre adolescencia.

Las memorias de mi corazón me llevan luego al primer amor romántico cuando tenía 14 años, una forma de amar que me descubría envuelta en poemas y un mar de emociones que despertaban una joven  e ingenua mujer floreciendo a la vida.

La llegada de mis tres hijos fue, sin duda alguna, la experiencia más intensa y la forma de amar más profunda y vulnerable.




¿A quienes he amado verdaderamente además de Jesús, mis hijos y mi primer amor?  He amado a muchas personas, mis padres, algunos tíos/as, mis hermanos, una de mis abuelas, amistades, madres y abuelas postizas y con el tiempo, algún hombre en la vida adulta.

He sido capaz de muchas cosas ‘por amor’, de muchos sacrificios, de muchas renuncias, de muchas entregas y de un doloroso desgarramiento de mi corazón para ser mi mejor versión y lograr que esas personas se sintieran amadas. 

No siempre he amado con alegría, la mayoría de las veces amaba desde la tristeza, el dolor, las heridas, la carencia y el miedo a no ser amada, aceptada, valorada y celebrada.

Desde ese lugar, uno cree que ama, una cree que todo lo que hace es por amor al otro; pero en realidad, lo que hacemos es por el amor a lo que sentimos, por lo que nos hubiera gustado recibir en lugar del otro o por una sed inconsciente que nunca se calma.

¿Cómo podríamos ver realmente a la persona amada desde un corazón maltrecho, sangrante y habitado por el invierno de la vida?  Inevitablemente, lo que vemos en el otro (de forma inconsciente) es un reflejo de nuestros cristales rotos, de nuestro frío que busca cobijo y de nuestras heridas que nos pueblan de miedos y vacíos.




Cuando amamos demasiado y de forma tóxica (no sana), somos capaces de entregar lo más preciado, incluso nuestra vida para darle a nuestros seres amados, hasta nuestro último aliento.  ¿Qué nos queda cuando entregamos nuestra pulsión de vida? ¿No sería mejor acaso compartir nuestra vida manteniendo vivos nuestros tesoros sin renunciar a nada?

Cuando amamos desde nuestra carencia y nuestras heridas, creamos una avalancha de emociones, regalos, experiencias e incluso de palabras, para que esa persona amada sepa lo que sentimos.  Pero no nos detenemos a comprender qué es lo que esa persona en realidad necesita de nosotros; no podemos ver la intensidad de sus emociones o la sed de un agua que no surge en nuestra vertiente.

Damos desde lo que necesitamos.  Amamos desde nuestro abandono emocional. Abrazamos desde nuestro invierno interior. Besamos desde nuestra sed de bendiciones. Desbordamos el espacio ajeno desde los huecos que ansiamos llenar.  Velamos nuestra mirada desde un vidrio empañado de lágrimas y memorias dolorosas.

Amamos para ser amados y eso, no es realmente Amor. En ese amor desmedido buscamos algo a cambio, esperamos recibir lo que necesitamos o ser vistos como nos gustaría ser reconocidos; y cuando eso no llega, se acumula la amarga deuda pendiente que contamina los vínculos amorosos.

Inmolarse, sacrificarse, dejar de Ser, intentar ser lo que no somos, agobiarnos con expectativas impuestas, renunciar o incluso posponer nuestros sueños, no es un gesto de amor generoso y desinteresado.  Creo que es una actitud tremendamente egoísta que busca asegurarnos sentirnos amados, respetados, valorados y necesitados. 

Me he llevado más de medio siglo aprender a amarme, aceptarme, reconocerme, celebrarme y saberme hija amada de Dios. Desde ese aprendizaje comprendo que la fuente del agua bendita que calma nuestra sed emocional y espiritual está siempre en el centro de nuestro corazón.  Nadie puede calmar nuestra sed más que nosotros mismos, nadie puede dar verdaderamente aquello que no tiene y nadie puede saciar las necesidades de ninguna otra persona. Sólo cuando nos vemos como seres plenos y completos, podemos compartir nuestros dones y talentos, nuestra alegría de amar y nuestra capacidad de tejer vínculos sanos.




Sé que he hecho mucho daño en nombre del amor.  Desde mi hipersensibilidad y mi capacidad para sentir las emociones y energías de otras personas, esa certeza me llena a veces de impotencia y de una pena profunda que inunda los lugares más oscuros de mi corazón. 

No puedo cambiar el pasado, no puedo deshacer las heridas que causé, no puedo limpiar los corazones que guardan rastros oscuros de mi nombre.  Sólo puedo descubrir cada día nuevas formas de Amarme y Amar.  Sólo puedo desear que las personas que más amo puedan, a su tiempo, encontrar su propio camino de sanación, y en ese amarse puedan comprender y sentirse amados a pesar de los desencuentros.

Susie / #Unaniñade60

Susannah Lorenzo / #TejedoradePuentes

Soledad Lorena / #TejedoradePalabras

22 de septiembre 1964 / 22 de septiembre 2024

#60jardines #casi60 #60poemas #gracias #60soles 


Sólo cuando me amo como Jesús me ama, puedo Amar a otros en nombre de Jesús.



domingo, 23 de julio de 2023

Madres lastimadas y el perdón que no alcanza

Para las mujeres que hemos debido criar a nuestros hijos cubriendo (o intentando hacerlo) las ausencias emocionales o económicas (o ambas) de sus padres biológicos, el sujeto es siempre un ‘mal nacido’ que no se merece a nuestros hijos.  O sea, que nuestros hijos terminan siendo hijos de un mal nacido; nos guste o no, y de algún modo se convierten en mal nacidos, en el verdadero sentido de la palabra.  Es que no alcanza con amar a nuestros hijos y hacerlos el centro del universo.




Dentro de nosotros se gesta un resentimiento apestoso que contamina lo que pensamos, sentimos, hacemos y decimos.  Algunas madres lo gritamos a los cuatro vientos y advertimos a nuestros hijos sobre las intenciones manipuladoras de quienes sólo buscan satisfacer su ego y sus necesidades mezquinas.  Otras madres eligen callar sus pensamientos y sostener una imagen paternal ficticia esperando a que los hijos descubran por sí mismos lo que inevitablemente los dañará algún día.

En muchos casos, las restricciones de acercamiento o situaciones judiciales que malogran el vínculo para resguardar a los hijos de situaciones abusivas, violentas y perjudiciales para su salud física y mental.

Probablemente, ese sujeto violento, depravado o psicópata no se merece a nuestros hijos.

Seguramente, el padre que nunca estuvo en una guardia de hospital; no sostuvo nuestra mano  ni se ocupó del bebé cuando agonizábamos; no fue a reuniones de escuela ni hizo trámites para su educación; el padre que no pasó noches sin dormir, ni rezó para que nuestros hijos se sanaran, seguramente no merece a nuestro hijos.

Obviamente, el hombre que pidió que abortáramos y no protegió el embarazo, no merece a nuestros hijos.

Creo que los vínculos paternales y maternales (elegidos o no, buscados o no) implican responsabilidad, dedicación, sacrificio, generosidad y una consciencia del otro y sus necesidades, que van más allá de nuestros planes o deseos.

Sin embargo, aunque nos pese, nuestros hijos no serían quienes son sin ese ser, despreciable para nosotros.  Si tuvieran otro padre biológico, serían otro ser completamente diferente.




Si dejamos que ese resentimiento apestoso nos habite, si permitimos que la injusticia (de quien no cumple sus obligaciones ni ocupa su rol) se convierta en nuestro himno; entonces dejamos que la insatisfacción nos colonice y la frustración nos gobierne.

Amamos a nuestros hijos desde un corazón profundamente lastimado; ejercemos nuestra maternidad con la culpa de haber elegido mal y de no estar disponibles para maternar, por cubrir las ausencias del otro; educamos a nuestros hijos desde las heridas de una mujer abusada, violada, maltratada o golpeada (o todo eso junto); ponemos a nuestros hijos en el centro del universo sin haber aprendido a amarnos, respetarnos y perdonarnos.

Dice la Dra. Christiane Northrup que los psicópatas y los vampiros energéticos no cambian, porque nacieron con una predisposición genética, que probablemente se activó o se potenció durante una crianza en la infancia tóxica, abusiva o traumática.

No creo que nuestra actitud, oraciones o deseos puedan cambiar a esos hombres.

Pero sí creo y aprendo que si Dios los puso en nuestra vida y les permitió ser el padre biológico de nuestros hijos, es porque tanto nosotras como ellos, algo tenemos que aprender y sanar.

Por supuesto, que no es sano permitir que nuestros hijos vivan en un entorno de manipulación, abuso y violencia.  En esos casos, la distancia es necesaria.



Durante muchos años, trabajé el perdón con el padre de mis hijos.  Cuando había logrado vivir como si él no existiera (al menos eso creía), sin miedo, sin huir y sin desear que se muriera; la vida me colocó en una situación en la que terminé aceptando sus manipulaciones para que mis hijos tuvieran casa, comida y educación; algo que yo no podía darles cuando llegó su adolescencia.

Entonces, el resentimiento apestoso, la injustica cruel, las mentiras de otros, las conveniencias ajenas y los rumores esparcidos como pólvora, me quitaron la paz, la alegría y las ganas de vivir.  No sólo ese hombre me había robado la virginidad y la dignidad cuando era adolescente, también me había robado la posibilidad de una familia para mis hijos y una maternidad plenamente disfrutada en tiempo y espacio cuando era joven; sino que en ese momento me robaba el centro del universo, destruía la familia que yo sola había sostenido y se declaraba padre de tres hijos, por los que jamás se había privado de nada.

A partir de ahí, todo fue mi culpa; ¿acaso no lo había sido siempre?

Combinación letal si las hay: culpa + heridas y traumas sin sanar + resentimiento.

No sólo logró separarme de mis hijos, sino que sembró la discordia entre ellos y vendió tantas mentiras que las dudas e inseguridades se multiplicaron en sus corazones.

Me pasé más de 20 años esperando una reparación, una compensación o la magnificencia de la Justicia Divina.  Esa herida profunda que desgarró mi corazón, literalmente desgarró mis órganos y causó tantos problemas de salud y tantas historias repetidas, que Dios no me dejó más opción que aprender a sanar desde el Amor Divino.

No, no alcanza con perdonar; mientras dentro de nosotros quede una gota de resentimiento o una pequeña sed de justicia; mientras sigamos habitando el rol de víctima.

Porque entonces, probablemente el ‘mal nacido’ ya no esté en nuestra vida, pero tampoco quede rastro alguno de aquello que nos daba alegría.  Y luego descubres, que hay otros ‘mal nacidos’ que se metieron en la vida de tus hijas y nietos.  Y esos también, te quitan la paz y la alegría.




Perdonar es el primer paso en cualquier daño irreparable.

El segundo paso es aprender a sanar para recordar sin que duela y sin que nos afecte.

El tercer paso es bendecir y agradecer a ese ser tan falto de virtudes, porque nos dio la posibilidad de engendrar a los seres preciosos que son nuestros hijos.

 

Como en el oh’Hoponopono, la práctica no necesariamente transforma a quien va dirigida, sino que nos transforma a nosotros.  Entonces, poder decir y sentir:

Lo siento, porque reafirmé tu oscuridad con cada palabra y pensamiento sobre ti.

Perdón, porque no supe agradecerte el regalo de los hijos que juntos concebimos.

Gracias, porque me regalaste una caja llena de oscuridad y ese regalo me obligó a descubrir y mantener viva la luz y los colores que ya había perdido antes de conocerte.

Te amo, como el Alma que llegó para indicarme mi camino de sabiduría y aprendizaje.

 

¿Quién soy yo para decidir que ese hombre no merece a mis hijos?

Sólo Dios conoce el gran rompecabezas y el diseño final de un tapiz del que sólo somos apenas un hilo.

Quizá mis hijos sean la única posibilidad de recibir bendiciones y conocer el buen amor, que ese ser tenga en esta encarnación.

Tal vez, regresaron a él porque su alma los necesitaba más que la mía, aunque mi corazón se desangrara en el nido vacío.

Los depredadores jamás reparan el daño causado a su presa; la naturaleza, incluso, jamás reconstruye lo que destruye con una catástrofe; el jarrón que se hizo añicos contra el piso, guarda sus cicatrices aunque recupere su forma; y la hoja de papel blanco y suave, jamás regresa a su lisura original después de haber sido apretada y arrugada con furia.

Nada retorna a su estado original.  Quedarse en los ‘hubiera’, en supuestos y conjeturas, no hace más que restarnos presencia y energía sanadora en el presente.  La aceptación consciente de lo que fue y lo que no fue, como parte de un Plan Divino, es la única manera de avanzar, transformarnos y elegir mejor nuestros pensamientos, sentimientos y palabras.

Somos el resultado de lo que logramos superar y sobrevivir; pero no somos la tragedia ni el trauma; somos las emociones que nos permitimos sentir y las palabras que elegimos pensar.

Somos responsables de nuestra sanación, porque hasta el amor más absoluto y divino se contamina en un corazón roto.

Susannah Lorenzo©

Día de Santo Silencio – sábado 22 de julio de 2023

Nota 01: Poder aceptar sin rencor, celos o amargura, que ese hombre disfrute de mis hijos aunque yo no pueda disfrutar e ellos, es algo que puedo sentir por primera vez.  Eso, es un paso importante para mí.

Nota 02: 

Lo siento Adela, si te culpé tantas veces por tus ausencias y si te hice responsable por los errores de tu hijo.  Quizá, nada podías hacer para cambiar la realidad.  Ahora lo entiendo.

Te agradezco, porque gracias a ti, mis hijos son quienes son ahora.

Mi corazón sabe que tu corazón amaba y ama a tus nietos, a mis hijos.

Gracias.



 

 

 

lunes, 9 de enero de 2023

La defensa que nos daña



Nos ocultamos en una cueva alejada del mundo como una mujer salvaje que ha sido ultrajada y dañada de por vida; construimos muros invisibles a nuestro alrededor que nos mantienen a salvo de depredadores; hacemos crecer una valla de arbustos espinosos alrededor de nuestro corazón para que nadie ose lastimarnos (una vez más); nos vestimos con armaduras impenetrables, corazas de hierro que cierran todo paso a la sensibilidad; pero por sobre todo, atacamos ferozmente cada vez que algo nos duele sin distinguir si el daño ha sido provocado por quien intenta acercarse o si es parte de un dolor que ya residía en nosotros y simplemente se activó con un sonido, una palabra o una actitud.

Cuando estamos tan lastimados, cuando hemos sufrido mucho, cuando somos sobrevivientes de un trauma o un abuso, cuando estamos en duelo o cuando no tenemos paz interior, nos resulta difícil distinguir el origen del dolor y solemos creer que todas las personas hacen algo para dañarnos.  Establecemos mecanismos de defensa que se activan de forma inconsciente, sacamos nuestras garras, nuestras uñas, nuestra mirada más hosca, nuestra mandíbula tensa y nuestro gesto agresivo para responder ante los otros.

Cualquier palabra parecida a una que nos dañó anteriormente, nos lastima; incluso si una palabra o una frase roza nuestra herida, el dolor se activa.  Cualquier actitud semejante a la de un depredador o de alguien que nos hizo sufrir, activará nuestro mecanismo de defensa sin que nos demos cuenta hasta que ya sea muy tarde. 




¿Por qué habrá sido tarde cuando nos demos cuenta?  Porque nosotros también habremos causado daño desde nuestro dolor y desde nuestro mecanismo de defensa; toda defensa es un ataque, aunque no tengamos la intención primaria de atacar.

Cualquier persona que permanece demasiado tiempo en el rol de víctima, terminará lastimándose a sí misma y lastimando a otras personas.

No lo vemos, no podemos verlo a menos que nos corramos de ese lugar.  ¿Cómo podríamos verlo desde el rincón oscuro dónde estamos?  No hay buena visibilidad desde el fondo de la cueva, ni detrás de un alto muro, ni escondidos tras una mata de arbustos espinosos.  Tampoco podemos determinar las percepciones exactas de nuestros sentidos afectados por una armadura de acero oxidado y una escafandra que enrarece el aliento.




El dolor turba los sentidos, nubla la mente, dificulta la concentración, anula la objetividad, tiñe todo lo que tocamos con la sangre de nuestras heridas, afecta nuestras respuestas y reacciones, determina nuestro estado de ánimo y condiciona nuestra forma de amar.


¿Por qué pasamos años de nuestra vida en esa postura y en ese lugar de la psique?  Porque de algún modo;  nos gustaría que la realidad cambiara; que las personas que nos lastimaron cargaran con sus culpas y nuestro dolor, siendo tan infelices como nosotros lo somos;  que quienes nos hicieron sufrir tanto nos pidieran perdón y deshicieran todo el daño; que los abusadores nos devolvieran lo que nos robaron; que los ausentes se hicieran presentes y nos colmaran de todo aquello que necesitamos.

Eso no sucederá, ni ahora, ni en diez años, ni nunca.

Es nuestra responsabilidad sanar, es nuestra elección ocuparnos de las heridas, es nuestra voluntad compartir la mejor versión de nosotros mismos; es nuestra intención darle una oportunidad a quienes solo llegan a nuestra vida para amarnos; es nuestra fortaleza aprender a vivir con el trauma y con la marca de las heridas cicatrizadas.




Sé que no es fácil, tengo 58 años y aún estoy aprendiendo.  Confieso que empecé después de los 40 a reconocer mis heridas y hacerme cargo de mi proceso de sanación;  quizá haya sido tarde para muchas relaciones y ya no puedo deshacer el daño que hice sin darme cuenta.  Si tú eres más joven, ten el valor de comenzar ahora, en este momento.  Puedo asegurarte que la paz interior no es solamente un regalo para nosotros mismos sino para las personas que llegan a nuestra vida.

Si miro hacia atrás, recuerdo claramente las voces de las personas a mi alrededor reclamándome que siempre estaba a la defensiva y lo hacían desde una actitud agresiva, desde su propio dolor y heridas sin sanar.  Es que alguien tiene que poner el punto cero, de lo contrario entramos en un círculo vicioso en el que solo somos una cadena de reacciones y mecanismos de defensa,  que generan a su vez lo mismo en otras personas.

Por supuesto que no podía o no sabía cómo cambiarlo en ese momento, solo necesitaba que se desvaneciera el dolor y no podía diferenciar si lo que las personas hacían, me lo hacían a mí o simplemente lo hacían porque era parte de su comportamiento y su propio bagaje de traumas, patrones aprendidos y  heredados.  Yo no era un blanco perfecto elegido para disparar sus dardos mortíferos, al menos, no siempre.




¿Podemos obligar o forzar a alguien a que abandone su postura de víctima y deje de defenderse?  No, no debemos hacerlo.  No estuvimos allí, no estamos dentro de su corazón, no tenemos su misma sensibilidad.  Cada persona tiene su tiempo, su ritmo y su conjunto de recursos para superar o no una situación. 

¿Qué podemos hacer?  ¿Qué me hubiera gustado que hicieran conmigo? Podemos acompañar a esa persona desde el amor, la compasión, la empatía y la ausencia de juicios; podemos compartir recursos terapéuticos pero si no está lista para usarlos, no tiene sentido insistir.  Podemos evitar reaccionar agresivamente a sus mecanismos de defensa, respirar hondo y desde la calma hacerle notar que se está defendiendo y que nosotros solo estamos ahí para contener y amar.




¿Por qué nos hacemos daño cuando nos defendemos? Porque alimentamos la herida, seguimos dándole poder y energía a la persona o las personas que causaron tanto dolor; porque a través de nuestra defensa agredimos de forma inconsciente a las personas que más amamos y sobre todo porque todo lo que recibimos pasa a través del filtro del dolor y la victimización.

Recuerda, por ejemplo, el momento en que has tenido un accidente, un golpe fuerte, una quebradura, una caída o incluso si te has golpeado un dedo del pie.  No puedes pensar claramente en ese momento, no puedes resolver un cálculo matemático ni tomar una decisión importante; porque tu discernimiento está nublado, tu mente está turbada y tus emociones están en ese momento concentradas en el punto exacto donde reside el dolor físico; no existe nada más en ese instante.  ¿Te imaginas? ¿Qué pasaría si permitiéramos que una herida o una lesión física se mantuvieran en ese estado por años?  Nos volveríamos huraños, agresivos, depresivos o incluso desearíamos ya no vivir más.  Lo mismo sucede con las heridas emocionales, solo que al no ser visibles, las subestimamos, minimizamos su efecto en nuestras vidas y en nuestro comportamiento, creemos que podemos controlar lo que hacemos y decimos, con tal solo anular o esconder esa emoción.

Hay un dicho que todos repiten: “Pagan justos por pecadores.”  Del mismo modo, las personas que nos aman y a las que amamos, terminan expiando los pecados de quienes nos lastimaron.

Una o varias heridas sin sanar, ocultas, dormidas o ignoradas, nos convierten en una bomba de tiempo que puede detonar con tan solo una palabra, una actitud o una omisión.  Y en esa explosión saldremos todos lastimados y otra vez, las secuelas de ese daño nos acompañarán por años y así se convertirá en una historia sinfín.




Claro que sí, hay personas de las que hay protegerse, que no es lo mismo que defenderse.  Hay personas que son tóxicas y dañinas por naturaleza o por elección.  Con esas personas hay que mantener distancia de todo tipo y no darles espacio en nuestra vida, nuestra mente o nuestro corazón.  Cada vez que regresen a nuestra memoria, solo podemos hacer una oración de bendición, para que ya no sigan haciendo más daño y agradecer que hayamos aprendido a no permitirles el acceso a nuestro campo energético.

Sin embargo, hay personas que pueden ser tóxicas o lastimarnos por falta de consciencia, por patrones mal aprendidos  o por ignorancia, no por falta de amor.  Por ejemplo, el sol es necesario para la vida de todos los humanos, las plantas y los animales; sin él, nos enfermamos y debilitamos.  Ahora bien, si te recuestas en el jardín al medio día con 38ºC de temperatura y te quedas ahí más de una hora, tu piel se quemará, podrás sufrir insolación, deshidratación y terminar enfermo por un par de días.  El sol es beneficioso en su justa medida, como muchas cosas en la vida y como muchas personas que no aprendieron a transitar su camino de sanación y evolución.  El sol nunca tuvo ni tendrá la intención de lastimarnos, de nosotros depende protegernos, cuidarnos y encontrar el equilibrio para preservar nuestra salud.

Toda defensa es una reacción y toda reacción limita nuestra libertad para elegir cómo sentirnos, cómo vivir y como amar.

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes

Desencuentros del Amor

El amor es un baile de desencuentros,
hay quienes disfrutan ser amados pero no saben amar,
hay quienes disfrutan amando pero no saben dejarse amar,
hay quienes le temen al amor porque desconocen sus bondades,
hay quienes creen amar pero apenas si aman lo que el otro les da;
hay quienes aman como pueden, como aprendieron, como les permiten sus heridas y su visión limitada;
hay quienes aman desde lo poco que se aman y entonces su amor es solo un reclamo incesante de necesidades insatisfechas;
hay quienes se animan a amar desde la vulnerabilidad y la sensibilidad arriesgando su corazón y dejando sus puertas sin guardianes;
hay quienes aman en silencio, desde la trinchera de la distancia, dibujando cielos de colores para las alas amadas;
hay quienes aman a los gritos y con intensidad desmesurada, dejando huellas que todos vean, para que así sus palabras mantengan en la celda a su persona amada;
hay quienes aman como eligen amar porque desaprenden las herencias y crean nuevas formas de armar;
hay quienes aman espejismos y fantasías de los seres amados porque son incapaces de cruzar el puente de la verdad y verlos como realmente son;
hay quienes aman la idea del amor, la ilusión de un sentimiento que quisieran vivir;
hay quienes creen que el amor es apenas un trámite, una pérdida de tiempo o un pacto de comodidades;
hay quienes creen que el amor lo es todo y sin él están perdidos.

A lo largo de mi vida he amado de muchas y diferentes formas pero si algo he aprendido en el otoño de mí vida, es que no puede conocerse el buen amor hasta que no sanamos nuestras heridas, comenzamos a amarnos y aprendemos a mirarnos con los ojos que Dios nos mira.

Susannah Lorenzo ©
Tejedora de Puentes 

jueves, 9 de junio de 2022

Lo que se aprende con el tiempo y la soledad

 


  • Nadie puede amarnos más de lo que nosotras nos amamos.
  • No alcanza con que una sola persona ame.
  • Quien solo pide disfrutar un momento, no merece nuestro tiempo ni nuestras caricias.
  • No vale la pena lanzarse al vacío por alguien que no puede sujetar tu mano cuando caminas por la calle.
  • No alcanza con amar; podemos lastimar si estamos lastimadas y no aprendimos a sanar.
  • El amor no puede inventarse, crearse, fabricarse o contagiarse.
  • El amor se sostiene, se cultiva, se honra, se celebra y se bendice.
  • No hay amores equivocados, hay amores desencontrados.
  • No existen amores imposibles.  El buen amor siempre es posible.
  • Nadie es responsable de lo que sentimos o dejamos de sentir.
  • El Alma sabe más que la razón.
  • Quien no puede besarte con la mirada, jamás podrá acariciar tu corazón.
  •  Lo que más nos asusta del verdadero amor es la imposibilidad de tener el control sobre nosotros y sobre el otro.
  • Las emociones no se controlan, las emociones se gestionan.
  • Cuando elegimos no amar, cerramos nuestro corazón a las bendiciones de la vida.
  • La voz que puede alterar tu latido es la voz que conoce el idioma de tu alma.
  • No es lo mismo amar a una persona con sus virtudes e imperfecciones, que amar lo que esa persona nos hace sentir.
  • Si no podemos vivir en plenitud cuando estamos solas, jamás podremos sentirnos plenas en compañía de otra persona.
  • Cuando recibimos señales confusas, es una clara señal de que no hay amor del bueno.
  • No puedes salvar a nadie, solo puedes amarlo.
  • No es nuestra misión rescatar a nadie de sus propios demonios y pesadillas.
  • La cercanía no se mide en kilómetros ni en desnudez. El buen amor te alcanza y te toca aunque estés al otro lado del océano.
  • La verdadera intimidad es un espacio invisible donde dos corazones se encuentran y desnudan su alma.
  • El buen amor no duele; lo que duele es la necesidad insatisfecha de que el otro nos de algo que no puede darnos; lo que duele es la lucha entre nuestra razón y nuestro corazón; lo que duele es no coincidir en tiempo y espacio.
  • Quien te trata como una opción, no merece ser tu prioridad.
  • Nos hacemos el tiempo para  lo que verdaderamente nos importa.
  • Prestar atención es un gesto de amor.
  • No siempre ‘escuchamos’ lo que nos dicen, muchas veces interpretamos lo que queremos oír.
  • No puedes amar a quien no está dispuesto a ser amado o elige no  sentirse amado.
  • El amor no se justifica, no se explica, no se mide, no se dosifica, no se cuestiona, no se condena, no se esconde, no se entierra, no se posterga.   



  • La única forma de encontrar el buen amor y reconocerlo, es Ser Amor.
  • Siempre que nos defendemos o nos protegemos (consciente o inconscientemente), creamos muros de espinas que lastiman a quien intenta acercarse.
  • El buen amor no se olvida, jugamos a dibujar nuevas realidades, pero el buen amor será siempre parte de lo que somos y bastará un desvío del destino para recordarnos los jardines olvidados.
  • El  enamoramiento y el amor son diferentes; la pasión y el amor pueden complementarse pero no son lo mismo; el erotismo y la sensualidad son formas del lenguaje del amor pero también pueden ser dialectos del ego; el apego y la comodidad no son lo mismo que el amor.
  • El amor no avisa, no te prepara, no te da tiempo a reaccionar, no admite estrategias ni manipulaciones; el amor te sorprende, te coloniza, te puede, te supera y te trasciende.
  • El amor no suplica, no mendiga, no humilla, no se vende y no se alquila. 
  • No tiene sentido esperar a quien no tiene apuro por llegar.
  • El Amor Es.
  • Los versos que un hombre enamorado escribe en nuestro corazón amante, jamás se borran.
  • Los susurros que nuestras Almas comparten cuando estamos distraídos amando, serán parte del eco que nos despierte cuando estamos dormidos.


Susannah Lorenzo©

Bella durmiente a los 57.

No espero, no busco, no ansío y sin embargo, bastaría un beso en la frente y la palabra correcta para arrebolar mi corazón.

Art: Chie Yoshii

miércoles, 23 de febrero de 2022

Cuando el pasado llama

 

De repente, en plena semana del Portal (22/22), aparecieron personas del pasado: en sueños y en vivo y en directo.

Dos o más no es casualidad, es coincidencia y representa siempre un patrón.

¿Van a pedir perdón? – No.

¿Van a remediar lo que hicieron en su momento? – No.

¿Van a cambiar su actitud? – Probablemente no.

¿Van a cambiar mi realidad? – No.

¿Van a aportar algo positivo en mi vida actual? – Solo Dios sabe. 




Es un Portal Espejo y eso significa que como es adentro es afuera y como es arriba es abajo.

Mucho de lo que se muestra a nuestro alrededor en estos tiempos, es solo el reflejo en el Espejo de lo que aún habita en nuestro interior.


¿A qué vinieron las personas del pasado?


      A mostrarme en el espejo que aún tengo heridas sin sanar, que aún espero sus disculpas, que aún los creo en deuda conmigo (de un modo u otro), que las heridas fueron causadas por mis expectativas, que mi ego aún los culpa por sus actos y omisiones, que cada quien hace lo que puede y como puede desde su nivel de consciencia, que lo que debe cambiar no es la actitud de ellos sino mis pensamientos y sentimientos hacia ellos.


Hay un dicho en inglés que cuando el pasado nos llama (a través de un mensaje, una visita o una llamada real), no tiene nada nuevo para decirnos.




Es normal perder vínculos, amistades, relaciones y cercanía cuando cada quien escoge diferentes caminos y evoluciona a diferentes ritmos. Cuando nuestra vibración cambia, cuando comenzamos a ser coherentes con nuestra Alma y nuestro corazón y nuestra mente hablan el mismo idioma, muchas personas se quedan en el camino.  En realidad, habitan una dimensión en la que ya no estamos, probablemente sigan relacionados con una versión de nosotros que ya no existe; seguramente nos critican y juzgan porque ‘nos han perdido’, porque ya no somos lo que ellos creían que éramos, porque en nuestro vuelo, no siempre caminamos con pedestres  o porque recordamos idiomas que ellos aún mantienen olvidados.

Sin embargo, si el vínculo fue muy intenso, cada tanto golpean a nuestra puerta, envían un mensaje, intentan restablecer el Puente, ignoran los destrozos y caminan ciegos y dormidos por la sombra de un jardín que ya no existe.

Intentan retenernos, arrastrarnos, sujetarnos, cuelgan lastre en nuestras Alas y dibujan espejismos en el camino; no porque deseen el mal en nuestra vida, sino porque añoran nuestra compañía, las emociones que compartimos, el bienestar que regalamos, la Paz que conocieron. No pueden adaptarse a nuestra velocidad, a nuestra intensidad, a nuestra multiplicidad o nuestra capacidad de volar diferentes cielos o habitar diferentes dimensiones.  Están aterrados de abandonar sus jaulas y nuestros vuelos osados les recuerdan sus miedos y de algún modo temen por nuestro aletear en espacios desconocidos que sus ojos no alcanzan.




No pueden, no saben, no están listos, no quieren o no comprenden.

No es nuestra obligación guiarlos, salvarlos o liberarlos.

No deberíamos juzgarlos, condenarlos o culparlos.

No somos mejores ni peores; somos simplemente diferentes, a veces, demasiado diferentes como para poder compartir el mismo tiempo y espacio.

Solo podemos amarlos en la distancia, bendecir sus corazones y rezar porque algún día puedan encontrar su propia Paz sin envidiar la nuestra.

Susannah Lorenzo© / Tejedora de Puentes

 

miércoles, 14 de julio de 2021

Fusilada

 

(Historia escrita a partir del primer Ejercicio del Manual de Escritura Terapéutica: Reescribir la Emoción.)



Allí estaba una vez más, a los 56 años, como cuando era niña, recibiendo los juicios y palabras condenatorias como metrallas fusilando su corazón.

Había confiado, se había mostrado vulnerable, había desnudado sus colores y se había animado a surcar nuevos cielos, extendiendo sus alas más allá de lo usual.  Mucho había dejado en el camino, caro es el precio que pagan los libres en un mundo de jaulas.

¿Hasta cuándo las personas iban a juzgarla por su forma de ser?

¿Hasta cuándo las expectativas de otros iban a condicionar sus pasos?

¿Hasta cuándo las frustraciones ajenas iban a nublar su cielo?

 

Ella sabía que todo eso seguiría sucediendo mientras lo permitiera; mientras siguiera escuchando las opiniones de otros; mientras dejara que su niña mágica se durmiera para conformar a los escépticos y temerosos.



¿Cuántas personas la habían juzgado y condenado con sus palabras? Todas las que amaba, todas las que habitaban su corazón.

Sí, ella sabía que era parte de la noche del alma, del desierto emocional y el camino de evolución.  Sí, la teoría se sabe, se comprende, pero la realidad duele en carne viva.  Y allí estaba ella, sintiendo las esquirlas en su pecho, las dagas en su espalda y el prejuicio clavado como un cuchillo, queriendo convencerla de espejismos que solo alimentan quienes están ciegos para ver y sordos para escuchar.

Las señales eran claras y tangibles; el trato era solo entre Dios y ella. ¿Pero quién no busca sentirse aceptado, celebrado y amado por lo que Es, sin fingir nada, sin disfrazarse de terrestre normal?



Si todos lo dicen, todos los creen.

Si todos los creen, uno termina dudando.



Se quedó de pie, las palabras atravesándola como cuchillos, los desaires e indiferencia desnudándola en pleno invierno, las traiciones lacerando sus heridas sin sanar, dejando que el dolor la consumiera hasta ya no sentir.  De rodillas su alma y su corazón, le imploró a Dios que la dejara dormir en sus brazos, que la dejara descansar bajo el manto amoroso de la Madre María.

Entonces, una mañana soleada, su Ángel de la Guarda puso una pluma frente a sus pies y la obligó a mirar más allá de la muchedumbre, donde un horizonte infinito se mostraba prometedor.

El muro donde la fusilaban se hizo añicos como un espejo reflejando oscuridades que no eran suyas.  Sintió un cerco de espinas y pétalos a su espalda y la fragancia de las rosas impregnó cada herida hasta lavarla de todo lo que ya no era necesario.

Las metrallas en su pecho se convirtieron en grullas de origami que aletearon en círculos deshaciendo los conjuros.




En el suelo, un vestido gastado y manchado de viejas heridas; unas alas maltrechas, apedreadas y sucias…

Ella se despertó desnuda pero sin frío; en pleno invierno su corazón encendía fogatas con aroma a rosas.  Su espalda dolía con una sensación nueva y cuando estiró los brazos, rozó con sus manos los brotes de unas alas que rompían todas sus formas para anunciar vuelos que solo Dios impulsa.

Soledad Lorena©

Tejedora de Palabras

Susannah Lorenzo

Tejedora de Puentes

Susie sanando con la magia de las palabras y el susurro de las cartas



Este ejercicio es posterior a una lectura de Tarot Evolutivo con el Diagnóstico del Tarot deSusannah: 

Arrastrando desde el pasado: Pieces, Don’t listen y Sleeping invertidas. / Rompecabezas desarmado, tablero en caos, demasiado escuchar opiniones y palabras ajenas y la niña interior dormida.

Energías regentes en el presente: Wild child invertida / La niña silvestre no logra andar su camino.

Energías proyectadas de forma inconsciente al futuro: The call, Birth y Look twice invertidas / Pendiente de llamadas y mensajes, resistiendo un nuevo nacimiento y ciega a la visión interior y la intuición.