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domingo, 23 de julio de 2023

Madres lastimadas y el perdón que no alcanza

Para las mujeres que hemos debido criar a nuestros hijos cubriendo (o intentando hacerlo) las ausencias emocionales o económicas (o ambas) de sus padres biológicos, el sujeto es siempre un ‘mal nacido’ que no se merece a nuestros hijos.  O sea, que nuestros hijos terminan siendo hijos de un mal nacido; nos guste o no, y de algún modo se convierten en mal nacidos, en el verdadero sentido de la palabra.  Es que no alcanza con amar a nuestros hijos y hacerlos el centro del universo.




Dentro de nosotros se gesta un resentimiento apestoso que contamina lo que pensamos, sentimos, hacemos y decimos.  Algunas madres lo gritamos a los cuatro vientos y advertimos a nuestros hijos sobre las intenciones manipuladoras de quienes sólo buscan satisfacer su ego y sus necesidades mezquinas.  Otras madres eligen callar sus pensamientos y sostener una imagen paternal ficticia esperando a que los hijos descubran por sí mismos lo que inevitablemente los dañará algún día.

En muchos casos, las restricciones de acercamiento o situaciones judiciales que malogran el vínculo para resguardar a los hijos de situaciones abusivas, violentas y perjudiciales para su salud física y mental.

Probablemente, ese sujeto violento, depravado o psicópata no se merece a nuestros hijos.

Seguramente, el padre que nunca estuvo en una guardia de hospital; no sostuvo nuestra mano  ni se ocupó del bebé cuando agonizábamos; no fue a reuniones de escuela ni hizo trámites para su educación; el padre que no pasó noches sin dormir, ni rezó para que nuestros hijos se sanaran, seguramente no merece a nuestro hijos.

Obviamente, el hombre que pidió que abortáramos y no protegió el embarazo, no merece a nuestros hijos.

Creo que los vínculos paternales y maternales (elegidos o no, buscados o no) implican responsabilidad, dedicación, sacrificio, generosidad y una consciencia del otro y sus necesidades, que van más allá de nuestros planes o deseos.

Sin embargo, aunque nos pese, nuestros hijos no serían quienes son sin ese ser, despreciable para nosotros.  Si tuvieran otro padre biológico, serían otro ser completamente diferente.




Si dejamos que ese resentimiento apestoso nos habite, si permitimos que la injusticia (de quien no cumple sus obligaciones ni ocupa su rol) se convierta en nuestro himno; entonces dejamos que la insatisfacción nos colonice y la frustración nos gobierne.

Amamos a nuestros hijos desde un corazón profundamente lastimado; ejercemos nuestra maternidad con la culpa de haber elegido mal y de no estar disponibles para maternar, por cubrir las ausencias del otro; educamos a nuestros hijos desde las heridas de una mujer abusada, violada, maltratada o golpeada (o todo eso junto); ponemos a nuestros hijos en el centro del universo sin haber aprendido a amarnos, respetarnos y perdonarnos.

Dice la Dra. Christiane Northrup que los psicópatas y los vampiros energéticos no cambian, porque nacieron con una predisposición genética, que probablemente se activó o se potenció durante una crianza en la infancia tóxica, abusiva o traumática.

No creo que nuestra actitud, oraciones o deseos puedan cambiar a esos hombres.

Pero sí creo y aprendo que si Dios los puso en nuestra vida y les permitió ser el padre biológico de nuestros hijos, es porque tanto nosotras como ellos, algo tenemos que aprender y sanar.

Por supuesto, que no es sano permitir que nuestros hijos vivan en un entorno de manipulación, abuso y violencia.  En esos casos, la distancia es necesaria.



Durante muchos años, trabajé el perdón con el padre de mis hijos.  Cuando había logrado vivir como si él no existiera (al menos eso creía), sin miedo, sin huir y sin desear que se muriera; la vida me colocó en una situación en la que terminé aceptando sus manipulaciones para que mis hijos tuvieran casa, comida y educación; algo que yo no podía darles cuando llegó su adolescencia.

Entonces, el resentimiento apestoso, la injustica cruel, las mentiras de otros, las conveniencias ajenas y los rumores esparcidos como pólvora, me quitaron la paz, la alegría y las ganas de vivir.  No sólo ese hombre me había robado la virginidad y la dignidad cuando era adolescente, también me había robado la posibilidad de una familia para mis hijos y una maternidad plenamente disfrutada en tiempo y espacio cuando era joven; sino que en ese momento me robaba el centro del universo, destruía la familia que yo sola había sostenido y se declaraba padre de tres hijos, por los que jamás se había privado de nada.

A partir de ahí, todo fue mi culpa; ¿acaso no lo había sido siempre?

Combinación letal si las hay: culpa + heridas y traumas sin sanar + resentimiento.

No sólo logró separarme de mis hijos, sino que sembró la discordia entre ellos y vendió tantas mentiras que las dudas e inseguridades se multiplicaron en sus corazones.

Me pasé más de 20 años esperando una reparación, una compensación o la magnificencia de la Justicia Divina.  Esa herida profunda que desgarró mi corazón, literalmente desgarró mis órganos y causó tantos problemas de salud y tantas historias repetidas, que Dios no me dejó más opción que aprender a sanar desde el Amor Divino.

No, no alcanza con perdonar; mientras dentro de nosotros quede una gota de resentimiento o una pequeña sed de justicia; mientras sigamos habitando el rol de víctima.

Porque entonces, probablemente el ‘mal nacido’ ya no esté en nuestra vida, pero tampoco quede rastro alguno de aquello que nos daba alegría.  Y luego descubres, que hay otros ‘mal nacidos’ que se metieron en la vida de tus hijas y nietos.  Y esos también, te quitan la paz y la alegría.




Perdonar es el primer paso en cualquier daño irreparable.

El segundo paso es aprender a sanar para recordar sin que duela y sin que nos afecte.

El tercer paso es bendecir y agradecer a ese ser tan falto de virtudes, porque nos dio la posibilidad de engendrar a los seres preciosos que son nuestros hijos.

 

Como en el oh’Hoponopono, la práctica no necesariamente transforma a quien va dirigida, sino que nos transforma a nosotros.  Entonces, poder decir y sentir:

Lo siento, porque reafirmé tu oscuridad con cada palabra y pensamiento sobre ti.

Perdón, porque no supe agradecerte el regalo de los hijos que juntos concebimos.

Gracias, porque me regalaste una caja llena de oscuridad y ese regalo me obligó a descubrir y mantener viva la luz y los colores que ya había perdido antes de conocerte.

Te amo, como el Alma que llegó para indicarme mi camino de sabiduría y aprendizaje.

 

¿Quién soy yo para decidir que ese hombre no merece a mis hijos?

Sólo Dios conoce el gran rompecabezas y el diseño final de un tapiz del que sólo somos apenas un hilo.

Quizá mis hijos sean la única posibilidad de recibir bendiciones y conocer el buen amor, que ese ser tenga en esta encarnación.

Tal vez, regresaron a él porque su alma los necesitaba más que la mía, aunque mi corazón se desangrara en el nido vacío.

Los depredadores jamás reparan el daño causado a su presa; la naturaleza, incluso, jamás reconstruye lo que destruye con una catástrofe; el jarrón que se hizo añicos contra el piso, guarda sus cicatrices aunque recupere su forma; y la hoja de papel blanco y suave, jamás regresa a su lisura original después de haber sido apretada y arrugada con furia.

Nada retorna a su estado original.  Quedarse en los ‘hubiera’, en supuestos y conjeturas, no hace más que restarnos presencia y energía sanadora en el presente.  La aceptación consciente de lo que fue y lo que no fue, como parte de un Plan Divino, es la única manera de avanzar, transformarnos y elegir mejor nuestros pensamientos, sentimientos y palabras.

Somos el resultado de lo que logramos superar y sobrevivir; pero no somos la tragedia ni el trauma; somos las emociones que nos permitimos sentir y las palabras que elegimos pensar.

Somos responsables de nuestra sanación, porque hasta el amor más absoluto y divino se contamina en un corazón roto.

Susannah Lorenzo©

Día de Santo Silencio – sábado 22 de julio de 2023

Nota 01: Poder aceptar sin rencor, celos o amargura, que ese hombre disfrute de mis hijos aunque yo no pueda disfrutar e ellos, es algo que puedo sentir por primera vez.  Eso, es un paso importante para mí.

Nota 02: 

Lo siento Adela, si te culpé tantas veces por tus ausencias y si te hice responsable por los errores de tu hijo.  Quizá, nada podías hacer para cambiar la realidad.  Ahora lo entiendo.

Te agradezco, porque gracias a ti, mis hijos son quienes son ahora.

Mi corazón sabe que tu corazón amaba y ama a tus nietos, a mis hijos.

Gracias.



 

 

 

jueves, 15 de diciembre de 2022

Los números que nadie conoce

A veces dejamos que las personas nos castiguen y nos juzguen, porque interiormente nosotros estamos llenos de culpa y sentimos que hemos fracasado aunque hayamos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance y realmente hiciéramos lo mejor que podíamos con los recursos y la situación.




Una de las situaciones dolorosas de mi último viaje y encuentro familiar, fue darme cuenta que aún mi familia (incluyendo mis hijos) me acusan de haber  “abandonado” a mis hijos cuando eran adolescentes, ‘enviándolos’ con su padre.  Sumado a eso, cada vez que tienen ocasión (generalmente para fechas especiales) me recriminan haber tomado siempre decisiones equivocadas (en realidad usan palabras ofensivas que no quiero reproducir). 

No tienen ganas de escuchar mi verdad, prefieren sostener una verdad que construyeron a través de ‘me dijeron’, ‘supuse’, ‘me imaginé’, porque la mayoría no estaban ahí; y mis hijos que eran adolescentes, no supieron toda la verdad en su momento. 




1984 – Me casé (embarazada) con el padre de mis tres hijos, quien desde el comienzo no asumió su responsabilidad ni como padre ni como esposo.  Yo estudiaba, llevaba la casa, cuidaba mis hijos, trabajaba fuera de casa y en casa y me ocupaba de todo lo que había que resolver.

1988 – Me mudé a Mendoza (desde San Juan) con mis tres hijos (la menor de 10 meses) escapando de una situación de violencia doméstica (con todos los tipos de violencia posible).

Siempre fui madre sola, aunque me divorcié pronto, era una madre soltera.  Para quien no lo es y no sabe lo que implica, una madre sola decide todo, resuelve desde las tareas de la casa como limpieza y lavado, las compras diarias y semanales, salir a trabajar fuera para conseguir el sustento, pagar las cuentas, elegir la escuela, lidiar con las maestras que exigen una madre presente; en resumen, es una sola persona para cumplir dos roles.




El padre biológico de mis hijos jamás cumplió con la cuota alimentaria estipulada (tengo resúmenes de cuenta bancaria judicial sin movimiento que lo demuestran)  y hubo un momento en que me cansé de recorrer juzgados de familia, comisarías y audiencias.  Conseguir trabajo siendo una madre sola de tres hijos no es fácil, debes prometer que vas a trabajar como una mujer soltera y serás eficiente sin importar lo que pase en tu casa; lo cual implicaba no tener permiso ni tiempo para ir a reuniones escolares o audiencias para pelear por un derecho que debería ser defendido por el estado.

Cuando trabajas entre 12 y 16 horas por día, duermes 4 y tienes tanto para resolver y decidir, seguramente te equivocas.  La mayor parte del tiempo una se siente abrumada, sobrecargada, exigida, fuera de control y simplemente hace lo mejor que puede con los recursos que tiene, y muchas veces, como siempre digo, se elije lo menos malo, sabiendo que no es lo ideal ni lo que necesitamos.

Cometí muchos errores, claro que sí, quien mucho hace, más posibilidades de cometer errores tiene.  Quien nada hace, pues no se equivoca y no es juzgado ni criticado, simplemente se convierte en una montaña de excusas ausentes y que luego se lavan con un par de mentiras.




Es muy difícil tener capacidad de ahorro cuando tienes que pagar guardería o niñera para que cuiden a tus hijos mientras trabajas, más de la mitad del sueldo se va en eso y en el consumo extra que significa otra persona en tu casa.  Si estás fuera de casa 12 horas trabajando, probablemente ni los alimentos ni los elementos de limpieza rindan como si tú los cuidarás, seguramente habrá derroche y en el peor de los casos, gastarás casi el doble que si tú estuvieras en casa, porque además cuando llegas no tienes tanto tiempo para hacer todo lo que tienes que hacer.



2001 – Luego de quedarnos dos veces en la calle por no poder pagar el alquiler y andar con un par de bolsos en lugares prestados, decidí escribir una carta y reclamar al padre de mis hijos, amenazándolo con incluirlo en el Registro de Padres Morosos que se había creado en el país. Yo estaba muy mal de salud, con endometriosis, fibromialgia y una neumonía que me dejó más débil que de costumbre. Mi salud se agravó luego con anemia y episodios de amnesia.

45,000 Pesos argentinos – Esa era la deuda que el padre de mis hijos tenía conmigo cuando mi salud y mi falta de trabajo complicaron nuestras vidas y yo tuve miedo de que algo me pasara y mis hijos quedaran en la calle, desparramados en alguna institución.  Astutamente, el padre de mis hijos envió un par de meses el valor aproximado de la cuota alimentaria mensual para que pudiéramos pagar un alquiler, luego exigió visitarlos y repentinamente dijo que le era imposible seguir aportando lo que le correspondía.  Envió una carta para ofrecer techo, escuela y comida para mis hijos como compensación.  Eligió no ponerse al día con lo que debía y no hacerse cargo regularmente de las cuotas alimentarias (como era su obligación) hasta que mis hijos cumplieran 21 años.  Desbordada, enferma, agotada y exhausta, preferí enviarlos con él, porque sabía que tendrían casa, comida y escuela.  No quería verlos pasar más hambre ni perder otro año de escolaridad.  Ninguna de las personas que me juzgan o sostienen sus verdades estaba ahí.  Solo yo, Solo Dios, sabemos lo que sentí y que no puede medirse ni demostrarse en números.




Aún teniendo 58 años, cada vez que mi situación se complica financieramente o mi salud se complica, llueven las críticas, las palabras ofensivas y la certeza de que todo es mi culpa, porque hice todo mal; como si alguna de esas personas hubiera podido hacer algo mejor en mi situación.

Los adjetivos que suelen usar (y que se pueden repetir) son: irresponsable, mala madre, inestable emocionalmente, inútil financieramente, mala administradora del dinero, desamorada y ‘abandónica’ (propensa a abandonar a los seres queridos).




5,591,441 Pesos argentinos – Es el valor de la deuda que sostiene el padre de mis hijos conmigo.  Es decir, lo que en 2001 era 45,000 pesos, ahora equivale a cinco millones, quinientos noventa y un mil, cuatrocientos cuarenta y uno (al 2022).  Esa deuda nunca fue cancelada y no es un dinero que le debe a mis hijos, a mis hijos les debe la ausencia emocional.  La persona que trabajó hasta dañar su salud, su sistema nervioso y su equilibrio emocional, fui yo.  La persona que no pudo disfrutar su época maternal y compartir más tiempos con mis hijos fui yo. La persona que pasó noches sin dormir para atenderlos cuando estaban enfermos o padeció junto con ellos en un hospital, fui yo. La persona que movió cielo y tierra para conseguir lo que sus niños necesitaban, fui yo.  La persona que aún bicicleta anduvo kilómetros para conseguir atención médica para sus hijos, fui yo. La persona que tuvo que dejarlos ir para que vivieran con comodidades que yo no podía darles, fui yo.



Hay números de los que nadie habla, deudas que nadie critica y todos justifican, comportamientos y omisiones que todos pasan por alto.

Sé que aunque escriba esto, nadie cambiará de idea, ni tampoco cambiarán sus actitudes o sus palabras hacia mí.  Pero escribo este recordatorio, para no sentirme terrible cada vez que no logo estabilizarme económicamente, para no dejarme maltratar verbalmente por las personas que más amo.

Sé también que a esa persona no le quita el sueño la deuda que nunca canceló e incluso debe creer que son su ‘heroica’ decisión de darles techo, comida y escuela en la adolescencia (cuando ya estaban criados), había compensado todas sus deudas.  Cabe aclarar que solo mi hijo varón se quedó en su casa hasta independizarse.  Mis hijas mujeres no alcanzaron a estar dos años con él.

Pero jugar con la idea de que hay una persona que me debe 5 millones y medio de pesos argentinos, me ayuda a ver las cosas en otra perspectiva, porque en cualquier momento que esa deuda se pague, me ayudaría a ordenar muchas cosas en mi vida.

Me pasé gran parte de mi vida justificando decisiones, sintiéndome culpable por mis errores y dejándome enredar por mentiras y verdades inventadas.  A punto de terminar 2022 digo ‘basta’, ‘hasta aquí’.  A quien le incomode la verdad, que no escuche o se mantenga en la distancia.  Quien esté a mi lado o comparta momentos conmigo deberá respetarme, escucharme y ponerse dos segundos en mis zapatos para imaginar cómo es transitar un camino que nunca recorrieron.

Susannah Lorenzo / Destejiendo Puentes maltrechos

15 de diciembre de 2022