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jueves, 15 de diciembre de 2022

Los números que nadie conoce

A veces dejamos que las personas nos castiguen y nos juzguen, porque interiormente nosotros estamos llenos de culpa y sentimos que hemos fracasado aunque hayamos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance y realmente hiciéramos lo mejor que podíamos con los recursos y la situación.




Una de las situaciones dolorosas de mi último viaje y encuentro familiar, fue darme cuenta que aún mi familia (incluyendo mis hijos) me acusan de haber  “abandonado” a mis hijos cuando eran adolescentes, ‘enviándolos’ con su padre.  Sumado a eso, cada vez que tienen ocasión (generalmente para fechas especiales) me recriminan haber tomado siempre decisiones equivocadas (en realidad usan palabras ofensivas que no quiero reproducir). 

No tienen ganas de escuchar mi verdad, prefieren sostener una verdad que construyeron a través de ‘me dijeron’, ‘supuse’, ‘me imaginé’, porque la mayoría no estaban ahí; y mis hijos que eran adolescentes, no supieron toda la verdad en su momento. 




1984 – Me casé (embarazada) con el padre de mis tres hijos, quien desde el comienzo no asumió su responsabilidad ni como padre ni como esposo.  Yo estudiaba, llevaba la casa, cuidaba mis hijos, trabajaba fuera de casa y en casa y me ocupaba de todo lo que había que resolver.

1988 – Me mudé a Mendoza (desde San Juan) con mis tres hijos (la menor de 10 meses) escapando de una situación de violencia doméstica (con todos los tipos de violencia posible).

Siempre fui madre sola, aunque me divorcié pronto, era una madre soltera.  Para quien no lo es y no sabe lo que implica, una madre sola decide todo, resuelve desde las tareas de la casa como limpieza y lavado, las compras diarias y semanales, salir a trabajar fuera para conseguir el sustento, pagar las cuentas, elegir la escuela, lidiar con las maestras que exigen una madre presente; en resumen, es una sola persona para cumplir dos roles.




El padre biológico de mis hijos jamás cumplió con la cuota alimentaria estipulada (tengo resúmenes de cuenta bancaria judicial sin movimiento que lo demuestran)  y hubo un momento en que me cansé de recorrer juzgados de familia, comisarías y audiencias.  Conseguir trabajo siendo una madre sola de tres hijos no es fácil, debes prometer que vas a trabajar como una mujer soltera y serás eficiente sin importar lo que pase en tu casa; lo cual implicaba no tener permiso ni tiempo para ir a reuniones escolares o audiencias para pelear por un derecho que debería ser defendido por el estado.

Cuando trabajas entre 12 y 16 horas por día, duermes 4 y tienes tanto para resolver y decidir, seguramente te equivocas.  La mayor parte del tiempo una se siente abrumada, sobrecargada, exigida, fuera de control y simplemente hace lo mejor que puede con los recursos que tiene, y muchas veces, como siempre digo, se elije lo menos malo, sabiendo que no es lo ideal ni lo que necesitamos.

Cometí muchos errores, claro que sí, quien mucho hace, más posibilidades de cometer errores tiene.  Quien nada hace, pues no se equivoca y no es juzgado ni criticado, simplemente se convierte en una montaña de excusas ausentes y que luego se lavan con un par de mentiras.




Es muy difícil tener capacidad de ahorro cuando tienes que pagar guardería o niñera para que cuiden a tus hijos mientras trabajas, más de la mitad del sueldo se va en eso y en el consumo extra que significa otra persona en tu casa.  Si estás fuera de casa 12 horas trabajando, probablemente ni los alimentos ni los elementos de limpieza rindan como si tú los cuidarás, seguramente habrá derroche y en el peor de los casos, gastarás casi el doble que si tú estuvieras en casa, porque además cuando llegas no tienes tanto tiempo para hacer todo lo que tienes que hacer.



2001 – Luego de quedarnos dos veces en la calle por no poder pagar el alquiler y andar con un par de bolsos en lugares prestados, decidí escribir una carta y reclamar al padre de mis hijos, amenazándolo con incluirlo en el Registro de Padres Morosos que se había creado en el país. Yo estaba muy mal de salud, con endometriosis, fibromialgia y una neumonía que me dejó más débil que de costumbre. Mi salud se agravó luego con anemia y episodios de amnesia.

45,000 Pesos argentinos – Esa era la deuda que el padre de mis hijos tenía conmigo cuando mi salud y mi falta de trabajo complicaron nuestras vidas y yo tuve miedo de que algo me pasara y mis hijos quedaran en la calle, desparramados en alguna institución.  Astutamente, el padre de mis hijos envió un par de meses el valor aproximado de la cuota alimentaria mensual para que pudiéramos pagar un alquiler, luego exigió visitarlos y repentinamente dijo que le era imposible seguir aportando lo que le correspondía.  Envió una carta para ofrecer techo, escuela y comida para mis hijos como compensación.  Eligió no ponerse al día con lo que debía y no hacerse cargo regularmente de las cuotas alimentarias (como era su obligación) hasta que mis hijos cumplieran 21 años.  Desbordada, enferma, agotada y exhausta, preferí enviarlos con él, porque sabía que tendrían casa, comida y escuela.  No quería verlos pasar más hambre ni perder otro año de escolaridad.  Ninguna de las personas que me juzgan o sostienen sus verdades estaba ahí.  Solo yo, Solo Dios, sabemos lo que sentí y que no puede medirse ni demostrarse en números.




Aún teniendo 58 años, cada vez que mi situación se complica financieramente o mi salud se complica, llueven las críticas, las palabras ofensivas y la certeza de que todo es mi culpa, porque hice todo mal; como si alguna de esas personas hubiera podido hacer algo mejor en mi situación.

Los adjetivos que suelen usar (y que se pueden repetir) son: irresponsable, mala madre, inestable emocionalmente, inútil financieramente, mala administradora del dinero, desamorada y ‘abandónica’ (propensa a abandonar a los seres queridos).




5,591,441 Pesos argentinos – Es el valor de la deuda que sostiene el padre de mis hijos conmigo.  Es decir, lo que en 2001 era 45,000 pesos, ahora equivale a cinco millones, quinientos noventa y un mil, cuatrocientos cuarenta y uno (al 2022).  Esa deuda nunca fue cancelada y no es un dinero que le debe a mis hijos, a mis hijos les debe la ausencia emocional.  La persona que trabajó hasta dañar su salud, su sistema nervioso y su equilibrio emocional, fui yo.  La persona que no pudo disfrutar su época maternal y compartir más tiempos con mis hijos fui yo. La persona que pasó noches sin dormir para atenderlos cuando estaban enfermos o padeció junto con ellos en un hospital, fui yo. La persona que movió cielo y tierra para conseguir lo que sus niños necesitaban, fui yo.  La persona que aún bicicleta anduvo kilómetros para conseguir atención médica para sus hijos, fui yo. La persona que tuvo que dejarlos ir para que vivieran con comodidades que yo no podía darles, fui yo.



Hay números de los que nadie habla, deudas que nadie critica y todos justifican, comportamientos y omisiones que todos pasan por alto.

Sé que aunque escriba esto, nadie cambiará de idea, ni tampoco cambiarán sus actitudes o sus palabras hacia mí.  Pero escribo este recordatorio, para no sentirme terrible cada vez que no logo estabilizarme económicamente, para no dejarme maltratar verbalmente por las personas que más amo.

Sé también que a esa persona no le quita el sueño la deuda que nunca canceló e incluso debe creer que son su ‘heroica’ decisión de darles techo, comida y escuela en la adolescencia (cuando ya estaban criados), había compensado todas sus deudas.  Cabe aclarar que solo mi hijo varón se quedó en su casa hasta independizarse.  Mis hijas mujeres no alcanzaron a estar dos años con él.

Pero jugar con la idea de que hay una persona que me debe 5 millones y medio de pesos argentinos, me ayuda a ver las cosas en otra perspectiva, porque en cualquier momento que esa deuda se pague, me ayudaría a ordenar muchas cosas en mi vida.

Me pasé gran parte de mi vida justificando decisiones, sintiéndome culpable por mis errores y dejándome enredar por mentiras y verdades inventadas.  A punto de terminar 2022 digo ‘basta’, ‘hasta aquí’.  A quien le incomode la verdad, que no escuche o se mantenga en la distancia.  Quien esté a mi lado o comparta momentos conmigo deberá respetarme, escucharme y ponerse dos segundos en mis zapatos para imaginar cómo es transitar un camino que nunca recorrieron.

Susannah Lorenzo / Destejiendo Puentes maltrechos

15 de diciembre de 2022



viernes, 14 de marzo de 2014

Sobre el dolor y la compasión


Dolor

No hay una medida para el dolor.  No hay comparación posible para determinar si hay un dolor peor que otro.  La persona que sufre porque su corazón ha sido destrozado, despojado, mancillado o sacudido por uno de esos terremotos que no dejan nadie en pie, no necesita que otra persona le diga que podría haber sido peor, que hay males peores, que hay dolores más graves, que hay perdidas más feroces.  En ese momento, para esa persona, la sensación de dolor, impotencia, vacío y desazón al enfrentarse a lo inevitable, es única.  Y la magnitud no sólo depende del hecho exterior sino de la sensibilidad de la propia persona, del apego, de las proyecciones y de los sueños que estaban ligados a la catástrofe, por así llamarla.

No se puede entender ni aún menos comprender lo que no se ha vivido, lo que jamás ha sido parte de nuestras experiencias.  Se puede imaginar pero por sobre todo se debe respetar.

Compasión
Digamos que alguien mira hacia una planta que se encuentra en un vaso dentro de la casa. Por el  mirar compasivo, en vez de observar  si gusta de ella o no, se pregunta, ¿cómo se  sentirá ella, sin la luz del sol, el  agua de la  lluvia y sin sus plantas amigas y compañeras?

"(...) Mirar al  otro y  ver  qué afecta la existencia de él, para nosotros manifestarnos de forma positiva, para remover los obstáculos, eso es compasión. Para promover las cualidades positivas, eso es amor.”
Lama Padma Samten

La compasión tiene dos componentes. Es entender el sufrimiento ajeno y es desear aliviarlo. La compasión es empatía y solidaridad. 
Cuando alguien te hiere, tienes dos opciones. Una es enojarte y sentirte agredido, contárselo a todo el mundo y retornar el mal que te hizo la persona. La otra es intentar ponerte en sus zapatos, tratar de entender por qué actuó así la persona. 
La primera manera es la más satisfactoria en el momento. La segunda manera es más difícil, pero tiene una gran ventaja: te ayuda a dejar ir el dolor al comprender que las acciones agresoras de otras personas vienen de su propio dolor. 
También pone fin a la situación y te da fuerza para tomar acciones positivas que los liberen a ambos de más dolor. 


Lo Inevitable

El dolor que nos traspasa hasta despojarnos de todo, aquel que nos abre heridas en carne viva, es siempre causado por lo inevitable.


- No sabes lo que dices. – respondió el ángel. – No existe la tragedia, sino lo inevitable. Todo tiene su razón de ser: sólo necesitas saber distinguir lo que es pasajero de lo que es definitivo.- ¿Qué es lo pasajero? – Preguntó Elías.- Lo inevitable.- ¿Y lo definitivo?- Las lecciones de lo inevitable.La quinta montaña – Paulo Coelho

Si ves una persona devastada, si me ves lidiando un dolor que no se puede explicar pero que transmuta y se transforma con el tiempo siguiendo patrones inesperados, si ves a alguien que se siente y se ve como un montón de esquirlas luego de la explosión…

Entonces, no intentes juzgar o entender, no pidas explicaciones, no compares, no intentes medir, no creas que puedas imaginar la magnitud porque no lo harás.  Simplemente prepara una taza de té, siéntate a su lado, desde tu corazón apoya tu mano en la suya, luego en su hombro y si ves que llora, abrázala para que sus pedazos no se vuelen con el viento.

No te apresures, no esperes curas milagrosas ni mejorías instantáneas.  Cada persona tiene un tiempo y en ese tiempo lo más sano es tomarse el momento y lugar para dejar correr el río, para gritar si hace falta, para dormir por semanas, para vestirse de pena y alejarse del mundo.  Porque si eso no se hace, tarde o temprano, el dolor que no se expresó y no se vivió, se volverá tóxico, como un agua estancada que nos consume poco a poco.

Susie©
Marzo 2014