Mostrando entradas con la etiqueta patrones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta patrones. Mostrar todas las entradas

lunes, 9 de enero de 2023

La defensa que nos daña



Nos ocultamos en una cueva alejada del mundo como una mujer salvaje que ha sido ultrajada y dañada de por vida; construimos muros invisibles a nuestro alrededor que nos mantienen a salvo de depredadores; hacemos crecer una valla de arbustos espinosos alrededor de nuestro corazón para que nadie ose lastimarnos (una vez más); nos vestimos con armaduras impenetrables, corazas de hierro que cierran todo paso a la sensibilidad; pero por sobre todo, atacamos ferozmente cada vez que algo nos duele sin distinguir si el daño ha sido provocado por quien intenta acercarse o si es parte de un dolor que ya residía en nosotros y simplemente se activó con un sonido, una palabra o una actitud.

Cuando estamos tan lastimados, cuando hemos sufrido mucho, cuando somos sobrevivientes de un trauma o un abuso, cuando estamos en duelo o cuando no tenemos paz interior, nos resulta difícil distinguir el origen del dolor y solemos creer que todas las personas hacen algo para dañarnos.  Establecemos mecanismos de defensa que se activan de forma inconsciente, sacamos nuestras garras, nuestras uñas, nuestra mirada más hosca, nuestra mandíbula tensa y nuestro gesto agresivo para responder ante los otros.

Cualquier palabra parecida a una que nos dañó anteriormente, nos lastima; incluso si una palabra o una frase roza nuestra herida, el dolor se activa.  Cualquier actitud semejante a la de un depredador o de alguien que nos hizo sufrir, activará nuestro mecanismo de defensa sin que nos demos cuenta hasta que ya sea muy tarde. 




¿Por qué habrá sido tarde cuando nos demos cuenta?  Porque nosotros también habremos causado daño desde nuestro dolor y desde nuestro mecanismo de defensa; toda defensa es un ataque, aunque no tengamos la intención primaria de atacar.

Cualquier persona que permanece demasiado tiempo en el rol de víctima, terminará lastimándose a sí misma y lastimando a otras personas.

No lo vemos, no podemos verlo a menos que nos corramos de ese lugar.  ¿Cómo podríamos verlo desde el rincón oscuro dónde estamos?  No hay buena visibilidad desde el fondo de la cueva, ni detrás de un alto muro, ni escondidos tras una mata de arbustos espinosos.  Tampoco podemos determinar las percepciones exactas de nuestros sentidos afectados por una armadura de acero oxidado y una escafandra que enrarece el aliento.




El dolor turba los sentidos, nubla la mente, dificulta la concentración, anula la objetividad, tiñe todo lo que tocamos con la sangre de nuestras heridas, afecta nuestras respuestas y reacciones, determina nuestro estado de ánimo y condiciona nuestra forma de amar.


¿Por qué pasamos años de nuestra vida en esa postura y en ese lugar de la psique?  Porque de algún modo;  nos gustaría que la realidad cambiara; que las personas que nos lastimaron cargaran con sus culpas y nuestro dolor, siendo tan infelices como nosotros lo somos;  que quienes nos hicieron sufrir tanto nos pidieran perdón y deshicieran todo el daño; que los abusadores nos devolvieran lo que nos robaron; que los ausentes se hicieran presentes y nos colmaran de todo aquello que necesitamos.

Eso no sucederá, ni ahora, ni en diez años, ni nunca.

Es nuestra responsabilidad sanar, es nuestra elección ocuparnos de las heridas, es nuestra voluntad compartir la mejor versión de nosotros mismos; es nuestra intención darle una oportunidad a quienes solo llegan a nuestra vida para amarnos; es nuestra fortaleza aprender a vivir con el trauma y con la marca de las heridas cicatrizadas.




Sé que no es fácil, tengo 58 años y aún estoy aprendiendo.  Confieso que empecé después de los 40 a reconocer mis heridas y hacerme cargo de mi proceso de sanación;  quizá haya sido tarde para muchas relaciones y ya no puedo deshacer el daño que hice sin darme cuenta.  Si tú eres más joven, ten el valor de comenzar ahora, en este momento.  Puedo asegurarte que la paz interior no es solamente un regalo para nosotros mismos sino para las personas que llegan a nuestra vida.

Si miro hacia atrás, recuerdo claramente las voces de las personas a mi alrededor reclamándome que siempre estaba a la defensiva y lo hacían desde una actitud agresiva, desde su propio dolor y heridas sin sanar.  Es que alguien tiene que poner el punto cero, de lo contrario entramos en un círculo vicioso en el que solo somos una cadena de reacciones y mecanismos de defensa,  que generan a su vez lo mismo en otras personas.

Por supuesto que no podía o no sabía cómo cambiarlo en ese momento, solo necesitaba que se desvaneciera el dolor y no podía diferenciar si lo que las personas hacían, me lo hacían a mí o simplemente lo hacían porque era parte de su comportamiento y su propio bagaje de traumas, patrones aprendidos y  heredados.  Yo no era un blanco perfecto elegido para disparar sus dardos mortíferos, al menos, no siempre.




¿Podemos obligar o forzar a alguien a que abandone su postura de víctima y deje de defenderse?  No, no debemos hacerlo.  No estuvimos allí, no estamos dentro de su corazón, no tenemos su misma sensibilidad.  Cada persona tiene su tiempo, su ritmo y su conjunto de recursos para superar o no una situación. 

¿Qué podemos hacer?  ¿Qué me hubiera gustado que hicieran conmigo? Podemos acompañar a esa persona desde el amor, la compasión, la empatía y la ausencia de juicios; podemos compartir recursos terapéuticos pero si no está lista para usarlos, no tiene sentido insistir.  Podemos evitar reaccionar agresivamente a sus mecanismos de defensa, respirar hondo y desde la calma hacerle notar que se está defendiendo y que nosotros solo estamos ahí para contener y amar.




¿Por qué nos hacemos daño cuando nos defendemos? Porque alimentamos la herida, seguimos dándole poder y energía a la persona o las personas que causaron tanto dolor; porque a través de nuestra defensa agredimos de forma inconsciente a las personas que más amamos y sobre todo porque todo lo que recibimos pasa a través del filtro del dolor y la victimización.

Recuerda, por ejemplo, el momento en que has tenido un accidente, un golpe fuerte, una quebradura, una caída o incluso si te has golpeado un dedo del pie.  No puedes pensar claramente en ese momento, no puedes resolver un cálculo matemático ni tomar una decisión importante; porque tu discernimiento está nublado, tu mente está turbada y tus emociones están en ese momento concentradas en el punto exacto donde reside el dolor físico; no existe nada más en ese instante.  ¿Te imaginas? ¿Qué pasaría si permitiéramos que una herida o una lesión física se mantuvieran en ese estado por años?  Nos volveríamos huraños, agresivos, depresivos o incluso desearíamos ya no vivir más.  Lo mismo sucede con las heridas emocionales, solo que al no ser visibles, las subestimamos, minimizamos su efecto en nuestras vidas y en nuestro comportamiento, creemos que podemos controlar lo que hacemos y decimos, con tal solo anular o esconder esa emoción.

Hay un dicho que todos repiten: “Pagan justos por pecadores.”  Del mismo modo, las personas que nos aman y a las que amamos, terminan expiando los pecados de quienes nos lastimaron.

Una o varias heridas sin sanar, ocultas, dormidas o ignoradas, nos convierten en una bomba de tiempo que puede detonar con tan solo una palabra, una actitud o una omisión.  Y en esa explosión saldremos todos lastimados y otra vez, las secuelas de ese daño nos acompañarán por años y así se convertirá en una historia sinfín.




Claro que sí, hay personas de las que hay protegerse, que no es lo mismo que defenderse.  Hay personas que son tóxicas y dañinas por naturaleza o por elección.  Con esas personas hay que mantener distancia de todo tipo y no darles espacio en nuestra vida, nuestra mente o nuestro corazón.  Cada vez que regresen a nuestra memoria, solo podemos hacer una oración de bendición, para que ya no sigan haciendo más daño y agradecer que hayamos aprendido a no permitirles el acceso a nuestro campo energético.

Sin embargo, hay personas que pueden ser tóxicas o lastimarnos por falta de consciencia, por patrones mal aprendidos  o por ignorancia, no por falta de amor.  Por ejemplo, el sol es necesario para la vida de todos los humanos, las plantas y los animales; sin él, nos enfermamos y debilitamos.  Ahora bien, si te recuestas en el jardín al medio día con 38ºC de temperatura y te quedas ahí más de una hora, tu piel se quemará, podrás sufrir insolación, deshidratación y terminar enfermo por un par de días.  El sol es beneficioso en su justa medida, como muchas cosas en la vida y como muchas personas que no aprendieron a transitar su camino de sanación y evolución.  El sol nunca tuvo ni tendrá la intención de lastimarnos, de nosotros depende protegernos, cuidarnos y encontrar el equilibrio para preservar nuestra salud.

Toda defensa es una reacción y toda reacción limita nuestra libertad para elegir cómo sentirnos, cómo vivir y como amar.

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes

jueves, 21 de abril de 2022

Recibir y disfrutar

 Ningún proceso de sanación es una línea recta que nos lleva desde A a C en un par de pasos.  Entender, comprender, reconocer y aceptar los patrones de conducta heredados o adquiridos, las heridas sin sanar y las maniobras de nuestro niño interior para protegernos de un peligro que sobrevive en nuestra sombra, es un viaje por laberintos intrincados de nuestra mente.  Ese viaje es único, porque nadie lo ha emprendido antes y muchas veces nos aterroriza adentrarnos en un mundo habitado por nuestros propios fantasmas y demonios.



Ese viaje no tiene porque ser solitario; si nos dejamos acompañar y lo hacemos de la mano amorosa de Dios, todo es posible.  Si de algo estoy segura, es que no hay sanación posible sin una vida espiritual y sin un diálogo permanente con Dios.

Ayer comencé a escribir el libro De piernas abiertas, un libro que trata sobre la sanación del Divino Femenino y nuestra capacidad, no solo de abrir las piernas, sino el corazón, los brazos, las manos y la mente.




Hoy, en un guiño del Universo, supe que en un sorteo inesperado de una emprendedora amorosa de San Luis, había ganado un kit herbal para sahumar, pudiendo elegir inmediatamente entre diferentes variedades.  Apenas recibí el mensaje, comencé a pensar en las publicaciones que haría para agradecerle y en cómo podría compensarla con algún obsequio.  Entonces, me di cuenta de un mecanismo inconsciente que ha estado activo en mí desde que tengo registro de mi memoria: cada vez que recibo me siento en deuda, siento que debo dar algo a cambio.  Me pasa con las contribuciones amorosas de las seguidoras del canal de YouTube.  Ellas hacen sus donaciones como reconocimiento a la dedicación y el esfuerzo en la creación de contenidos.  Aún así, me siento en la obligación de darles algo a cambio.  De repente, algo desconocido se iluminó en mi mente.  Es como si todos los patrones de conducta heredados y adquiridos hubieran tejido una constelación que estaba contando una historia y estaba mostrándome en el espejo la niña asustada por recibir.

En realidad, me encanta recibir, sí, amo recibir.  Pero tal como decía el Padre Jesús hace muchos años (un sacerdote carismático de quien siempre hablo cuando me refiero a la carencia y la abundancia), me encanta dar, disfruto dar; pero me cuesta recibir y pedir ayuda sin sentir vergüenza o culpa.  ¿Cómo es eso?  Vengo de una familia que te hace sentir que cuando recibes algo quedas endeudado emocional y energéticamente, tienes deberes y obligaciones que cumplir a cambio de lo que has recibido y si fallas a las expectativas de quién te ha dado lo que te ha dado, entonces estás deshonrando su entrega, su ayuda o su regalo.

Para recibir hay que abrir completamente las dos manos; el grado de apertura determinará la cantidad de lo que podemos recibir.  Ahora bien, ¿cuántas de nosotras abrimos la mano confiadamente sin haber visto lo que vamos a recibir?




 Por primera vez entendí cuál es el mecanismo inconsciente de mi mente: recibir me deja vulnerable y me quita poder, al menos es lo que el ego de mi niña sin sanar comprende.

Para quienes aún tenemos mucho por sanar, dar nos coloca en una situación de poder y control, podemos controlar el Puente, la forma en que nos comunicamos y se distribuyen los derechos en la relación; fundamentalmente nos sentimos a salvo de que nadie nos reclamará ni nos pedirá nada a cambio.  Damos sin pedir nada a cambio, por el solo hecho de disfrutar saciar la necesidad de alguien, porque hemos convivido con la carencia demasiado tiempo.

Para quienes aún tenemos mucho por sanar, recibir nos coloca en una situación de vulnerabilidad y debilidad, donde creemos que el otro tiene poder sobre nosotros.  En realidad, somos nosotros quienes otorgamos y aceptamos ese poder porque nos sentimos endeudados ya sea emocional, energética o económicamente.  Dejamos que la mirada, el juicio y las expectativas de quien nos da, afecte la forma en que vivimos y las decisiones que tomamos.



En verdad disfruto dar, ayudar y compartir.  Siempre he sabido que parte de ese dar, como decía el libro de Mujeres que aman demasiado, tiene que ver con saciar la carencia interior y dar a otros lo que me hubiera gustado recibir.

Ahora, detrás del velo y los espejismos, he descubierto que mi niña interior busca inmediatamente dar algo a cambio para sentirse a salvo y segura:

  • Si yo doy algo a cambio, elijo cómo y cuándo y no queda ninguna deuda pendiente.
  • Si yo doy algo a cambio, mi cuota de culpa y vergüenza de la niña pobre se revierte por un sentimiento de satisfacción.

Definitivamente no es un patrón de conducta sano, pero reconocerlo es el primer paso, luego viene la aceptación y luego el cambio.




Sé que mi camino personal es aprender a recibir sin miedo, sin culpa, sin mecanismos de defensa, sin tener que dar algo a cambio, sin endeudarme y sobre todo aprender a recibir y disfrutar, punto.

Imagino que habré sanado bastante cuando:

  •     Pueda recibir y sentir paz absoluta.
  •     Pueda abrir la mano completamente aún sin saber lo que voy a recibir y sin que mi mente haga ruidos molestos.
  •     Disfrute recibir sin que se me cruce una sola idea de dar algo a cambio.
  •     Aprenda que recibir es una energía tan poderosa como dar, pero para ello hay que abrirse totalmente.
  •     Pueda lograr que mi niña interior se sienta a salvo recibiendo.
  •     Mi yo adulto deje de preocuparse por las expectativas de quienes me dan algo.  Las deudas que ellos generan en su mente y en su ego son solo suyas.
  •     Pueda disfrutar de lo que recibo y del momento, como un reconocimiento y una celebración del Universo a lo que hago, lo que soy y lo que manifiesto en mi vida.


¿Cuál es tu camino personal?



 

Anticipo del libro: De piernas abiertas

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes

miércoles, 20 de mayo de 2020

Agotada en cuarentena


Cuando nos sentimos agotados, como si nuestra energía se hubiera drenado por cada uno de nuestros poros y no hay días ni horas que alcancen para recuperar el sueño o sentirnos vitales y frescos otra vez, es tiempo de revisar nuestros patrones de conducta, pensamientos y nuestra forma de sentir.

¿Qué fue lo que pasó conmigo en esta primera mitad del año?  Siento que necesito unas largas vacaciones, en spa con todo incluido, para hacer nada, comer sano, recibir masajes y no tener que ocuparme de resolver ningún problema, ni siquiera el menú del día.

Durante la época de aislamiento social, he seguido atendiendo personas a través del celular y whatsapp y he continuado dando clases a quienes optaron por continuar con el sistema virtual.  

Reconozco, que 8 de cada 10 días, me paso el tiempo vestida en piyamas, y aunque tomo una ducha diaria, sólo me maquillo los días que grabo vídeo y uso ropa para estar cómoda en casa, incluyendo pantuflas.

Digamos, que esta cuarentena ha sido como un largo domingo, a cara lavada, con bata y ropa que está a mitad de camino entre la comodidad y el desgano.  De algún modo, se fueron pasando los días y dejé de usar las piedras y cristales de protección.  Parecía no tener sentido usar un japa mala (más que para la hora de la meditación), las pulseras o anillos para armonizar mis energías.

De algún modo, creemos que sólo debemos proteger nuestras energías cuando nos encontramos con personas cara a cara, pero quienes somos sensibles (niños esponjas), podemos captar y absorber energías de otras personas con una llamada telefónica o un intercambio de ‘radares’ durante las horas de sueños.  Solemos bajar la guardia con las personas que amamos, sin embargo en estos momentos de crisis, debemos guardar el equilibro entre dar y recibir y entre escuchar y ser escuchado.

He aquí un listado de todo lo que hice mal durante estos meses de soledad absoluta:


  • Dejé de usar piedras y cristales (amuletos, anillos, pulseras, japa malas y collares).
  • Me ocupé de ofrecer ayuda a cuanta persona se viera afectada por esta cuarentena.
  • Ofrecí descuentos en todos mis servicios y terapias.
  • Bajé la guardia con familia y afectos.
  • Dejé que muchas personas me usaran como un lugar donde desagotar sus miedos, furias, angustias y conflictos no resueltos.
  • Me preocupé por todo lo que estaba sucediendo a mi familia, hijos y nietos, sabiendo que no hay nada que pueda hacer por cambiar sus realidades.
  • Me enfoqué en ‘trabajar’, generar ingresos y pagar cuentas y mantenerme activa a pesar de la cuarentena.
  • Dejé de hacer lo que me gusta, por el simple placer de hacerlo.
  • Dejé de conectar con lo que tenía ganas de hacer y me obligué a hacer todo aquello que parecía mantenerme a flote durante la tormenta.
  • Me ocupé tanto por cobrar y pagar que llegó el momento en que me sentí vacía, agotada y sin fuerzas y entonces, dejé de crear, brillar y ser parte de la abundancia del universo.
  • Saqué el disfrute y el placer de la ecuación.
  • Quise tomar el control de mi pequeño bote perdido en la gran tormenta del océano.
  • Olvidé que los milagros sólo son posibles cuando Dios está a cargo de mi agenda.


En inglés se llama ‘burnout’ cuando el cansancio y el agotamiento físico y mental nos enferman y nos quitan claridad.  No es la primera vez que me siento así desde que comenzó la cuarentena.  Eso no es bueno.  Estoy haciendo cosas que ya no tengo ganas de hacer y me siento tan desgastada que no tengo fuerzas ni energía para hacer lo que tengo ganas de hacer.

Será tiempo de dejar que el bote simplemente flote, sentarme a leer un libro y confiar en que Dios, sólo él, sabe cómo, cuándo y dónde.

Hace unos días o semanas (ya perdí noción del tiempo), escribí en mi blog, sobre sensibilidad y empatía.  Creo que no sólo estaba buscando concientizar a otras personas o mostrarles a los sensibles que no están tan solos, sino que buscaba que la gente a mí alrededor se diera cuenta que necesitaba ayuda, contención y paciencia.  Algunas personas se sintieron identificadas con esa publicación, pero ninguna persona a mi alrededor cambió su actitud, su indiferencia o sus exigencias.

Porque, en realidad, soy yo quien debo contenerme, ser paciente conmigo misma y permitirme ser débil, estar asustada y no poder resolver todo lo que se supone que debería.


Cuando tomé la ducha hoy, me vestí con piyamas otra vez, me encantan; si pudiera tendría una colección de ropa cómoda para hacer fiaca en la casa y que se viera tan bonita que pudiera salir a caminar con ella.  Sin embargo,  me puse el relicario con mi talismán de virgo y el orgonito que dormía en un cajón; las piedras/cristales tienen propiedades que son ahora más útiles que nunca.

Desde hace un par de días, cuando no estoy fuerte, cuando las energías de otras personas me agobian, tomo distancia y digo ‘no’.  Porque quien no tiene la decisión de hacer cambios en su vida, tampoco tiene el derecho de usarnos de desagote o muro de lamentaciones.  Se puede acompañar con respeto, empatía y cariño, pero lidiar con tormentas solares ajenas o escuchar una letanía de quejas que jamás cambia, no es sano para quien escucha ni edificante para quien construye su realidad desde lo que no puede cambiar.

Estoy cansada, muy.
Me siento enferma, muy.
Mis energías están tan bajas, que hay momentos durante el día que mi cuerpo se enfría de tal manera, que no hay manta que me de calor; y eso, que aquí, aún no llega el invierno.

Necesito ocuparme de mí, protegerme, cuidarme, consentirme, relajarme.  Necesito extender las alas y planear sobre esos cielos que nadie transita.  Necesito hacer siestas en mi bote y despertarme cuando Dios, haya resuelto el curso.

Susie
Susannah

Pronóstico: inestable con probabilidad de viento y chaparrones.