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miércoles, 20 de mayo de 2020

Agotada en cuarentena


Cuando nos sentimos agotados, como si nuestra energía se hubiera drenado por cada uno de nuestros poros y no hay días ni horas que alcancen para recuperar el sueño o sentirnos vitales y frescos otra vez, es tiempo de revisar nuestros patrones de conducta, pensamientos y nuestra forma de sentir.

¿Qué fue lo que pasó conmigo en esta primera mitad del año?  Siento que necesito unas largas vacaciones, en spa con todo incluido, para hacer nada, comer sano, recibir masajes y no tener que ocuparme de resolver ningún problema, ni siquiera el menú del día.

Durante la época de aislamiento social, he seguido atendiendo personas a través del celular y whatsapp y he continuado dando clases a quienes optaron por continuar con el sistema virtual.  

Reconozco, que 8 de cada 10 días, me paso el tiempo vestida en piyamas, y aunque tomo una ducha diaria, sólo me maquillo los días que grabo vídeo y uso ropa para estar cómoda en casa, incluyendo pantuflas.

Digamos, que esta cuarentena ha sido como un largo domingo, a cara lavada, con bata y ropa que está a mitad de camino entre la comodidad y el desgano.  De algún modo, se fueron pasando los días y dejé de usar las piedras y cristales de protección.  Parecía no tener sentido usar un japa mala (más que para la hora de la meditación), las pulseras o anillos para armonizar mis energías.

De algún modo, creemos que sólo debemos proteger nuestras energías cuando nos encontramos con personas cara a cara, pero quienes somos sensibles (niños esponjas), podemos captar y absorber energías de otras personas con una llamada telefónica o un intercambio de ‘radares’ durante las horas de sueños.  Solemos bajar la guardia con las personas que amamos, sin embargo en estos momentos de crisis, debemos guardar el equilibro entre dar y recibir y entre escuchar y ser escuchado.

He aquí un listado de todo lo que hice mal durante estos meses de soledad absoluta:


  • Dejé de usar piedras y cristales (amuletos, anillos, pulseras, japa malas y collares).
  • Me ocupé de ofrecer ayuda a cuanta persona se viera afectada por esta cuarentena.
  • Ofrecí descuentos en todos mis servicios y terapias.
  • Bajé la guardia con familia y afectos.
  • Dejé que muchas personas me usaran como un lugar donde desagotar sus miedos, furias, angustias y conflictos no resueltos.
  • Me preocupé por todo lo que estaba sucediendo a mi familia, hijos y nietos, sabiendo que no hay nada que pueda hacer por cambiar sus realidades.
  • Me enfoqué en ‘trabajar’, generar ingresos y pagar cuentas y mantenerme activa a pesar de la cuarentena.
  • Dejé de hacer lo que me gusta, por el simple placer de hacerlo.
  • Dejé de conectar con lo que tenía ganas de hacer y me obligué a hacer todo aquello que parecía mantenerme a flote durante la tormenta.
  • Me ocupé tanto por cobrar y pagar que llegó el momento en que me sentí vacía, agotada y sin fuerzas y entonces, dejé de crear, brillar y ser parte de la abundancia del universo.
  • Saqué el disfrute y el placer de la ecuación.
  • Quise tomar el control de mi pequeño bote perdido en la gran tormenta del océano.
  • Olvidé que los milagros sólo son posibles cuando Dios está a cargo de mi agenda.


En inglés se llama ‘burnout’ cuando el cansancio y el agotamiento físico y mental nos enferman y nos quitan claridad.  No es la primera vez que me siento así desde que comenzó la cuarentena.  Eso no es bueno.  Estoy haciendo cosas que ya no tengo ganas de hacer y me siento tan desgastada que no tengo fuerzas ni energía para hacer lo que tengo ganas de hacer.

Será tiempo de dejar que el bote simplemente flote, sentarme a leer un libro y confiar en que Dios, sólo él, sabe cómo, cuándo y dónde.

Hace unos días o semanas (ya perdí noción del tiempo), escribí en mi blog, sobre sensibilidad y empatía.  Creo que no sólo estaba buscando concientizar a otras personas o mostrarles a los sensibles que no están tan solos, sino que buscaba que la gente a mí alrededor se diera cuenta que necesitaba ayuda, contención y paciencia.  Algunas personas se sintieron identificadas con esa publicación, pero ninguna persona a mi alrededor cambió su actitud, su indiferencia o sus exigencias.

Porque, en realidad, soy yo quien debo contenerme, ser paciente conmigo misma y permitirme ser débil, estar asustada y no poder resolver todo lo que se supone que debería.


Cuando tomé la ducha hoy, me vestí con piyamas otra vez, me encantan; si pudiera tendría una colección de ropa cómoda para hacer fiaca en la casa y que se viera tan bonita que pudiera salir a caminar con ella.  Sin embargo,  me puse el relicario con mi talismán de virgo y el orgonito que dormía en un cajón; las piedras/cristales tienen propiedades que son ahora más útiles que nunca.

Desde hace un par de días, cuando no estoy fuerte, cuando las energías de otras personas me agobian, tomo distancia y digo ‘no’.  Porque quien no tiene la decisión de hacer cambios en su vida, tampoco tiene el derecho de usarnos de desagote o muro de lamentaciones.  Se puede acompañar con respeto, empatía y cariño, pero lidiar con tormentas solares ajenas o escuchar una letanía de quejas que jamás cambia, no es sano para quien escucha ni edificante para quien construye su realidad desde lo que no puede cambiar.

Estoy cansada, muy.
Me siento enferma, muy.
Mis energías están tan bajas, que hay momentos durante el día que mi cuerpo se enfría de tal manera, que no hay manta que me de calor; y eso, que aquí, aún no llega el invierno.

Necesito ocuparme de mí, protegerme, cuidarme, consentirme, relajarme.  Necesito extender las alas y planear sobre esos cielos que nadie transita.  Necesito hacer siestas en mi bote y despertarme cuando Dios, haya resuelto el curso.

Susie
Susannah

Pronóstico: inestable con probabilidad de viento y chaparrones.


sábado, 2 de mayo de 2020

Hipersensibilidad y empatía


De tanto estar para todos, hay días en que no podemos estar para nadie.


Artista: Aeppol

Mariana de Anquin habla de los Niños Esponja, personas que absorben la energía a su alrededor, que sienten lo que otras personas sienten y que pueden darse cuenta de lo que todos ignoran.

Dejar de ser hipersensibles o empáticos es para nosotros casi imposible, así como para quien vive en su burbuja ajeno al mundo exterior,  registrar las emociones ajenas es una tarea titánica.

Solemos ser desde pequeños, más maduros que la media, más serios, más comprometidos, más responsables y nos subimos al tren de causas perdidas, deseando acomodar aquello que lastima a tantos.

Las emociones y las energías de las otras personas se nos meten en el cuerpo, en el corazón y en cada partícula de energía propia, nos drenan, agotan, agobian y duelen como si fueran nuestras. Podemos ir simplemente a hacer la compra, y volver con un bagaje desconocido que nos envía directo a hacer la siesta.  Cuando de afectos se trata, el torrente de emociones de hijos, padres, hermanos y nietos, nos llega en vivo y en directo en una transmisión que jamás sincronizamos voluntariamente.

Vamos por la vida tejiendo Puentes, remendando heridas, acunando corazones, abrazando almas perdidas, consolando afligidos y dibujando mapas para quienes agonizan en laberintos.

Se nos da fácil el escuchar, mirar y observar, intuir, detectar y comprender.



Artista: Aeppol

En lo personal, mucha gente asume que esta paz que me habita y coloniza los lugares donde resido, es algo que traigo de siempre y que se me da así fácilmente y sin ningún ejercicio.  Vivir entre dos mundos, desde pequeña, no es tarea simple.  La sensibilidad es tanta que una muchas veces desea dormir sueños infinitos y hacer una maleta sin retorno.  La empatía, en este mundo frío y desapegado, es motivo de burla y desprecio, un defecto para quienes viven mirándose el ombligo como único universo.

Es un largo, intenso e interminable aprendizaje de aprender a distinguir las energías propias de las ajenas, decidir cuándo involucrarse y cuando no, en batallas emocionales;  tomar distancia cuando necesitamos preservarnos, ejercitar la mirada interior para descubrir sombras, soles, magias y condenas heredadas.  

Es una mediación constante entre nuestros demonios, nuestros dioses, nuestros ángeles, nuestros miedos, nuestras penas, nuestras alegrías y esa piel que percibe hasta el pensamiento más leve.

Aprendemos a darnos aquello que nunca nos dieron, aprendemos a aceptarnos como nunca nos aceptaron, aprendemos a sentir como nunca nos permitieron, aprendemos a ser así como somos.  

Aprendemos a cuidarnos, respetarnos, honrarnos y celebrarnos; pero eso, puede llevar décadas, años o vidas, dependiendo de las pequeñas elecciones cotidianas.

Somos detallistas, atentos, compasivos, observadores, pacíficos y sanadores.  Con el tiempo, perfeccionamos el arte de descubrir quienes se sienten rechazados, condenados, hostigados, perseguidos y el desamor les duele como el aire que respiran.

Cada quien, crea a su medida, un botiquín de primeros auxilios para asistir al peregrino: algunos usan las manos, otros las palabras, están quienes preparan tisanas y bizcochos para las penas, algunos pocos con solo mirarte te apapachan la herida y otros dibujan soles en tus cielos nublados.

Sin embargo, quienes no encuentran la salida, la puerta, el talismán o el ejercicio que construya su paz, se llenan de resentimiento, amargura, odio y venganza y van por la vida rompiendo todo a su paso.


Artista: Aeppol


Hay un punto en el que elegimos qué hacer con tanto dolor, con tanta sensibilidad, con esa empatía que se nos escapa hasta con la persona que más nos critica.

Seguramente hemos caído en el pozo oscuro de la desesperación más de una docena de veces, por eso, podemos bajar con tanta facilidad y sentarnos un momento con quien no sabe cómo salir. Pero no podemos pasar demasiado tiempo allí, debemos regresar al aire no viciado, al sol que se cuela por las ventanas y la capacidad de crear mundos diferentes.

Es cierto, en lo personal, muchas veces hago esfuerzos descomunales para intentar ayudar a quien no sabe cómo salir del pozo, le dibujo escaleras, le remiendo las alas, intento empujarlo hacia arriba cuando inevitablemente su miedos lo tiran hacia abajo.  En algún punto me doy cuenta y acepto, que no debo interferir; porque interferir es de algún modo, una manera de desconfiar de Dios y su infinita capacidad de manifestarse y es subestimar a quien debe hacer el esfuerzo por sí mismo, como la mariposa cuando rompe la crisálida.

Nuestra energía no es ilimitada, nuestra paz se llena a veces de tormentas, nuestros colores se gastan de tanto pintar cielos ajenos, nuestros Puentes se debilitan de tanto sostenerlos desde un solo extremo, nuestras manos se duermen de tanto acurrucar heridas, nuestros poemas se vacían de palabras de tanto transitar en mundos hostiles, nuestras velas se consumen, nuestras flores se marchitan y nuestras tisanas se contaminan.

Son esos días en que una siente que ha perdido todos los dones, la capacidad de reinventarse y las ganas de reír y creer que todo es posible. Probablemente, una muchas veces también está perdida en laberintos y atascada en callejones sin salida, pero de tanto intentar, crear, inventar, sembrar, proyectar y tejer, se siente extenuada, agobiada y terriblemente diminuta.

Yo tejo Puentes, Palabras, Cielos, Abrazos y Magia, pero también sigo siendo una niña, una mujer, una madre, una hermana, una abuela, una nieta, una hija, un alma perdida y un corazón asustado.  A veces, solo a veces, me gustaría jugar que hay un abrazo que me calma, una palabra que me alcanza, un lugar donde llegar y que una tisana, un café o la paz del otro me pueble y me sane, un guerrero que me defienda, una machi que me acune mientras duermo la siesta, un recreo en donde alguien me cuide y resuelva por mí todo aquello que me agobia.

En esos días, en los que de tanto dar y no recibir o recibir tan poco, necesito parar, no me salen palabras bonitas y pierdo la paciencia, la calma y la dulzura; esos que siempre reciben y se miran el ombligo se ofenden, se sienten defraudados, desairados y engañados.


Artista: Aeppol



Un día la fuente no tiene agua, la música se apaga, la palabra se vuelve amarga, la mirada se vuelve distante, el silencio desteje todos los Puentes y el desgano se cuela por todas las rendijas.

No queda más que cerrar las puertas, levar el Puente, correr las cortinas, cancelar la agenda, mirar para adentro, dormir días eternos;  hasta que el beso de la Vida, la mano de Dios posada en mi pecho, me devuelve el sentido, la fuerza, la esperanza y el latido.



Susie
Susannah
Tejedora en pausa
02 de mayo 2020 

Esta canción siempre me hace llorar las penas guardadas y es lo que le pido a Dios cuando no puedo Tejer.