miércoles, 21 de agosto de 2024

60 Amores

Puede que mi corazón no guarde tesoros de 60 amores, pero probablemente sí guarde bendiciones, cicatrices, recuerdos y huellas de 60 Formas de Amar.




60 Formas de Amar

¿Cuándo comenzamos a ser conscientes de que somos capaces de Amar?  Creo que la mayoría de nosotros primero toma consciencia de sentirse amado/a o por el contrario sentirse rechazado/a o abandonado/a emocionalmente.  Nuestra primera experiencia amando seguramente esté relacionada con esa primera memoria al recibir o sentir la ausencia de amor en nuestro entorno.

Tal como he contado en ‘A Solas’, del libro Cuentos Terapéuticos, la soledad fue la primera sensación consciente en los vínculos afectivos.  Imagino que a partir de ahí comenzó una búsqueda inconsciente por amar del modo que no era amada, creyendo que tarde o temprano alguien cubriría esos huecos vacíos.

Repaso en mi memoria buscando el primer recuerdo de amar profundamente, y lo primero que viene a mi mente es la sensación que experimentaba cada Semana Santa mientras mi familia veía programas de televisión relacionados con el Vía Crucis o películas de la vida de Jesús. Y el amor abrumador y la pena de estar reviviendo el calvario de Jesús me llevaban a encerrarme en mi habitación, rezar y llorar a mares sin poder evitarlo.  Esos recuerdos son de mis últimos años de escuela primaria, en mi pre adolescencia.

Las memorias de mi corazón me llevan luego al primer amor romántico cuando tenía 14 años, una forma de amar que me descubría envuelta en poemas y un mar de emociones que despertaban una joven  e ingenua mujer floreciendo a la vida.

La llegada de mis tres hijos fue, sin duda alguna, la experiencia más intensa y la forma de amar más profunda y vulnerable.




¿A quienes he amado verdaderamente además de Jesús, mis hijos y mi primer amor?  He amado a muchas personas, mis padres, algunos tíos/as, mis hermanos, una de mis abuelas, amistades, madres y abuelas postizas y con el tiempo, algún hombre en la vida adulta.

He sido capaz de muchas cosas ‘por amor’, de muchos sacrificios, de muchas renuncias, de muchas entregas y de un doloroso desgarramiento de mi corazón para ser mi mejor versión y lograr que esas personas se sintieran amadas. 

No siempre he amado con alegría, la mayoría de las veces amaba desde la tristeza, el dolor, las heridas, la carencia y el miedo a no ser amada, aceptada, valorada y celebrada.

Desde ese lugar, uno cree que ama, una cree que todo lo que hace es por amor al otro; pero en realidad, lo que hacemos es por el amor a lo que sentimos, por lo que nos hubiera gustado recibir en lugar del otro o por una sed inconsciente que nunca se calma.

¿Cómo podríamos ver realmente a la persona amada desde un corazón maltrecho, sangrante y habitado por el invierno de la vida?  Inevitablemente, lo que vemos en el otro (de forma inconsciente) es un reflejo de nuestros cristales rotos, de nuestro frío que busca cobijo y de nuestras heridas que nos pueblan de miedos y vacíos.




Cuando amamos demasiado y de forma tóxica (no sana), somos capaces de entregar lo más preciado, incluso nuestra vida para darle a nuestros seres amados, hasta nuestro último aliento.  ¿Qué nos queda cuando entregamos nuestra pulsión de vida? ¿No sería mejor acaso compartir nuestra vida manteniendo vivos nuestros tesoros sin renunciar a nada?

Cuando amamos desde nuestra carencia y nuestras heridas, creamos una avalancha de emociones, regalos, experiencias e incluso de palabras, para que esa persona amada sepa lo que sentimos.  Pero no nos detenemos a comprender qué es lo que esa persona en realidad necesita de nosotros; no podemos ver la intensidad de sus emociones o la sed de un agua que no surge en nuestra vertiente.

Damos desde lo que necesitamos.  Amamos desde nuestro abandono emocional. Abrazamos desde nuestro invierno interior. Besamos desde nuestra sed de bendiciones. Desbordamos el espacio ajeno desde los huecos que ansiamos llenar.  Velamos nuestra mirada desde un vidrio empañado de lágrimas y memorias dolorosas.

Amamos para ser amados y eso, no es realmente Amor. En ese amor desmedido buscamos algo a cambio, esperamos recibir lo que necesitamos o ser vistos como nos gustaría ser reconocidos; y cuando eso no llega, se acumula la amarga deuda pendiente que contamina los vínculos amorosos.

Inmolarse, sacrificarse, dejar de Ser, intentar ser lo que no somos, agobiarnos con expectativas impuestas, renunciar o incluso posponer nuestros sueños, no es un gesto de amor generoso y desinteresado.  Creo que es una actitud tremendamente egoísta que busca asegurarnos sentirnos amados, respetados, valorados y necesitados. 

Me he llevado más de medio siglo aprender a amarme, aceptarme, reconocerme, celebrarme y saberme hija amada de Dios. Desde ese aprendizaje comprendo que la fuente del agua bendita que calma nuestra sed emocional y espiritual está siempre en el centro de nuestro corazón.  Nadie puede calmar nuestra sed más que nosotros mismos, nadie puede dar verdaderamente aquello que no tiene y nadie puede saciar las necesidades de ninguna otra persona. Sólo cuando nos vemos como seres plenos y completos, podemos compartir nuestros dones y talentos, nuestra alegría de amar y nuestra capacidad de tejer vínculos sanos.




Sé que he hecho mucho daño en nombre del amor.  Desde mi hipersensibilidad y mi capacidad para sentir las emociones y energías de otras personas, esa certeza me llena a veces de impotencia y de una pena profunda que inunda los lugares más oscuros de mi corazón. 

No puedo cambiar el pasado, no puedo deshacer las heridas que causé, no puedo limpiar los corazones que guardan rastros oscuros de mi nombre.  Sólo puedo descubrir cada día nuevas formas de Amarme y Amar.  Sólo puedo desear que las personas que más amo puedan, a su tiempo, encontrar su propio camino de sanación, y en ese amarse puedan comprender y sentirse amados a pesar de los desencuentros.

Susie / #Unaniñade60

Susannah Lorenzo / #TejedoradePuentes

Soledad Lorena / #TejedoradePalabras

22 de septiembre 1964 / 22 de septiembre 2024

#60jardines #casi60 #60poemas #gracias #60soles 


Sólo cuando me amo como Jesús me ama, puedo Amar a otros en nombre de Jesús.



martes, 30 de julio de 2024

El valor de los nietos

Hoy  cumple 1 año mi nieta más pequeña.  Aún no hemos podido conocernos en persona; sólo en encuentros del mundo invisible, cuando ella me visita en sueños.  Su primera visita fue cuando apenas había sido concebida  y yo ni siquiera sabía que se estaba gestando en el vientre  de su mamá.

Es un alma sabia, una niña decidida, fuerte y con una determinación para llegar y hacer lo que sea necesario para que los adultos a su alrededor aprendan las lecciones que tienen que aprender.




No soy una abuela en ejercicio, digamos.  Estoy exiliada de la vida de mis hijos y nietos por circunstancias y heridas emocionales que no es necesario aclarar ahora.

Mi árbol ha ramificado en 12 nietos, de los cuales hay dos que no conozco y sólo con la mayor tejemos un Puente precioso que nos apapacha y hace más bonita la vida. Ella tiene casi 18 años y puede elegir con quién relacionarse más allá de las circunstancias familiares.  Es bueno saber que la semilla que dejé en su corazón se ha mantenido intacta y florece con su dulzura y su amor.

Este cumpleaños en la distancia me hizo reflexionar sobre la expresión que usamos: ‘mis nietos’. No son míos, no son de sus padres, son de la vida misma y de Dios que eligió formarlos tal como son, cada uno diferente y único.

Por eso elijo verlos como ramas de un árbol, como brazos de un río que se bifurcan en diferentes direcciones pero llegan desde una misma naciente.




¿Cuántos ancestros hicieron falta para que ellos estén hoy aquí?

Di a luz a tres hijos.  Ninguno de ellos fue buscado o planeado, ni concebido desde el buen amor.  Mis embarazos fueron solitarios, turbulentos y un completo desafío para que mis niños llegarán a la vida sin tantas complicaciones. A pesar de eso, yo elegí gestarlos, amarlos, acunarlos, cuidarlos y protegerlos de todo el mal que nos rodeaba.  Fue mi voluntad y mi decisión la que hizo posible que ellos sean hoy adultos con sus propias familias.

Es increíble como una decisión solitaria y atrevida pudo permitir que hoy esos hijos de la vida hayan dado paso a 12 niños y adolescentes que buscan su propio camino.

Cuando tenemos nietos y sobre todo cuando descubrimos como las heridas del árbol familiar se repiten y multiplican en ellos, tomamos conciencia de que somos ancestros de todos nuestros descendientes.  Quizá debería haberme dado cuenta antes, cuando me convertí en madre, que todo lo que hacía conmigo misma y todo lo que ignoraba o demoraba sería luego un legado para mis descendientes.

Por supuesto que la existencia de mis nietos no sólo es posible porque yo decidí albergar a mis hijos en mi vientre y en mi corazón; fueron necesarios también  sus abuelos, bisabuelos y tatarabuelos.  Cada quien con su decisión, dejó un ser humano disponible para procrear, aunque no fuera siempre consciente y aunque no fuera siempre desde el amor.

Creo que es bueno mirarse como ancestro, detenerse a valorar nuestra propia vida, llena de aciertos y errores, porque gracias a cada paso que dimos, esos nietos tienen una vida disponible con infinitas posibilidades.

Me gusta mirar atrás para darme cuenta de que cada mudanza, cada cambio, cada separación, cada decisión, influyó para que mis hijos conocieran a sus parejas o al menos, a las personas con quienes concebirían sus hijos (los nietos que son ramas de mi árbol).

Entonces, una se mira con compasión, con aprobación y con respeto; porque todo fue necesario, hasta las circunstancias más dolorosas, hasta los desafíos más abrumadores, para que 12 seres traigan al mundo sus colores, sus dones, sus talentos y su magia.

Abu Sue

Susannah Lorenzo

30.07.2024



sábado, 8 de junio de 2024

Aprender a Recibir

 


Apertura del Divino Femenino

Sin importar cuánto necesitemos ser abrazadas, contenidas, sostenidas, acompañadas o apapachadas; si somos sobrevivientes de abuso, violencia o trauma sexual, sentiremos un miedo profundo y escondido a recibir.  Porque para recibir hay que abrirse, mostrarse vulnerable, dejar a un lado los escudos y desactivar los mecanismos de defensa.

Tenemos miedo de abrirnos (verdadera y profundamente), porque el recuerdo grabado en el cuerpo físico, es más fuerte que la memoria de la mente o incluso del corazón.  Ya sea que hayamos sido colonizadas, vejadas y mancilladas contra nuestra voluntad; o que nos hayamos abierto temprana e inocentemente a la persona equivocada y que se aprovechó de nuestro candor; las huellas y mecanismos de defensa (inconscientes) serán los mismos o similares.

Tenemos desconfianza de ser tocadas en nuestra fibra íntima, de que nos palpen las heridas, nos rocen el corazón o incluso lastimen aquello que nos ha costado tanto sanar y que ya no duela. Nos hemos fortalecido para evitar ser despojadas, burladas, engañadas o juzgadas.




Aunque ya no soy una víctima, sino una sobreviviente y han pasado más de 40 años del trauma inicial; con cada vuelta del espiral evolutivo descubro una nueva capa que aún queda por sanar: viejos patrones y bloqueos que aún afectan mi forma de relacionarme, manifestar mis sueños e interactuar con la abundancia del Universo.

Nos sentimos seguras y a salvo dando; dar nos permite ‘controlar’ el vínculo, pero por sobre todo no necesita de una apertura interior íntima o sensible.  Somos buenas para ‘dar’: amor, compasión, empatía, contención, ayuda y tiempo; damos todo aquello que no pudimos recibir y que sabemos que toda mujer necesita.  Somos solidarias con otras sobrevivientes y podemos detectar una víctima sin que diga una sola palabra.

Aunque llevemos años (y décadas también) sanando nuestro Divino Femenino, escondemos lo más sagrado de nosotras para protegernos, para resguardar los nuevos tesoros que han nacido en nosotras hasta que llegue la persona indicada.  Aprendemos a valernos por nosotras mismas y sin darnos cuenta, híper activamos nuestra energía masculina: la energía que hace, consigue, conquista, resuelve, protege, y nos arma de pies a cabeza como una guerrera sagrada de la vida.

 


 

Tarde o temprano nos sentimos abatidas, frustradas, con un cansancio que se acumula y que no siempre resulta en los éxitos que deseamos; porque estamos ancladas en nuestra energía masculina y porque de tanto defendernos y protegernos, hemos olvidado como recibir sin miedo, culpa o vergüenza.

Abrimos las manos, para dar, para recibir, para aferrarnos a lo que creemos nos pertenece, para amasar, para cocinar, para acariciar, para crear e incluso, logramos abrir las manos para sanar lo que duele y remendar lo que está roto.

Aprendemos a abrir el corazón nuevamente, para amar, para ser amadas, para calmar, para suavizar, para acompañar, para contener, para sentir, para dejarnos habitar por Dios, para rezar, para creer en una nueva vida.

Nos entrenamos para abrir nuestra mente a nuevas formas de pensar, estudiar, aprender, reconocer, comprender e incluso para dibujar infinitas salidas a laberintos que parecen nunca mostrar su verdadero acertijo.




Sin embargo, en un rincón secreto y guardado, nuestro útero (o su equivalente energético) se mantiene cerrado como un puño, guardando cicatrices físicas y emocionales de todo aquello que nos dañó en lo más profundo de nuestro ser. 

Podemos creer que nos hemos abierto, sexualmente hablando, desde la genitalidad, permitiendo incluso un placer físico que disimula cualquier dolor.  Podremos habernos abierto de piernas para permitir penetraciones que no terminan de saciarnos y que nos convencen por breves segundos de que somos amadas, necesitadas y deseadas.




¿Cómo saber si el útero está cerrado y es incapaz de recibir abierta y profundamente?

  • Sentimos que siempre somos la que ama más, la que ama demasiado, la que se ‘da’ completamente sin recibir lo mismo a cambio.
  • Nos sentimos mal amadas, no amadas, rechazadas, excluidas, y sedientas de recibir algo que nunca llega.
  • Estamos desconectadas de la energía de abundancia y prosperidad del Universo; corriendo siempre detrás de una zanahoria que nunca alcanzamos.
  • Cada vez que recibimos algo valioso (sentimental o económicamente hablando) nos sentimos ‘en deuda’, buscando inmediatamente compensar con la entrega de algo a cambio.
  • Nos embarcamos en relaciones tóxicas, convencidas de que salvaremos, transformaremos o le enseñaremos a amar a quien sólo busca satisfacer las necesidades de su ego.
  • Justificamos las ausencias de las otras personas, perdonamos sus promesas incumplidas, creemos en palabras vacías  e ignoramos las señales y conductas que amenazan nuestro bienestar e integridad emocional.
  • Nos quedamos esperando a que alguien (incluyendo Dios) se dé cuenta de lo que sentimos y necesitamos, sin que tengamos que pronunciarlo en voz alta.

 



Como mujer, estamos hechas para conectar, Ser, abrir, recibir, sentir y anidar.  Nacimos para ser sacerdotisas, para aquietar el movimiento y dulcificar nuestro corazón y el de otras personas.  Como tales, sostener el estado de apertura sin mecanismos de defensa,  sin estrategias de guerra, sin proyecciones ni planificaciones dignas de arqueros y cazadores.

Una mujer no puede sostener el Amor sólo en su corazón, no puede simplemente pretender que Dios habite en el centro de su pecho y desde allí todo se resuelva.  Una mujer necesita sostener el Amor en su cuenco sagrado, en la morada de la semilla creativa, allí donde el útero late como un segundo corazón.   Es entre los muros húmedos y oscuros de la caverna femenina donde Dios debe habitarnos para consagrar nuestra creatividad sagrada.

En lo personal, cada vez que pregunto cómo puedo activar la energía de abundancia y prosperidad en mi vida, la respuesta es la misma: más Amor.  ¿Cómo es posible que Dios y el Universo me pidan más Amor, si hago todo mi trabajo con Amor y desde el corazón?  La respuesta llegó en forma de inspiración para una nueva meditación y esta reflexión que estoy compartiendo.




En mi caso, no se trata de dar más o poner más Amor en lo que doy; mi aprendizaje es ‘recibir con Amor’, abrirme con Amor;  encontrar paz en el recibir sin permitir que mi mente sostenga deudas, culpas y  vergüenzas.

Querer controlar es un acto propio de la energía masculina, incluso si quiero controlar lo que recibo y cómo lo recibo.  Ese aspecto pudo ser útil en otras etapas de mi vida, pero no puedo encontrar la sanación desde el equilibrio, si no me adapto a las nuevas necesidades espirituales y energéticas de mis cuerpos (físico, mental, emocional, etérico).




Según el Dr. Alberto Villoldo, los traumas psicológicos y espirituales no resueltos, no sólo dejan huella en el cuerpo físico sino que dejan marcas en nuestros campos luminosos. Hasta que no limpiamos o sanamos esas marcas o cicatrices en el cuerpo energético, su equivalente será sostenido en el cuerpo físico.  Por el contrario, las experiencias positivas no dejan una marca en el cuerpo luminoso.  La paz y la serenidad que descubrimos a través de la práctica espiritual, se convierte en combustible para las capas más íntimas de nuestro campo energético luminoso, energizando así el alma y el espíritu.

Las huellas de trauma y enfermedad física están tallados en la membrana de la capa más externa del cuerpo luminoso energético,  cómo diseños que se cortan sobre el vidrio.  Lo que se sana a nivel energético, puede ser sanado a nivel físico.

Las huellas grabadas en la capa del cuerpo emocional y mental nos predisponen a vivir de cierta manera y a atraer a ciertas personas y relaciones en nuestra vida.  Es difícil cambiar nuestro estilo de vida o nuestros patrones de conducta si no limpiamos los rastros de trauma que quedan en las diferentes capas de nuestro cuerpo energético.

Puedes conocer más sobre este tema en mi libro ‘Espiritualidad y Salud’ o leer el libro ‘Chamán, Sanador, Sabio’ del Dr. Alberto Villoldo.




¿Cómo seguir?

Puedo dar testimonio que luego de recibir esta canalización y comprender finalmente el mensaje del amor, a través de la meditación, algunos bloqueos simplemente se disolvieron de forma parcial o total.  Las señales que llegaron fueron claras y precisas.

Horas después de la primera meditación llegaron los primeros trabajos prácticos: aprender a recibir lo que la vida está dispuesta a darme, sin intentar controlar el cómo, cuándo, dónde y a través de quién.

Por supuesto que un campo energético, un órgano o un sistema no se limpian ni se sanan de un día para otro.  Aprender a recibir es un proceso y requerirá de repetidas meditaciones y tomas de consciencia en el pensamiento y sentir cotidiano.

Reconocer, aceptar, tomar consciencia, escribir, y compartir el proceso es una manera de mostrar al Universo que estoy dispuesta, aquí y ahora.

Susannah Lorenzo© / Tejedora de Puentes


Para quienes prefieren escuchar mis reflexiones en vez de leer el Blog, he grabado ya la reflexión y aprendizaje sobre el Aprender a Recibir desde la Apertura del Divino Femenino, como un episodio del Podcast de Puentes.



domingo, 28 de abril de 2024

Abuelas ausentes



En uno de esos momentos en que me permito extrañar mi rol de abuela y el cariño de mis nietos, me di cuenta que vengo de una historia de abuelas ausentes, exiliadas o invisibles, por así decirlo.

La primera mudanza fuera de la provincia natal fue cuando yo tenía 4 años y desde ahí el rumbo de mi familia fue cambiando cada año o cada dos años, dependiendo de las obras viales que supervisaba mi padre.




Con mi abuela materna, el contacto dependía solamente de nuestras vacaciones en San Juan o de las temporadas en que nos tocaba vivir allí por un corto tiempo, hasta que aparecía un trabajo mejor.  Ella no salía de su casa por razones de salud y jamás nos visitó en nuestra casa, ni siquiera cuando vivíamos en la misma ciudad.  Cuando estábamos en otra provincia no había intercambio de cartas, tampoco había mucho diálogo con ella cuando la visitábamos o cuando nos tocaba quedarnos al cuidado de la familia materna cuando mis padres estaban de viaje.  Cuento la historia con ella en el libro La Herencia Silenciosa.




Con mi abuela paterna (mi abuela mágica), el contacto era más fluido.  Si bien no nos permitían (a mi hermano y a mí) quedarnos a dormir en su casa, nos escribíamos cartas cuando vivíamos lejos y mi padre pagaba cada año un viaje para que mis abuelos paternos conocieran el lugar donde vivíamos y pasaran tiempo con nosotros.  Aunque la relación no fue constante durante la infancia, la intensidad del vínculo y la energía amorosa de mi abuela paterna fueron mi sostén emocional durante mi adolescencia y una buena parte de mi juventud y vida como madre.  Cuento su historia en el Pack multimedia El Jardín de mi Abuela.

Cuando yo era niña y adolescente, no existía internet ni las redes sociales, los vínculos afectivos dependían exclusivamente de la energía invisible, ese puente que nos conecta a miles de kilómetros de distancia y nos permite sentir la presencia o la ausencia de una persona.  Las cartas (enviadas por correo postal) podían ayudar, pero tardaban tanto tiempo en llegar que las noticias recibidas podían quedar desactualizadas al momento de leerlas; no existía una inmediatez de contacto.  Las llamadas telefónicas (por línea telefónica) eran muy caras así es que sólo se reservaban para urgencias.

Ambas abuelas se resignaron a las elecciones de vida de sus hijos y a las limitaciones de contacto y posibilidades de compartir momentos que ellas añoraban.  Había una tristeza queda, esa que anida en el corazón por la privación de la alegría; es decir, una tristeza causada por la ausencia y por las ganas contenidas de compartir el amor con libertad absoluta.




Creo que sin importar las circunstancias de vida, todas las madres (con el nido vacío) y todas las abuelas compartimos una secreta esperanza de recibir un llamado, una visita o una invitación.

Están las madres, suegras y abuelas metiches, esas que interfieren y hostigan con sus exigencias y presencia forzada; pero estamos las madres y abuelas que nos hacemos invisibles, que callamos nuestras necesidades y cuidamos nuestras palabras para no  crear designios en las alas de nuestros hijos y nietos amados.

Las madres y abuelas invisibles nos resignamos, aceptamos y sobre todo, guardamos silencio, pero nuestro corazón sigue cultivando amor, bendiciones y plegarias que trascienden toda frontera geográfica o cualquier exilio familiar.




Mis hijos no fueron la excepción a la historia de abuelas ausentes en la familia.  Cuando eran muy pequeños y aún vivíamos en San Juan, su abuela materna vivía en otra provincia (Mendoza) y el contacto dependía de visitas esporádicas en ambos sentidos.  Con la abuela paterna, el vínculo sólo dependía de que yo los llevara de visita o los dejara a su cuidado eventualmente, ya que sus abuelos paternos jamás nos visitaban en nuestra casa.

Luego de nuestro éxodo a Mendoza, la abuela paterna quedó ausente para siempre: no hubo cartas, ni visitas por parte de ella.  Sólo quedó el vínculo con la abuela materna que vivía entonces en la misma ciudad.  Durante nuestra residencia en Mendoza, se sumó al corazón de mis hijos el vínculo amoroso con su bisabuela (mi abuela mágica).



Mi primera nieta y yo

Debo confesar que cuando supe que sería abuela a los 40 años, una parte mía se resistía, sentía que eso me avejentaba y pedí ser llamada Bubu o Abu Sue, porque la palabra abuela me parecía vocabulario de viejas. Sin embargo, cuando conocí a mi primera nieta, el vínculo fue tan poderoso y tan mágico que pasar tiempo con ella y saludar juntas a los árboles a nuestro paso, me parecía lo más bonito del mundo.

Cuando una trasciende las limitaciones de su propio ego y de su vanidad femenina, una se da cuenta que esos nietos son una prolongación de nuestra energía, de nuestra existencia en este planeta.  Es decir, esos seres luminosos no estarían aquí, si nosotras no hubiéramos engendrado a nuestros hijos.




Soy abuela (ausente y exiliada) de 12 nietos en total.

Mi hija mayor, tiene 7 hijos.  Con las 4 nietas mayores pude crear un vínculo desde el comienzo, un vínculo que a pesar de la distancia geográfica sostenemos a través de whatsapp.  Si bien he tenido la oportunidad de conocer a los 3 menores y compartir algunos momentos con ellos, el vínculo se sostiene más por la referencia que tienen de sus hermanas mayores y por los contactos telefónicos esporádicos.  La abuela paterna de 6 de ellos se parece bastante a la abuela paterna que tuvieron mis hijos, son de esas abuelas que sólo esperan ser visitadas pero no van de visita ni tampoco viajan.  Así es que en la ciudad donde viven desde hace un par de años, están huérfanos de abuelas, por así decirlo.  En cuanto al menor de los niños, su abuela paterna no ha estado nunca en el mapa de su vida.

Mi hijo del medio, tiene una pequeña niña (menor de un año) a la que no conozco en persona.  El vínculo con ella fue establecido por su Alma cuando aún estaba en gestación y se sostiene a través de sus visitas en sueños, intercambio de fotos, vídeos y audios.  Su alma me conoce, su persona aún no.  Su abuela materna falleció casi al mes de su nacimiento, así es que su vida también carece de la presencia (física) de sus abuelas.

Mi hija menor tiene 4 hijos.  Con los tres mayores tuve la oportunidad de compartir diferentes etapas de sus vidas, pero desde hace varios años, el exilio familiar ha impedido cualquier tipo de contacto (tangible, audible o visible).  A la niña más pequeña no la conozco, no hubo un puente disponible con su alma y tampoco la conozco físicamente.  La abuela paterna de los dos niños mayores estuvo presente en alguna etapa de sus vidas, pero ahora está exiliada (por razones diferentes a las mías pero también complicadas).  La abuela paterna de los dos niños menores ya no estaba en esta dimensión cuando ellos nacieron, había fallecido cuando el padre de los niños era aún un niño.

Sé que todos mis nietos tienen abuelas adoptivas, que siempre hay mujeres dispuestas a apapacharlos y mimarlos, tal como sucedió con mis hijos cuando eran pequeños y adolescentes.  La vida siempre compensa y cuando nos faltan vínculos familiares (genéticos) el universo nos regala seres que nos eligen desde su corazón.

Mi mente analítica de Virgo se pregunta: ¿por qué ha sucedido esto?  ¿Por qué corremos esta suerte las abuelas y nietos de mi familia?




No sé si hay una razón, al menos que yo pueda comprender ahora.  Seguramente es parte del camino evolutivo de la familia como árbol y de cada una de las almas en su individualidad.

Estoy segura que la energía invisible de las abuelas es una bendición que no todos reconocemos y aceptamos.

Justamente, hace unos días leía un libro de un escritor especialista en el mundo de los espíritus, que señala que pocos entendemos cómo funciona la energía eléctrica, internet, las microondas o incluso las comunicaciones de telefonía en la modernidad.  Sin embargo, estamos seguros de que nos permiten hacer la vida y el trabajo más cómodo y más efectivo.  Son energías invisibles, ondas con un comportamiento que están más allá del entendimiento racional de una persona promedio.  Salvo que sea un científico o una persona con capacidades intelectuales destacadas, la mayoría poco comprendemos de estas energías invisibles.  Entonces, según el escritor, ¿por qué dudamos de las energías invisibles del mundo espiritual?

Estamos todos en el mismo mar de energías, algunos somos conscientes de nuestra interacción, algunos estamos encarnados en un cuerpo físico y otras almas están simplemente flotando en su forma sutil.

En el árbol familiar, mi abuela paterna sigue presente con su energía amorosa para hijos, nietos, bisnietos y tataranietos.  La abuela paterna de mis hijos ha hecho algunas visitas (falleció cuando mis hijos eran pre-adolescentes) cuando la energía de ese grupo está complicada y afecta a mis hijos. Con la abuela materna de la bebé más pequeña hay un puente establecido desde el día que hizo su transición y a través del puente que tejió el alma de mi nieta.  Con su abuela materna formamos un equipo de abuelas que la custodian, protegen y guían.




No me considero una abuela ausente, me considero una abuela invisible físicamente en algunos casos y exiliada en otros casos.

Creo que en cualquier relación afectiva estamos ausentes cuando estamos enfocados en nuestras necesidades y carencias, cuando somos incapaces de ver al otro con su esencia, sus emociones y sus propias necesidades.

Creo también que somos considerados ausentes cuando una persona herida cierra las puertas de su corazón y elige sentirse no amado/a porque la forma en que amamos no alcanza, no llena sus vacíos ni cura sus heridas.

Me ha llevado tiempo aceptar las ausencias y distancias, el exilio, los malos entendidos y los caminos divergentes.

Estoy presente en Alma y en Espíritu, siempre, bendigo, amo y sostengo un Puente para quien quiera transitarlo.  Soy un faro en un océano de tempestades y procuro que mi Luz sea nítida y brillante para que si alguno de los barcos me busca, pueda encontrarme.  Cada vez que escribo, cada vez que creo vídeos, imagino que algún día, los nietos ausentes, los encuentran y con ellos comienzan su propio camino de sanación y descubrimiento.

Mientras tanto, estoy presente con mi voz para quienes así lo permiten, tejo abrazos cósmicos, bendigo con palabras y contemplo amorosamente en el silencio.  Puede que mi ausencia sea necesaria en sus vidas, sólo Dios sabe y en Él confío.

Abue Sue / Bubu

Otoño de 2024

Carta a mis hijos / nietos

De madres e hijos 

Nota: creo que quienes tuvimos la suerte (o tenemos) de contar con la presencia (aunque sea invisible) de una abuela mágica en nuestra vida, llevamos en nuestro corazón un tesoro que puede encender su luz cada vez que lo necesitamos.




viernes, 12 de abril de 2024

Confianza desmedida

Las memorias pueden registrarse en nuestro sistema en diferentes formas y colores; algunas se agrupan por aromas, otras por datos concretos como fechas y aniversarios y unas pocas se activan con un estado del clima, una sensación física de un momento casi idéntico en otro punto del calendario.

Como un hilo conductor invisible, hay un arroyo subterráneo que dormita en el olvido forzado, ese que nos permite disfrutar el presente a pesar de las incertidumbres y las tragedias.

Bastará una gota, un segundo, un parpadeo y el arroyo podrá desbordarse creando cascadas de emociones que pujan por tener su protagonismo.

Entonces, alcanza con un día de invierno anticipado en un otoño que aún jugaba a ser verano; un par de noches bajo mantas que no logran disimular las corrientes gélidas en las ventanas imperfectas;  la memoria intacta de tiempos inciertos y una vida comprimida en valijas y cajas.




Imprevistamente y sin aviso, los fracasos se multiplican en efecto dominó; son días en que las bendiciones parecen no bastar y una siente que todo el esfuerzo y el esmero no ha sido más que un pasatiempo sin huella aparente allí donde se cuecen los logros y méritos.

Las matemáticas se convierten en cálculos tiranos que tamizan todo con la inescrupulosa frialdad de cifras con más pena que gloria.

Hay un cuco que asoma en la puerta entreabierta de un ropero en desgracia, hay una pesadilla bajo la cama que acecha en las noches de insomnio; una juega a ser adulta y a vivir en positivo, pero el calendario anuncia sin piedad un vencimiento que se acerca con estos días de invierno.




Hace casi tres años, desde una actitud terriblemente derrotista, renunciaba a todo proyecto personal y profesional, asumiendo mis fracasos como única constante de una vida marcada por carencias, pérdidas y desaciertos.  El nuevo destino fue elegido desde un listado de ciudades liberadas de restricciones para la pandemia de turno.    Ya no tenía sueños ni esperanzas, no había planes fantásticos ni alegrías agazapadas a la vuelta de la esquina.

En una rara combinación de días grises y memorias grabadas en los huesos, todas las emociones se agolparon para dejarme abatida como entonces.  No soy la misma, eso creo, siento que he aprendido, sanado y transformado mucho dentro de mí.  Aún así,  no ha habido grandes mejoras en la vida tangible y cotidiana, no hay estabilidad económica y tampoco proyectos que florezcan anunciando tiempos mejores.

Aunque descosa mi mente y estruje mis ideas hasta trenzar lo imposible, no tengo respuestas ni certezas, no tengo recursos para planear ni siquiera mi vida durante el fin de semana.  He hecho todo lo que estaba a mi alcance y más en estos tres años, he sembrado con pasión, con amor y con dedicación; he cultivado mis dones y talentos y he creado contenidos en diferentes formatos y plataformas.




Estos días sin sol (aparente) me invitan a la comparación inevitable:

  •      la hostilidad que parecía expulsarme de los lugares hace tres años no es parte de mi vida ahora; a cambio hay una paz cotidiana, una calma que viene de la invisibilidad y la indiferencia, como si hubiera estado a salvo en una burbuja atemporal.
  •      En aquellos tiempos seguía buscando excusas para morir, razones para desvanecerme sin dejar rastro; hoy en cambio, busco razones para permanecer, disfrutar y vivir siendo quien Soy en verdad.
  •      Hay una confianza desmedida en Dios y en mi misma que me sostiene aún en los días más difíciles.


Según el diccionario de sinónimos:

Desmedida: desmesurada / enorme, gigantesco.




Siento que este año es una verdadera prueba de fe y de confianza, esa fe basada en la certeza de que Dios todo lo puede, aunque no haya una sola evidencia de que estaré a salvo dentro de dos meses.

Confío en ese Dios que llega con sus huestes en el último instante en que la daga parece caer sobre nuestra cabeza; creo en ese Dios que orquestó fuerzas mágicas para levantarme en vilo de la arena de los leones hace tres años atrás y me depositó en una coordenada diferente con la misma facilidad con que se desliza una pluma.

Confío en mi siembra, en cada una de las semillas, en todo el amor puesto en mi trabajo.  Creo en que tanta inspiración Divina no puede quedar adormecida en archivos que nadie consulta; confío en que todo es energía y en el momento propicio serán más lectores que libros y las semillas se multiplicarán en el don de la palabra leída.  Confío en que Dios me sostiene aquí en esta dimensión con un propósito que no alcanzo a comprender desde mi mente estrecha.




He dejado de responder preguntas, porque no tengo respuestas diferentes y porque ya no quiero justificarme como si estuviera fallada o fuera un fracaso andante.  He dejado de medirme con otras personas y de comparar mis logros en base a realidades diametralmente diferentes.

Puede que muchas personas hayan dejado de confiar en mí porque no puedo diagramar mi vida en una planilla de cálculos.  Esa es una  medida de confianza que cotiza demasiado en la bolsa de valores de la vida.

Creo que la verdadera confianza es esa que Dios sostiene cada día, cuando apuesta su Voluntad y Gracia Divina para encomendarme sus mandados y considerarme una digna mensajera de su palabra.

Creo que la verdadera confianza es esa que Dios me pide cada día, cuando me dicta renglones que nadie parece leer y me invita a disfrutar la gloria de sus cielos, aún cuando el sol parece esquivo.

Siento que la verdadera confianza es esa que hoy no tengo, porque las estadísticas de mis tiendas y mis plataformas de difusión no me permiten elegir cómo vivir mi vida; y sin embargo, sé que quizá mañana o dos días después, mi cielo interior se despeje y Dios me recuerde que siempre hay un milagro disponible para el corazón que cree.

Me he pasado la vida juzgándome y permitiendo que otros me juzguen; teniendo conversaciones mentales o reales para justificar mis errores y fracasos; intentado lograr aquello que me haría sentir aceptada y celebrada; buscando encajar en sitios donde nunca pertenecí; guardando silencio para no despertar demonios ajenos y ocultando mis colores para no ofender corazones grises.

Soy, por así decirlo, una aprendiz tardía que experimenta lo que significa vivir como una Hija de Dios.  Siento que mientras más me acerco a Él, más lejos estoy de otros seres humanos y eso a veces me entristece.  Con Dios puedo ser tal como soy, conoce mis miserias y mis bendiciones, mis defectos y mis virtudes, y aún así me ama incondicionalmente y me alienta a continuar sin disimular nada de mi esencia.




Una aprende a mantener distancia con las personas que ama, porque sabernos la causa de su decepción, su preocupación o su angustia, no hace más que multiplicar el desánimo y la desconfianza.  En el fondo, de eso se trata todo, el buen amor confía.  El buen amor confía en que la persona podrá superar todas las dificultades siendo así como es, con sus dones y talentos, con sus debilidades y fortalezas.  El buen amor confía en que Dios le dará a esa persona amada las oportunidades necesarias para encontrar Su propio camino sin necesidad de renunciar a la alegría de Ser.

En esta tarde gris, me doy permiso para sentirme abatida, abrumada, triste y llena de desesperanza.  Hoy me permito acumular ganas de todo eso que me gustaría hacer y no tengo recursos para llevarlo a cabo.  Llueve afuera, llueve aquí dentro en el corazón y hasta una mueca de sonrisa se convierte en un esbozo de lágrima.  Me encantaría que fuera una lluvia de milagros y bendiciones, de semillas florecidas y frutos cosechados, de placeres permitidos, de alivios inesperados y de almanaques sin vencimientos.

Pero hoy es hoy, aquí y ahora y tengo demasiadas razones para sentirme extenuada.  Sólo Dios sabe y con eso me basta. Hoy la incertidumbre me acosa y me vence con sólo insinuarse; pero aún así, he aprendido a confiar, de forma desmedida, en que una mañana, sin razón aparente sonreiré nuevamente y aún el milagro más pequeño creará cielos de colores.

Susannah Lorenzo /Tejedora destejida

12 de abril de 2024

 


Puedes descargar mi Hoja de Ruta y Catálogo de Publicaciones en este enlace

Email: puentesenvuelo@gmail.com

Website: https://susannahlorenzo.wordpress.com

Tienda desde Argentina: https://susannahlorenzo.empretienda.com.ar

Tienda Internacional: https://tiendasusannahlorenzo.company.site/

Canal principal de YouTube

https://www.youtube.com/c/SusannahLorenzo