domingo, 28 de abril de 2024

Abuelas ausentes



En uno de esos momentos en que me permito extrañar mi rol de abuela y el cariño de mis nietos, me di cuenta que vengo de una historia de abuelas ausentes, exiliadas o invisibles, por así decirlo.

La primera mudanza fuera de la provincia natal fue cuando yo tenía 4 años y desde ahí el rumbo de mi familia fue cambiando cada año o cada dos años, dependiendo de las obras viales que supervisaba mi padre.




Con mi abuela materna, el contacto dependía solamente de nuestras vacaciones en San Juan o de las temporadas en que nos tocaba vivir allí por un corto tiempo, hasta que aparecía un trabajo mejor.  Ella no salía de su casa por razones de salud y jamás nos visitó en nuestra casa, ni siquiera cuando vivíamos en la misma ciudad.  Cuando estábamos en otra provincia no había intercambio de cartas, tampoco había mucho diálogo con ella cuando la visitábamos o cuando nos tocaba quedarnos al cuidado de la familia materna cuando mis padres estaban de viaje.  Cuento la historia con ella en el libro La Herencia Silenciosa.




Con mi abuela paterna (mi abuela mágica), el contacto era más fluido.  Si bien no nos permitían (a mi hermano y a mí) quedarnos a dormir en su casa, nos escribíamos cartas cuando vivíamos lejos y mi padre pagaba cada año un viaje para que mis abuelos paternos conocieran el lugar donde vivíamos y pasaran tiempo con nosotros.  Aunque la relación no fue constante durante la infancia, la intensidad del vínculo y la energía amorosa de mi abuela paterna fueron mi sostén emocional durante mi adolescencia y una buena parte de mi juventud y vida como madre.  Cuento su historia en el Pack multimedia El Jardín de mi Abuela.

Cuando yo era niña y adolescente, no existía internet ni las redes sociales, los vínculos afectivos dependían exclusivamente de la energía invisible, ese puente que nos conecta a miles de kilómetros de distancia y nos permite sentir la presencia o la ausencia de una persona.  Las cartas (enviadas por correo postal) podían ayudar, pero tardaban tanto tiempo en llegar que las noticias recibidas podían quedar desactualizadas al momento de leerlas; no existía una inmediatez de contacto.  Las llamadas telefónicas (por línea telefónica) eran muy caras así es que sólo se reservaban para urgencias.

Ambas abuelas se resignaron a las elecciones de vida de sus hijos y a las limitaciones de contacto y posibilidades de compartir momentos que ellas añoraban.  Había una tristeza queda, esa que anida en el corazón por la privación de la alegría; es decir, una tristeza causada por la ausencia y por las ganas contenidas de compartir el amor con libertad absoluta.




Creo que sin importar las circunstancias de vida, todas las madres (con el nido vacío) y todas las abuelas compartimos una secreta esperanza de recibir un llamado, una visita o una invitación.

Están las madres, suegras y abuelas metiches, esas que interfieren y hostigan con sus exigencias y presencia forzada; pero estamos las madres y abuelas que nos hacemos invisibles, que callamos nuestras necesidades y cuidamos nuestras palabras para no  crear designios en las alas de nuestros hijos y nietos amados.

Las madres y abuelas invisibles nos resignamos, aceptamos y sobre todo, guardamos silencio, pero nuestro corazón sigue cultivando amor, bendiciones y plegarias que trascienden toda frontera geográfica o cualquier exilio familiar.




Mis hijos no fueron la excepción a la historia de abuelas ausentes en la familia.  Cuando eran muy pequeños y aún vivíamos en San Juan, su abuela materna vivía en otra provincia (Mendoza) y el contacto dependía de visitas esporádicas en ambos sentidos.  Con la abuela paterna, el vínculo sólo dependía de que yo los llevara de visita o los dejara a su cuidado eventualmente, ya que sus abuelos paternos jamás nos visitaban en nuestra casa.

Luego de nuestro éxodo a Mendoza, la abuela paterna quedó ausente para siempre: no hubo cartas, ni visitas por parte de ella.  Sólo quedó el vínculo con la abuela materna que vivía entonces en la misma ciudad.  Durante nuestra residencia en Mendoza, se sumó al corazón de mis hijos el vínculo amoroso con su bisabuela (mi abuela mágica).



Mi primera nieta y yo

Debo confesar que cuando supe que sería abuela a los 40 años, una parte mía se resistía, sentía que eso me avejentaba y pedí ser llamada Bubu o Abu Sue, porque la palabra abuela me parecía vocabulario de viejas. Sin embargo, cuando conocí a mi primera nieta, el vínculo fue tan poderoso y tan mágico que pasar tiempo con ella y saludar juntas a los árboles a nuestro paso, me parecía lo más bonito del mundo.

Cuando una trasciende las limitaciones de su propio ego y de su vanidad femenina, una se da cuenta que esos nietos son una prolongación de nuestra energía, de nuestra existencia en este planeta.  Es decir, esos seres luminosos no estarían aquí, si nosotras no hubiéramos engendrado a nuestros hijos.




Soy abuela (ausente y exiliada) de 12 nietos en total.

Mi hija mayor, tiene 7 hijos.  Con las 4 nietas mayores pude crear un vínculo desde el comienzo, un vínculo que a pesar de la distancia geográfica sostenemos a través de whatsapp.  Si bien he tenido la oportunidad de conocer a los 3 menores y compartir algunos momentos con ellos, el vínculo se sostiene más por la referencia que tienen de sus hermanas mayores y por los contactos telefónicos esporádicos.  La abuela paterna de 6 de ellos se parece bastante a la abuela paterna que tuvieron mis hijos, son de esas abuelas que sólo esperan ser visitadas pero no van de visita ni tampoco viajan.  Así es que en la ciudad donde viven desde hace un par de años, están huérfanos de abuelas, por así decirlo.  En cuanto al menor de los niños, su abuela paterna no ha estado nunca en el mapa de su vida.

Mi hijo del medio, tiene una pequeña niña (menor de un año) a la que no conozco en persona.  El vínculo con ella fue establecido por su Alma cuando aún estaba en gestación y se sostiene a través de sus visitas en sueños, intercambio de fotos, vídeos y audios.  Su alma me conoce, su persona aún no.  Su abuela materna falleció casi al mes de su nacimiento, así es que su vida también carece de la presencia (física) de sus abuelas.

Mi hija menor tiene 4 hijos.  Con los tres mayores tuve la oportunidad de compartir diferentes etapas de sus vidas, pero desde hace varios años, el exilio familiar ha impedido cualquier tipo de contacto (tangible, audible o visible).  A la niña más pequeña no la conozco, no hubo un puente disponible con su alma y tampoco la conozco físicamente.  La abuela paterna de los dos niños mayores estuvo presente en alguna etapa de sus vidas, pero ahora está exiliada (por razones diferentes a las mías pero también complicadas).  La abuela paterna de los dos niños menores ya no estaba en esta dimensión cuando ellos nacieron, había fallecido cuando el padre de los niños era aún un niño.

Sé que todos mis nietos tienen abuelas adoptivas, que siempre hay mujeres dispuestas a apapacharlos y mimarlos, tal como sucedió con mis hijos cuando eran pequeños y adolescentes.  La vida siempre compensa y cuando nos faltan vínculos familiares (genéticos) el universo nos regala seres que nos eligen desde su corazón.

Mi mente analítica de Virgo se pregunta: ¿por qué ha sucedido esto?  ¿Por qué corremos esta suerte las abuelas y nietos de mi familia?




No sé si hay una razón, al menos que yo pueda comprender ahora.  Seguramente es parte del camino evolutivo de la familia como árbol y de cada una de las almas en su individualidad.

Estoy segura que la energía invisible de las abuelas es una bendición que no todos reconocemos y aceptamos.

Justamente, hace unos días leía un libro de un escritor especialista en el mundo de los espíritus, que señala que pocos entendemos cómo funciona la energía eléctrica, internet, las microondas o incluso las comunicaciones de telefonía en la modernidad.  Sin embargo, estamos seguros de que nos permiten hacer la vida y el trabajo más cómodo y más efectivo.  Son energías invisibles, ondas con un comportamiento que están más allá del entendimiento racional de una persona promedio.  Salvo que sea un científico o una persona con capacidades intelectuales destacadas, la mayoría poco comprendemos de estas energías invisibles.  Entonces, según el escritor, ¿por qué dudamos de las energías invisibles del mundo espiritual?

Estamos todos en el mismo mar de energías, algunos somos conscientes de nuestra interacción, algunos estamos encarnados en un cuerpo físico y otras almas están simplemente flotando en su forma sutil.

En el árbol familiar, mi abuela paterna sigue presente con su energía amorosa para hijos, nietos, bisnietos y tataranietos.  La abuela paterna de mis hijos ha hecho algunas visitas (falleció cuando mis hijos eran pre-adolescentes) cuando la energía de ese grupo está complicada y afecta a mis hijos. Con la abuela materna de la bebé más pequeña hay un puente establecido desde el día que hizo su transición y a través del puente que tejió el alma de mi nieta.  Con su abuela materna formamos un equipo de abuelas que la custodian, protegen y guían.




No me considero una abuela ausente, me considero una abuela invisible físicamente en algunos casos y exiliada en otros casos.

Creo que en cualquier relación afectiva estamos ausentes cuando estamos enfocados en nuestras necesidades y carencias, cuando somos incapaces de ver al otro con su esencia, sus emociones y sus propias necesidades.

Creo también que somos considerados ausentes cuando una persona herida cierra las puertas de su corazón y elige sentirse no amado/a porque la forma en que amamos no alcanza, no llena sus vacíos ni cura sus heridas.

Me ha llevado tiempo aceptar las ausencias y distancias, el exilio, los malos entendidos y los caminos divergentes.

Estoy presente en Alma y en Espíritu, siempre, bendigo, amo y sostengo un Puente para quien quiera transitarlo.  Soy un faro en un océano de tempestades y procuro que mi Luz sea nítida y brillante para que si alguno de los barcos me busca, pueda encontrarme.  Cada vez que escribo, cada vez que creo vídeos, imagino que algún día, los nietos ausentes, los encuentran y con ellos comienzan su propio camino de sanación y descubrimiento.

Mientras tanto, estoy presente con mi voz para quienes así lo permiten, tejo abrazos cósmicos, bendigo con palabras y contemplo amorosamente en el silencio.  Puede que mi ausencia sea necesaria en sus vidas, sólo Dios sabe y en Él confío.

Abue Sue / Bubu

Otoño de 2024

Carta a mis hijos / nietos

De madres e hijos 

Nota: creo que quienes tuvimos la suerte (o tenemos) de contar con la presencia (aunque sea invisible) de una abuela mágica en nuestra vida, llevamos en nuestro corazón un tesoro que puede encender su luz cada vez que lo necesitamos.




viernes, 12 de abril de 2024

Confianza desmedida

Las memorias pueden registrarse en nuestro sistema en diferentes formas y colores; algunas se agrupan por aromas, otras por datos concretos como fechas y aniversarios y unas pocas se activan con un estado del clima, una sensación física de un momento casi idéntico en otro punto del calendario.

Como un hilo conductor invisible, hay un arroyo subterráneo que dormita en el olvido forzado, ese que nos permite disfrutar el presente a pesar de las incertidumbres y las tragedias.

Bastará una gota, un segundo, un parpadeo y el arroyo podrá desbordarse creando cascadas de emociones que pujan por tener su protagonismo.

Entonces, alcanza con un día de invierno anticipado en un otoño que aún jugaba a ser verano; un par de noches bajo mantas que no logran disimular las corrientes gélidas en las ventanas imperfectas;  la memoria intacta de tiempos inciertos y una vida comprimida en valijas y cajas.




Imprevistamente y sin aviso, los fracasos se multiplican en efecto dominó; son días en que las bendiciones parecen no bastar y una siente que todo el esfuerzo y el esmero no ha sido más que un pasatiempo sin huella aparente allí donde se cuecen los logros y méritos.

Las matemáticas se convierten en cálculos tiranos que tamizan todo con la inescrupulosa frialdad de cifras con más pena que gloria.

Hay un cuco que asoma en la puerta entreabierta de un ropero en desgracia, hay una pesadilla bajo la cama que acecha en las noches de insomnio; una juega a ser adulta y a vivir en positivo, pero el calendario anuncia sin piedad un vencimiento que se acerca con estos días de invierno.




Hace casi tres años, desde una actitud terriblemente derrotista, renunciaba a todo proyecto personal y profesional, asumiendo mis fracasos como única constante de una vida marcada por carencias, pérdidas y desaciertos.  El nuevo destino fue elegido desde un listado de ciudades liberadas de restricciones para la pandemia de turno.    Ya no tenía sueños ni esperanzas, no había planes fantásticos ni alegrías agazapadas a la vuelta de la esquina.

En una rara combinación de días grises y memorias grabadas en los huesos, todas las emociones se agolparon para dejarme abatida como entonces.  No soy la misma, eso creo, siento que he aprendido, sanado y transformado mucho dentro de mí.  Aún así,  no ha habido grandes mejoras en la vida tangible y cotidiana, no hay estabilidad económica y tampoco proyectos que florezcan anunciando tiempos mejores.

Aunque descosa mi mente y estruje mis ideas hasta trenzar lo imposible, no tengo respuestas ni certezas, no tengo recursos para planear ni siquiera mi vida durante el fin de semana.  He hecho todo lo que estaba a mi alcance y más en estos tres años, he sembrado con pasión, con amor y con dedicación; he cultivado mis dones y talentos y he creado contenidos en diferentes formatos y plataformas.




Estos días sin sol (aparente) me invitan a la comparación inevitable:

  •      la hostilidad que parecía expulsarme de los lugares hace tres años no es parte de mi vida ahora; a cambio hay una paz cotidiana, una calma que viene de la invisibilidad y la indiferencia, como si hubiera estado a salvo en una burbuja atemporal.
  •      En aquellos tiempos seguía buscando excusas para morir, razones para desvanecerme sin dejar rastro; hoy en cambio, busco razones para permanecer, disfrutar y vivir siendo quien Soy en verdad.
  •      Hay una confianza desmedida en Dios y en mi misma que me sostiene aún en los días más difíciles.


Según el diccionario de sinónimos:

Desmedida: desmesurada / enorme, gigantesco.




Siento que este año es una verdadera prueba de fe y de confianza, esa fe basada en la certeza de que Dios todo lo puede, aunque no haya una sola evidencia de que estaré a salvo dentro de dos meses.

Confío en ese Dios que llega con sus huestes en el último instante en que la daga parece caer sobre nuestra cabeza; creo en ese Dios que orquestó fuerzas mágicas para levantarme en vilo de la arena de los leones hace tres años atrás y me depositó en una coordenada diferente con la misma facilidad con que se desliza una pluma.

Confío en mi siembra, en cada una de las semillas, en todo el amor puesto en mi trabajo.  Creo en que tanta inspiración Divina no puede quedar adormecida en archivos que nadie consulta; confío en que todo es energía y en el momento propicio serán más lectores que libros y las semillas se multiplicarán en el don de la palabra leída.  Confío en que Dios me sostiene aquí en esta dimensión con un propósito que no alcanzo a comprender desde mi mente estrecha.




He dejado de responder preguntas, porque no tengo respuestas diferentes y porque ya no quiero justificarme como si estuviera fallada o fuera un fracaso andante.  He dejado de medirme con otras personas y de comparar mis logros en base a realidades diametralmente diferentes.

Puede que muchas personas hayan dejado de confiar en mí porque no puedo diagramar mi vida en una planilla de cálculos.  Esa es una  medida de confianza que cotiza demasiado en la bolsa de valores de la vida.

Creo que la verdadera confianza es esa que Dios sostiene cada día, cuando apuesta su Voluntad y Gracia Divina para encomendarme sus mandados y considerarme una digna mensajera de su palabra.

Creo que la verdadera confianza es esa que Dios me pide cada día, cuando me dicta renglones que nadie parece leer y me invita a disfrutar la gloria de sus cielos, aún cuando el sol parece esquivo.

Siento que la verdadera confianza es esa que hoy no tengo, porque las estadísticas de mis tiendas y mis plataformas de difusión no me permiten elegir cómo vivir mi vida; y sin embargo, sé que quizá mañana o dos días después, mi cielo interior se despeje y Dios me recuerde que siempre hay un milagro disponible para el corazón que cree.

Me he pasado la vida juzgándome y permitiendo que otros me juzguen; teniendo conversaciones mentales o reales para justificar mis errores y fracasos; intentado lograr aquello que me haría sentir aceptada y celebrada; buscando encajar en sitios donde nunca pertenecí; guardando silencio para no despertar demonios ajenos y ocultando mis colores para no ofender corazones grises.

Soy, por así decirlo, una aprendiz tardía que experimenta lo que significa vivir como una Hija de Dios.  Siento que mientras más me acerco a Él, más lejos estoy de otros seres humanos y eso a veces me entristece.  Con Dios puedo ser tal como soy, conoce mis miserias y mis bendiciones, mis defectos y mis virtudes, y aún así me ama incondicionalmente y me alienta a continuar sin disimular nada de mi esencia.




Una aprende a mantener distancia con las personas que ama, porque sabernos la causa de su decepción, su preocupación o su angustia, no hace más que multiplicar el desánimo y la desconfianza.  En el fondo, de eso se trata todo, el buen amor confía.  El buen amor confía en que la persona podrá superar todas las dificultades siendo así como es, con sus dones y talentos, con sus debilidades y fortalezas.  El buen amor confía en que Dios le dará a esa persona amada las oportunidades necesarias para encontrar Su propio camino sin necesidad de renunciar a la alegría de Ser.

En esta tarde gris, me doy permiso para sentirme abatida, abrumada, triste y llena de desesperanza.  Hoy me permito acumular ganas de todo eso que me gustaría hacer y no tengo recursos para llevarlo a cabo.  Llueve afuera, llueve aquí dentro en el corazón y hasta una mueca de sonrisa se convierte en un esbozo de lágrima.  Me encantaría que fuera una lluvia de milagros y bendiciones, de semillas florecidas y frutos cosechados, de placeres permitidos, de alivios inesperados y de almanaques sin vencimientos.

Pero hoy es hoy, aquí y ahora y tengo demasiadas razones para sentirme extenuada.  Sólo Dios sabe y con eso me basta. Hoy la incertidumbre me acosa y me vence con sólo insinuarse; pero aún así, he aprendido a confiar, de forma desmedida, en que una mañana, sin razón aparente sonreiré nuevamente y aún el milagro más pequeño creará cielos de colores.

Susannah Lorenzo /Tejedora destejida

12 de abril de 2024

 


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jueves, 1 de febrero de 2024

El vacío y la tortuga


Este largo enero, convertido en una hibernación forzada (a 40ºC), en medio de una racha de pobreza, silencio, ‘invisibilidad’ y bloqueos energéticos, me hizo recordar al enero de 2017.




En aquel momento llevaba más de un año intentando forzar una vida que me ‘negaba’ todo lo que yo intentaba recuperar: familia, trabajo estable, reconocimiento profesional y familiar, alegría en el corazón y paz mental.  Mi provincia natal me había recibido con más hostilidad de la que esperaba y mis proyecciones de recuperar vínculos familiares habían fracasado.  Es que para reconstruir un puente hacen falta dos, es decir, las mismas intenciones y la misma dedicación de ambos lados.  Después de todo, es sabio aceptar que quien se va de nuestra vida, es porque no hay sitio apto para ellos en este presente o porque no se sienten a gusto con nuestra forma de ser.  Viajar al pasado para recuperar lo que nos fue arrebatado, puede resultar un viaje doloroso y desgastante, porque la vida siempre fluye hacia adelante.

Cada frase, cada actitud y cada decisión me definían como una víctima de las circunstancias, las personas dañinas o los chismes maliciosos que tergiversaban la realidad. Era una desempleada de 52 años llena de frustración, resentimiento e impotencia, y sobre todo, con el pasaporte siempre listo para cruzar a otra dimensión.

En aquel entonces, creía que sería el peor verano de mi vida; no hay que tentar la creatividad del universo, siempre puede haber peores.  Aunque todo es relativo, puede que aquel enero fuera mejor que éste en algunos aspectos mundanos y visibles; pero también es cierto que interna y profundamente este verano es mucho mejor.

Los veranos, por alguna razón que aún no termino de descubrir totalmente, suelen ser períodos de sequía, hibernación, dificultades y desafíos de supervivencia, en mi vida.  Creía en ese entonces, que la situación era pobrísima porque estuve más de un mes sin comprar alimentos y sobreviviendo a base de raciones de pan o tortitas.  Sin embargo, alcanzaba a pagar el alquiler y los servicios (agua, gas y electricidad) y pagaba el servicio de internet que me permitía trabajar y estudiar.  No sólo tenía la capacidad de pagar el lugar donde vivía, sino que cada tanto mi hija menor me invitaba a comer a su casa o me llevaba comida cuando se daba cuenta que estaba desaparecida por mucho tiempo.  En ese entonces, también conseguía las muestras gratuitas de mis medicamentos.

Fue una larga noche del alma porque casi dos años en mi ciudad natal habían sido más que suficientes para demostrar que el camino corporativo ya no era lo mío y que debía escuchar esa voz interior y esas señales que había ignorado durante años. 



En las épocas de supervivencia o bajo consumo, intento, en dosis adecuadas a mi bajo rendimiento mental, estudiar, aprender, actualizarme o indagar en mi interior para descubrir porque se me escapa la tortuga a pesar de mis esfuerzos y mis talentos.  Fue así que hice un Webinar de tres clases y me anoté para una Beca en B-School con Marie Forleo, que terminé ganando.  Lo que aprendí durante ese entrenamiento de Marketing 3.0 es que yo estaba fragmentada y la esencia de mi Alma estaba ausente de todas mis actividades profesionales.  Así, surgió la decisión de crear Puentes, un sitio web que integrara todo lo que soy y todo lo que hago.  Así nacieron las diferentes páginas en Facebook, especialmente PuentesTerapéuticos, que hasta ese momento, era un aspecto oculto y secretamente guardado en mi vida.  Lo demás es historia.



Las primeras ediciones artesanales antes de Puentes, en 2016


Mirando en retrospectiva, si yo hubiera ‘logrado’ todo aquello que quería con mi llegada a San Juan en 2015, probablemente me hubiera acomodado en esa vida que hacía felices a otros y que generaba esa aprobación familiar que yo siempre buscaba inconscientemente.  Es que yo creía que si hacía felices a los demás, yo podría ser feliz.  No se puede dar lo que no se tiene, y yo no tenía ni alegría, ni paz ni contento. 

Si todo hubiera resultado como yo había planeado, Puentes no existiría, al menos no manifestado, y menos aún el canal principalde YouTube y los diferentes Puentes tejidos con personas bonitas de la Comunidad.

Ese vacío y ese silencio (de señales propicias) durante la larga noche del alma en enero de 2017, fue la ‘muerte’ psíquica necesaria para dar luz a Puentes y para aceptar que yo podía elegir ser una persona desempleada o una persona emprendedora.




Esta noche oscura del alma en 2024 es peor que aquella en varios sentidos: no puedo pagar el alquiler por mí misma (recibo ayuda desde 2021), no hay invitaciones a comer ni comida que llega a mi puerta, no hay muestras de medicamentos gratuitos y la tortuga se sigue escapando, llevándome una clara ventaja.  Por otro lado, hay aspectos que son mucho mejores: el clima de esta ciudad es más benigno, tengo servicio de internet gratuito, la creatividad y la inspiración siguen fluyendo aunque esté famélica, me siento en paz y a gusto siendo quien Soy y haciendo lo que hago, ya no busco rescatar personas o situaciones del pasado, creo que el presente es mejor y el futuro puede serlo también, ya no llevo el pasaporte en la mano deseando cruzar a otra dimensión y sobre todo, ya no quiero ser la versión que era antes.

No creo en las casualidades y estoy convencida que todo lo que nos sucede en la vida, sobre todo lo que no podemos controlar, tiene un propósito y mientras más pronto lo descubramos y actuemos en consecuencia, más pronto superaremos la crisis.

He aprendido muchas cosas durante el enero que terminó anoche: he reconocido patrones de conducta y pensamiento, he indagado aún más en mi océano profundo de la sombra y he navegado por mi árbol genealógico para sanar herencias y linajes.  He estudiado, he observado, he escrito, he creado, he aprendido, he escuchado el silencio y he hecho las paces con el vacío.  Aún así, las energías siguen estancadas en un punto o las ventanas que se abren son tan efímeras y diminutas que no alcanzan para recuperar la salud, la claridad mental, el rendimiento y la libertad de desplazamiento.  La marea sigue baja y cuando comienza a acercarse, no llega a mojar mis pies, es solo un atisbo de esperanza en el horizonte.




Puentes cumplirá 7 años en quince días y por eso creo que esta sequía sostenida tiene mucho que ver con aquella crisis de 2017.  Escribir es una manera de ordenar la mente, desenredar la madeja y despejar la bruma.  Aún así, los mensajes siguen siendo los mismos: Ser en vez de hacer.  Se hace difícil, ser, brillar, alinearse, respirar en armonía y sonreír cuando el hambre te perturba y la salud se deteriora por la carencia económica.  Inevitablemente termino haciendo: creando promociones y descuentos, publicando colectas solidarias en las redes sociales o reinventando contenidos en la medida de las posibilidades físicas y mentales.  Nada cambia, el universo parece burlarse de mí diciendo: te dije que no era por ahí.

Cuando consulto a las Runas o las cartas del Tarot, el mensaje se repite: el arte de esperar con paciencia y confianza, el arte de hacer sin hacer.  Parece que vengo reprobando ese examen.




Mientras tanto, escribo, leo, canalizo, aprendo, estudio, descubro, escucho, respiro y miro los cielos siempre cambiantes.  Han sido siete años de siembra intensa, en medio de crisis mundiales y nacionales.  Quizá sea tiempo de confiar en las semillas, confiar en el maná que las bendice y reposar sin medir cada día cuántos centímetros ha crecido cada plantita.  Entonces, tal vez, la tortuga llegue silbando bajito, se acomode a mis pies y me diga: ahora si da gusto estar aquí.

En Dios confío.

En Mí confío.

Susannah Lorenzo / Susie

Mi siembra intensiva de 7 años



Nota:

2024 parece año de balances.

Puentes cumple 7 años.

Yo cumpliré 60 años.

Se vencerá el contrato de alquiler de tres años.

Se cumplen 3 años de mi mudanza a la ciudad de San Luis.

jueves, 25 de enero de 2024

Pedacito de Dios

Así como en medio de una crisis de dolor crónico, logras encontrar una posición de alivio, un ritmo de respiración y la curvatura precisa de la espalda para poder descansar, así sucede cuando te acomodas como un Pedacito de Dios.

En medio de la tormenta mental que no da tregua ni día ni noche, simplemente te aquietas y comprendes que ya nada puedes hacer.  Quizá, después de todo, nunca se trató de hacer ni de resolver.  Es una calma repentina e inexplicable porque la realidad sigue igual que dos horas atrás, cuando la desesperación gobernaba los pensamientos.

No hay motivos, ni certezas, ni respuestas, ni soluciones.  Simplemente dejas de preguntar y ya no tienes fuerzas para buscar.

Te rindes, pero no desde la derrota, sino de la confianza de que has hecho todo lo posible y más.  Desde la sabiduría de que no puedes controlar cómo  y cuándo; sencillamente es un acto de compasión propia, liberar toda tensión y expectativa.

Sea como sea, es el final de la agonía; no importa la forma ni las voces, sólo alcanza con saber que Dios me sostiene.  En sus brazos, cualquier viaje es un regalo.

Nunca es tarde para aprender que cada día es un viaje.  Algunos días somos el capitán de nuestro barco, o eso creemos.  Otros días, somos un pasajero adormecido por el vaivén de las olas. En ocasiones somos náufragos sin mapa, ni timón, atormentados en el océano de incertidumbre.  Y en el día de los milagros, somos un Pedacito de Dios flotando sobre la marea de la vida, dejándonos arrastrar por la corriente, sonriendo en la paz de que el Espíritu nos transforma.

Susannah Lorenzo©

23 de enero de 2024




He intentado plasmar en un dibujo digital (aún estoy de aprendiz), la visión que tuve, de flotar sobre un gran hoja de camalote, recostada sobre una flor de loto.

Si has disfrutado el texto y te gustaría que creara una Meditación Guiada a partir de él, deja por favor un comentario amoroso.

Mientras tanto, puedes disfrutar mis Meditaciones Guiadas en el canal principal de YouTube.

miércoles, 10 de enero de 2024

El reconocimiento profesional y su precio


Una charla profunda y extensa


Quienes no hemos sanado nuestras heridas emocionales de la infancia y adolescencia, buscamos el reconocimiento profesional del mismo modo que buscábamos llegar a casa con las mejores notas en la libreta de la escuela. 

En lo personal, era siempre la mejor del curso, la alumna aplicada y respetuosa, la que destacaba y era elogiada por profesores.  Es cierto que con mi nivel de inteligencia racional (matemática y lingüística) se me daba fácil tener buenas notas, terminar un examen en la mitad del tiempo que el resto y aprender con sólo hacer un resumen.  Pero también es cierto que el rendimiento escolar excelente era lo único que me permitía ser vista, reconocida y celebrada en el entorno familiar.

Probablemente haya también una influencia astral en mi rendimiento escolar y profesional: soy Virgo y como tal disfruto hacer bien las cosas, y cuando digo bien, digo perfecto.  Creo siempre que todo es mejorable, perfectible y posible y que si no se hace bien, no tiene sentido hacerlo.

Ese perfeccionismo y esa sed desmedida por el reconocimiento profesional, me ha llevado muchas veces a pasar por alto la falta de reconocimiento económico y a descuidar mi equilibrio de salud física, mental y emocional.

Como sostén de un hogar monoparental (madre soltera de 3, sin asistencia del estado ni cuota alimentaria), me acostumbré a negociar condiciones de trabajo poco favorables y en detrimento siempre de mi maternidad y de la cantidad de tiempo disponible para mis hijos.  En los 80 y 90, conseguir un trabajo siendo madre soltera, era un desafío que activaba todos los procesos discriminatorios de un mundo laboral diseñado desde lo masculino y desde la anulación de los derechos femeninos.  Significaba prometer que trabajaría como si no tuviera hijos, sin pedir permiso para reuniones o actos escolares o gastar más de la mitad del sueldo en guarderías, niñeras y empleadas que pudieran estar cuando yo no estaba.

Aún así, estrenando el milenio, el sistema laboral, el patriarcado y las injusticias pudieron más que cualquier determinación, voluntad o sacrificio: perdí mis hijos en una batalla silenciosa que me dejó como única culpable ante los ojos del clan familiar e incluso la misma comunidad.



Escuela primaria de mis hijos en Godoy Cruz, Mendoza

Fue así que llegué a un pueblo remoto de la provincia de Mendoza, buscando alejarme de todo lo conocido, destruida emocionalmente y en un estado de abatimiento y derrota que me impedía hacerme cargo del bagaje de heridas que me acompañaban desde la niñez.

En ese pueblo remoto encontré la paz que necesitaba, el paisaje que me permitía conectar con la belleza de la vida y la oportunidad de volver a ser ‘la mejor’.  No había profesionales con mi talento ni con mi experiencia, era la mejor profesora de inglés y la mejor intérprete y traductora.  Lo era también antes, en cualquier otra ciudad, pero allí, mis cualidades y mi rendimiento resaltaban notablemente.  Eso sirvió para acomodar mi ego en un lugar que necesitaba.

Dediqué 13 años de mi vida a ese pueblo con aires de ciudad.  Trabajé en radios del estado y en radios privadas.  Cada vez que hacía falta una traductora o una intérprete de inglés, era la persona que buscaban desde el gobierno para atender funcionarios, académicos y empresarios extranjeros.  Contratarme era siempre garantía de un servicio excelente e impecable y de relaciones internacionales fructíferas.  También cubrí algunas suplencias y algún cargo docente temporal en  un secundario para adultos y en un instituto terciario, y fui docente de la academia municipal de inglés durante algún tiempo.

En mis programas de radio buscaba siempre difundir y educar en todo lo que tuviera que ver con la cultura y crear consciencia y fomentar el discernimiento entre los oyentes.  Eso fue motivo de censura, persecuciones, acoso, amenazas y condicionamiento laboral.  Además de eso, pasé a formar parte de una ‘lista negra’ del gobierno municipal que alentaba a los funcionarios a no autorizar mi contratación como empleada. Es decir que cada vez que realizaba algún trabajo o brindaba un servicio para gobierno municipal, yo debía facturar (incluso cuando era docente de su academia de inglés) como Monotributista y perseguir pagos que en muchos casos podían demorar más de 60 días en cancelarse.


producción de fotos para el noticiero de FM Eólica

Durante esos 13 años, guardé la esperanza de que algún funcionario del gobierno municipal, se diera cuenta de la importancia que representaba para las relaciones internacionales activas del pueblo, contratar como empleada a una profesional, que no solo era eficiente como traductora, sino que además contaba con múltiples talentos y habilidades relacionadas a gestión, protocolo, administración, informática, diseño de contenido audiovisual y otras tantas.

Bajo la bandera de ciertos partidos políticos, solo se contrata (al menos en Argentina) a personas que son leales a la causa partidaria, que no ejercen la libertad de expresión en medios gráficos o radiales y sobre todo que solo establecen relaciones profesionales y personales con gente del mismo partido.  Quizá, algún día, Argentina aprenda a vivir en democracia, y los funcionarios y empleados estatales sean elegidos y contratados por su eficiencia y su desempeño.  Mientras tanto, todo lo que aprendí en derecho cívico se queda en mis libros de secundaria.


¿Qué hago a las 3:30 am escribiendo sobre mi experiencia profesional en un pueblo perdido entre volcanes y montañas nevadas?

Han pasado casi 10 años desde que me fui de aquel lugar.  Me fui sin muchos anuncios, en medio de un desalojo, de una situación de supervivencia que complicaba mi salud y mi estado anímico.  Estaba ahí para brillar y dejar bien parado al municipio cada vez que lo necesitaban, pero el resto del tiempo era invisible y apenas si podía pagar mis gastos básicos.  ¿Cómo llegué a ese punto?  Cuando hay una situación de explotación laboral encubierta, hay un explotador, pero también hay una persona que se victimiza y se permite ser explotada en pos de un reconocimiento hecho de palabras vacías y de promesas que nunca se cumplen.  Es curioso, aún hoy, todavía hay personas que siguen viviendo en ese lugar que no saben que me fui o que si lo saben, no terminan de entender porque lo hice.

Una serie de sueños recurrentes con ese pueblo y su gente y los lugares donde trabajé junto con la aparición en mi vida de una persona de aquella época, activaron algunas tormentas en mi subconsciente y me mostraron una perspectiva no vista a tiempo.



premio Destacado Cultural por mi programa Tardes de Mate y Radio en LV19


A Malargüe le di no sólo 13 años de mi vida, le dediqué pasión, entusiasmo, tiempo y profesionalismo.  Creía en la gestión que había construido un Centro de Convenciones apto para eventos internacionales, y había generado las relaciones internacionales para que un Observatorio Internacional de Rayos Cósmicos se instalara en ese lugar remoto de nuestro país.  Creía en los planes estratégicos y en las bondades del lugar.  Aunque fuera apartidaría y a pesar de nunca ser una empleada con recibo de sueldo, obra social, vacaciones pagas y aguinaldo, yo defendía ese lugar y sus relaciones internacionales con la camiseta puesta de Argentina y de Mendoza y Malargüe.

El único trabajo que rescato de esos años como un logro, fue un contrato con la MTU (Universidad tecnológica de Michigan).  Ese contrato equiparó reconocimiento profesional con reconocimiento económico, con condiciones de respeto y dignidad y con una libertad de gestión en la que ellos se sentían afortunados de tenerme como su Coordinadora de Proyecto en Argentina.  Ese proyecto no pudo prosperar debido a gestiones políticas locales inadecuadas y mezquinas que iban en contra de los fundamentos y lineamientos del proyecto del país del norte.



construyendo la planta potabilizadora en Bardas Blancas - proyecto PAVLIS - MTU


Si hago un balance crudo y honesto, salí de ese pueblo con dos accidentes graves y una limitación física.  Las secuelas de esos 3 problemas a nivel salud, aún me acompañan y dejaron huellas en mi cuerpo y en mi rutina diaria.

Seguramente, era la forma que mi alma y mi cuerpo tenían de alertarme de que estaba sobrepasando las exigencias físicas y de que debía ponerme yo en primer lugar y respetarme como nadie lo hacía.  No supe ver que no se trataba de trabajar 12 horas en condiciones desfavorables y menos aún de suprimir necesidades físicas para competir con un rendimiento masculino.  Se trataba, en todo caso de ponerme yo misma en valor y de no aceptar trabajos mal pagos con la esperanza de que algún día el reconocimiento llegara.  Si algo he aprendido después de los 50 (un poco tarde por cierto), es que quien no valora profesionalmente a una persona, o no reconoce el talento y la eficiencia, no lo hará a partir de una entrega sacrificada, de una abnegación martirizada o de una ponencia que explique el valor de aquello que ellos ignoran deliberadamente.

Muchas de las personas que me conocieron en esa época o que eran parte de mi vida, solo recuerdan las fotos en los diarios junto a ministros o autoridades internacionales, los actos públicos transmitidos a todas partes del mundo o las recomendaciones internacionales que aún figuran en mi perfil de Linkedin o en mis redes sociales.

Esas personas son las que se preguntan porque ‘abandoné’ esa vida, sin estruendo ni anuncios. 



visita de los alumnos de PAVLIS-MTU al gobernador de Mendoza, Celso Jaque


Trabajo desde que tengo 16 años cuando comencé a dar clases particulares de inglés y hacer trabajos de mecanografía. (Escritos, monografías y tesis en máquina de escribir)

Trabajé siempre mucho, digamos un promedio de 12 horas por día y cuando era necesario pasaba días sin dormir para terminar una traducción a tiempo sin descuidar mi empleo o mis hijos.  Consumía medicamentos para regular mi ciclo menstrual desde la adolescencia (por indicación médica) y ese consumo se extendió durante casi toda mi vida adulta.  Como el nivel de estrés y el ritmo de trabajo y falta de descanso, deterioraban mi salud, se sumaron medicamentos para la hipertensión, el corazón, la gastritis, el dolor crónico e incluso la endometriosis.  (El consumo de muchos de esos medicamentos ha dañado mi funcionamiento renal y hepático de manera irreversible.)

En las jornadas como traductora e intérprete, la exigencia física se triplicaba: significaba muchas veces usar el baño antes de salir de casa y luego al regresar; no tomar suficiente agua para poder contener la necesidad de orinar; no comer adecuadamente y además usar calzado y ropa dictada por protocolo pero en contra de la comodidad.  En más de un acto o cena protocolar, algún funcionario o académico extranjero ha pedido en voz alta que me dejen respirar o comer.  Es que para los funcionarios argentinos, al traductor/intérprete hay que exprimirle cada minuto de su tiempo, porque los honorarios son caros y porque siempre hay alguien que necesita hablar (incluso mientras se come) para figurar, rellenar el silencio o gestionar sus objetivos. 

Las condiciones laborales, aún en este milenio, no están pensadas para necesidades femeninas diferentes a las masculinas.  Nuestros ciclos menstruales son parte de las necesidades de salud física básica y un baño disponible en condiciones adecuadas debería ser parte del contrato de trabajo, aún en expediciones por la extensa geografía con comitivas internacionales.  El gobierno es capaz de montar una tienda de campaña en medio de la nada, con cocina gourmet, vinos premiados y un chivito a la llama para convencer a científicos asiáticos de instalar una antena en ese lugar. Sin embargo, jamás gastarían un peso en transportar un baño químico bajo estándares internacionales; ¿por qué hacerlo si los hombres pueden darse un paseo por los arbustos para solucionar sus necesidades de orinar?

No es ciencia ficción, ni una exageración.  Lo he vivido incontables veces.  He sido la intérprete y guía de comitivas extranjeras, con científicos, funcionarios de gobierno, diplomáticos o académicos de universidades internacionales.  Si hay algo que le gusta al argentino promedio es presumir de las bellezas geográficas de nuestro extenso territorio.  Sin embargo, los estados de rutas y accesos son deplorables; las distancias entre un sitio y otro sin inmensas y en muchos casos sin cobertura de telefonía y muchos de los lugares turísticos ni siquiera tienen la infraestructura de servicios necesaria para recibir a visitantes extranjeros. Durante 13 años me cansé de traducir el mismo discurso de promesas de una infraestructura que nunca llegó y de excusas que perduraron y perduran en el tiempo.

En una ocasión, recorrimos la vasta geografía de Malargüe, en zonas alejadas de la civilización, para ofrecer a científicos e ingenieros de la agencia espacial china la mejor ubicación para una antena espacial.  Viajamos en un utilitario no apto para travesías de rutas inhóspitas, en la comitiva había una sola mujer (científica) que no tenía permitido hablar mucho.  A cada lugar que llegábamos, los hombres del grupo, incluyendo el chofer, se daban su paseo por los arbustos y nosotras nos quedábamos esperando para continuar con negociaciones y ponencias.  En una de las paradas, ella no bajó; cuando subí al vehículo y vi su rostro, supe lo que le sucedía: estaba con su periodo menstrual y necesitaba un baño urgentemente.  Respetuosamente hablé con ella y le dije que la única opción que teníamos sería alguna letrina en un puesto de campo.  Estaba sufriendo tanto que accedió.  Entonces, le pedí al chofer que nos desviáramos de la ruta y buscáramos un puesto.  Las dos encontramos alivio en una letrina de campo con un agujero en el suelo, pero al menos, tenía la privacidad de cuatro paredes de adobe.

Podría contar también la nefasta experiencia con una comitiva de Malasia en Laguna de Llancanelo, donde quedamos varados todo un día, sin agua, sin señal telefónica, sin alimentos y sin baño y un chofer del complejo Las Leñas apuntando su arma a las aves del lugar.  Además de la insolación y la deshidratación, una partícula de arcilla se incrustó en uno de mis ojos cuando intentaba ayudar a sacar una de las camionetas del pantano. Los diplomáticos fueron los primeros en ser evacuados y la intérprete fue abandonada en el lugar con una serie de empleados incompetentes.



trabajando como intérprete en el Planetario Malargüe


¿Por qué cuento algunas experiencias ahora?

Una se acostumbra a callar, hay una especie de acuerdo implícito y silencioso para poder continuar trabajando, para no ‘entorpecer’ las relaciones profesionales y no ‘perder’ oportunidades de conseguir futuros contratos.

Hasta que un accidente, una enfermedad o una complicación física nos muestra que ninguna de esas relaciones vendrá al rescate, que no hay obra social, ni estabilidad económica, ni reconocimiento, ni compensación.

Hay un momento en que el cuerpo colapsa, se agota de enviar señales y comienza a ‘pasar factura’ de todos los descuidos, abusos, y exigencias que deterioraron el funcionamiento de órganos y el equilibrio del sistema

El primer accidente grave en Malargüe,  fue una caída que ocasionó un doble esguince en mi tobillo izquierdo y tendinitis.  Quizá no hubiera sido tan grave con el tratamiento adecuado, pero  la atención en el hospital era paupérrima y me tocó seguir trabajando en la radio estatal (porque facturaba y no tenía sueldo) en pleno invierno nevado con muletas y sin hacer reposo.  La recuperación parcial fue posible gracias a mis conocimientos de terapias holísticas y a los consejos de un alumno que era profesor de educación física.  Meses después viajé a la ciudad de Mendoza para que acomodaran un hueso que había quedado fuera de lugar, pero había pasado demasiado tiempo y el tobillo quedó con algunos callos y debilidades.  El empleador que más trabajo en negro genera en nuestro país, es el estado en sus diferentes ámbitos: contrata empleados encubiertos que deben presentar factura cada mes pero que no disfrutan de ninguno derecho básico.



acto  en el Centro de Convenciones Thesaurus


El segundo evento, fue en los últimos años en el pueblo, otra caída, causada por una puerta de vidrio pesada, una alfombra colocada en una entrada contra toda regla de seguridad, un viento intenso y un cuerpo sobrecargado en espaldas y brazos con mochila, computadora, diccionarios y libros.  Fue en un edificio público del municipio.  Mi cara dio de lleno y rebotó contra el hormigón y una rejilla de metal.  Sufrí traumatismo cerebral, golpes masivos en todo mi rostro y estuve a punto de perder mi dentadura. Me recuperé gracias a mi hija mayor que vivía en el mismo lugar en ese momento y a una dentista que me atendió desde la empatía y la compasión.  Me quedaron las cicatrices de los cortes en la boca y en la frente, algunos dientes rotos y otros fuera de lugar y un bulto deforme en mi frente.  Durante semanas, apenas si podía caminar, porque todo retumbaba dentro de mí, los dolores eran insoportables y los mareos generaban inestabilidad física.  Tuve que ingerir alimentos líquidos y blandos durante casi un año.  La sensibilidad y molestias aún me impiden morder una manzana sin haberla picado y ni pensar en comer un turrón o comer algo crocante.  Durante mis semanas y meses de recuperación, la única preocupación real y tangible del gobierno local era que terminara una traducción en la que estaba trabajando.


trabajando como intérprete en el Planetario de Malargüe


Creo que las caídas, los accidentes y las enfermedades crónicas son señales que nuestro cuerpo nos da de que debemos detenernos, bajar la velocidad, cambiar nuestros hábitos, ponernos en valor, respetarnos y hacernos respetar y sobre todo, mirar en perspectiva y objetivamente todo aquello que nos perturba en nuestra vida.

Yo no supe escuchar, no supe ver ni mirar.  Una vez que mi cara dejó de ser el rostro desfigurado de un boxeador y pude subirme a mi bicicleta para ir de un trabajo a otro, retomé mis jornadas de trabajo de 12 horas, incluso fines de semana y feriados.  Volví a exigirle a mi cuerpo que se adaptara a condiciones laborales insalubres, a pesar de que yo ya tenía más de 45 años.  Creía que con disciplina, determinación, voluntad y esfuerzo podría lograr esa estabilidad económica que siempre se me escapaba y sobre todo, que en algún momento, alguno de esos funcionarios decidiría compensarme por tanto esfuerzo y sacrificio.


inauguración de la antena espacial de espacio profundo - ESA


A punto de cumplir los 50, mi vida se llenó de crisis personales y familiares; yo seguía luchando por transformar y mejorar todo lo que me rodeaba, en convencer a otras personas de lo que era correcto y sobre todo, seguí buscando un reconocimiento que sólo llegaba con palabras huecas y frases diplomáticamente correctas.

Mi suelo pélvico se derrumbó, así como mi vida, y de un día para otro me descubrí con prolapso de mis tres órganos pélvicos, sobre todo vejiga y recto.  Ya no había posibilidad de realizar esfuerzo físico, pasar horas dando clase frente a un curso o subirme a mi bicicleta cargando todo lo posible. Todas las necesidades físicas que había reprimido o ignorado, todos los descuidos en mis hábitos, el exceso de horas de trabajo y la falta de descanso adecuado, el uso de ropa ajustada e incómoda y los años de tacones altos mostraron su efecto residual acumulado.

Me encontré incapaz de cubrir mis necesidades básicas incluyendo el alquiler, avergonzada de explicar mis condiciones físicas a personas que se incomodaban de saber y frustrada de no poder cumplir con las expectativas que familia y amigos seguían teniendo conmigo.

Me sentía invisible como se sienten todas las personas con enfermedades crónicas invisibles. Me sentía invisible cuando pasaba semanas o meses sin comer.  Me sentía invisible cuando nadie ofrecía su ayuda o hacía una compra por mí cuando el dolor me impedía levantarme de la cama.   Me sentía invisible cuando mis alumnos particulares tenían siempre excusas para olvidar pagarme o demorarse en hacerlo. Será por eso que cuando me mudé en 2015, imaginé que todos me olvidarían fácilmente.

Sin embargo aún hoy, todavía hay personas que me recuerdan, me buscan en las redes sociales o le piden información a algún contacto en común.  Yo me pregunto ¿qué es lo que recuerdan?  ¿Recuerdan esa Susana que estaba siempre disponible y daba lo mejor de sí misma siempre sin pedir mucho a cambio? ¿Se acuerdan de esa profesional que era siempre eficiente aunque muchas veces le pagaran menos que al personal de maestranza?



Taller de Scrabble en la Academia Municipal de Inglés


A esta altura de mi vida, con 59 años, ya no hago ‘como si nada’, ya no callo por cortesía, ya no guardo las apariencias, ni tampoco regalo mi trabajo por monedas.

Durante los primeros años en San Juan, extrañé ese ‘reconocimiento profesional’, añoré ser la mejor; pero sobre todo, hablaba todo el tiempo de mis épocas doradas como traductora e intérprete o de mis contratos internacionales bien pagos.  Seguía buscando ‘afuera’ el trabajo perfecto, el empleo estable, el reconocimiento económico y una seguridad de sueldo, vacaciones y aguinaldo.

La salud del cuerpo fue la forma en que Dios o el Universo y mi alma encontraron para sentarme a trabajar en aquello que siempre había pospuesto y así nació Puentes, de la crisis profunda y de las circunstancias adversas.  El mes que viene, Puentes cumplirá 7 años.

Convivo con un par de enfermedades crónicas, algunas limitaciones físicas, un tobillo que ya no tolera tacos altos y se resiente con una mala pisada o duele con el cambio de clima; una dentadura maltrecha que nunca pude arreglar; y una necesidad de cuidar el equilibro de dieta y movimientos de forma precisa para que mi metabolismo funcione correctamente.

Aún estoy aprendiendo a creer y confiar en mí, a ponerme en valor  y a reconocer mis dones y talentos. 

Ahora sólo trabajo en mis términos y con mis condiciones.  Ya no realizo trabajo mal pago para sostener una red de oportunidades que sólo busca bueno, bonito y barato, para aumentar sus ganancias y reducir sus costos.


San Luis, Argentina

Hay una desagradable costumbre en este país y en muchos países latinos de ‘tirarle unas monedas’ a quien está sin trabajo para recibir a cambio un servicio profesional.  Esa ‘caridad encubierta’ en la que las personas intentan ayudar a quien está pasando por momentos difíciles, es una falta de respeto y una falsa empatía que no crea vínculos sanos.  Esa misma persona que ofrece caritativamente unas monedas por un trabajo que vale mucho más, luego hace su viaje de vacaciones a un lugar turístico o sale a comer con amigos y familia sin el mayor remordimiento.

‘Regalar’ nuestro trabajo o aceptar tratos desfavorables para nosotros, puede mantener ciertas relaciones profesionales o personales, bajo una fachada que sólo se sostiene de falsos intereses y necesidades mezquinas.  Puede que esas pocas monedas, cubran alguna necesidad durante un par de días o incluso el financiamiento de un pago nos prometa un ingreso regular que no siempre llega.  El valor agregado silencioso es que esa desvalorización que nosotros permitimos de nuestro trabajo nos llena de amargura y resentimiento.  Nos quedamos esperando que el otro se dé cuenta, que él otro reconozca y valore, que el otro nos compense.

He terminado el 2023 y he comenzado el 2024, aprendiendo a elegir incomodidad en vez de amargura.  Poner límites, expresar respetuosamente mi verdad, darle el valor que merece mi trabajo, puede resultar incómodo con algunas personas; sobre todo aquellas malacostumbradas a abusar de nuestra ‘buenura’.  Seguramente muchas personas ya no me buscarán y eso está bien.  Será el vacío necesario para que las personas correctas lleguen.

Los sueños recurrentes con personas y lugares del pasado me muestran todos esos rincones donde la amargura y el resentimiento hicieron nido, todo lo que aún no ha sanado y todo lo que me hubiera gustado que fuera diferente.

La amargura, el resentimiento y la frustración son una forma de mezquindad disfrazada; porque se gestan a partir de expectativas o deseos que no supimos expresar o de proyecciones irreales sobre otras personas.  Nuestro ego mezquino quería algo que no supimos darle y por ello culpamos a las personas que no nos dieron lo que esperábamos.

Entre bultos, equipaje y recuerdos que me traje de Malargüe, arrastré conmigo una buena dosis de amargura y resentimiento, de sueños frustrados y de reconocimientos que nunca llegaron.

Reconocerlo y escribir sobre eso, es un gran paso para sanar y despejar el camino en este nuevo año.

Susannah Lorenzo© / Tejedora de Puentes

Si quieres saber quién soy y qué hago ahora, puedes descargar un PDF con mi Hoja de Ruta y mis publicaciones y contenidos disponibles.

Nota: Algunas personas tienen la suerte de tener la vida prolija y ordenada, otras no.  Se supone que con las leyes vigentes de los últimos años podría haber solicitado la jubilación anticipada, pero por la cantidad de años de aportes faltantes, mi trámite fue rechazado.  Es curioso, el mismo Estado que te da trabajo 'en negro', luego te quita el derecho a lo que otros ciudadanos tienen porque no cumples con las 'reglas'.



Mi base de operaciones está en ciudad de San Luis, aunque bien podría estar en cualquier otro sitio.
Llegué aquí por los azares de la pandemia en 2021 y disfruto el paisaje, 
el clima y el servicio de internet gratuito.  
Por lo demás, soy totalmente anónima e invisible en este lugar.
Nadie sabe quién soy cuando salgo a la calle, nadie me visita ni nadie me llama; sin embargo, 
cuando hay rachas difíciles, la pobreza o las enfermedades duelen menos, 
porque una sabe que no hay nadie conocido.
La invisibilidad que duele es la indiferencia de las personas que nos conocen,
que viven en una misma ciudad y eligen mirar a otro lado.
Aquí estoy totalmente sola, no hay abrazos, ni charlas, ni visitas.
Mi mundo es virtual y mi trabajo social se vuelca en la
A veces se extraña el contacto humano, ese que es sincero y crea vínculos
donde somos reconocidos, respetados y celebrados por lo que somos.