Desde que era pequeña, quería ser mayor, quería llegar
pronto a la vida adulta independiente para vivir de la manera que a mí me
gustaba, para poder tomar decisiones y sobre todo para tener la libertad de
crear una realidad que aliviara tanto sufrimiento. En aquella época, para ser mayor de edad, en
Argentina, había que cumplir 21 años, parecía un camino larguísimo para alguien
que no llega a los 10 años.
Estaba siempre buscando escapar a través de un libro, de una
historia, de una abducción extraterrestre o incluso a través de la muerte
cuando ya era adolescente. Creo que
cuando somos ‘fugitivos’, aunque sea desde el plano mental y emocional,
perdemos la claridad del momento presente, tenemos la percepción velada de lo
que sucede a nuestro alrededor. Es
decir, estamos tan absortos en la vida que nos gustaría tener, que perdemos
energía, claridad y sentido de alerta para detectar las verdaderas intenciones
de las personas a nuestro alrededor. O
quizá, nos creemos poco merecedores de algo mejor y aceptamos más de lo que nos
asfixia, nos aprisiona, nos condiciona y nos impide desplegar nuestras alas.
Antes de cumplir 18 años, ya me habían arrebatado gran parte
de mis ilusiones y sueños de vida.
Algunos traumas pueden crear una nueva cárcel mental de culpa, vergüenza
y sometimiento. Entonces, antes de
cumplir mi mayoría de edad legal a los 21, había renunciado a mis deseos de
libertad y había perfeccionado la práctica de mimetizarme, esconder mis alas y
apagar mi luz.
Sin embargo, mi mente siempre barajaba la posibilidad de
encontrar esa libertad en otro país o incluso en otra dimensión. Creía que si lograba apartarme totalmente de
las personas que me hacían daño, lograría conocer la felicidad y la paz
completa. Pero la tormenta, el dolor y
el caos estaban dentro de mí, y sin importar donde fuera, me llevaría conmigo
todo aquello que me hacía padecer.
Aunque comencé mi viaje de sanación personal cuando cumplí
40, fue recién después de los 50 que pude realmente mirar en las profundidades
de mi ser y comprender que nada allí afuera cambiaría hasta que yo cambiara mi
forma de mirar, pensar, sentir y vivir.
Fue un descubrimiento doloroso y revelador, aceptar que mi cárcel había
estado construida siempre a partir de expectativas, ilusiones, espejismos,
proyecciones de otras personas, juicios intrusos que yo consideraba
importantes, miedos propios y ajenos, falta de amor propio y un profundo
sentido de desconfianza y falta de fe.
La década de los 50 ha sido la única etapa de mi vida en la
que me he sentido plena y consciente de disfrutar mi verdadera edad; sin querer ser otra, ni más joven, ni más
vieja, simplemente lo que me tocaba ser y elegía ser en ese momento. A partir de los 50 tuve el valor de crear Puentes, de mostrar mis alas, mis dones y mis talentos escondidos y de comenzar
un viaje de amor propio que me llevó a encontrarme con Dios desde otro lugar y
de otra manera.
Siento que comencé una nueva vida, que emprendí por fin el
camino a la libertad que tanto había anhelado como algo inalcanzable. La libertad estaba y está dentro de mí.
Confieso que de vez en cuando se me escapa algún mecanismo
antiguo de co-dependencia o de búsqueda de aceptación: bajo la intensidad de mi
luz, repliego las alas o me encierro en torres de silencio. Esos altos y bajos, esa inconstancia en el
proceso solía exasperarme y sumirme en crisis de frustración y fracaso. Pero he aprendido que no se puede modificar
en un par de años, lo que estuvo arraigado y sostenido durante medio
siglo. No se aprende a caminar en dos
días, no se recuerda cómo volar con solo desearlo. Hará falta realizar un par de vuelos
fallidos, aterrizajes forzosos y accidentes por falta de pericia. Será necesario entender que la mayor torpeza
es agitar las alas constantemente, el vuelo más bello es el del ave que sabe
planear y dejarse llevar por las corrientes de aire.
A punto de cumplir 59 años, siento el entusiasmo de aumentar
mis horas de vuelo y disfrutar mis cielos internos que antes desconocía. Claro que hay veces en que siento la
nostalgia de quedarme con las ganas de cosas que ya no sucederán e incluso algunos momentos de melancolía por
sueños pendientes que parecen no llegar.
A pesar de eso, sería bonito sentarme con aquella niña fugitiva, con aquella
adolescente atormentada o con aquella mujer joven abatida, para mostrarles esta
mujer madura que ejerce su libertad con una valentía impensada.
Acercándome a los 60, como inicio de la ancianidad, estoy
lejos de ser quien imaginaba ser a esta edad.
Mi vida en nada se parece a aquellas proyecciones tempranas
condicionadas por expectativas ajenas.
Probablemente nadie, ni yo misma, podrían haber anticipado esta versión
de Susannah. Contra todo pronóstico,
logré reescribir mi historia de mil y unas maneras diferentes, para sellar por
primera vez mi pasaporte con la marca de mis alas.
Cada día es un nuevo desafío: aprender a vivir sin pedir
permiso o esperar reconocimiento, mirarme al espejo con amor y respeto,
disfrutar las huellas que el tiempo y la vida dejaron en mi cuerpo, ejercer el
perdón y la gratitud, practicar la compasión, elegir cómo vivir cada momento,
transformar las heridas en poesía, abandonar cualquier expectativa de convencer
o persuadir a otros, esforzarme menos y simplemente Ser quien soy amando mis imperfecciones y mis maravillas.
Gracias.
Gracias. Gracias.
Susannah
Lorenzo© / Tejedora de Puentes
Susie / La
niña que descubrió el universo dentro de su corazón
19 de abril
de 2023