Vengo de familia de abuelos pobres y humildes, con un baño o escusado a varios metros de la casa, baño de inmersión en un fuentón grande los domingos y ropas cosidas o remendadas a mano. Sin embargo, mi abuela mágica siempre se las ingeniaba para oler bonito, se teñía sus labios y sus mejillas con el pétalo de alguna flor y cuando le quedaba un vuelto, se compraba su polvo Angel Face. Mis tías solteras que nunca conocieron la prosperidad y la abundancia, cada vez que nos enviaban una encomienda en tiempos difíciles, además de alimentos, un billete enrollado para sorprender, apósitos femeninos para poder salir a trabajar y alguna manualidad para hacer y ocupar el tiempo con los niños, enviaban siempre algo de maquillaje, porque decían que si me ponía linda, me iba a sentir mejor.
En esos tiempos en que mis tías enviaban su ayuda cada mes, vivíamos con mis hijos en lugares sin ventanas, con piso de hormigón, paredes frías y húmedas sin pintar y baño sin agua caliente. Sin embargo, la garrafa que se usaba para cocinar, se usaba para calentar agua, y con un balde preparado y un jarro, cada quien se higienizaba en el baño helado.
Puedo haber pasado frío y haberme enfermado, lo reconozco, más de una vez, por la condición precaria de mi lavado con balde y jarro. Aún cuando no tenía ducha, dejaba volcar un jarro de agua caliente desde mi cabeza, recorriendo todo el cuerpo, para imaginar, que estaba un poco más limpia. El pelo se lavaba, en momentos diferentes, en la pileta de la cocina.
Cuando no he tenido lavarropas, la ropa se ha lavado a mano y tendido en un baño, en una ventana o donde hubiera lugar. El calzado siempre se ha mantenido limpio, con lo que hubiera disponible en cada ocasión.
Esta cuarentena obligada por la pandemia nos ha mantenido encerrados y nos ha hecho perder a muchos la posibilidad de trabajar de la misma manera que lo hacíamos antes. La pobreza se ha extendido sin mirar clases, ni estudios, ni preparación académica. Por otro lado, el encierro, ha sumido a muchos en el desgano, la desidia y la depresión, como si nada valiera el tiempo y la dedicación de lavarse el pelo, depilarse/afeitarse, mantenerse limpio y cuidar el aspecto personal.
¿Por qué la mayoría de las personas en este país cree que para pedir/recibir ayuda hay que oler mal, verse peor y lucir miserable?
¿Por qué la mayoría de las personas sólo se maquilla, se baña y se mantiene presentable y agradable cuando tiene que cumplir con extraños? De repente parece que la moda Robinson Crusoe se hubiera impuesto con la debida justificación del aislamiento social.
Parte de mi maquillaje superó hace tiempo la fecha de vencimiento.
En todas las culturas antiguas, en los pueblos indígenas de toda América y de otros continentes, el maquillaje, la vestimenta, los accesorios y las joyas, no eran solamente un símbolo de casta o clase social; algunos se usaban para cortejar pero muchos se usaban para prepararse para la guerra, la muerte o los cambios de ciclos en la vida.
Tanto hombres y mujeres se preparaban para tiempos difíciles; la forma de maquillarse y los colores los preparaban para cada ceremonia, ritual o enfrentamiento; como si al pintar símbolos en su rostro o en su cuerpo, le estuvieran hablando al universo de su valentía y sus principios. Incluso los guerreros/soldados, elegían su mejor armadura, escudo, espada, faja o vincha, para salir a ganar esa batalla tan difícil. En muchas culturas era común, incluso, untar los cuerpos con aceites aromáticos, no sólo para proteger la piel, sino para 'empoderar' al guerrero y activar su energía de fortaleza indomable ante la adversidad.
Si estamos viviendo una situación de pobreza, limitación o crisis económica, sumirnos en una actitud de miseria y vernos cada día como un ser pobre y miserable, no nos ayudará a salir del pozo oscuro en el que estamos.
Si, por el contrario, cuidamos nuestro aspecto personal, nos vestimos y maquillamos para nosotros mismos, para las pequeñas tareas que realizamos en casa, para salir a comprar un poco de verdura o hacer un trámite simple en el centro, estaremos adoptando una actitud positiva que nos permitirá encontrar más claramente el camino de salida a nuestro laberinto.
Las hormonas del placer se activan con todos los sentidos; al usar un perfume por ejemplo, nuestro sistema nervioso percibe los olores, no solo a través del olfato, sino también a través de todos los poros de la piel y eso genera sensación de bienestar y placer. Permitirnos disfrutar el vernos y sentirnos bien, a pesar de la realidad que podamos estar viviendo, no va a cambiar inmediatamente nuestra realidad, pero si ayudará a que nuestra predisposición nos permita ver las cosas desde otra perspectiva.
Este esmalte fue el resultado de un canje con otra emprendedora.
Reconozco, tengo períodos en los que la realidad y los problemas me ganan y estoy en modo piyamas durante semanas enteras. Generalmente cuando me quedo mucho tiempo en esa postura de pobre Susana, qué miserable es tu vida... las cosas no mejoran, sino que empeoran.
Es cierto, la mente y las hormonas de hombres y mujeres funcionan diferente, solo una mujer entendería lo que puede provocar en el estado de ánimo pintarse las uñas y depilarse aunque no veamos a nadie en toda una semana. Pero estoy segura que el perfume puede afectar a hombres y mujeres por igual, del mismo modo que usar ropa que nos haga sentir cómodos y atractivos o hacer actividades que disfrutemos y activen nuestra alegría.
Condenarnos a la miseria emocional y espiritual porque nuestros números rojos se multiplican abonados por la crisis del país y del mundo, no hará que el universo entero nos tenga pena, se apiade de nosotros y un día nos despierte en la isla de la abundancia. Revolver el caldo de las penas, lamentarnos y adoptar un semblante de angustia y frustración durante todo el día, puede que convenza a alguien de que necesitamos ayuda, pero no nos servirá para ayudarnos a nosotros mismos y encontrar la llave, la clave y la palabra de acceso para cruzar del otro lado del río.
Soy de las personas que cuando pide ayuda, lo hace porque la situación es mucho más grave de lo que alguien pueda imaginar, pero me da vergüenza contar detalles de cuán grave y serio es el problema. Aún a mis 55 estoy aprendiendo a recibir sin sentirme culpable o avergonzada. Nos sirve un plato de comida, una donación que achique las cuentas, un fondo extra en el banco, regalos inesperados o resolución de trámites.
Sin embargo, lo que toda persona necesita es la posibilidad de acceder a una vida mejor a través de sus propios talentos, oficio, trabajo y servicio. Es decir, en mi caso, preferiría vender todos mis libros que tengo en stock (sin tener que rebajar el precio) y renovar la edición cada mes, antes que salir a pedir ayuda para pagar las cuentas o poder comer algunas semanas.
Mientras tanto, me obligo, me empujo, me arrastro, me aliento a salir de la inactividad de alguna manera creativa: invento nuevos proyectos, siembro nuevas semillas, me maquillo, me perfumo, bailo un rato, elijo la ropa que voy a vestir para mi próximo vídeo, uso vestidos, arreglo mis uñas y trato de disfrutar los momentos que se pueden disfrutar.
El cuidado personal es un acto de amor propio y de respeto y celebración hacia nuestros Puentes internos y externos.
De ese modo, como una machi que trenza su pelo con cintas de colores, fuma su pipa con parsimonia, cuelga sus collares sobre sus blusas escotadas y rodea sus muñecas con pulseras que anuncian su paso y llaman las energías bonitas del universo, así me preparo para esperar lo que la vida tenga para mí.
Susie
Susannah
Susana
18 de junio de 2020
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Tejedora de Puentes
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