Mostrando entradas con la etiqueta crítica. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta crítica. Mostrar todas las entradas

domingo, 7 de abril de 2019

Ser

Allowing is the easiest way to vibrate according to the laws of the universe.  Yet, remembering who we actually are can be really painful and scary.  Why?  Because we are born with our gifts and talents, fully aware of who we are and what we enjoy doing.  If we are not celebrated, welcome or loved for our uniqueness, we tend to shut down, isolate and hide everything which might make us feel less loved. 
Later in life, when our soul stirs the underground river and calls our higher wisdom to help us remember the way home, we not only start to remember who we truly are, but we also recall the painful feeling of being neglected and rejected for our most sacred gifts and blessings.

Venimos a este mundo llenos de magia, con la intuición despierta, con los sentidos totalmente alertas a mundos invisibles, con la capacidad de jugar con nuestros sueños y creer que nuestro amor todo lo puede y nuestra mente es apenas un recurso más de nuestra infinita colección de talentos.

Llegamos con la capacidad de amar a cualquier ser vivo y nos sentimos con derecho de ser inmensamente amados.  Buscamos en el mundo que nos rodea la seguridad, el calor y la contención que nos brindaba el útero materno y esperamos que quienes nos reciban celebren todo aquello que traemos con nosotros.


Ignoramos que más tarde o más temprano, los miedos y frustraciones ajenos nos moldearán; la rigidez del sistema intentará encorsetarnos y la libertad de Ser se volverá una prolongación de quienes no supieron o no quisieron Ser.

La intuición, la sensibilidad, la capacidad de ver lo invisible, la magia, la inocencia, el juego y la despreocupación se combaten tan pronto como el niño tiene edad de ser escolarizado y se vuelve un proyecto de adulto decente, productivo y responsable.

Hay una necesidad imperiosa de que el otro sienta, piense y actúe como nosotros; eso, aparentemente, nos brinda seguridad y estabilidad.  Porque hemos perdido la capacidad y la habilidad de asombrarnos de lo desconocido y porque tenemos pánico de descubrir aquello que nos ha sido prohibido.

En la vida adulta, más tarde o más temprano, nos invade el desasosiego, nos sentimos vacíos, enfermamos, nos deprimimos o simplemente andamos por el mundo, desconectados de la divinidad que nos habita, exiliados de nuestra propia alma y extranjeros en nuestro propio cuerpo.

Dios siempre sabe, nos da la oportunidad de regresar; el alma intenta cambiar el curso para recuperar el equilibrio, para que volvamos a ser Libres de Ser, para que la paz despeje todo miedo y toda carencia y para que el amor nos habite más allá de condicionamientos ajenos.

Se requiere un acto de coraje, recordar aquello que olvidamos en la niñez, retomar el curso, desarmar los guardias de la mente, derrocar la inquisición social que nos perturba y devolver el timón a nuestra alma.

Ser lo que realmente somos, brillar con nuestra propia luz, confiar plenamente en Dios y hacer ejercicio de la Fe nos devuelve a la soledad y el abandono del niño rechazado, de la niña asustada; del que es juzgado, criticado y condenado.

 "Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de los que no se ve".Hebreos 11:1

Sin embargo, cuando el juicio de quienes amamos nos atraviesa el corazón como una daga, es porque aún nosotros mismos albergamos el juicio condenatorio de dudar de nuestros dones.

Cuando la aceptación de nuestra fe y de nuestro camino con Dios nos aleja de quienes creíamos tan cerca, vemos en el espejo esa niña sensible que aún espera ser querida y aceptada y aprendió a callar para no ser rechazada.

Postergar nuestra misión, ocultar nuestros dones y dudar de los mensajes divinos, puede temporalmente devolvernos la aceptación, el cariño y la aprobación de quienes nos rodean.

Inevitablemente, la sumisión, la renuncia, la vergüenza y nuestra propia desaprobación, nos alejarán de nuestra esencia, de quien realmente somos y del camino con Dios.  Cuando luchamos en nuestro interior por negar aquello que necesita brillar y expresarse, se genera un conflicto; el conflicto nos quita paz; la falta de paz causa pesadillas, altera el sueño, enferma nuestro cuerpo y nos roba la alegría.

Nos sentimos solos e inseguros porque dejamos de escuchar, porque dejamos de sentir la presencia de Dios en nuestra vida.

Cuando dejamos que las inseguridades, miedos y frustraciones ajenas alienten un instante de duda en nuestra mente, el miedo nos coloniza sin piedad, anulando nuestros sentidos, alejándonos del camino y dejándonos a la deriva, a merced de manipulaciones y desaires de corazones que aún no emprenden su camino.

Si seguimos esperando que vean lo que vemos, si seguimos creyendo que tienen que alcanzarnos en el camino, si seguimos pidiendo que sientan al menos la mitad de lo que sentimos; entonces sí, estamos juzgando y criticando así como hacen con nosotros.

Cada quien viene a este mundo con su cuota de compasión, su nivel de sensibilidad, su intensidad de magia y su capacidad (o incapacidad) de ver más allá de su ombligo.



Ya no voy a disculparme, por ser extremadamente sensible, por ser pasional, intensa y compasiva; por tener todos mis sentidos desarrollados en su máxima capacidad; por creer para ver, por hablar con Dios, por elegir disfrutar de la vida, por necesitar Ser, por buscar ser libre, por tener alas, estrellas y hadas; porque mi mano tenga la capacidad de tocar tu corazón y mi palabra pueda acunarte el alma. 
He perdido mucho tiempo, quizá más del que me queda.  He renunciado a mucho, me he perdido muchas veces, me he marchitado siendo lo que otros querían, he muerto de pena cien veces para que otros fueran felices; he vivido llena de miedos propios y ajenos; he sufrido mis dolores y sentido los dolores ajenos como propios; he esperado siempre lo peor y he creído que estaba muy mal merecer lo que otros no podían conseguir.

Si te enoja lo que hago, será que mis alas hacen ruido en tu jaula.
Si te asusta lo que soy, te invito a tomar el té y a conocerme sin el cristal de tus prejuicios.
Si condenas mis locuras, no vayas a dejar que tu cordura te quite el sueño.
Si sientes que mi vuelo nos aleja, aprende a descubrir otros cielos y deja de limitarte con el horizonte de tu ventana.
Si aún así, el miedo te paraliza, la ignorancia te gana y eliges la seguridad de tu celda, no te guardo rencor, ni dejaré de amarte.

A veces a las mujeres, se nos va la vida siendo hijas, hermanas, madres, nietas y se nos olvida a qué vinimos y que la verdadera libertad y el único gesto de amor que realmente nos colma es permitirnos ser la Mujer, la Machi, la Diosa, la Sacerdotisa del Universo;  la mujer de colores, el cuenco de la luna, el río sagrado y el templo de amor por donde Dios respira.

Susie / Susannah
Let go.
Let God.
07 de abril de 2019


martes, 15 de enero de 2019

Quereme


Los demás huéspedes de la Posada me miran y hablan entre ellos; no disimulan sus chistes o simplemente se me quedan mirando como si yo estuviera fuera de tiempo y espacio.

Clarita, la gata, es la única que cada tanto se queda a mi lado o simplemente refriega su cuerpo contra mi pierna en señal de reconocimiento.

A los 54 años, los murmullos, las miradas inquisitorias y las risitas burlonas todavía me desacomodan y me tientan a encerrarme en la habitación por el resto del día.

Permanecer en espacios comunes es  una lucha interna que me agota y me quita paz.


Ahora la gente habla de bullying en las escuelas, pero rara vez se acepta que esa discriminación o esa actitud hostil frente a personas diferentes, comienza con los adultos.

Superar la timidez e intentar salir de mis rincones solitarios y seguros, es una decisión que suelo tomar con la mente; pero que sin importar cuánto me esfuerce, la niña solitaria y no querida, vuelve a asustarse y replegarse ante la menor señal de mofa.

Crecí mudándome de ciudad en ciudad, de provincia en provincia y sin importar donde fuera, me convertía en el bicho raro, podía ser la tonada pegadiza del lugar anterior, mi timidez, mi ropa fuera de moda o mis costumbres poco comunes.

Me acostumbré a no explicar, a no pedir, a preferir sentirme no querida antes que intentar ser aceptada.  Esperaba siempre que alguien se acercara, alguien me descubriera y me quisiera con todas mis rarezas, sensibilidad y corazón de poeta.

Crecí en una familia donde no encajaba; me amaban, sí, aunque no pudiera sentirlo, pero luchaban por encarrilarme, acomodarme y volverme ‘normal’ dentro de sus parámetros.

No sabían qué hacer conmigo y así pasé muchos años sin saber yo misma qué hacer conmigo.
Elegir ser lo que soy, no negociar, me ha costado aislamiento y soledad.

Tanto mis hijos, como el resto de mi familia, están convencidos de que todos los desacuerdos, todas las distancias, y todos los conflictos son sólo culpa mía.

Probablemente, parte de mi culpa sea mantener silencio cuando sé que no seré escuchada, guardar distancia cuando seré juzgada y dejar de intentar tender puentes, cuando las palabras ajenas se vuelven misiles que destruyen.

Cuando crecemos siendo juzgados, aprendemos a juzgar; inevitablemente repetimos patrones de conducta.  Los raros terminamos juzgando a todos los normales, que no se animan a vivir libres de caretas y disfraces.

Sin embargo, ese otro que se mofa y me mira con desdén, se parece bastante a esa parte de mí que no puede sostener la mirada frente al espejo.


Aunque los demás dejaran de juzgarme y yo dejara de juzgar a otros, mientras me juzgue a mí misma, no habrá paz interior.

Aunque me quieras mucho, si yo no me quiero, no hay amor que alcance y tape cada hueco vacío en nuestro corazón.

Quiero aprender a sentirme radiante, a amarme y aceptarme sin importar el deterioro de mi cuerpo.

Esta deformidad que me asusta en el espejo resultó ser el escudo perfecto para neutralizar cualquier atracción física.  Si yo no podía quererme enferma y limitada físicamente, nadie más podría hacerlo.

Inconscientemente decretamos realidades que luego se convierten en nuestra propia cárcel.

Si aún no soy libre de miradas ajenas, es porque aún no  he aprendido a mirarme.




Susie
01 de enero de 2019
Mirándome
Amándome
Aceptándome

jueves, 23 de enero de 2014

Desanimo y despreocupación

La verdad:
No tengo ganas de justificar cada cosa que hago.
No tengo ganas de responder cuestionarios e interrogatorios.
No tengo ganas de dar explicaciones.
No tengo ganas de buscar respuestas coherentes para lo que yo aún no encuentro respuesta.
Hago lo que puedo lo mejor que puedo.
Algunos días estoy bien, otros no tanto.
Cuando puedo disfruto el momento o el día completo.
Trato de no hacerme problema de forma anticipada, ya no más.
Si alguien quiere sumar, que sume soluciones.  No necesito sumar preguntas, cuestionamientos, razonamientos, interrogantes ni problemas.
Serán los efectos colaterales de estar cerca de los 50.
Siempre hice lo que pude de la mejor manera.  Siempre doy lo mejor de mí.
La diferencia es que ahora, ya no me importa cómo me miren, si entienden o no, porque cuando yo camino, este camino sigue siendo extremadamente solitario y nadie aún se ha probado mis zapatos.
Susie©
Desanimada pero despreocupada
23 de enero de 2014