“Si sufres es que estás dormido. Me dirás que el dolor existe. Si, es verdad que el dolor existe, pero no el sufrimiento. El sufrimiento no es real, sino una obra de tu mente. Si sufres,es que estás dormido porque, en sí, el sufrimiento no existe, es un producto de tu sueño; y si estás dormido verás a un Jesús dormido, que tú te has imaginado, que nada tiene que ver con el Jesús real, y eso puede ser muy peligroso.”
Anthony De Mello
Creo que muchas mujeres sufrimos el síndrome de la Virgen María; pero no somos la Madre María y nuestros hijos no son Jesús el Nazareno.
Si bien es cierto que Jesús ya estaba grande para decidir qué hacer con su vida a los 33 años (y los 33 de antes, no eran como los de ahora), creo que María lloraba al pie de la cruz por el dolor físico de su hijo pero también porque como madre, ya no podía tenerlo junto a ella.
De ahí heredamos la Madre Doliente, y toda buena madre se jacta de haber llorado y sufrido por sus hijos.
¿Qué hubiera sido de la historia si María se hubiera ido a hacer yoga con sus amigas o se hubieran tomado algún vino en una boda mientras Jesús sufría las consecuencias de su propia elección?
El dicho 'llorar como una Magdalena' viene de que María Magdalena también lloró al pie de la cruz el amor por su maestro.
Cuando nuestros hijos son pequeños, es normal y natural que toda nuestra energía se ocupe de ellos, sus emociones nos invadan como si fueran propias y nuestros ritmos de vigilia dependan de su respiración.
Prolongar esa relación y esa simbiosis más allá de los 20 y de los 30 es crear una co-dependencia que destruye alas y desdibuja la misión que cada quien trae a esta vida.
Hubo un tiempo en el que yo disfrutaba ser esa madre doliente capaz de sufrir intensidades de dolor inimaginables. Pero ni el éxtasis del dolor más magnánimo puede garantizar la felicidad de nuestros hijos y mucho menos la nuestra.
“El dolor nos lleva a buscar las causas de las cosas, mientras que la felicidad induce a la tranquilidad y a no volver la mirada atrás.”
Stefan Zweig
A medida que mis hijos se acercaban a los 33, yo me sentía más cerca de María y pensaba que mi abnegación merecía mi parte del cielo. Había perdido el gozo de ser madre y la alegría de estar viva.
Sigo presintiendo y sintiendo sus emociones como si fueran mías pero elijo mantenerlas fuera de mi corazón para poder respirar, para poder ser y volar libre para manifestar mi esencia en este planeta y ser Yo, además de ser la madre de mis tres hijos (34, 33, 32).
Mientras los criaba, intentaba siempre que fueran libres, que pudieran elegir su religión, profesión o modo de vida. Creo que mi cuento de madre feliz no imaginaba que la libertad también implicaba la libertad sobre cómo sufrir o como aprender.
Históricamente, vengo de una familia de mujeres dolientes que han muerto tristes y enfermas, algunas enojadas y otras abnegadas y resignadas; pero ninguna plena y feliz, satisfecha con su vida como mujer. Y esas mujeres a su vez, decretaron que sus hijas debían sufrir tanto como ellas para que supieran lo que era ser una buena madre. Y los hijos y las hijas debían acompañar a sus madres en sus amargos finales porque ellas habían renunciado a todo para ser sus madres.
“Cada uno es tan infeliz como cree.”
Giacomo Leopardi
Ya saben, soy escritora y me gustan las metáforas. Si mis hijos van y se consiguen la madera, construyen una cruz en el fondo de su casa y le guiñan el ojo a un par de Romanos (en todo pueblo o ciudad son fáciles de encontrar) para que les claven un clavo cada día; y además se quejan porque no les pusieron una corona de espinas, pues no, ya no...
Elijo no ser la madre doliente porque es la suerte que cada quien se ha fabricado y construye afanosamente a diario.
Cuando era pequeña, no podía elegir qué hacer; estaba ocupada en tareas de buena hija de madre doliente.
Cuando el padre de mis hijos no se hizo cargo y yo debí criarlos sola (sin tener aún la edad de Cristo) mi mundo eran mis hijos y este acto heroico me ponía más cerca de Dios y del papel de Madre María.
Este estoicismo y esa fuerza descomunal que generaba como madre, suponía yo, me garantizaría que mis hijos fueran personas felices y libres.
La libertad sin sabiduría nos aleja de Dios.La sabiduría sin amor es apenas conocimiento.La libertad y el conocimiento inventan Judas en aquellos corazones donde Dios no habita.
Quiero servir a Dios en alegría y gozo.
Quiero disfrutar el tiempo que me queda, haciendo lo que me gusta, sin sufrir cada día por decisiones ajenas o zambullirme un rato en el caldo de las penas para ser solidaria con quienes sufren las consecuencias de sus elecciones; quienes viven la vida que eligieron o aceptaron vivir.
“La felicidad es como una puerta que se abre hacia adentro y para abrirla, hay que dar humildemente un paso atrás.”
Sören Kierkegaard
Elijo ver a María Madre y a María Magdalena compartiendo charlas sobre el carácter de Jesús, transmitiendo sus enseñanzas y riéndose de sus defectos. Me las imagino celebrando cada pequeño milagro cuando en su nombre caminaban los pueblos y cruzaban mares después de que El eligiera entregar su vida por toda la humanidad.
Elijo no sentir culpa por cada momento de placer o felicidad.
Es siempre más fácil encontrar razones para sufrir que para ser feliz. Tendemos a creer que hay que sufrir mucho para después conseguir el pase a la felicidad.
Creemos que nuestra tarea es llegar a Ser Santos y que para eso hay que vivir en perpetua agonía.
“El que seas feliz, se lo debes a Dios; el que continúes siéndolo, te lo debes a ti mismo.”
John Melton
Me quedo dormida sobre el cuaderno. María aparece envuelta en luces, sonríe con desgano y me toca la cabeza con pena. Se despoja de su manto y lo anuda alrededor de mi cintura como una falda. Se quita la sandalias y se suelta el cabello. Mira mi pequeña heladera vacía, hace una mueca y chasquea los dedos. Una heladera llena de alimentos sanos preside ahora mi cocina.
Busca dos copas y sirve un vino dulce color carmín. Me invita a brindar.
--Bailemos un rato y en uno de los giros te contaré el secreto.-- Me susurra con picardía.
Una música desconocida de mandolinas, cítaras y timbales impregna el aire mientras nuestros pies se mueven sobre una alfombra de pétalos de rosas.
Hoy he conocido a la Virgen Danzante.
Oh Dancing Mary, show me the way to joy.
Oh Dancing Mary, show me the way to joy.
Oh Dancing Mary, show me the way to joy.
Soledad Lorena
Tejedora de Palabras
Susannah Lorenzo
Tejedora de Puentes
© Derechos Reservados
27/28 de diciembre de 2019
“El secreto no está en qué tanto sufrimiento se tolera, sino en cuánta alegría se siente. La vida está llena de excusas para sentir dolor, excusas para no vivir en plenitud, excusas, excusas, excusas...”
Erica Jong
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