lunes, 22 de agosto de 2022
Invisibles
domingo, 14 de agosto de 2022
Perder la cuenta
Llega un momento en que una pierde la cuenta, se enfoca en el presente y en sembrar las semillas para el futuro. No es que una olvide totalmente, simplemente intenta no darle prioridad a los números para no dejar que la mente derrape en las curvas de un laberinto que se ha convertido en domicilio.
Sin embargo,
basta un comentario, un hecho cotidiano, una coincidencia o una gota que
rebalsa el vaso, para comprender que el río subterráneo guarda demasiada
información codificada.
Inevitablemente,
una cae en la cuenta de las restas que se convierten en números negativos, de
los casilleros nulos que no permiten que las sumas se multipliquen y del
balance que arroja noticias nefastas en el calendario de una mujer que se
acerca a los 60. Basta hurgar un poco en
la memoria para rescatar algún valor impreciso pero contundente.
¿Cuándo fue
la última temporada de independencia económica y vida digna? Hace más de 2 años.
¿Cuándo fue
la última vez que no tuve que elegir entre comer, pagar los servicios o comprar
los medicamentos? Hace más de 2 años.
¿Cuándo fue
la última vez que compartí la mesa con un ser querido? Hace más de 8 meses.
¿Cuándo fue
la última vez que alguien me invitó a salir, pasear o disfrutar? Creo que hace
más de 3 años.
¿Cuándo fue
la última vez que recibí un abrazo y me sentí protegida, contenida y amada? Me
está costando rescatar esa fecha, pero estoy segura que hace muchos años.
¿Cuándo fue
la última vez que tuve una cita romántica? Creo que hace varias décadas.
La
relevancia de un número o un evento depende desde la perspectiva de visión pero
también de cómo nos afecta.
Dos, parece
un numero pequeño, pero dos años son 730 días, y eso aumenta si lo
multiplicamos por momentos o minutos.
Creo que la
fe y la esperanza se apoyan sobre el cero o sobre el valor del infinito, en el
asombro que nos produce creer que algo totalmente diferente e inesperado cambie
la realidad de los números que han creado nuestra vida hasta ahora.
No siempre
se puede sostener la visión del infinito.
Hay días en que el peso de los números rojos y los intentos fallidos
puede más que cualquier aprendizaje espiritual.
Después de todo, somos seres espirituales teniendo una experiencia humana, en una selva cruel de humanos que no recuerdan su espiritualidad.
Susannah Lorenzo©
Con Puentes que parecen no llevar a
ningún sitio.
viernes, 12 de agosto de 2022
Una pausa para Ser
Nos agota física y mentalmente: perseguir, conseguir, cumplir, resolver, razonar, entender, aferrarnos, defendernos, demostrar, justificar, negociar, persuadir y cambiar; aunque muchas veces, solo nos quedemos en el intento.
Buscamos
insistentemente la aprobación de nuestros fantasmas, de nuestra familia, de
nuestros amigos; de clientes, compañeros o seguidores en las redes sociales.
Comenzamos a
confundir lo que hacemos por agradar a otros, con lo que realmente disfrutamos
hacer.
Dejamos de
mirarnos en el espejo y a cambio, nos vemos a través de los ojos de otras
personas.
Nos
refugiamos en las palabras de otros, para no escuchar nuestra alma en el
silencio.
Como si el
elogio, la aprobación o la celebración de los demás, nos devolviera la
pertenencia que nunca pudimos sentir.
Sin embargo,
la agitación constante por llamar la atención, por hacer escuchar nuestra voz,
porque nuestros colores sean vistos y reconocidos, nos aleja de lo que
realmente somos; nos quita paz y nos convierte en exiliados de la morada sagrada
de nuestra alma.
Confundimos
la entrega desmedida con el servicio; como si la sacrificada vocación de
existir por los otros, le diera valor y sentido a nuestra vida.
No creo que
sea posible servir a Dios y en ese servicio bendecir a otras personas, si
renunciamos a nuestra paz interior o medimos nuestra luz por la cantidad de
sombras que desvanecen a nuestro alrededor.
El servicio
puede a veces convertirse en un espejismo del ego; en la carencia de la niña
solitaria que nunca se sintió celebrada por sus dones.
Tanta mente
racional nos aleja de la esencia y la verdadera sabiduría.
Contemplar
la naturaleza nos recuerda que hay más servicio y entrega generosa en la
belleza de un árbol o la fragilidad de una flor.
Perdemos
tanto tiempo analizando, cuestionando o midiendo resultados… Creemos que así,
aceleramos los procesos o precipitamos el cambio.
Crear el
vacío y el espacio necesario para Ser en el silencio de una tarde, puede convertirse
en todo el servicio que Dios necesita de nosotros. Porque en la quietud desprovista de
dispositivos y redes sociales, aprendemos del ave que nos canta desde un árbol
cercano y comenzamos a recordar que en el modesto discurrir de las estaciones,
se encuentra el verdadero secreto de la vida.
Susannah Lorenzo©
Escribiendo, mate mediante, desde las escaleras, después de una caminata
sin dispositivo alguno.
Atardecer en San Luis, cielo despejado, pájaros en vuelo; árboles y
sierras imperturbables, ajenos a relojes, agendas y estadísticas.
12.08.2022
18:30