jueves, 21 de mayo de 2020

De siestas y perdones

Si miro a mi alrededor, mis tiempos de crisis, bajón, cansancio y energías agotadas suele coincidir con la postal de mi mini heladera vacía, la dieta empobrecida, la billetera con apenas un billete solitario, la cuenta en el banco con ceros y los números en rojos multiplicándose al ritmo de la inflación argentina.

Hace unos días escribí en mi  Blog: Agotada en Cuarentena, a pesar de eso intenté continuar, remar, esforzarme y lo único que logré fue que mi cuerpo estuviera tan cansado, tan agotado, que cuando duermo y sueño, en mis sueños necesito dormir y descansar y peleo con otras personas porque no me dejan dormir.

Ayer a última hora de la tarde, me descompensé, estaba agotadísima y mi presión arterial presentaba un desorden interesante con la mínima muy alta y la máxima muy baja.  Dejé mi cocina con los trastos sucios de dos días y me fui a dormir, logré levantarme recién cerca de las 16.00 de hoy  y aún así, después de haber dormido más de  20 horas (con las interrupciones propias de Blackie y de mi vejiga), tuve que hacer un esfuerzo enorme porque todavía necesito más horas de descanso.



Contexto
El contexto, el para-texto y el universo circundante son siempre importantes a la hora de considerar la realidad que una oración expresa.

  • A los 11 años, junto con mi primer período menstrual se me asignó la obligación de lavar y planchar toda mi ropa, lavar los pañuelos (con mocos) de toda la familia, ayudar en los quehaceres de la casa y hacer todo lo que mi madre no podía o no tenía ganas de hacer.
  • A los 16 años comencé a trabajar en forma independiente para poder comprarme mis toallas femeninas y acceder a ropa que yo pudiera elegir.
  • Desde el día que nació mi primera hija fui una madre sola, a pesar de estar casada, tenía que siempre buscar la forma de que mis hijos comieran, tuvieran leche y todo aquello que necesitaban.  Trabajaba, estudiaba y cuidaba a mis hijos, sembraba huerta en los canteros, amasaba pan y les preparaba dulce de leche casero.
  • A los 24 años, ya me había mudado a otra ciudad, y estaba cansada de pelear con el sistema para lograr que el padre de mis hijos cumpliera con sus obligaciones.  Me aferré a la bandera del orgullo y crié sola a mis hijos hasta su adolescencia, cuando mi salud y una crisis económica me obligaron a dejarlos ir con su padre (que nunca pudo cumplir con la cuota, pero sí podría ofrecer comodidades en su vida).
  • Convivo con un par de enfermedades crónicas que restringen la movilidad, flexibilidad y normalidad de mi cuerpo y que exigen un cuidado especial con una dieta de calidad y el equilibrio emocional y mental. El dolor y la fatiga crónica son parte de cada día, el nivel nunca es cero, pero hay días buenos, no tan buenos y días muy malos. El estrés suele ser un desencadenante para cualquier tipo de descompensación o malestar físico.
  • 2019 fue un año muy difícil económicamente y por lo tanto en el aspecto salud.
  • Cuando comenzó la cuarentena en 2020, yo apenas si estaba intentando ponerme de pie, después del año anterior.
  • Durante 2019 y 2020 he pedido públicamente ayuda más veces de lo que había hecho jamás en mi vida.



A veces, cuando todo sale mal, cuando nade sale bien, cuando la heladera está vacía, cuando mi metabolismo se altera porque mi dieta no es la que mi cuerpo necesita, entonces, sólo entonces se me viene este cansancio de tantos años, este cansancio viejo de estar siempre remando; a veces en mares de arena, otras en mares muertos, a veces en océanos, a veces en mares de sal y otras, apenas en un charco de arenas movedizas.

Entonces, cuando estoy tan agobiada, agotada y exhausta, necesito que alguien cocine por mí, saque la basura, me traiga una heladera repleta de buenos alimentos para todo el mes, pague mis cuentas, limpie la casa, planche mi ropa, vele mi sueño, construya mi casa, me haga masajes en mi espalda adolorida y cuide de mí durante un largo recreo.

Pero como he sido siempre la Mujer Maravilla, que nada pide, todo da y a todo el mundo quiere salvar, las personas suelen creer que nada necesito, que todo lo puedo y que así sola estoy bien, más que bien.

Sí, me gusta vivir sola, sin deudas ni chantajes emocionales, con la libertad absoluta de hacer y deshacer a mi gusto.  Con la posibilidad de ser Yo, la que Soy, sin dar explicaciones ni convencer a nadie.



Sin embargo, la soledad tiene su precio.  Entonces, como no hay nadie que cocine, limpie o pague las cuentas, no queda más opción que dejar que la Mujer Maravilla duerma una larga siesta, hasta que el beso de la vida la despierte nuevamente.




En realidad, nos creemos libres, pero en el fondo de nuestra mente dejamos que el pájaro carpintero de los juicios de familiares y supuestos amigos, sigan taladrando nuestra cabeza, aún cuando ellos no están. Intentamos cumplir con expectativas de otros.  

Creemos que deberíamos trabajar en tal o cual horario porque otros lo hacen. Buscamos la aceptación y el reconocimiento de padres, hijos, hermanos y parejas ausentes.  Nos sentimos en la obligación de explicar por qué tomamos una siesta a mitad de mañana o nos sentimos culpables si debemos ‘cerrar’ nuestra agenda por un par de días y a veces una semana completa.

Nadie está aquí para ayudar, resolver, cuidar, hacer, contener, apapachar, abrazar, mimar y darme un recreo y sin embargo, en mi mente, sigo permitiendo que la mirada ajena me condicione, me presione y que los comentarios ‘bien intencionados’ desde la distancia virtual, afecten mi estado de ánimo.

Como persona extremadamente sensible y perceptiva, me afectan las energías de las personas y los espacios.  No es algo que se pueda o se deba controlar.  Como Terapeuta Holística, cuido el espacio, los tiempos y las energías, armonizando y conteniendo; antes, durante y después de cada turno.  Cualquier actividad que se haga desde un enfoque holístico (clases, talleres o sesiones terapéuticas) representan un desgaste físico y energético, requieren de un tiempo anterior y posterior para recuperar y equilibrar energías y cuidar del espacio, y además nos obligan a cuidar de nosotros con mucho más esmero.  Somos canales, cuenco para dar y la vasija temporaria donde quienes acuden a nosotros, depositan o desechan todas sus penas y angustias.

El valor económico que se le asigna a una clase, una sesión o un taller, debe contemplar no sólo el tiempo que dedicamos a esa persona, sino que además debe compensar: el desgaste energético, mental y emocional, el tiempo necesario para preparar el material y disponernos amorosamente; la idoneidad, el talento y los dones para realizar la tarea; el tiempo de descanso necesario entre cada actividad para recuperarnos y renovar energías y todos los insumos que usamos (incluyendo recursos que generamos o compramos, limpias energéticas y la limpieza y desinfección física del lugar y objetos).

Muchas veces, como Terapeuta Holística y como persona sensible, me dejo llevar por mi empatía y por las necesidades de los otros y termino cobrando menos de lo que debiera, aceptando gente que no valora mi tarea, trabajando con gente cuyas energías me hacen más mal que bien, regalando mi trabajo, haciendo descuentos por largos períodos de tiempo o incluso sosteniendo relaciones profesionales en las que la otra persona no aporta el esfuerzo necesario para lograr los resultados esperados.

Entonces, llego a este punto, donde no tengo energía ni siquiera para hacer lo que me gusta, sostener una aguja de crochet, consultar el Tarot todos los días o escribir los libros que tengo pendientes; tampoco tengo la claridad para leer ni el ánimo para disfrutar la lectura.



No sé qué es peor, si salir a pedir ayuda públicamente aunque avergüence a mis contactos y familia; o llegar a este letargo en el que solo quiero dormir y no encuentro las palabras para explicar, justificar o demostrar que de verdad necesito ayuda, sí, otra vez.

Como docente e intérprete simultanea, tengo la capacidad innata para explicar, traducir y exponer una idea desde diferentes ángulos.

Sin embargo, cuando el desgaste es tan grande, una quisiera encontrarse con personas que puedan leer las señales, comprender sin discursos y mirar en los silencios.

Pido disculpas, si hay días en que no puedo estar para ti.
Si me conoces, ya sabes, que cuando logre estar para mí, volveré a estar para ti también.

Debo cuidarme, como puedo, desde estas circunstancias que me tocan vivir.
Sólo Dios sabe.


En tus manos estoy Señor.
Lo siento, hoy no puedo remar.

Si sientes que puedes ayudar, por favor busca los enlaces al final de esta publicación.
Gracias
Bendiciones

Susie
Susannah




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Gracias nuevamente.
Dios bendiga tu generosidad.



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