jueves, 21 de junio de 2018

Ensayo sobre el dolor


No nos conmueve el dolor, sino que nos moviliza el morbo.

Impacta un cuerpo desmembrado, una persona con deformidades evidentes, un rostro desfigurado por quemaduras o un miembro amputado en trágico accidente.

  
Pero el dolor interno e invisible no puede fotografiarse, no puede publicarse, medirse o demostrarse.  Aquellas personas que sufrimos de enfermedades crónicas  y convivimos con el dolor en menor o mayor grado; nos sentimos muchas veces avergonzadas de tener que explicar, fundamentar y demostrar la magnitud de nuestro dolor físico.

Acaso, ¿no pasa lo mismo con los duelos emocionales?  Todo lo que no se puede mirar, le parece al otro que es sólo una exageración, un delirio de nuestra sensibilidad o simplemente una forma vergonzosa de victimizarnos.

En realidad, el verdadero dolor del otro nos asusta, lo desconocemos, somos incapaces de escuchar, atender y creer aquello que es ajeno a nuestra realidad.

Del dolor hay que deshacerse rápido, tenemos que demostrar que somos capaces de superar racionalmente y civilizadamente nuestra crisis física o emocional.

Si vamos por el camino de la medicina tradicional, queremos una pastilla o una inyección que en menos de 24 horas nos deje como nuevos.

Si transitamos el camino de las terapias holísticas, creemos que con un par de meditaciones y diez respiraciones, todo se arregla.

Si predicamos alguna religión, el sufrimiento tiene seguramente alguna implicancia que nos beneficia, nos hace más buenos, nos purifica y hasta nos santifica.  Así que, ¡a sonreír que es apenas una bendición!…

Si de penas y turbaciones se trata, hay que fingir ‘cordura y compostura’ o acudir prontamente a un psicólogo que intente convencernos de que todo está en la mente, el alma no existe y el corazón es sólo un órgano físico.


El que está del otro lado, se asusta, se burla, se asombra, se aleja, se vuelve indiferente o simplemente deja de preguntarnos cómo estamos.

El dolor físico agudo, crónico e intenso comenzó en mi adolescencia; casi en la misma época que comenzaron mis etapas de penas insoportables y tristezas innombrables.  Siento, que no fue una coincidencia.

Una se acostumbra, por así decirlo, hasta que el umbral se corre en la escala, y ya dejamos de medir o cuantificar.

Cuando la herida es externa, hay cuidados extremos, cirugías estéticas, ungüentos para restablecer la apariencia y fisioterapia para recuperar la capacidad de jugar y bailar.

Cuando la herida es interna, la archivamos en algún rincón oscuro, esperando a que el tiempo, todo lo cure.  Y en esa sombra desatendida, la herida se agiganta, se pudre y un día encuentra la fuerza para destrozar nuestras lápidas.

Cuando las enfermedades son visibles, hay un cuidado extremo por mantener el funcionamiento correcto de cada una de nuestras partes, evitando por supuesto parecernos a bestias sin espejo.

Cuando las enfermedades son invisibles, se desconocen energías, emociones, meridianos, chacras y el equilibrio perfecto que existe entre cada órgano y cada sistema.  Se extirpan órganos, se recortan achuras con menos cuidado que el carnicero del barrio cuando corta las milanesas.  Se manipulan los tejidos con la misma pericia que un médico forense.  Aquello que no funciona se descarta y termina en un tacho de basura para alimentar a los perros de la calle.  Lo que ya no funciona, se reemplaza con un pedazo de plástico, un tubo, una bolsa o un pañal descartable.


Dolor crónico es aquel que tiene una duración mayor a seis meses, en algunas enfermedades pueden ser años.  En muchos de los casos con dolor crónico, puede haber crisis con dolores más intensos de lo normal.  Esas crisis pueden aparecer cada tres o cuatro meses, y pueden durar varios días. Si ese es el caso, es mejor inventar una gripe, una intoxicación alimenticia o una enfermedad contagiosa.  En esta sociedad, una crisis de dolor invisible no justifica que una persona no pueda trabajar o siquiera cocinarse un plato de comida, durante varios días.

En una crisis de dolor, uno puede rezar, meditar, escuchar música relajante, hacer ejercicios de respiración, dar mil vueltas en la cama hasta encontrar una posición que minimice el dolor y volver a rezar hasta que un poco de sueño nos adormezca los sentidos.  Uno sabe que pasará, que tarde o temprano pasará y podremos estar de buen humor, cocinar y trabajar con todas las luces encendidas de nuestro cerebro.  Mientras tanto, una aprende a respetar el cuerpo, sus tiempos y sus necesidades, cierra la persiana y deja que allí afuera sigan murmurando: “¿otra vez?”   “tenés que ponerte bien”, “no podés estar otra vez así”.


No hay una medida para el dolor.  No hay comparación posible para determinar si hay un dolor peor que otro.  La persona que sufre porque su corazón ha sido destrozado, despojado, mancillado o sacudido por uno de esos terremotos que no dejan nadie en pie, no necesita que otra persona le diga que podría haber sido peor, que hay males peores, que hay dolores más graves, que hay perdidas más feroces.  En ese momento, para esa persona, la sensación de dolor, impotencia, vacío y desazón al enfrentarse a lo inevitable, es única.  Y la magnitud no sólo depende del hecho exterior sino de la sensibilidad de la propia persona, del apego, de las proyecciones y de los sueños que estaban ligados a la catástrofe, por así llamarla.

No se puede entender ni aún menos comprender lo que no se ha vivido, lo que jamás ha sido parte de nuestras experiencias.  Se puede imaginar pero por sobre todo se debe respetar.

Si ves una persona devastada, si me ves lidiando un dolor que no se puede explicar pero que transmuta y se transforma con el tiempo siguiendo patrones inesperados, si ves a alguien que se siente y se ve como un montón de esquirlas luego de la explosión…

Entonces, no intentes juzgar o entender, no pidas explicaciones, no compares, no intentes medir, no creas que puedes imaginar la magnitud porque no lo harás.  Simplemente prepara una taza de té, siéntate a su lado, desde tu corazón apoya tu mano en la suya, luego en su hombro y si ves que llora, abrázala para que sus pedazos no se vuelen con el viento.

No te apresures, no esperes curas milagrosas ni mejorías instantáneas.  Cada persona tiene un tiempo y en ese tiempo lo más sano es tomarse el momento y lugar para dejar correr el río, para gritar si hace falta, para dormir por semanas, para vestirse de pena y alejarse del mundo.  Porque si eso no se hace, tarde o temprano, el dolor que no se expresó y no se vivió, se volverá tóxico, como un agua estancada que nos consume poco a poco.



Susana Lorenzo ©
Soledad Lorena
Derechos Reservados
21 de junio de 2018







Esperame al otro lado de la nube negra

Notas técnicas sobre el dolor:

Existe una ONG en inglés llamada ‘But you don’t look sick’, (no te vez enfermo), donde se agrupan, personas con enfermedades como endometriosis, lupus, fibromialgia, fatiga crónica y otras más.  Es un espacio donde se comparten experiencias, consejos, tratamientos, vivencias y por sobre todo, es un espacio donde se puede andar sin antifaz, sin temor a ser juzgado, criticado, condenado, segregado, discriminado o humillado.

“Técnicamente hablando, Definir el dolor y hacerlo de tal manera que resulte una definición de aceptación “unánime”, resulta un proceso complejo y, se podría decir, se trata de “un imposible. Sólo quien lo sufre sabe lo que siente y no existe medio humano ni científico por el que se pueda transmitir a otros todos los detalles, matices y sensaciones que acompañan a la experiencia del dolor.El dolor crónico es percibido por quien lo sufre como “inútil”, pues no previene ni evita daño al organismo. Las repercusiones más frecuentes en la esfera psicológica implican ansiedad, ira, miedo, frustración o depresión que, a su vez, contribuyen a incrementar más la percepción dolorosa. Las repercusiones socio-familiares, laborales y económicas son múltiples y generan cambios importantes en la vida de las personas que lo padecen y sus familias: invalidez y dependencia.  La necesidad de uso de fármacos con que aliviar el dolor, se convierte en un factor de riesgo potencial de uso, abuso y auto prescripción, no sólo de analgésicos, sino también tranquilizantes, antidepresivos y otros fármacos.” UCPD Segovia



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