miércoles, 21 de julio de 2021

¿La misma de siempre?

Las personas que compartieron con nosotros alguna etapa de nuestra vida, conocen lo que éramos en ese momento.  Si bien nuestra Alma y nuestra esencia es siempre la misma y tenemos una serie de valores y características a lo largo de nuestra encarnación en esta vida, nuestra esencia se va desplegando y expandiendo como una flor de loto que abre sus pétalos y solo con el tiempo llega a mostrar toda la intensidad y variedad de sus colores.



Como seres espirituales teniendo una experiencia humana, hemos venido a evolucionar, a crecer y a desarrollar la misión de nuestra Alma. No es algo que se logre desde que se forma nuestra personalidad, estamos condicionados por nuestro entorno, nuestra cultura y nuestras experiencias.

Sí, es cierto, conozco muchas personas que son las mismas durante toda su vida, no hacen un solo cambio y de algún modo, como dicen los maestros espirituales, ‘se cristalizan’, incapaces de ver que hay otras opciones más allá de su zona de confort.

Nuestros compañeros de escuela, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo, nuestros padres, nuestros primos e incluso nuestros hijos, conocen de nosotros solo una fracción de tiempo en el largo sendero de nuestra vida.  Probablemente, además, conozcan de nosotros, solo algunos aspectos, los que eran posibles de manifestar en ese tipo de relación y en ese contexto.

Con el pasar de los años, una se descubre, aprende a reconocerse, amarse, respetarse y celebrarse, comprende sus dones y talentos, establece una vía de comunicación (un Puente) entre su Yo Superior / Ser Divino y su yo inferior; entre su Alma y este cuerpo donde nos ha tocado habitar.  Seguramente, también, afianzaremos, profundizaremos o desarrollaremos una relación más íntima con Dios.

Como una obra imperfecta, Dios es el escultor que nos va cincelando y moldeando con las experiencias de vida, con el aprendizaje consciente, con la madurez y con el continuo trabajo de sanación que elegimos hacer en algún momento de la vida.



Alguna vez un amigo me dijo que estar fuera de mi vida durante un año, era como haberse perdido diez años, porque mi vida es siempre tan intensa y hay tantos cambios, que si nos volvemos a cruzar, habrá mucho para ponerse al día.

Como en la naturaleza, nuestra vida tiene ciclos, algunos marcados por nuestra condición humana y nuestra edad, y otros marcados por crisis, periodos de iniciación y expansión de consciencia.

Cometemos el error, muchas veces, de quedarnos con esa impresión, con esa experiencia que compartimos en algún momento.  No nos tomamos el tiempo de sentarnos, escuchar, conocer y descubrir a esa persona que probablemente brilla con nuevos colores y habla desde otro lugar de su corazón.

Ni siquiera nuestros hijos son los mismos en la vida adulta que aquellos pequeños que fueron el centro de nuestra vida.  Puede que algunos rasgos de su personalidad se mantengan, puede que la esencia de su Alma esté ahí visible tras la mirada que solo una madre distingue, pero lo que ellos eligen ser, despertar y mostrar en su vida adulta, los convierte a veces en extraños.  Relacionarnos con nuestros hijos o con las personas que amamos en base a lo que vivimos, sentimos, compartimos o nos sucedió en el pasado (en otra etapa de nuestras vidas y sus vidas), es aferrarnos a una dimensión que ya no existe. 



Como una mariposa que deja de ser oruga, una y otra vez, renacemos, volamos, morimos, renacemos, elegimos desarrollar nuestras alas y lucir nuestros colores; hasta que esas alas ya no sirven para nuevos cielos que se ofrecen ante nuestros ojos y otra vez, volvemos a empezar.

Reconozco, cuando era niña y adolescente quería ser algo diferente, quería llegar al futuro porque mi realidad y mi presente eran demasiado dolorosos y quería escapar, creyendo que a la vuelta del calendario, encontraría la paz que no tenía.

Cuando era joven y estaba en la plenitud de la maternidad, estaba ocupada en ser lo que creía que debía ser, en cumplir con roles establecidos por la familia, por la sociedad y por el mundo laboral.

Entre los 30 y los 40, la vida me obligó a sentarme conmigo misma, descubrir quién era y comenzar a sanar una a una las heridas que arrastraba desde la infancia.

En algún punto después de los 40 y un poco más allá de los 50, quería volver a ser lo que era cuando era una mujer joven profesional y productiva: quería estar completamente sana, tener el mismo tipo de trabajo y recuperar un bienestar económico a base de puestos que ya no estaban disponibles para una mujer de mi edad.  Perdí muchos años compadeciéndome de ser una desempleada y me congelé queriendo ser lo que había sido alguna vez.

A partir de los 52, la vida me obligó nuevamente a repasar y recordar quién era realmente, a sentarme otra vez con las mismas heridas, pero en otra profundidad; a desplegar mis alas, aceptar mis dones, desoír mandatos y tener la valentía de Ser quien realmente era, sin vergüenzas ni culpas.



En realidad no es que ‘cambiemos’ y seamos diferentes, sino que como un programa de computación (software), nos vamos actualizando y vamos aprendiendo a Ser mejores versiones de nosotros mismos.  Nos adaptamos, evolucionamos, crecemos, aprendemos, sanamos y así infinitamente hasta que el Alma y Dios decidan que ya está bueno por ahora.

Si me conociste en la adolescencia, no soy la misma.  Queda la poeta, la dibujante y la lectora voraz.



Si me conociste en la juventud, durante la maternidad, no soy la misma.  Queda la bendición de una etapa intensa que pobló mi corazón y me enseñó el verdadero sentido del Amor.  Quedan las aptitudes, los talentos y todo lo que aprendí en el ámbito profesional, para poder sacar adelante a mis hijos.



Si me conociste cuando vivía en San Rafael, no soy la misma. Queda la inspiración y la pasión por hacer radio, la semilla de Puentes  y la certeza de que los sueños pueden marcar el destino.



Si me conociste cuando vivía en Malargüe, no soy la misma. Queda mi pasión por los idiomas y las relaciones internacionales, mi perfeccionamiento como locutora y productora radial, mi oficio de abuela, el descubrimiento de la escritura terapéutica, la semilla de mis libros artesanales y la revelación de mi camino con el Tarot Evolutivo.



Si me conociste cuando llegué a San Juan, en 2015, no soy la misma.  Queda una nueva forma de hablar con Dios, el nacimiento de Puentes, la aceptación de todo lo que siempre fui y no me animaba a Ser y mostrar, el descubrimiento de los gatos como seres mágicos, la valentía de publicar mis libros en forma artesanal e independiente, el camino del Tarot Evolutivo manifestado y el despertar de dones que antes no podría haber comprendido.



No, no soy la misma, y probablemente, no seré la misma dentro de un tiempo.

Hay cosas que ya no me gustan, otras me siguen gustando.  Hay cosas que ya no le hacen bien a mi salud emocional, mental o física.  Hay cosas que ya no puedo hacer y otras que antes no hacía y ahora disfruto hacer. 

Hay rasgos que se han acentuado con los años: ser una persona altamente sensible (PAS) ha ido intensificándose con el paso del tiempo, y he aprendido que no es un defecto ni algo que necesite arreglarse.

Hay virtudes que trato de trabajar: la paciencia, la calma, la tolerancia y el respeto.  Puede que sea más paciente y más tolerante que 20 años atrás, pero siento que aún me falta bastante y no alcanza con lo que logro ahora.

Hay virtudes que pueden ser defectos, porque siempre llegan a los extremos, pero sin ellas no hubiera logrado nada de lo que soy: la obsesión por el orden y la limpieza, el perfeccionismo y el cuidado por los detalles y la puntualidad.



¿Quién soy ahora?

Soy la  suma de todos mis Libros y publicaciones.  No importa si es un trabajo literario de ficción o un trabajo de escritura holística, todo lo que Soy está en mis libros y en mis mazos de cartas.

Soy una Aprendiz que acaba de desembarcar en una nueva universidad de la vida, que viene de reprobar un par de Trabajos Prácticos y que rinde lección cada día con Jefesito y el Maestro de todos los maestros.

Soy un Corazón que no me cabe en el pecho.

Soy un Alma que nunca estoy segura cuánto espacio ocupa con su energía.

Soy una Traductora e Intérprete que aprendió que se pueden y deben traducir no solo los idiomas o lenguas de cada país, sino los diferentes lenguajes y símbolos que el Universo pone ante nosotros, los movimientos, los ciclos, los gestos, las miradas y los silencios.

Soy una Escritora que descubre cada día nuevas formas de escribir, nuevas formas de bailar con las palabras y nuevas formas de alcanzar corazones con cada historia y con cada verso.

Soy una Mujer que aprendió en la soledad que se puede ser feliz, con solo ser y solo estar y que nadie es responsable de nuestra felicidad.

Soy apenas un puñado de arcilla que Dios acaba de empapar con tormentas y aludes, y que no guarda memoria de formas antiguas.  Soy esa arcilla fecunda respirando en el asombro de sentirse viva para que Dios haga su obra en mí y a través de mí.

Soy un Soplo Divino que habita los rincones donde mi nombre hace eco y los lugares donde mis pasos dejan su huella.

Soy la Mujer que se mira al espejo amorosamente, se sonríe y se acepta y no quiere estar en ningún otro lugar ni en otro momento que no sea el Aquí  y Ahora.

Me encantaría que me conozcas.

Me encantaría conocerte.

Susannah Lorenzo©

Tejedora de Puentes

Soledad Lorena©

Tejedora de Palabras



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