Apertura
del Divino Femenino
Sin importar cuánto necesitemos ser abrazadas,
contenidas, sostenidas, acompañadas o apapachadas; si somos sobrevivientes de
abuso, violencia o trauma sexual, sentiremos un miedo profundo y escondido a recibir. Porque para recibir hay que abrirse,
mostrarse vulnerable, dejar a un lado los escudos y desactivar los mecanismos
de defensa.
Tenemos miedo de abrirnos (verdadera y profundamente), porque el recuerdo grabado en el cuerpo
físico, es más fuerte que la memoria de la mente o incluso del corazón. Ya sea que hayamos sido colonizadas, vejadas
y mancilladas contra nuestra voluntad; o que nos hayamos abierto temprana e
inocentemente a la persona equivocada y que se aprovechó de nuestro candor; las
huellas y mecanismos de defensa (inconscientes)
serán los mismos o similares.
Tenemos desconfianza de ser tocadas en nuestra fibra
íntima, de que nos palpen las heridas, nos rocen el corazón o incluso lastimen
aquello que nos ha costado tanto sanar y que ya no duela. Nos hemos fortalecido
para evitar ser despojadas, burladas, engañadas o juzgadas.
Aunque ya no soy una víctima, sino una sobreviviente y
han pasado más de 40 años del trauma inicial; con cada vuelta del espiral
evolutivo descubro una nueva capa que aún queda por sanar: viejos patrones y
bloqueos que aún afectan mi forma de relacionarme, manifestar mis sueños e
interactuar con la abundancia del Universo.
Nos sentimos seguras y a salvo dando; dar nos permite
‘controlar’ el vínculo, pero por sobre todo no necesita de una apertura
interior íntima o sensible. Somos buenas
para ‘dar’: amor, compasión, empatía,
contención, ayuda y tiempo; damos todo aquello que no pudimos recibir y que
sabemos que toda mujer necesita.
Somos solidarias con otras sobrevivientes y podemos detectar una víctima
sin que diga una sola palabra.
Aunque llevemos años (y décadas también) sanando nuestro Divino
Femenino, escondemos lo más sagrado de nosotras para
protegernos, para resguardar los nuevos tesoros que han nacido en nosotras
hasta que llegue la persona indicada.
Aprendemos a valernos por nosotras mismas y sin darnos cuenta, híper
activamos nuestra energía masculina: la
energía que hace, consigue, conquista, resuelve, protege, y nos arma de pies a
cabeza como una guerrera sagrada de la vida.
Tarde o temprano nos sentimos abatidas, frustradas, con
un cansancio que se acumula y que no siempre resulta en los éxitos que
deseamos; porque estamos ancladas en nuestra energía masculina y porque de
tanto defendernos y protegernos, hemos olvidado como recibir sin miedo, culpa o
vergüenza.
Abrimos las manos, para dar, para recibir, para
aferrarnos a lo que creemos nos pertenece, para amasar, para cocinar, para
acariciar, para crear e incluso, logramos abrir las manos para sanar lo que
duele y remendar lo que está roto.
Aprendemos a abrir el corazón nuevamente, para amar,
para ser amadas, para calmar, para suavizar, para acompañar, para contener,
para sentir, para dejarnos habitar por Dios, para rezar, para creer en una
nueva vida.
Nos entrenamos para abrir nuestra mente a nuevas formas
de pensar, estudiar, aprender, reconocer, comprender e incluso para dibujar
infinitas salidas a laberintos que parecen nunca mostrar su verdadero acertijo.
Sin embargo, en un rincón secreto y guardado, nuestro
útero (o su equivalente energético)
se mantiene cerrado como un puño, guardando cicatrices físicas y emocionales de
todo aquello que nos dañó en lo más profundo de nuestro ser.
Podemos creer que nos hemos abierto, sexualmente
hablando, desde la genitalidad, permitiendo incluso un placer físico que
disimula cualquier dolor. Podremos
habernos abierto de piernas para permitir penetraciones que no terminan de
saciarnos y que nos convencen por breves segundos de que somos amadas, necesitadas
y deseadas.
¿Cómo
saber si el útero está cerrado y es incapaz de recibir abierta y profundamente?
- Sentimos que siempre somos la que ama más,
la que ama demasiado, la que se ‘da’ completamente sin recibir lo mismo a
cambio.
- Nos sentimos mal amadas, no amadas,
rechazadas, excluidas, y sedientas de recibir algo que nunca llega.
- Estamos desconectadas de la energía de
abundancia y prosperidad del Universo; corriendo siempre detrás de una
zanahoria que nunca alcanzamos.
- Cada vez que recibimos algo valioso (sentimental o económicamente hablando)
nos sentimos ‘en deuda’, buscando inmediatamente compensar con la entrega de
algo a cambio.
- Nos embarcamos en relaciones tóxicas,
convencidas de que salvaremos, transformaremos o le enseñaremos a amar a quien
sólo busca satisfacer las necesidades de su ego.
- Justificamos las ausencias de las otras
personas, perdonamos sus promesas incumplidas, creemos en palabras vacías e ignoramos las señales y conductas que
amenazan nuestro bienestar e integridad emocional.
- Nos quedamos esperando a que alguien (incluyendo Dios) se dé cuenta de lo que
sentimos y necesitamos, sin que tengamos que pronunciarlo en voz alta.
Como mujer, estamos hechas
para conectar, Ser, abrir, recibir, sentir y anidar. Nacimos para ser sacerdotisas, para aquietar
el movimiento y dulcificar nuestro corazón y el de otras personas. Como tales, sostener el estado de apertura
sin mecanismos de defensa, sin
estrategias de guerra, sin proyecciones ni planificaciones dignas de arqueros y
cazadores.
Una mujer no puede
sostener el Amor sólo en su corazón, no puede simplemente pretender que Dios
habite en el centro de su pecho y desde allí todo se resuelva. Una mujer necesita sostener el Amor en su
cuenco sagrado, en la morada de la semilla creativa, allí donde el útero late
como un segundo corazón. Es entre los
muros húmedos y oscuros de la caverna femenina donde Dios debe habitarnos para
consagrar nuestra creatividad sagrada.
En lo personal, cada vez
que pregunto cómo puedo activar la energía de abundancia y prosperidad en mi
vida, la respuesta es la misma: más Amor.
¿Cómo es posible que Dios y el
Universo me pidan más Amor, si hago todo mi trabajo con Amor y desde el
corazón? La respuesta llegó en forma
de inspiración para una nueva meditación y esta reflexión que estoy
compartiendo.
En mi caso, no se trata de
dar más o poner más Amor en lo que doy; mi aprendizaje es ‘recibir con Amor’, abrirme con Amor; encontrar paz en el recibir sin permitir que mi
mente sostenga deudas, culpas y
vergüenzas.
Querer controlar es un
acto propio de la energía masculina, incluso si quiero controlar lo que recibo
y cómo lo recibo. Ese aspecto pudo ser
útil en otras etapas de mi vida, pero no puedo encontrar la sanación desde el
equilibrio, si no me adapto a las nuevas necesidades espirituales y energéticas
de mis cuerpos (físico, mental,
emocional, etérico).
Según el Dr. Alberto
Villoldo, los traumas psicológicos y espirituales no resueltos, no sólo dejan
huella en el cuerpo físico sino que dejan marcas en nuestros campos luminosos.
Hasta que no limpiamos o sanamos esas marcas o cicatrices en el cuerpo
energético, su equivalente será sostenido en el cuerpo físico. Por el contrario, las experiencias positivas
no dejan una marca en el cuerpo luminoso.
La paz y la serenidad que descubrimos a través de la práctica
espiritual, se convierte en combustible para las capas más íntimas de nuestro
campo energético luminoso, energizando así el alma y el espíritu.
Las huellas de trauma y
enfermedad física están tallados en la membrana de la capa más externa del
cuerpo luminoso energético, cómo diseños
que se cortan sobre el vidrio. Lo que se
sana a nivel energético, puede ser sanado a nivel físico.
Las huellas grabadas en la
capa del cuerpo emocional y mental nos predisponen a vivir de cierta manera y a
atraer a ciertas personas y relaciones en nuestra vida. Es difícil cambiar nuestro estilo de vida o
nuestros patrones de conducta si no limpiamos los rastros de trauma que quedan
en las diferentes capas de nuestro cuerpo energético.
Puedes conocer más sobre
este tema en mi libro ‘Espiritualidad y Salud’ o leer el
libro ‘Chamán, Sanador, Sabio’ del
Dr. Alberto Villoldo.
¿Cómo seguir?
Puedo dar testimonio que
luego de recibir esta canalización y comprender finalmente el mensaje del amor,
a través de la meditación, algunos bloqueos simplemente se disolvieron de forma
parcial o total. Las señales que
llegaron fueron claras y precisas.
Horas después de la
primera meditación llegaron los primeros trabajos prácticos: aprender a recibir
lo que la vida está dispuesta a darme, sin intentar controlar el cómo, cuándo,
dónde y a través de quién.
Por supuesto que un campo
energético, un órgano o un sistema no se limpian ni se sanan de un día para
otro. Aprender a recibir es un proceso y
requerirá de repetidas meditaciones y tomas de consciencia en el pensamiento y
sentir cotidiano.
Reconocer, aceptar, tomar
consciencia, escribir, y compartir el proceso es una manera de mostrar al
Universo que estoy dispuesta, aquí y ahora.
Susannah Lorenzo© /
Tejedora de Puentes