Este largo enero, convertido en una hibernación forzada (a 40ºC), en medio de una racha de pobreza, silencio, ‘invisibilidad’ y bloqueos energéticos, me hizo recordar al enero de 2017.
En aquel momento llevaba más de un año intentando
forzar una vida que me ‘negaba’ todo lo que yo intentaba recuperar: familia,
trabajo estable, reconocimiento profesional y familiar, alegría en el corazón y
paz mental. Mi provincia natal me había
recibido con más hostilidad de la que esperaba y mis proyecciones de recuperar
vínculos familiares habían fracasado. Es
que para reconstruir un puente hacen falta dos, es decir, las mismas
intenciones y la misma dedicación de ambos lados. Después de todo, es sabio aceptar que quien
se va de nuestra vida, es porque no hay sitio apto para ellos en este presente
o porque no se sienten a gusto con nuestra forma de ser. Viajar al pasado para recuperar lo que nos
fue arrebatado, puede resultar un viaje doloroso y desgastante, porque la vida
siempre fluye hacia adelante.
Cada frase, cada actitud y cada decisión me definían
como una víctima de las circunstancias, las personas dañinas o los chismes
maliciosos que tergiversaban la realidad. Era una desempleada de 52 años llena
de frustración, resentimiento e impotencia, y sobre todo, con el pasaporte
siempre listo para cruzar a otra dimensión.
En aquel entonces, creía que sería el peor verano de
mi vida; no hay que tentar la creatividad del universo, siempre puede haber
peores. Aunque todo es relativo, puede
que aquel enero fuera mejor que éste en algunos aspectos mundanos y visibles;
pero también es cierto que interna y profundamente este verano es mucho mejor.
Los veranos, por alguna razón que aún no termino de
descubrir totalmente, suelen ser períodos de sequía, hibernación, dificultades
y desafíos de supervivencia, en mi vida.
Creía en ese entonces, que la situación era pobrísima porque estuve más
de un mes sin comprar alimentos y sobreviviendo a base de raciones de pan o
tortitas. Sin embargo, alcanzaba a pagar
el alquiler y los servicios (agua, gas y electricidad) y pagaba el servicio de
internet que me permitía trabajar y estudiar.
No sólo tenía la capacidad de pagar el lugar donde vivía, sino que cada
tanto mi hija menor me invitaba a comer a su casa o me llevaba comida cuando se
daba cuenta que estaba desaparecida por mucho tiempo. En ese entonces, también conseguía las
muestras gratuitas de mis medicamentos.
Fue una larga noche del alma porque casi dos años en
mi ciudad natal habían sido más que suficientes para demostrar que el camino
corporativo ya no era lo mío y que debía escuchar esa voz interior y esas
señales que había ignorado durante años.
En las épocas de supervivencia o bajo consumo,
intento, en dosis adecuadas a mi bajo rendimiento mental, estudiar, aprender,
actualizarme o indagar en mi interior para descubrir porque se me escapa la
tortuga a pesar de mis esfuerzos y mis talentos. Fue así que hice un Webinar de tres clases y
me anoté para una Beca en B-School con Marie Forleo, que terminé ganando. Lo que aprendí durante ese entrenamiento de
Marketing 3.0 es que yo estaba fragmentada y la esencia de mi Alma estaba
ausente de todas mis actividades profesionales.
Así, surgió la decisión de crear Puentes, un sitio web que integrara
todo lo que soy y todo lo que hago. Así
nacieron las diferentes páginas en Facebook, especialmente PuentesTerapéuticos, que hasta ese momento, era un aspecto oculto y secretamente guardado
en mi vida. Lo demás es historia.
Mirando en retrospectiva, si yo hubiera ‘logrado’ todo
aquello que quería con mi llegada a San Juan en 2015, probablemente me hubiera
acomodado en esa vida que hacía felices a otros y que generaba esa aprobación
familiar que yo siempre buscaba inconscientemente. Es que yo creía que si hacía felices a los
demás, yo podría ser feliz. No se puede
dar lo que no se tiene, y yo no tenía ni alegría, ni paz ni contento.
Si todo hubiera resultado como yo había planeado,
Puentes no existiría, al menos no manifestado, y menos aún el canal principalde YouTube y los diferentes Puentes tejidos con personas bonitas de la Comunidad.
Ese vacío y ese silencio (de señales propicias) durante la larga noche del alma en enero de 2017, fue la ‘muerte’ psíquica necesaria para dar luz a Puentes y para aceptar que yo podía elegir ser una persona desempleada o una persona emprendedora.
Esta noche oscura del alma en 2024 es peor que aquella
en varios sentidos: no puedo pagar el alquiler por mí misma (recibo ayuda desde
2021), no hay invitaciones a comer ni comida que llega a mi puerta, no hay
muestras de medicamentos gratuitos y la tortuga se sigue escapando, llevándome
una clara ventaja. Por otro lado, hay aspectos
que son mucho mejores: el clima de esta ciudad es más benigno, tengo servicio
de internet gratuito, la creatividad y la inspiración siguen fluyendo aunque esté
famélica, me siento en paz y a gusto siendo quien Soy y haciendo lo que hago,
ya no busco rescatar personas o situaciones del pasado, creo que el presente es
mejor y el futuro puede serlo también, ya no llevo el pasaporte en la mano
deseando cruzar a otra dimensión y sobre todo, ya no quiero ser la versión que
era antes.
No creo en las casualidades y estoy convencida que
todo lo que nos sucede en la vida, sobre todo lo que no podemos controlar,
tiene un propósito y mientras más pronto lo descubramos y actuemos en
consecuencia, más pronto superaremos la crisis.
He aprendido muchas cosas durante el enero que terminó
anoche: he reconocido patrones de conducta y pensamiento, he indagado aún más
en mi océano profundo de la sombra y he navegado por mi árbol genealógico para
sanar herencias y linajes. He estudiado,
he observado, he escrito, he creado, he aprendido, he escuchado el silencio y
he hecho las paces con el vacío. Aún
así, las energías siguen estancadas en un punto o las ventanas que se abren son
tan efímeras y diminutas que no alcanzan para recuperar la salud, la claridad
mental, el rendimiento y la libertad de desplazamiento. La marea sigue baja y cuando comienza a
acercarse, no llega a mojar mis pies, es solo un atisbo de esperanza en el
horizonte.
Puentes cumplirá 7 años en quince días y por eso creo
que esta sequía sostenida tiene mucho que ver con aquella crisis de 2017. Escribir es una manera de ordenar la mente,
desenredar la madeja y despejar la bruma.
Aún así, los mensajes siguen siendo los mismos: Ser en vez de
hacer. Se hace difícil, ser, brillar,
alinearse, respirar en armonía y sonreír cuando el hambre te perturba y la
salud se deteriora por la carencia económica.
Inevitablemente termino haciendo: creando promociones y descuentos,
publicando colectas solidarias en las redes sociales o reinventando contenidos
en la medida de las posibilidades físicas y mentales. Nada cambia, el universo parece burlarse de
mí diciendo: te dije que no era por ahí.
Cuando consulto a las Runas o las cartas del Tarot, el
mensaje se repite: el arte de esperar con paciencia y confianza, el arte de
hacer sin hacer. Parece que vengo
reprobando ese examen.
Mientras tanto, escribo, leo, canalizo, aprendo,
estudio, descubro, escucho, respiro y miro los cielos siempre cambiantes. Han sido siete años de siembra intensa, en
medio de crisis mundiales y nacionales.
Quizá sea tiempo de confiar en las semillas, confiar en el maná que las
bendice y reposar sin medir cada día cuántos centímetros ha crecido cada
plantita. Entonces, tal vez, la tortuga
llegue silbando bajito, se acomode a mis pies y me diga: ahora si da gusto
estar aquí.
En Dios confío.
En Mí confío.
Susannah Lorenzo / Susie
Mi
siembra intensiva de 7 años
Nota:
2024 parece año de balances.
Puentes cumple 7 años.
Yo cumpliré 60 años.
Se vencerá el contrato de alquiler de tres años.
Se cumplen 3 años de mi mudanza a la ciudad de San Luis.