Cuando la herida es interior e invisible, se siente igual o aún más que una herida externa. Podemos sentir un tajo que nos parte en dos el corazón. Podemos incluso palpar la falta de un órgano o una parte nuestra cuando el desgarro es inmenso. Las heridas emocionales necesitan tanto cuidado como una herida física. Mas, nos descuidamos, aplicamos una gran venda oscura que nos haga olvidar lo más pronto posible ese dolor tan grande, no seguimos los pasos, dejamos que el tiempo se encargue y pretendemos “como mujeres superadas” seguir adelante con nuestra cotidiana rutina.
Hasta que un día, después de meses o años, basta un sonido, una palabra o un hecho casi insignificante, para devolvernos un dolor inexplicable de esos en los que las lágrimas parecen de sal y nos queman los ojos. Entonces miramos hacia dentro y recordamos la herida, para descubrir que bajo la venda, nada ha sanado. Escondida por la venda, una grieta, un pozo, un charco de lodo que aún no respira.
Si respetáramos, si cuidáramos nuestras heridas internas, si les diéramos el tiempo y la atención necesaria; todo sería un poco más fácil, un poco menos agónico en el transcurso del tiempo.
El tiempo no cura, el tiempo no sana. El tiempo apacigua las aguas turbulentas y seca las lágrimas, pero sólo el amor y el cuidado puede realmente sanar.
Susie©
26 de marzo de 2014
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