Me llamo Margarita Susana pero nunca me llevé bien con el
primer nombre. En la provincia donde
nací, San Juan, siempre fui “la Susy”, artículo incluido, costumbre propia del
lugar. “La Susy” era la “regalona”
(mimada) de muchos por ser la única mujer entre primos y hermano varón en la
familia de mi madre. Supongo que la
familia de mi padre copió la forma de llamarme y así quedó en mi primera
infancia.
Con la escuela llegó eso de pasar lista por el apellido y el
primer nombre, o sea, que pasé a ser “Lorenzo, Margarita”, cosa que detestaba
todos los días escolares. Cuando hice
segundo año de la secundaria en Buenos Aires, aprendí que se podía jugar con
ese nombre que no me gustaba, total, los profesores y preceptores nada
entendían (diría que no les importaba) sobre el valor que tiene un nombre en la
persona. Entonces, durante el resto de
la escuela secundaria fui Mara, Maggie, Meg y cualquier cosa que alivianara mi
primer nombre.
Fuera de la secundaria y ya en la Universidad decreté que
era solamente Susana Lorenzo y así figuró en contratos, tarjetas de
presentación, cuentas de banco y recibos de sueldo. Tanto fue lo que insistí con eso que mucha
gente aún cree que Susana es mi primer nombre.
Larga introducción para esta reflexión sobre el poco tiempo
que se toma la gente para averiguar cómo queremos que nos llamen. Desde la generalización, banalización y abuso
de ciertas palabras para tratarnos “cordialmente” desde el otro lado del
mostrador: negrita, mamita, negri, mi amor, negra, corazón, linda y alguna que
otra palabra que ahora no recuerdo.
Está la atención al público de manual, típico de empresas
como Movistar (de telefonía celular) o telemarketing, que enseñan a medias las
reglas básicas a sus empleados/as.
Entonces te llaman con su discurso de manual, de memoria y sin
posibilidad de improvisar o mejorar la comunicación:
Ellos:
¿Hablo con la titular de la línea?
Yo:
Si, Susana Lorenzo.
Ellos:
Buen día Margarita, le llamo porque según figura en su estado de cuenta
Margarita…
Claro, como
las reglas de atención al público dicen que es importante tratar al cliente por
su nombre, mencionan mi primer nombre cada cinco palabras sin registrar jamás
que me molesta cosa semejante.
Y después
está lo que me sucede en el lugar donde vivo, un pueblo con aspiraciones de
ciudad. Menciono esto, porque quizá,
esta cultura de pueblo sea la que justifique el uso excesivo de Susi. Será que estoy confundida, pero yo creo que
los diminutivos, los apodos o las formas “cariñosas” de llamar a alguien, son
algo que tienen que ver con la confianza, el cariño, la amistad, que se yo, con
el permiso que uno le da tácitamente a alguien para que nos llame como se le dé
la gana. No sucede esto con el resto de
la gente. Me encuentro con personajes o
gente con la que sólo trato por trabajo o por relaciones personales indirectas,
que me llaman tranquilamente Susi.
Entonces, escucho cosas como:
“Quedamos
así Susi.”
“¿Cómo
andás Susi?”
“Hooolaaa
Suuussi.”
Además de
las variantes del diminutivo, está el uso indebido de “teacher”, como soy
profesora de inglés, muchos piensan que queda mejor decirme “¡Hola teacher!”
aunque les explique cien veces que esa no es la forma correcta de dirigirse a
un profesor en inglés.
Resumen:
hace mucho tiempo que nadie me llama Susana, tanto tiempo que opté por llamar a
mi Blog, Susie íntima o Susie cotidiana.
La gente
está tan acostumbrada a esta mala costumbre de no prestar atención, que cuando
uno está frente a un curso o un alumno y le pregunta “¿Cómo te llamás?”, te
responde con el apellido y el primer nombre.
Yo siempre pregunto cuál es el nombre que les gusta o con el que siempre
los llaman, y hago una marca para recordarlo, eso les llama la atención y les
parece raro.
Hay un
montón de razones para respetar el nombre de las personas, podríamos hablar de
vibración, de culturas indígenas y el significado de los nombres, podríamos
hacer todo un estudio sobre lo que el nombre invoca y provoca. Pero eso es tema de otro post. Yo creo que estaría bueno, escuchar, mirar,
respetar y dejar de suponer qué es lo mejor para el otro.
Conclusión:
No me llames
“mi amor” si estás lejos de amarme.
No me llames
“corazón” si estoy lejos de habitar tu corazón.
No me llames
“reina” para hacerme sentir importante, si la única razón por la que no usás mi
nombre, es para no confundirte cuando estás con otra.
No me llames
“Susy” a menos que nos una amistad, afecto profundo o yo tenga ganas de que me
digas así.
No me
des nombres con “gordita”, “gordi”, “linda”.
Prefiero que me nombres con una palabra que sólo exista para mí.
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