Cada niño viene a este mundo lleno de bendiciones, llega con
sus dones intactos, con su capacidad de
asombro en todo su esplendor, con la certeza de que todo es posible y de que la
magia es parte de la realidad que vemos todos los días.
De los adultos que le tocan en suerte, depende que su luz
brille llena de colores, o se apague en grises rutinarios que lo hagan ver
menos raro, más parecido a los adultos que perdieron su rumbo.
Si cada padre, madre, tío o madrina, fuera totalmente
consciente del poder de sus palabras, del alcance de su amor, de la catástrofe
de su desamor; si cada adulto amara a ese niño con el corazón despojado de sus
propias frustraciones; habría entonces más adultos felices y más niños sanos.
Susie©
18 de agosto de 2013
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